domingo, 30 de junio de 2013

Ética y estética

Por muy manida, estudiada, descompuesta o interpretada  que esté la expresión “ética y estética”, análisis al que por razones obvias no me puedo sumar por no llegar ni por asomo a la capacidad intelectual necesaria para ello, el artículo de hoy del admirado Juan Carlos Girauta en ABC me ha inspirado para hablar un poco de estos dos conceptos.


Más aún cuando he llegado al párrafo final, en el que escribe: “Estamos hablando de nacionalismo, o sea: oscuridad, rechazo a la Ilustración (fotofobia), tendencia al bosque, a la noche cerrada, al excursionismo paramilitar, a los trasgos y endriagos, a las fogatas y a las guitarras mal tocadas, a los castillos incendiados, a las tempestades y a los naufragios.”

Cuanto me suena esto. No solamente por la realidad que estamos sufriendo en Catalunya (in situ o desde la lejanía),  sino por el retrato del nacionalismo (y, por cierto, de cualquier populismo, sea del signo que sea) y sus armas manipuladoras, estéticas y poco éticas, en forma de banderas, himnos, fuegos, juramentos y mensajes mesiánicos,  en la mayoría de los casos basados en medias verdades, historias sesgadas o directamente mentiras, como es el caso del nacionalismo catalán y su mega concierto “Por la Libertad” celebrado ayer en el Nou Camp, en el que la única parte ética detectable ha sido la renuncia de Pedro Guerra a participar por la “deriva soberanista” del mismo. Chapeau chaval, que se queden Ramoncín, Peret y los habituales actores invitados a los aquelarres separatistas (no los nombro ya que son los de siempre, con más años dando la vara que todos los episodios del NODO)  con su pobre estética trasnochada, para ti el premio de la ética en la noche ayer.

Y suerte que mi afición (y la de muchos de mis lectores) a la montaña y las fogatas queda descartada como “nacionalista” con lo de las “guitarras mal tocadas” de Girauta. Ahí tengo mi vía de escape para “escaquarme” y afirmar que somos diferentes, que la guitarra la tocamos bien y que nuestra estética incluye un mucho de ética. Y de verdad. Y de ganas de construir, no de destruir. De unir y no de separar.


La ética y la estética: siendo quien soy, siempre en el punto intermedio, ni rico ni pobre, ni tonto del haba ni intelectual, ni guapo ni feo (diferente, como decía mi madre que en paz descanse para consolarme), no puedo entrar a filosofar sobre estos conceptos, pero algunas cosas si que las tengo claras: ética sin libertad no existe, dado que ésta es un acto humano bien o mal realizado,  y la estética es la capa exterior, la que apunta a la emoción de las personas, no a la razón.

Simplificando mucho, sin duda alguna puede existir ética sin estética, pero a la inversa se me antoja imposible: una estética sin ética subyacente sería simplemente un disfraz, un maquillaje de un mal, de un hecho no ético. Simple regla de tres.

Como el concierto de ayer. Un hecho con mucha estética, que no parafernalia, y un cero absoluto de ética.
Desde el uso de fondos públicos, pasando por los mensajes, la historia manipulada, las pancartas, el regalo o subvención de las entradas hasta la transmisión “urbi et orbi” por los canales públicos, incluyendo el canal por satélite, para que hasta el último habitante de Nueva Zelanda puede ver que los trovadores catalanes siguen con la misma letanía que hace 40 años, que no avanzan, que son lo más retrógrado que te puedas echar en cara y que la ética la dejaron en el pupitre de su colegio para salir al mundo con la simple intención de manipular, medrar y robar en nombre de su milenaria invención que se caería por su propio peso si tuvieran los arrojos para convocar un referéndum real y democrático.

Mucho ruido y poca nueces, señor Mas. Al igual que su concierto “nacional” de ayer.

Demasiadas guitarras mal tocadas, poca ética y mucha estética de libro “La meva lluita (contra Espanya)”.

Y encima utilizando un bien como la música, una de las pocas cosas que une ética y estética.
Aunque no siempre.

Anda que os den. 

martes, 18 de junio de 2013

El bululú catalán

Hace pocos días volví a tropezar con una curiosa palabra en una de esas páginas web que me suelen ilusionar, dedicada a la investigación y cuidado de este rico idioma llamado español. Una lengua también denominada en ocasiones “castellano” para diferenciarla de los demás idiomas y dialectos que se hablan en España, a sabiendas que el castellano original dejó de hablarse hace muchos siglos. Nada criticable esta denominación, cuyo uso por cierto recomienda Manuel Seco en su “Diccionario de dudas y dificultades del castellano”;  y como yo siempre he defendido la grandeza de las sociedades plurilingües, como es el caso de nuestra querida península ibérica, a la que sus diversos idiomas y dialectos aportan cultura, historia y tradición,  enriqueciendo esa patria común forjada en siglos de historia deslumbrante y enriquecedora cuna de la civilización occidental, y base de nuestra herencia cultural que tantos niegan ahora sin ton ni son, pues no me parece mal hablar del castellano. Pero bueno, español o castellano, “tanto monta monta tanto”, como rezaba el lema de nuestro rey católico Fernando II de Aragón.
Y ya que hablamos de reyes, volvamos al origen de mi artículo y a su título. Palabra seguramente desconocida para muchos (por lo menos en mi caso), el bululú y sus dos acepciones en la RAE han rondado por mi cabeza desde ayer, por lo que mis ganas de compartir esta joya  con vosotros me han llevado a escribir estas líneas, y a decorarlas un poquito con la imagen que incluyo.

No me podréis negar que después de leer la definición y viendo esta foto sea normal pensar de inmediato en nuestro esperpéntico Arturo, ahora reconvertido en Artur al dejarse la “o” en casa para sus ratos íntimos y en familia, en los que, como bien es sabido, el idioma imperante es el castellano.


Así reza la definición de la Real Academia Española:

bululú.
1. m. Farsante que antiguamente representaba él solo, en los pueblos por donde pasaba, una comedia, loa o entremés, mudando la voz según la calidad de las personas que iban hablando.
2. m. Ven. Alboroto, tumulto, escándalo.

Leyendo esto quien osaría negarme que la prima acepción,  en un extraño “déjà vu”, se inspiró en las aventuras y desventuras, que no paranoias y alucinaciones, del ínclito “President de la Generalitat de Catalunya”. Empezando por lo de farsante, pasando por lo de él solo (y cada vez más sólo, por cierto), y acabando por lo de mudar la voz según las personas, en el caso de nuestro bululú patrio cambiando el discurso según el público ante el que esté actuando, parece que nos encontremos ante el acta bautismal de Arturo Mas Gavarró.
Y si pasamos a la segunda acepción, creo que no tendría folios (en nuestra era gigabytes de espacio en la nube) para repasar los alborotos, tumultos y sobre todo escándalos que ha generado, y sigue generando, el triste actor principal de esta comedia bufa denominada Govern de la Generalitat de Catalunya. 
Actor protagonista que de “Unuraple” (honorable en castellano) tiene menos que cualquier actor aficionado de hoy en día o juglar de épocas pretéritas.


Me da a mí que alguno de sus ancestros recorría siglos atrás los pueblos y aldeas de nuestra geografía acompañado de un oso bailongo, un forzudo deforme (¿de los Junqueras de toda la vida?) y algún pájaro más.