lunes, 11 de octubre de 2021

Numerología ante el 12 de octubre

En tiempos de continuas mentiras oficiales, encuestas manipuladas y memorias histéricas varias que intentan cambiar el presente y el pasado (para asegurar el futuro placentero de una minoría de descerebrados populistas y naZionalistas), quizás toque volver a una pseudociencia, la numerología, para rematar la demencia que no sólo nos rodea, sino que sobre todo y por desgracia nos desgobierna.

Nos explica la Wikipedia, esa enciclopedia abierta en la que todo el mundo puede añadir, corregir, manipular e inventar contenido (esta cuenta de Twitter, permite por ejemplo seguir todas las ediciones realizadas anónimamente desde instituciones oficiales españolas… y en horario laboral, por cierto), gigantesca recopilación del saber que al final ha acabado siendo una fuente fidedigna para la mayoría de los temas gracias a la supervisión y corrección por parte de abonados, estudiosos, expertos, prestigiosas instituciones y muchos particulares (y lógicamente también controlada gobiernos, logias, multinacionales, autoridades religiosas, partidos políticos y demás asociaciones con fines comunes, ocultos o declarados), dice pues la Wiki que la numerología es un “un conjunto de creencias o tradiciones que pretende establecer una relación oculta entre los números, los seres vivos y las fuerzas físicas o espirituales…”.

Se trata por lo tanto una pseudociencia, como la astrología, creencias que, a pesar de carecer de cualquier base científica, siguen muy presentes en todas las culturas y son algo que tenemos interiorizado todos, heredado de generación en generación. Como los refranes y dichos populares, pero simplificado con números que supuestamente significan algo. Como la esotérica cábala judía, a cuyas "verdades" aún sucumben hoy en día famosos, iluminados y drogadictos de todo tipo. Por otro lado, también tenemos las fechas de hechos históricos, como el que conmemoramos hoy, o la correlación de números con letras, algo usado para recrear nombres o frases usando la respectiva posición de una letra dentro del alfabeto, como el 88 que usan los neonazis para hacer referencia a la letra hache, es decir, al “Heil Hitler”. Por cierto, aquí tenemos una reciente y clara demostración de la vigencia de esta simbología numérica: Austria prohibió el uso de los números 18 (Adolf Hitler) y 88 en las matrículas hace unos años (también eliminó la combinación de letras IS, en referencia al ISIS, o de las SS, por las Schutzstaffeln del Tercer Reich). Por no hablar de la planta 13 en los rascacielos o la relación de victorias de Ángel Nieto, número eliminado por su asociación a la mala suerte, algo imposible de eliminar de la mente occidental.

Y como mañana será 12 de octubre, una fecha clave para nosotros, los españoles, y por extensión para todos los europeos y los hermanos hispanoamericanos, voy a hablar un poco de fechas, de números, de su significado y su importancia.

Tranquilos, obviaré incidir en los números simbólicos más conocidos y utilizados por todos nosotros, como el 7, el 13, el 21, el 666, el 777 o el 1582 (esos Nikis); me centraré en tres números: el 1, el 12 y el 52. Pero no desde un enfoque religioso, mágico o adivinatorio. De eso que se encarguen predicadores, magos, chamanes, imanes, antipapas, médiums, camellos y demás intermediarios entre nuestra mente y el más allá desconocido; lo mío es más simple y va relacionado con la fecha de mañana, con nuestra organización administrativa provincial (y también de un grupo de luchadores) y con el uno, el primero, el principal, símbolo de inicio y, ante todo, de unidad.

Doce de octubre, XII en números romanos, día del descubrimiento de América por una expedición marítima hacia lo desconocido que emprendió el Reino de España el 3 de agosto de 1492 desde el puerto fluvial de Palos (en Huelva, la provincia 21 de nuestra patria, España, número asociado a tantas cosas que no es preciso que detalle aquí ni ahora. Para eso está Google, para lo demás, Mastercard).

Doce de octubre, XII en números romanos, una de las fechas más importantes de la historia de nuestra civilización occidental, o quizás la que más para toda la humanidad, evento clave para la evolución social, económica y cultural del mundo de poniente, para el nacimiento del hispanismo, para la existencia de tantas naciones hermanas en el por entonces nuevo continente y por desgracia también para la desaparición de las tribus indias del norte del continente, exterminadas sin piedad por los colonos del norte europeo, en especial por anglosajones, holandeses y alemanes. Aunque esto empezaría siglos después del desembarco español en el nuevo mundo. Por mucha leyenda negra creada en oscuras habitaciones del frío, bárbaro y desapacible norte de Europa, por simple envidia e intereses económicos. Leyenda negra que, ante la desmemoria histérica que el globalismo de la Agenda 2030 intenta imponer con su indigenismo y demás sandeces, está siendo rebatida en grandes obras y por prestigiosos escritores a ambos lados de ese océano atlántico que no nos separa, sino que nos une, como Elvira Roca Barea aquende y recientemente Marcelo Gullo Omodeo allende los mares. Esos mares que cruzó Marco buscando a su madre, para que los menos leídos pero teleadictos lo entiendan.

El cincuenta y dos, 52, LII en números romanos, algo ya eliminado del currículo formativo de esta nueva sociedad que están creando. Y destrozando. Número que, sin cábalas, trampantojos o interpretaciones, simplemente es la suma de cincuenta provincias y dos ciudades autónomas, unidades administrativas que componen nuestra nación, España. A las que con añoranza histórica muchos sumaríamos los cinco virreinatos
americanos y demás provincias de ultramar. Pero la historia, pasado es. Y no se puede reescribir, cambiar o tergiversar. Aunque tantos y tan variados malvados y dementes se dediquen a ello noche y día. Allende y aquende, como ya dije antes.

El cincuenta y dos, 52, LII en números romanos, que por casualidad es el número de valientes que están defendiendo, unidos bajo las siglas de VOX y desde sus escaños en el Congreso, la unidad de España, la justicia, la libertad y el futuro de nuestros hijos y nietos. Pero esto es pura casualidad, que nadie busque ahora asociaciones místicas. Podrían bien ser 50 o 53. O quizás 99 en un futuro próximo. Nunca se sabe.

Y llegamos por fin al número más importante. Volvemos al inicio. 

Al uno, 1, I en números romanos. Al "alpha" numérico, que no es lo mismo que alfanumérico. A un número que no solamente significa el principio de todas las cosas, de todas las cuentas, de todas las historias, sino que simboliza también y sobre todo la unidad. Esa unidad que es necesaria para que todo funcione. Ese 1 del “todos a una”. El uno de la solidaridad, de la cooperación, de la unión en una empresa común. Un número que siempre une y nunca separa, un guarismo indivisible. Y que por lo tanto también simboliza la unidad de España. Y que nadie se ponga nervioso, tire de prejuicios y leyendas negras, remueva a los muertos en sus tumbas, tape verdades y publique mentiras sin base histórica, simples relatos para acompañar sus malvados planes de futuro, y se atreva a recordar y maldecir con saña el antiguo lema de “Una, grande y libre” y empiece a llamarme franquista, fascista o cualquier otro epíteto similar.

Aunque me importa bien poco lo que digan los demás; porque al fin y al cabo se trata de un lema precioso  que no significa nada más que lo que enuncia (que es mucho, por otro lado), sin tener que elucubrar, leer las estrellas, consultar antiguas escrituras, pagar a un vidente, sobornar a un alquimista o pegarse una ronda de peyote: una, grande y libre, simple, llana y comprensible hasta para iletrados políticos y tertulianos desquiciados, quiere decir: unidad, grandeza y libertad. Que es lo que queremos todos para nuestra querida patria. Y por lo que suspiran y luchan tantos españoles en las 50 provincias y dos ciudades autónomas que componen nuestras nación. LII en números romanos. Cincuenta y dos, como el número actual de diputados de VOX. Suerte que odio las pseudociencias. Y en especial la numerología. Se trata de una simple casualidad.

Feliz 12 de octubre, queridos compatriotas. Feliz 12 de octubre, hispanos de allende los mares.

¡Viva España! ¡Viva la Hispanidad!







martes, 5 de octubre de 2021

Del 38 al 7

Aunque el título sea un poco críptico, confío en vuestra sagacidad, estimados y fieles lectores, para descifrarlo. Conociendo encima la falta de discreción y la adicción a la redes sociales de la mayoría de todos nosotros, poco durará el misterio. Pero ahí queda, para solitarios ermitaños y “downshifters” tecnológicos. Que haberlos, haylos.

Este mes se cierra un círculo en mi vida que me lleva, de manera sorprendente pero totalmente casual, a mediados de los años 60. Por lo menos en lo que se refiere a mi domicilio. Y por suerte no se trata de un círculo de fuego (ni de un amor ardiente), un “burning ring of fire” como cantaba el hombre de negro, sino de una inmensa alegría por haber cambiado nuevamente de hogar (van 9 mudanzas en 20 años), por empezar de nuevo, por desprenderme de trastos sin usar, de ropa deshilachada, de papeles desfasados, de periódicos amarillentos, de navajas romas, de salsas caducadas y de agobiantes recuerdos de encierros, pandemias y nevadas. Soltando lastre.

Ahora que lo pienso, quizás la fiesta blanca con Filomena no debería figurar en el debe de la ecuación: tuvo su gracia rescatar a policías de sus coches encallados, vestirse de Reinhold Messner para sacar a un amigo a pasear y alucinar con el metro largo de nieve que cubría calles, plazas y jardines. Y repetiremos, ya que como bien sabéis llega el apocalipsis climático anunciado por voceadores sin conocimientos, tertulianos multi-talento, enfermas marionetas como Greta y gobiernos cómplices sometidos a una nefasta y destructiva agenda globalista; ese supuesto desastre ecológico que nos permitirá ver nevadas en pleno agosto, bañarnos por Navidad en el río Manzanares como si viviéramos en las antípodas (cuya existencia por cierto una de nuestras “ninistras” desconocía), hacer bobsleigh en el Cerro del Tío Pío, sembrar marihuana en otoño para recolectarla en primavera y admirar simultáneamente las dos bóvedas (sic), Ártico y Antártico, que protegen nuestro hogar, la madre tierra, de todo mal, de los virus, del frío, del calor, del creciente precio de la luz, de los bebelejías, de los negacionistas en general, de Ayuso y sobre todo de VOX. Pedro Sánchez dixit.

Trasladados los enseres básicos, los deuvedés que pasan directamente al desván, los libros, cuadros, fotografías, bufandas, banderas, armas blancas y oscuras y gadgets varios, las especias, la colonia del pequeño Calvino, las jarras de cerveza y todos aquellos recuerdos que se van acumulando mudanza tras mudanza, etapa a etapa, llega el “déjà vu” de siempre. Me siento en el sofá, miro a mi alrededor, y todo sigue estando en su lugar. Al frente, a diestra y siniestra, a mis espaldas. Todo sigue ahí. Cambia el continente, el contenido sigue siendo el mismo. Desde hace 20 años. Que no son pocos. Si fuera una póliza de seguros el perito no se creería que el contenido no ha crecido en dos decenios. Y yo diría que hasta ha disminuido. Ese lastre ya nombrado antes, que queda hundido para siempre en un mar de tranquilidad como el que usó el Apolo XI para aterrizar en la luna.

Quedaba pues poco por hacer, esperar al instalador de la fibra óptica, configurar redes, contraseñas (esta vez con gentil ayuda femenina) y pasar al estreno oficial del nuevo Rommeland (el tercero por eliminación de una fase que no computa). Una fiesta de inauguración que se limitó a lo básico, que ya sabemos todos que somos de desayunar fuerte. Tabaco, cerveza, güisqui, música y buena compañía. Y en este caso con dos invitados especiales, los operarios de Vodafone, que aguantaron estoicos nuestros chistes, risas, interrupciones, canciones y preguntas. Dos simpáticos mozos, uno negro, alto y trabajador, otro blanco, bajito y más dado a chatear que a echar una mano al compañero. Como entenderéis mi pregunta borde de: “¿Y tú qué haces?” dirigida al escaqueado no tardó en caer. No cambio. Y hasta el negro se unió a las risas. Por algo será.

En resumen, alegría, sonrisas, música y cerveza. Poco más se puede pedir. Que dure.