lunes, 22 de febrero de 2010

Carisma frente a soberbia

La soberbia es para los creyentes (cristianos) y según la definición generalizada, el peor de los pecados capitales. Todo mal comienza ahí, en el momento en el que Lucifer quiere igualarse a Dios. A renglón seguido van apareciendo los demás pecados capitales, que por si acaso siempre va bien recordar: la lujuria, la gula, la avaricia, la pereza, la ira y la envidia. No voy a dármelas ahora de filósofo ni entraré en discusiones eternas sobre la soberbia como sinónimo de orgullo y su valoración positiva en otras corrientes filosóficas (Nietzsche por ejemplo). Hablo de la soberbia como mal endémico del ser humano.

Cualquier proyecto en común corre innumerables riesgos de fracasar. Por falta de planificación, por indefinición, es decir, por carecer de un objetivo claro, por ser similar a otros proyectos ya existentes y quedar así diluido en la nada, pero, sobre todo, por la falta de un liderazgo carismático. No me refiero a la necesidad de que exista una única persona, claramente identificada y notoria, como condición “sine qua non “para que un proyecto triunfe, sino a la falta de carisma general que pueda hacer de contrapeso a la soberbia particular de personas que participan en el proyecto en concreto.

Sabemos de sobras lo difícil que es no caer en la soberbia (y en los demás pecados capitales). Porque a casi todos nos llega el momento en la vida en el que nos creemos poseedores de la verdad absoluta. Perdemos el norte creyendo que no hay nada ni nadie que nos pueda enseñar nada nuevo. Nadie nos puede hacer sombra, porque dentro de nuestro círculo íntimo, sea lo reducido o amplio que sea, hemos triunfado, hemos conseguido rodearnos de medianías o de acólitos, de personas que no nos discuten ni una coma de lo que decimos, que asienten cual ovejas atontadas a todo lo que decimos sin un atisbo de crítica. Y somos felices. Creemos que hemos triunfado porque nos hemos creado un grupo a nuestra medida. Hemos caído en la soberbia absoluta. Porque nos arrogamos nosotros mismos unos valores y unos triunfos que en el fondo solamente nos devuelve el espejo de nuestro propio ego, pero que no tienen su equivalencia en el valor real que tenemos dentro de la sociedad en la que nos movemos.

Lo que realmente valemos o podemos aportar a nuestros proyectos, a nuestro entorno, a nuestro trabajo, a nuestra lucha política o a cualquier otra actividad idealista y reivindicativa, no lo decidimos ni valoramos nosotros mismos delante de un espejito mágico que siempre nos devolverá aquello que nosotros queremos ver, al más guapo del barrio.

Lo que realmente valemos y aportamos al proyecto en común vendrá avalado por el carisma que tengamos. Por el magnetismo de nuestra personalidad que nos permita eliminar los “egos” soberbios de otros miembros del proyecto común mediante argumentos, actitudes ejemplares y un liderazgo basado en la ilusión, el conocimiento y el saber hacer, y todo ello desde la máxima humildad.

Si somos personas asociativas, si realmente tenemos ideales y participamos en proyectos de futuro junto a otras personas, dejemos de lado de una santa vez el YO en mayúsculas reflejado por el querido espejo y usemos el que nos otorgue el grupo como resultado de nuestro buen hacer por el proyecto en común.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Unplugged

Así es como denominan en el mundo anglosajón a los conciertos “acústicos”, literalmente “desenchufados”. Tampoco es nada nuevo, ya que es algo que siempre hemos vivido, desde jóvenes, teniendo en cuenta que en la mayoría de los casos nadie disponía entonces (ni dispone ahora) de la infraestructura necesaria en su casa para poder realizar conciertos “enchufados”, es decir, con micrófonos, amplificadores y altavoces. Y de estos conciertos, o encuentros con los amigos guitarra en mano, es de los que quiero hablar.

Tanto en Alemania como en los demás países del Norte de Europa es muy típico reunirse alrededor de un fuego, en casa de amigos o en locales públicos, para compartir un rato tocando cada uno un instrumento y cantando canciones conocidas por todos. Los anglosajones lo suelen llamar un “singalong”, que según el diccionario de la Universidad de Princeton se podría traducir como “un grupo informal cantando canciones populares”, aunque me gusta más aún la definición de la versión inglesa de la Wikipedia, que lo especifica como “cantar en grupo o en fiestas de forma menos formal que en un coro, pudiendo usar un cancionero. Los géneros que se suelen cantar son canciones patrióticas, himnos y “drinking songs”. Esto último seguro que a muchos lectores les sonará mucho, porque a pesar de no ser anglosajones la tradición española también contempla el canto en común de canciones de “beber”. Pues no vayamos a creer ahora que esto de cantar en grupo lo han inventado ellos, los bárbaros del Norte. Sin ir más lejos en nuestra querida España tenemos la secular tradición de la Tuna, que a pesar de tener un origen etimológico poco “correcto”, dado que proviene de la despectiva palabra tunante” (según la RAE un pícaro o bribón), es una tradición muy española que nos emociona a muchos, cuyas canciones seguimos con fervor y que es parte de nuestro patrimonio nacional, cultural y espiritual.

¿Y a qué viene todo esto? Pues resulta que el fin de semana pasado participé en 2 “singalongs” improvisados, uno en casa de mi prima y otro durante una calçotada (tradición catalana en la que se degustan cebolletas del tipo “Blanca Tardana de Lérida” a mansalva como excusa para poder beber) en casa de un amigo. En ambos casos la diversión fue máxima, y teniendo en cuenta que ni canto bien ni soy un as con la guitarra esto dice mucho a favor de estos eventos. Es una pena que la gente joven esté perdiendo esta afición, porque la creatividad musical y la unión que genera el compartir la música en general es un valor que debería preservarse para las futuras generaciones. Pocas cosas hay que hagan aflorar los buenos sentimientos como lo hace la música, y si encima puedes sentirte partícipe de ella, si puedes cantar o tocar un instrumento, aunque sea el bombo, seguro que sentirás emociones que de otra forma no puedes conseguir. Siempre he pensado que al sistema educativo español le falta incidir un poco más en las asignaturas de música (aquí hablo de oídas, realmente desconozco hasta dónde se llega hoy en día con la educación musical en la formación elemental), algo que si sucede por ejemplo en la educación germana, en la que todos los alumnos aprenden a tocar un instrumento, bien o mal, aparte de adquirir nociones básicas de solfeo y de historia de la música.

Promovamos pues el canto y la música en unión con los amigos, sin verlo como una cosa antigua o trasnochada, porque no hay nada mejor que acompañar el beber con la compañía y las canciones apropiadas.