lunes, 21 de octubre de 2019

Del Mar Menor al mal menor


Podría haber sido peor, dicen por ahí los iletrados tertulianos, los vendidos periodistas, los maquiavélicos políticos, los guarros argentinos infiltrados en nuestras instituciones y demás especímenes que no aportan nada a nuestra sociedad. Y se entiende: los periodistas y tertulianos necesitan polémicas, incidentes, traiciones y violencia para seguir explotando el sufrimiento de muchos para su penosa algarabía; los políticos se agarran a sus votos (y con ello a sus sucios acuerdos con separatistas y terroristas) como garrapatas a la piel del animal, para seguir ocupando sus poltronas e ir sumando legislaturas que garanticen sus pensiones vitalicias; y finalmente la rancia y casposa izquierda radical, los antisistema, los okupas, los menas y demás lumpen que se aprovechan de la agitación social para dar rienda suelta a sus odios y su envidia y así llevarse una parte de la tarta, ya sea asaltando comercios, destrozando  mobiliario urbano o hiriendo a ciudadanos inocentes y a nuestros valientes y abandonados miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad. Entre ellos a Iván, un policía de 41 años y padre de dos hijos, que a estas alturas aún se debate entre la vida y la muerte sin que el racista Torra se haya preocupado por su estado. ¡Ánimo, Iván!


Hablamos de una importante región de España, Cataluña, pilar de nuestra patria común y motor económico durante muchos decenios. Y no por ser sus habitantes de raza superior y tener un ADN puro, ni por ser más hábiles, más laboriosos o serios: Cataluña ha liderado el desarrollo social y económico del Reino de España por un chantaje continuado, desde finales del siglo XIX hasta nuestros días, que siempre ha cristalizado en inversiones, subvenciones y ventajas fiscales. Todo con tal de no tener que sufrir el nacionalismo feroz, la violencia y la guerra civil que siempre han usado los adinerados burgueses catalanes como moneda de cambio para conseguir sus beneficios. Al estilo del tinglado que se sacaron de la manga los beodos hermanos Arana en las provincias vascongadas: un relato histórico inventado, una manipulación de la sociedad cautiva e iletrada gracias a la contraeducación continua, una constante y nada velada amenaza de muertes y violencia (como bien llevaron a cabo los terroristas de ETA que ellos alumbraron) y unos beneficios generosos para las acomodadas y clasistas familias dirigentes.

Como el símil que propongo en el título: nuestro querido Mar Menor. Abandonado por el poder central, explotado por múltiples administraciones cautivas de sus siglas partidistas y destrozado por intereses económicos de los siempre presentes familiares y amigos, hasta el punto de que han dejado sin oxigeno a todos los seres vivos, ahogándolos en su charca de favores, malas planificaciones, contaminaciones conocidas y toleradas y las múltiples obras inapropiadas. El afán de riqueza y el nepotismo contra el medio ambiente. El afán de poder y el nepotismo contra la mayoría de la sociedad catalana. El Mar Menor arrasado, el mal menor que según los políticos han sufrido Cataluña y en especial Barcelona.

Mientras sigan en libertad y con poder ejecutivo los animadores socio culturales y dinamizadores de la demente revuelta catalana, léase Joaquím Torra y su corte tractoriana, sostenida por las ovejas abducidas encuadradas en los CDR, los antisistema tolerados por Colau e importados de toda Europa y los menas traídos por las mafias negreras oenejetas cómplices de la burguesía catalana, poco cambiará. 

Como si se tratará de una sesión de “Design Thinking”, tan de moda en el mundo empresarial, pero a la inversa: sesiones de trabajo en común (de ahí "los Comunes") para ver como destrozamos un proyecto que ha costado siglos y siglos en ser construido.

Y encima el maldito y demente Torrá tiene el inmenso morro de anunciar a bombo y platillo que pasadas las elecciones del día 10 de noviembre liberará a todos los golpistas sentenciados.

Y si lo anuncia es porque es muy consciente de los triunfos que tiene en su mano: sus votos y los de los demás partidos separatistas serán cruciales y necesarios para que Pedro Sánchez vuelva a desgobernar España. Y ese caramelo al falso doctor no se lo quitará nadie, aunque para ello tenga que dejar a la mayoría de los catalanes sin oxígeno. Como si fuera el Mar Menor. Y siendo para ellos un mal menor. Peor sería que perdieran el poder, sus sueldos, sus privilegios y su estatus social.

¡Qué más da que se mueran millones de peces!

¡Qué más da que arruinemos la vida a cinco millones de catalanes!


P.D. Suerte que la otra Cataluña, la mayoritaria, la que es tan catalana como española, sigue viva. Por lo menos en el estadio del RCD Españyol, último reducto deportivo que sigue resistiendo ante el acoso nacionalista. Y eso que la directiva tampoco está por la labor. Suerte que nuestra masa social sigue siendo ejemplar.





martes, 15 de octubre de 2019

Hispanismo versus nacionalismo


He esperado tres días en ponerme a escribir esta pequeña entrada: desde el pasado sábado, 12 de octubre, día de la Hispanidad, hasta hoy, 15 de octubre, he tenido la santa paciencia (y me ha costado lo suyo) de no dejarme llevar por la ilusión y la alegría que significó la asistencia al desfile de las Fuerzas Armadas, el haberme encontrado por pura casualidad con Alba y de paso haber conocido a Sergi y Ruth, simpáticos pericos catalanes y nuevos miembros de la creciente colonia de exiliados en esta bella Villa y Corte llamada Madrid (y quién sabe si los futuros presidenta y secretario de la Peña Españolista de Madrid).

¿Y a qué se ha debido esta espera? Pues es muy simple: coincidía este fin de semana festivo con la filtración de la sentencia del “procés” (ya me gustaría saber quién ha sido el chivato que se ganó las albricias anunciando la buena nueva a los golpistas) y todo lo que ello conllevaba: la rabia por la sentencia, los previsibles incidentes que iban a producirse y la gran pena que siento al saber que esta pesadilla no tienes visos de acabar, sino que más bien parece que se va a eternizar, con todo el dolor y el drama que ello conlleva. Por todo esto no me puse a escribir el mismo sábado: habría resultado un simple y superficial relato del desfile, de sus anécdotas, de las lógicas risas y las pertinentes cervezas al intenso sol que acabó quemándonos las espaldas, pero manco de la trascendencia de la sentencia contra los golpistas separatistas y de todo lo que ello significa como contrapunto a la alegría del día de la Hispanidad. Hubiera sido un relato del Yin sin el Yang, del Bien sin el Mal. Y por desgracia, el mal sigue existiendo. Y en este caso se llama “nacionalismo”.

Empecemos por lo bonito. Por el lado bueno de la historia. Por el “hispanismo”: un sentimiento, una filosofía y una manera de entender la vida como algo positivo, algo que une, que representa muchos siglos de evolución, de historia, de cultura, de esfuerzo común, de unidad en la diversidad. Asimilable a lo que significa el “españolismo” (ser seguidor del RCD Españyol) al mundo del fútbol.

Había quedado con algunos amigos en la estatua de Indalecio Prieto en Nuevos Ministerios, una elección como mínimo controvertida, teniendo en cuenta lo siniestro del personaje en cuestión: golpista contra el gobierno legitimo de la república en 1934, culpable de innumerables muertes y expoliador de museos y fortunas particulares, para acabar fugándose a Méjico con todo lo arramplado. Pero la suerte hizo que me tropezará unos cientos de metros más al norte con la amiga Alba y que lo de vernos en la funesta estatua quedara olvidado a las primeras de cambio. 
Y fue todo un acierto: al rato se nos unieron dos amigos de Barcelona, pericos ambos, y a partir de aquí el rato que pasamos a escasos metros del palco de autoridades intentando atisbar a la soldadesca, a las autoridades y descubrir que vestido llevaba Letizia, voló entre risas, fotografías y pequeñas anécdotas que anoté para ilustrar un poco este escrito ya previsto de antemano. A nuestro lado, por ejemplo, se sentaron dos matrimonios originarios de Castelldefels (Castefa para los insiders), una casualidad como tantas otras, teniendo en cuenta que por ahí andaban cientos de miles de españoles intentando pillar un lugar con un mínimo de visibilidad. Sus sonrisas cómplices ante  nuestros cánticos de “Puigdmemont a prisión” contrastaban con las caras de no entender nada de las japonesas que teníamos a nuestra derecha, y que a pesar de todo aplaudían con educación y recato todo aquello que a nosotros nos emocionaba: la Patrulla Águila, los helicópteros de rescate marítimo, los cazas, los imponentes Airbus o los paracaidistas descendiendo desde lo alto con nuestra querida enseña nacional (dejo para la parte fea del relato hablar del cabo Pozo). Hubo foto con un voluntario que se autoproclamó ser la “cabra” de la Legión, grandes risas avisando a un joven matrimonio que teníamos delante de que estaban asesinando a su pequeño oso panda con las ruedas del carrito (ni que fuera Borja), acabando la agradable mañana con un distendido refrigerio en una terraza cercana, un tuit anunciando a Tomás Guasch la buena nueva sobre su “nuera” y planificando ya futuras citas, entre ellas un asalto directo a las tropas enemigas del Bar Capuccino.

Una gran mañana, soleada, con risas, cánticos, complicidad, respeto y amistad. Y por lo que me cuentan desde Barcelona, ahí el día transcurrió de forma similar: sol, alegría, unidad, igualdad y libertad. Com Déu mana. Como tiene que ser.

Pero claro, todo sueño tiene su triste despertar. Y el nefasto nacionalismo que tantas desgracias ha causado en Europa en los últimos siglos, siempre acecha. La sentencia del procés, que ya empezaba a embrutecer todo lo bonito vivido el sábado, acabó por amargarnos el domingo y remató el siempre maldito lunes con los intolerables incidentes en Barcelona y Gerona. Y, sobre todo, con la benevolente pena impuesta, que permitirá a la Generalitat soltar a los golpistas antes de las próximas Navidades.

Una sentencia perfecta para Pedro Sánchez (que éste privilegiado alumno de Maquiavelo ha presionado e influido descaradamente en la abogacía del estado, en la fiscalía y hasta en los magistrados está fuera de toda duda), con el racista demente Quim Torra revolviendo el hato y lanzando a la adoctrinada juventud catalana a la calle sin contemplaciones; sentencia que culminó de forma nefasta estos duros años pasados desde el intento de golpe de estado de 2017, para disgusto de la mayoría de los catalanes y del resto de españoles. 
¿Cómo pagar los favores (en forma de votos) al separatismo sin tener que indultar a los condenados? Pues muy fácil: forzando una sentencia por sedición, y con ello las más que seguras medidas de gracia que podrá aplicar la Generalitat sin que nadie pueda oponerse. Todo calculado. Y pactado. A espaldas de los ciudadanos. Riéndose de la separación de poderes. Ninguneando a la mayoría de los ciudadanos de Cataluña que no son separatistas. Las treinta monedas de plata de siempre.

Y a esta desgracia de epílogo del fin de semana habría que añadir las intolerables, asquerosas, y penosas bromas sobre el bueno del Cabo Pozo, que tuvo la mala suerte de chocar con una farola antes de poder tomar tierra con la bandera nacional (maldita sea mil veces la impresentable Anabel Alonso), cuando se ha pasado toda su vida sirviendo con honor a nuestra patria; el vil y traidor puñetazo de un tal Joan Leandro Ventura a una señora ya entrada en años por el simple hecho de ondear una bandera de su tierra en Tarragona, o el abuso de un corpulento mozo separatista arrebatando la bandera y cogiendo por el cuello a una chiquilla en el Paseo de Gracia de Barcelona; y, para rematar, la indecente, asocial, injusta e intolerable ocupación de las calles, las estaciones y el aeropuerto por parte de las huestes de los enfermos separatistas.

Solamente faltaban los no por esperados igual de asquerosos comunicados del maldito Barza, del payaso Guardiola y del iletrado Xavi, la inacción de los Mossos, el apoyo de Pablo Iglesias y demás ratas a los nazis catalanistas y la sectaria programación de TV3, para acabar maldiciendo este maldito lunes 14 de octubre, que quedará en los anales de la historia como una más de tantas traiciones a nuestra patria, a la libertad y la justicia.

Y encima dos días después de nuestra gran fiesta común.

Hispanismo frente a nacionalismo. El bien frente al mal. Y lo que nos queda.




jueves, 10 de octubre de 2019

Casposos


Oí el otro día al volver de Vistalegre algún comentario entre jocoso y maleducado llamándonos casposos. Y a pesar de que me entró por un oído y me salió por el otro, cual AVE al máximo de potencia entre Zaragoza y Lérida, algo ofendido sí que me sentí. Me explico.

Aparte de la definición oficial de mi querido DRAE, es decir, “que tiene caspa”, casposo también es una expresión coloquial y despectiva muy común para referirse a una persona u objeto “que llama la atención por estar anticuada o pasada de moda”.

A partir de esta definición, casposas pueden ser tantas cosas, ideas o maneras de actuar, que siempre dependerá de quien use la expresión y en que contexto la utilice para insultar a alguien o describir algo.

En España llevamos ya más de cuarenta años de democracia (o por lo menos así llaman a nuestro sistema político), lo que vienen a ser más de cuarenta años en los que se ha denominado casposos de forma insistente y sistemática a todos aquellos que no comulgan con las ideas y convicciones propias del pensamiento único de la arrogante progresía, la izquierda cavernícola y de los adeptos a las nuevas y tan dañinas “religiones”: climáticas, de género, animalistas, veganas, amigas de las pseudociencias, vegetarianas, seguidoras del Reiki, de la talasoterapia, terraplanistas, adoradores  de Mr. Spock, asaltantes del área 51, furibundos antivacunas o oenejetas colaboradores de mafias esclavistas.

Con el sucio, iletrado y amoral policía “Torrente” como arquetipo del ser “casposo”, los supuestos progresistas han tachado y tachan como “lleno de caspa” a todo lo que no cuadra con su manera de entender la vida, la historia o la sociedad. O que no entienden. Y en su suprema ignorancia se quedan tan panchos insultando a una gran parte de la sociedad.

Ser cazador es casposo, ser religioso es casposo, leer es de casposo, amar a tu patria es casposo, ser heterosexual es casposo, aborrecer el sexo sin amor es casposo, peregrinar es casposo, tener un coche diesel es casposo, ir en Vespa es casposo, leer la prensa (menos El País, claro está) es casposo, respetar al prójimo es casposo, rezar es casposo, regalar flores es casposo, dar las gracias y pedir algo por favor es casposo, trabajar para vivir es casposo, madrugar es casposo, comer carne es casposo, llevar un Fred Perry es casposo, jugar al billar de carambolas es casposo, odiar el reguetón es casposo, no mirar series en Netflix es casposo, en fin, nuestra vida es casposa. Y mucho. Según “ellos”, claro está.

Pero puestos a analizar la realidad, lo verdaderamente casposo es todo lo contrario.

  • Casposo es llevar una camiseta del Che Guevara, un asesino de homosexuales, déspota y violento.
  • Casposo es cantar la “Internacional”, himno del peor sistema político que ha sufrido el ser humano y culpable de cientos de millones de muertos.
  • Casposo es enarbolar la tricolor bandera republicana, símbolo de una república dictatorial, asesina y única causante de la triste Guerra Civil que sufrió España el siglo pasado
  • Casposo es negar los avances médicos y científicos y renegar por ejemplo de las vacunas.
  • Casposo es vivir seis meses a tutiplén a costa de los impuestos de los demás, por trabajar unas ridículas veinte peonadas en Andalucía gracias al PER (que tan bien sabe explotar el PSOE para arramplar con los votos cautivos).
  • Casposo es levantar el puño en una manifestación mientras en la otra aguantas un móvil de última generación
  • Casposo es llamar “bestias con taras en el ADN” a los ciudadanos de otras regiones de España.
  • Casposo es implorar ayuda a Dios desde el monasterio de Montserrat para conseguir una independencia que no desea ni un 30% de la población, y encima rodeado de monjes pederastas o encubridores de ellos.
  • Casposo es exhumar a Franco para contentar a la galería mientras pestilentes estatuas de La Pasionaria, el Che o Carrillo jalonan nuestras calles y plazas.
  • Casposo es militar en UGT o CC.OO. sin haber trabajado en la vida.
  • Casposa es la ley de Memoria Histórica que pretende reescribir la historia a gusto de una izquierda caduca, rencorosa y vengativa.
  • Casposo es tener a terroristas y sus cómplices en nuestras instituciones.
  • Casposo es permitir una exposición con los lamentables cuadros del asesino etarra Bienzobas
  • Casposo es repartir trabajos y prebendas a cambio de votos, como por ejemplo en  Huévar del Aljarafe,
  • Casposo es usar los medios del estado para tu propio placer y beneficio, como hace nuestro presidente por accidente día sí y día también.
  • Casposo es escuchar música que en sus letras humilla a las mujeres.
  • Casposo es tolerar que el sistema explote a una niña enferma como Greta Thunberg.
  • Casposo es defender al retrógrado, machista y violento islam e insultar al cristianismo.
  • Casposos son Monedero, Errejón, la Talegón, Montero e Iglesias.
  • Casposas son La Sexta, Tele5 y Antena 3.
  • Casposo es Iñaki Gabilondo.

Señores y señoras: lo que es verdaderamente casposo es ser un giliprogre de izquierdas a estas alturas de la historia.

Lo que no es casposo es creer en la libertad, la justicia, la patria, el esfuerzo, la igualdad, la solidaridad, la belleza, el amor, la familia, la caridad o la generosidad.

O asistir a un mitin con una bandera de España en la mano y otra en el corazón.

Todo esto no es ser casposo, simplemente es ser una persona cabal. Y de bien. Del siglo XXI.


martes, 8 de octubre de 2019

Malditos seáis los que nos robasteis nuestra tierra.


Han pasado dos años desde el intento de golpe de estado de los secesionistas catalanes. Dos años que las personas normales, los españoles de Cataluña, o los catalanes de España, hemos pasado sufriendo, maldiciendo y aguantando el chaparrón incesante de una maliciosa minoría separatista que, usando los medios de comunicación públicos y amparados por el poder autonómico en clara connivencia , sigue haciendo la vida imposible al buen ciudadano de Barcelona, de Tarragona, de Lérida y de Gerona (si escribiera en catalán diría Lleida o Girona, pero no sería de recibo usar endónimos cuando en nuestra culta, amada y común lengua española existe el correspondiente exónimo). Y si además estas cuatro provincias son parte de España desde su propio nacimiento como condados del Reino de Aragón, qué os voy a decir…

Dos largos años que llevamos esperando por un lado una sentencia proporcionada y justa a los delitos cometidos (es decir, una sentencia dura por la gravedad de los hechos), pero también dos largos años en los que nada ha cambiado, en los que los partidos políticos, casi todos ellos, han ido variando su discurso, han comenzado a minimizar los hechos acaecidos en 2017 y todo el prólogo que empezó en 2011, y siguiendo sus propios objetivos de poder, de prebendas, de escaños y concejalías, con el fin último de influir en el poder judicial, de crear empatía hacia los golpistas y de ganarse el favor de sus futuros votantes pactando y negociando, han seguido vendiendo nuestra tierra y con ello nuestra alma al mejor postor. Como el repugnante enano Iceta. Y tantos otros.

Ya ni queda la infantil ilusión de Ciudadanos, que nació para ampararnos y ha acabado siendo parte del nefasto sistema, diluidos en guerras partidistas, con sus líderes bien colocados en Madrid y sus bases hartas de tanto veleta y tanto cuento chino.

Desde el piso familiar en la avenida de Sarriá o la casa en Roda de Bará, las tardes en el Turó Parc o subiendo por la Diagonal hasta la Rosaleda, las cervezas en el Pippermint o las partidas de billar en la sala de juegos de la calle Calvet, mis veraneos en Castelldefels, Cambrils, Calella de Palafrugell o la Escala, la casa familiar de vago recuerdo en Hospitalet o la de asueto veraniego con olor a ovejas y paseos a la fuente en Vallirana, las excursiones dominicales a comer costillas al Montseny o pato en Viladrau,  las paellas servidas en la arena de la Barceloneta, las subidas en vespa a Vallvidrera, los paseos por el Barrio Gótico con un suizo y unos melindros como premio, los cócteles en el Berimbau del Borne o las mañanas, tardes y noches en el campo de fútbol de Sarriá, hasta los años escolares en la calle Copérnico, la avenida del Doctor Andreu, ahora Tibidado,  y finalmente en Esplugas, todo ello, toda mi infancia, nuestra infancia, juventud y hasta edad madura, han pasado a mejor vida. Son recuerdos, bonitos todos ellos, pero por desgracia irrecuperables.

A base de envenenar, manipular, reescribir la historia e imponer una dictadura nacionalista nacida para amparar a una burguesía racista, explotadora y ladrona, usando para ello la contraeducación desde la tierna infancia en guarderías y “esplais”, los grupos excursionistas y las agrupaciones religiosas en la pubertad, las facultades universitarias en la juventud y los medios de comunicación esclavos en la edad adulta, los malvados y dementes separatistas nos han quitado todo. Nos han robado nuestro pasado, nuestro presente y el futuro de nuestros hijos y nietos.


Cada vez somos más exiliados catalanes que hemos preferido acabar nuestros días en otras provincias españolas, como antes sucedió con muchos compatriotas de las provincias vascongadas, obligados por el hedor y la violencia de los separatistas, la sucia y traidora cooperación necesaria de los en teoría constitucionalistas partidos mayoritarios, la silenciosa y hereje colaboración de la Iglesia y la omnipresente manipulación de “tot plegat” por parte de la CCRTV, la maldita TV3 y sus bien pagados lacayos.

Ruego a Dios que la justicia terrenal, o en el caso de unas igual ya pactadas penas simbólicas o hasta una amnistía general, pues entonces la justicia divina, caiga sobre vosotros cual losa de granito y acabe de una vez con el daño que habéis hecho a millones y millones de buenas personas. 

A tantos catalanes que ya ni tenemos ganas de volver a lo que fue nuestra casa.

Malditos seáis los que nos robasteis nuestra tierra.




lunes, 7 de octubre de 2019

El futuro nos pertenece


Como bien entenderéis no he podido evitarlo y me he levantado al alba presto a escribir un poco sobre lo vivido ayer en Vistalegre, en el multitudinario acto de VOX, ese partido político que poco a poco está convenciendo a los españoles de que no todo está perdido. 
Echando una rápida mirada a las crónicas sobre el evento en los principales medios, no hay nada que me sorprenda. Desde la simpleza de “El País” hablando de los votos de los nostálgicos del franquismo (teniendo en cuenta la media de edad de los asistentes me pregunto seriamente como se puede tener nostalgia de algo que no se ha conocido), hasta las típicas crónicas de los diarios digitales, llenas de ironía y el sarcasmo: parece que todos ellos tuvieran su relato bien preparado y escrito bastante antes de la celebración del exitoso evento. Y que el mismo relato les podría servir para hablar del acto de ayer, de un partido de la selección nacional de fútbol o de la misa dominical del Valle de los Caídos. Poca imaginación, muchos clichés y sobre todo mucho miedo. Miedo a la verdad. A la realidad social. A las demandas reales de los ciudadanos.

¿Y esto que significa? Bien claro está: la izquierda, el nefasto progresismo iletrado y la prensa esclava de la mentira y dedicada a la manipulación y la tergiversación en busca de cuatro clics y cinco “likes”, se han quedado sin argumentos. Les pasa con VOX lo mismo que le pasa a un niño pequeño cuando le pillas robando chuches en una tienda: no saben que decir, se enrocan en infantiles excusas y atacan al portador de la verdad con espurios argumentos que ya no cuelan.

Es lo que tiene decir la verdad: saben muy bien los histéricos que critican a VOX, que todos y cada un de los argumentos de los oradores tienen una base irrefutable. Y esto les pone muy nerviosos, ven peligrar su falso relato, ven derrumbarse el castillo de naipes marcados en el que basan su discurso sobre la historia de España, le están viendo las orejas al lobo y no saben como remediarlo. Como el pequeño descubierto con el bolsillo lleno de dulces hurtados.

 ¡Que os han pillado, charlatanes!

¡Que la historia es una y no la podéis reescribir a vuestro antojo!

¡Que la situación actual de España, atacada por enemigos internos y externos, como bien se explicó ayer, es terrible!

¡Que el separatismo está al acecho y amenaza con acabar con una de las más grandes naciones del mundo!

¡Que el estado de las autonomías no es asumible: el coste de las múltiples administraciones que no aportan nada al ciudadano no se puede seguir aceptando!

¡Que la inmigración ilegal tolerada y hasta fomentada por el poder actual está llenando nuestros pueblos y nuestras ciudades de delincuentes juveniles, violadores y potenciales terroristas, sin que ni uno de los “migrantes” (por cierto, migrar migran las aves, los búfalos y demás animales, no las personas, por lo menos en este nuestro siglo XXI) tenga la mínima intención de integrarse o trabajar para ganarse la vida!

Y no solamente la izquierda está asustada ante la llegada de la sensatez y la verdad: la derecha de siempre, la que pacta con separatistas, nacionalistas y hasta con el diablo para mantener sus cuotas de poder, sabe muy bien que su tiempo se acaba. Que la sociedad española ya no aguanta tanto pactismo, tantas promesas sin cumplir, tanto mamoneo, tanta corrupción, tantos plagios, tantos cambios de rumbo, tantas veletas girando al viento que sopla cada mañana, sin importarles si es de levante o de poniente.

Y vuelvo a aclararlo a los que no me conocen: no soy militante de VOX ni de ningún otro partido, más aún, no he votado a ningún partido político en mi vida, y mi última participación en un proceso electoral fue el referéndum de entrada en la OTAN de marzo de 1986. Sigo fiel a mis principios y no soy capaz de meter una papeleta en una urna sin sentir que traiciono mis valores fundamentales.

Pero también tengo la capacidad intelectual, la formación y la experiencia suficientes para discernir entre el bien y el mal, entre las opciones políticas retrógradas y dañinas para nuestro presente y sobre todo nuestro futuro, para saber quien miente y quien dice la verdad, para entender que estamos ante una encrucijada que no permite ni un paso atrás. Que España y Europa, el mundo occidental, están en claro peligro de desparecer, de pasar a ser historia y dejar el campo libre a un nuevo y oscuro mundo que tenemos que evitar de cualquier forma.

Todos nosotros. Los españoles de bien. Los que madrugamos, trabajamos, pagamos impuestos, respetamos al mayor, protegemos a la familia, ayudamos al prójimo y queremos a todas las personas de bien. A las que no son de bien, pues ni agua. A esas, a las gentes mentirosas, egoístas, violentas, gandules, interesadas, sucias, manipuladoras, vengativas y envidiosas, a esas no las queremos a nuestro lado. Cuanto más lejos, mejor.

Porque el futuro nos pertenece.