Otra más de las herencias franquistas que tanto odian, pero tan a gusto aceptan y disfrutan los idiotas habituales.
Pero en este desgraciado agosto nada
ha sido igual. Ni por asomo. De la misma forma que no fueron iguales los
pasados meses de marzo, abril, mayo, junio o julio. Atentos: estamos hablando
de seis meses de nuestra vida. ¡Seis meses, seis! Que no es moco de pavo. Y los
que nos quedan, supongo. Ya ni me atrevo a hacer predicciones. Ante la
desinformación, la manipulación, la mentira, los vaivenes informativos y las
más que probables conspiraciones, ¿quién es el guapo que se atreve a predecir
como serán el otoño, el invierno y el resto de nuestra existencia? Ni Rappel. Ni
Nostradamus. Igual solamente nos sirva Fernando Sermón. Porque este muñeco al
servicio del déspota de turno quizás sea la fuente más fiable: pasará
justamente lo contrario de lo que él anuncie entre risas y chanzas. En
línea con las directrices de su enfermo titiritero, el innombrable, malvado y
repugnante Fraudez. Burlándose de nosotros. Mintiendo con todo descaro. Como decía
esta mañana en un tuit: la mentira cotiza al alza.
El peor país en la gestión de la “plandemia”,
una salvaje, organizada, tolerada y bien comisionada invasión de jóvenes inmigrantes
ilegales y violentos, muchos de ellos infectados con la COVID-19 en origen,
confinamientos selectivos sin ton ni son, cortinas de humo en forma de malintencionados
ataques a la monarquía y a la gestión en aquellas comunidades en las que no manda
el Frente Popular: mentira tras mentira, manipulación tras manipulación, todo
ello para tapar su corrupción, su perfidia, su maldad innata, su revanchismo y su
odio. Y sus abyectas intenciones que pasan por la destrucción de todo lo que nos
es querido.
Así andamos en este nada sagrado
mes de agosto, en el que las perseidas que serán visibles entre hoy y pasado
mañana, más que lágrimas de San Lorenzo deberían pasar a llamarse las lágrimas
de España.