lunes, 27 de abril de 2020

Soberbia


“El orgullo, cuando vienen momentos de crisis, de caos, es útil porque te mantiene erguido. Es primo hermano de la dignidad. La soberbia no, la soberbia te ciega”.
Arturo Pérez-Reverte, “Sidi”.

Los creyentes, y quizás los pocos estudiosos que aún quedan en esta España alelada, inculta y primitiva, saben muy bien lo que significa la palabra soberbia. Para los menos lectores o seres superiores que creen que saben todo y más (esto va por si alguno de estos zurdos y despreciables censores leyera esto), simplemente decíos (o “quiero deciros”, que es equivalente) que la soberbia es uno de los siete pecados capitales, y dentro de estos quizás el peor y original de todos ellos. Nuestra apreciada Real Academia de la Lengua la define de la siguiente manera:

soberbia

Del lat. superbia.

1. f. Altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros.
2. f. Satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas conmenosprecio de los demás.
3. f. Exceso en la magnificencia, suntuosidad o pompa, especialmente de un edificio.
4. f. Cólera e ira expresadas con acciones descompuestas o palabras altivas e injuriosas.
5. f. desus. Palabra o acción injuriosa.


Seguro que todos vosotros al leer esta definición, y de forma inmediata, habéis pensado en alguien en concreto. Por algo se considera el padre de los pecados: por su tan extendida presencia en la sociedad. Y a Pedro Sánchez, el padre de todos los soberbios.

¿Quién no es o ha sido soberbio en algún momento?
¿Quién no conoce a personas que lo son bastante o lo son siempre?

Aquel que no entone aquí un “mea culpa” más sonoro que todos los malditos “Resistiré” vespertinos que el desgobierno nos ha impuesto junto al ilegal confinamiento para ocultar su inutilidad como gobernantes, su zafiedad como pauta de comportamiento y su inhumanidad como personas, es que miente.

Como mienten nuestros gobernantes.

Como mienten sus portavoces.

Como miente la prensa subvencionada y por lo tanto atada a los dictados del mando único. Ahora llamado Comité Técnico. El de los científicos expertos desconocidos. Están ahí, pero nadie los conoce. Como a la niña de la curva. Pero estos impresentables son bastante más mortíferos que la pobre chiquilla que solamente busca un poco de compañía. No como estos, que buscan prebendas y notoriedad. Para alimentar su ego. Para nutrir su soberbia.

Y cuando les echas en cara esas mentiras, esas ocultaciones de la realidad, esa manipulación constante y caótica de las cifras, esas compras fraudulentas y encima poco efectivas, cuando no completos fracasos, pero que seguro ligadas a jugosas comisiones, cuando les pones ante el espejo de su manifiesta incapacidad y sus burdas e infantiles tácticas de ocultación, se les hincha la vena. Y de su podrido interior asciende esa vergonzosa, exagerada y sucia soberbia hasta colorear su cara maquillada hasta un rojo diabólico, hinchar sus ojos cual animal de presa a punto de atacar y expulsar babas de rabia a chorros por la comisura de los labios de su sucia boca abierta de par en par en gesto amenazante. Como hienas a punto de atacar. Atacar a la yugular. A la verdad. A la decencia. A la libertad. A la vida misma. Nuestra vida.





Esta pesadilla ya está durando demasiado. Estamos a pocos pasos del precipicio más profundo. Económico, social, cultural y personal. Si no dejamos de cantar y tragar con toda la basura con la que nos están alimentado, empezamos a darle a las cacerolas, a protestar, a responder a este golpe de estado gestado por los menos preparados, los más malos y los más soberbios, acabaremos siendo esclavos del mal. 

De la mentira institucionalizada.

De la verdad única.

De la dictadura regre.

De la maldita soberbia que contenía la marmita en la que cayó Pedro el sepulturero al nacer. Y ahí sigue chapoteando.








miércoles, 22 de abril de 2020

Mentiras, episodio II.


Empecemos por el porqué del título. Iba a llamarlo simplemente “mentiras”, pero resulta que ya titulé así un artículo en septiembre el 2012. Nada extraño, por otro lado, teniendo en cuenta que vivimos rodeados, inmersos, atados y manipulados por la mentira desde que nacemos. Cuando no adictos a ella. 
Que lo de “mentiroso compulsivo” por desgracia no es el título de una película americana o una comedia de situación que tanto se llevan ahora, sino un trastorno psicológico que sufren muchas personas. Muchísimas. Demasiadas. Y en puestos relevantes. Con inmensas responsabilidades. 
Esos puestos que, por puro instinto de supervivencia de la especie, tienen que ocupar los más preparados. Y no hablo del tan manido macho alfa que lidera la manada. Eso por suerte ya lo superamos hace siglos. Ya no somos animales, ni homo sapiens recién llegados de allende del mar mediterráneo, ni miembros de una sociedad primitiva en plena evolución. Estamos en el siglo XXI. No pasamos por Babilonia, por Judea, por Grecia, por Roma, por el cristianismo, por el Sacro Imperio, por el Imperio español y su eterna herencia llamada hispanismo, no pasamos por toda la evolución social, intelectual, cultural y científica, para ser dirigidos por animales guiados por sus instintos básicos. Cuando no por su afición por los pecados capitales. 

Esta piara no es la más preparada. De eso no hay duda. 

Los más preparados son los de siempre, hoy en día con más razón: los expertos, los sabios, los trabajadores, los inteligentes, los buenos, los rectos, los solidarios, los honrados, los sinceros, los altruistas, los justos. Pero de estos pocos veo en puestos clave de nuestro inmenso poder ejecutivo. Que no por inmenso es acertado en sus decisiones y correcto en sus actuaciones. Lo que veo, lo que vemos, son ineptos vividores, floreros impuestos por los naZionalistas, enfermos de yoismo adictos al espejo y al teleprónter, golpistas regres oliendo la sangre del empresario mientras acumulan propiedades, engendran niños y satisfacen a las hembras mono-neuronales de su entorno. Por turnos. Para compensarles con un ministerio y volver a salir a rondar cual perro en celo.

¿Y qué pasa cuando gobiernan (junto a estos dementes) los menos indicados, los “ninistros” como Garzón, las hembras despechadas con ansias de venganza, los filósofos de la improvisación, los macarras de lupanar y otra decena de desconocidos que según el BOE existen, son ministros y cobran?

Pues que todo se va al garete. Dicen los filólogos que lo de “irse al garete” viene del francés “être égaré”, estar a la deriva, extraviado. Será así.


Y así es.

No hay duda de que estamos a la deriva. Muchas fotos, muchos memes y varias viñetas han circulado estos días por las redes sociales, esas trampas en las que nos tienen atrapados tanto nuestra adicción como los censores del gobierno. Sin duda la mejor la de La Gallina Ilustrada, último reducto del humor con base, culto, patriótico y ajeno al pensamiento único del “Pequeño Hermano” que nos vigila. Porque de grande tiene bien poco. Pequeño en moral, enano en inteligencia y nimio en humanidad. Un primitivo, sucio y básico homo sapiens que acaba de descubrir su imagen reflejada en una charca de maldad. Hablo de Pedro Sánchez. Por si alguno se ha perdido.


Escribía en mi artículo de 2012:
la solemne apertura de sesiones del “Club Social de los Mentirosos”, también llamado Parlamento.  La sede de esos personajes a los que tan bien definió ayer Clint Eastwood en el congreso del partido republicano: “los que en el fondo son empleados nuestros, que deberían de estar a nuestro servicio y ser despedidos en el caso de no cumplir con sus obligaciones.”  Como sucede en cualquier empresa. Menos en la malvada multinacional llamada DemocraciaParlamentaria S.L.”.  Limitada en responsabilidades, obviamente, que no en prebendas y beneficios para sus empleados”.

Los parlamentarios, los ministros, los secretarios de estado, todos ellos son eso, nuestros empleados, los que nosotros elegimos para dirigir con profesionalidad y honradez la parte de la administración para la que están preparados.

Menos en España, donde ni los elegimos (nos los colocan bajo mano en base a acuerdos secretos con chantajistas naZionalistas, comunistas inmaduros y nada arrepentidos terroristas), ni son profesionales, ni tienen honradez, ni, por supuesto, están preparados para su cometido.

Como si me pusieran a mí a dirigir una operación a corazón abierto en un quirófano.

Si aceptamos que un enfermo, egotista, mentiroso, plagiador y falso doctor dirija el gobierno del Reino de España, todo vale.

O no. En nuestras manos está cambiarlo.




lunes, 6 de abril de 2020

¿Y si es el final?


Leyendo el otro día una de esas frases virales tan en boga, que decía algo así como “¿Y si nos están engordando para comernos después?”, tuve ese momento de abatimiento por el que sin duda habéis pasado todos y cada uno de vosotros. Por no hablar de los que ya han estado ingresados, los que aún quedan abandonados y aislados en los hospitales o los que han perdido a algún familiar o amigo. Un fuerte abrazo a todos ellos. Poco más puedo hacer que pensar en ellos.

En ese momento de bajón y mirándome al espejo me pregunté, con absoluta seriedad, si lo que estamos viviendo, esta pandemia de mortíferos virus de todo tipo, color y tamaño, aunque predomine el rojo “regre”, si esta desgracia no podría ser el final de todo.

¿No será esto el apocalipsis anunciado?

Porque una cosa la tengo clara: aunque la mayoría de los españoles nos lo estemos tomando con humor, intercambiemos fotos, chistes y frases ingeniosas, le busquemos el lado bueno a la situación y cerremos los ojos ante la realidad que se está viviendo fuera de nuestra segura madriguera en la que estamos confinados, la cosa no pinta bien. Nada bien.

¡Qué se lo expliquen a los familiares de los miles y miles de fallecidos que llevamos a estas alturas! Como bien dice Itxu Díaz en un reciente y muy recomendable artículo: “Nos están arrebatando jirones de lo que somos, en medio de distancias de hielo, y convertidos en tristísimos números a los que apenas se puede llorar”. Frase lapidaria sin duda. Y real. Y muy triste.

Quizás el símil más apropiado para nuestra situación sea justamente esa Semana Santa en la que estamos inmersos: esos días tan importantes para los cristianos creyentes, que relatan los históricos hechos que comienzan con la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén hasta su resurrección una semana después, pasando por hechos fundamentales como la unción, la traición, la última cena, los interrogatorios, la flagelación, la crucifixión y la muerte. En algo nos parecemos al cordero que están llevando al sacrificio: engañados, manipulados, traicionados, encerrados, castigados y, muchos, demasiados, finalmente crucificados.

Suerte que al final nos queda la resurrección. Para los que creemos en ello. (Por ahora solamente he visto “Quo Vadis”. Si pienso que aún quedan “Los 10 mandamientos”, “Barrabás”, “Jesús de Nazaret” y tantas otras películas histórico-religiosas, las asociaciones a los hechos sucedidos en Jerusalén hace dos mil años seguro que se multiplicarían). Asociaciones que sin duda son más apropiadas que los chistes y las chanzas con los que nos van a deleitar los otros, los de la ceja, los titiriteros y títeres en impúdica orgía. Porque estos, ni cortos ni perezosos, estrenan creo que mañana una serie de humor sobre la cuarentena. Si alguien cree que es un momento idóneo para relativizar el sufrimiento y tirar de humor de brocha gorda, colocar a los amiguetes de siempre y usar una herramienta más para maquillar la realidad, que me lo explique. Yo no lo entiendo. Ni lo acepto. Es vomitivo. Irrespetuoso. Vil. Como si durante una hambruna proyectaran un especial sobre los mejores asadores de España. O los ridículos informes sobre la mejora general del clima durante esta cuarentena. O que las apuestas deportivas han caído en un alto porcentaje. Garzón dixit. Ese ministro. Todo vale para no afrontar la realidad. Para no dar la cara. Para no asumir responsabilidades.

Pero no, ellos a lo suyo, en vez de sonrojarse y soltar un humilde “la culpa es nuestra”, han decidido que nos toca tragar chistes fáciles y sufrir sesiones de psicología infantil en boca de Carlos Bardem y sus secuaces. ¡Lo tienen claro! 

Por ahora la paciencia y la esperanza, pero también la rabia y la sed de justicia, se imponen en nuestras cabezas, pero con un margen cada vez más estrecho sobre la claudicación. El asumir conscientemente que nada volverá a ser lo mismo. 

La inmensa mayoría de los españoles no hemos pasado por una desgracia de este calado. Y de los que lo vivieron en la guerra y postguerra ya pocos quedarán mientras escribo esto. Están cayendo como pajaritos en un alambre, abatidos por arrogantes y egoístas francotiradores bien escondidos tras sus pantallas, sus usuarios en redes sociales, sus oportunos canales de youtube y sus cuativos periódicos. Aquí tienen panfletos de sobra. Y todos obedientes. O casi. Comprados todos estos cómplices manipuladores con dinero de todos los españoles. Con ese dinero que según los listos socialistas “cae del cielo”, no es de nadie y se puede gastar a destajo. Para sus caprichos, claro está. O para dar forma, color y sonido a sus mentiras.



Que los nuevos tiempos que vienen traerán tristeza, desconfianza, odio, discriminación, ruina económica y un profundo cambio social, es indudable. Casi todos sufriremos. Aunque siempre habrá impresentables que saquen provecho de la desgracia ajena. Inversores a la caza de gangas, intermediaros sin escrúpulos, productores de series, tele-operadores y, como no, políticos

Esos personajes preparados e eficientes elegidos por nosotros para dirigir nuestra nación. Algo que no debemos olvidar. Muchos les votaron. Igual tendrían que reflexionar un poco. Tiempo les sobra entre falsas ruedas de prensa, oportunas comedias y pestilentes arengas totalitarias.


¿Y si es el final?


P.D. Igual toca expulsar a los mercaderes del templo. Creo que hoy es el día.