martes, 19 de diciembre de 2017

Feliz Navidad en blanquiazul.

La casualidad, o mejor dicho la pésima gestión de los directivos del RCD Españyol por un lado y de los golpistas de la autonomía catalana por otro, nos ha llevado a unas fiestas navideñas en las que más que pedir tenemos que implorar al niño Jesús, a los Reyes Magos y al Tió de Nadal que nos echen un cable y con sus regalos nos saquen del atolladero en el que estamos metidos.

La situación dramática que está viviendo nuestra patria chica, Cataluña, con el golpe de estado organizado por unos pocos iluminados nacionalistas con el único fin de mantenerse en el poder y ocultar sus miserias y latrocinios, se ve reflejada tristemente en nuestro querido Real Club Deportivo Españyol.  Deportivamente nuestro futuro pende de un hilo, estando nuestro equipo cerca del abismo de las posiciones de descenso a segunda división, y políticamente Cataluña está asimismo jugando con fuego, dividida artificialmente por manipuladores, mentirosos, ladrones y prófugos.

¡Vaya fiestas nos esperan!

En Cataluña, un minoría separatista (en votos lo es, aunque la ley electoral vigente les otorgue una representación mayor que la voluntad real del pueblo) intenta dinamitar la convivencia basándose en medias verdades, leyendas, manipulaciones, falsas acusaciones y demás ardides, con el único fin de mantenerse en el poder y con ello seguir exprimiendo al pueblo catalán y evadiendo los porcentajes “recaudados” a paraísos fiscales.

Y por si no bastara con los malos resultados deportivos, en nuestro querido club, el Real Club Deportivo Españyol, otra minoría separatista (en este caso tan minoritaria que sin duda cabe en un microbús), liderada en la sombra por el vago de Argentona, intenta imponer a una mayoría social apolítica, amante del deporte como único objetivo, sus partidistas banderas de odio y confrontación. Y si a esto sumamos a determinados elementos “periculerdos” de la directiva actual, que desde que rigen nuestros destinos han hecho más mal que bien, las felices fiestas navideñas se nos presentan por desgracia cargadas de dudas, miedo e impotencia.

Pero nadie nos va a asustar ni estropear a estas alturas del siglo XXI las fiestas familiares por excelencia. Nuestra herencia blanquiazul se basa en una idiosincrasia de familias luchadoras, fieles, creyentes, unidas y tradicionales, amantes de la alegría, la bondad, la convivencia y la diversidad

En el mundo blanquiazul no hay odio, ni discriminaciones, ni fundadores protestantes, racistas y masones, ni directivos encausados y expresidentes enjaulados. Somos normales, de aquí y de allá, ni superiores ni inferiores a nadie. Somos de Girona y de Vic, de Santa Coloma y de Badalona, de Tarragona y de Reus, de Masnou y de Arenys, de Ciutat Vella, de la Verneda y de Sarriá.  
Y encima nunca hemos crecido de forma artificial regalando carnets de socio, ni hemos utilizado nuestros nobles colores para otro fin que no sea la sana competición deportiva.

Al igual que la mayoría de catalanes, que ni odian al prójimo, ni son racistas, ni roban ni mienten.

Y aunque en los últimos 30 años los separatistas, con la necesaria complicidad del otro club de la ciudad, hayan conseguido desvirtuar esa esencia catalana de tolerancia, de gente trabajadora, de región de acogida, de “seny” y de nobleza, la mayoría hasta ahora silenciosa de nuestra región, y también de nuestro querido club deportivo, se impondrá sin dudarlo a la insensatez de los borregos adoctrinados.

Esperemos que tanto el día 21 en las Elecciones Autonómicas como el día 22 en el crucial partido ante el Atlético de Madrid y los días 4 y 11 de Enero ante el Levante, el espíritu de buen catalán y mejor perico triunfe y nos lleguen esos regalos navideños que tanto anhelamos y merecemos.

¡Felices fiestas blanquiazules a todos!


Bon Nadal.



miércoles, 13 de diciembre de 2017

Malditas fiestas de finales de diciembre

Iba a titular este artículo “Maldita Navidad”, pero al final he decidido dejarlo en “fiestas de finales de diciembre”.  Como si las llamara fiestas del Q4, que así se denomina el último trimestre en el tan globalizado argot empresarial: porque vistos los escaparates, los anuncios y la tan colorista y al tiempo patética decoración de nuestras ciudades desde principios de Noviembre, poco tienen que ver estas fiestas con el último mes del año y con el misterio navideño. Ya hace bastantes lustros que (por desgracia e imposición de la economía global) la celebración antaño mística y religiosa empieza el “Black Friday”, el viernes posterior al “Día de Acción de Gracias” yanqui, y acaba, por lo menos en el mundo hispano, con la fiesta de los Reyes (y Reinas, por lo menos en Madrid) Magos el seis de enero. 
Del Q4 al Q1 y tiro porque me toca. O mejor dicho, gasto aunque no me toque.

Y a pesar de tener preparada (y a punto de mandar) mi anual felicitación navideña, que suelo enviar a familiares, amigos y también a simples conocidos, esta vez se me antoja más artificial y rutinaria que nunca. No son tiempos de alegría, de felicidad, de amistad o de jolgorio, y mucho menos aún lo son de fe, de solidaridad, de caridad, de comprensión, de generosidad, de justicia, de sinceridad, de altruismo o de amor.

¿Qué sentido tiene entonces felicitar unas fiestas “de paz y amor”, (en las que por cierto, por si alguno lo ha olvidado, se celebra el nacimiento de Jesús de Nazaret), cuando nuestra sociedad se ha convertido en un maldito estercolero en el que las ratas campan a sus anchas y asesinan por la espalda a ciudadanos por el simple hecho de lucir una bandera de España (¡Víctor Laínez, presente!), los mafiosos políticos catalanes dan golpes de estado y se fugan (con todos los gastos pagados por nosotros) a otros países,  los gobernantes roban y mienten en todas y cada una de las nefastas autonomías del país, los periodistas inventan y manipulan sin ni siquiera saber hablar o escribir con corrección, los verdaderos valores ya no existen, la religión católica es el objetivo predilecto de los ataques e insultos de la nueva “clase” política y sus voceros y “tot plegat” se reduce a un superficial y exagerado consumismo y a eliminar con saña cualquier atisbo de religiosidad de estas fiestas?


¡Si hasta la tarjeta de felicitación navideña de nuestro “Jefe del Estado” ha dejado de contener cualquier referencia al sentido religioso de estas fechas! Y eso que por herencia sigue ostentando, entre otros muchos, el título de “Rey Católico” y “Rey de Jerusalén”. ¿Rey? ¿Católico? Anda y que le zurzan a él y a su familia.


¿Qué podemos hacer entonces? ¿No gastar ni comprar regalos a nuestros seres queridos aduciendo estas razones puristas, cuando en el fondo no lo hacemos por falta de parné? ¿Aislarnos del mundanal ruido de las cajas registradoras, de los apuntes en nuestra cuenta corriente y las transacciones por Paypal, darnos de baja de Amazon Prime y encerrarnos en casa buscando el tesoro perdido de unas fiestas tradicionalmente familiares, emocionantes y llenas de buenos sentimientos?

No tengo repuestas. Ni las tengo hoy, en el año 2017, ni las tenía hace 20 años, ni supongo que las tendré en el cada vez más corto futuro que tengo por delante.

Es misión imposible escapar a esta sociedad decadente, a la imposición de modas, a la absurda persecución de inducidas necesidades, a no caer en las redes del oxímoron “nuevas tradiciones” que cada año nos coloca alguna figura nueva en el antes reducido imaginario de pastores, reyes, el buey, el burro y la Sagrada Familia, como si se tratase de una eterna trilogía de Hollywood que cada año nos tiene que sorprender con otro animal, duende, elfo o gnomo tan poco navideño como el supuesto nacimiento montado por Inmaculada Colau (aunque suene a chanza así se llama la inculta, vaga y ahora también bisexual alcaldesa: por interés te quiero Andrés, o Andrea) en Barcelona o la decoración de la bruja Carmena en las calles peatonales (y unidireccionales) de Madrid.


Tan unidireccionales como el oscuro camino por el que deambula nuestra sociedad: la absoluta carencia de valores espirituales, de creencias, de respeto, de trascendencia, de humanidad, de honor, de piedad, de fe.

De soñar y trabajar por un glorioso mañana recordando nuestro pasado griego, romano y cristiano, defendiendo valores eternos, trabajando por el prójimo, dándole amor y cobijo, hemos pasado a la feroz lucha por ser el país más zafio, chabacano y ruin del hemisferio norte.

Eso sí, gastando a espuertas lo que no tenemos para algo que realmente no necesitamos. 
No vaya a ser que el crecimiento de nuestro PIB no se ajuste a las previsiones y nos caiga una bronca de los malvados amos de Mordor, aka Bruselas: esos sucios ogros que lo único que han conseguido es destrozar nuestro modo de vida, nuestra cultura y nuestra economía en aras del beneficio económico de unos pocos (y sus más que generosos emolumentos). 

Y encima cobijando y dando coba al rastrero, falso y cobarde Fuigdemont y los suyos. ¡Qué asco!






Apa, bones festes.



P.D.: No creáis que no veo la viga en mi propio ojo y solamente la paja en el ajeno. También sucumbo, como todos, a las imposiciones “sociales” de estas fiestas. Pero aún así intentaré llevarlas con dignidad, disfrutando de los momentos verdaderamente navideños, de las reuniones familiares en la cena de Nochebuena y de la siempre espectacular “Escudella y carn d’olla” del día de Navidad, sintiendo y demostrando bondad y amor por las personas queridas.