lunes, 18 de julio de 2022

Los de siempre

 A Fernando Ginesta. ¡Presente!

Preámbulo: mientras estoy escribiendo esto me interrumpen con la triste noticia de la repentina muerte de Fernando. Malditos caprichos del destino. Dedicado a él, por supuesto, todo este artículo. Nadie mejor que él para ilustrar esta pequeña reflexión. Descansa en paz, querido amigo.



Ya he escrito en varias ocasiones (llevo 18 años publicando en este blog, que se dice pronto) sobre los amigos, los seguidores en las redes sociales, los conocidos, los camaradas, el número máximo de amigos íntimos que se pueden tener y temas similares: y por algo será.

Porque nuestra vida, al fin y al cabo, se basa en las relaciones familiares y sociales. Salvo que seas un eremita encantado de gritar Jehová a los cuatro vientos, como nuestro querido amigo de “La vida de Brian”, o un demente como Pedro Sánchez, al que le bastan unos cuantos espejos bien distribuidos en uno de sus palacetes veraniegos y la compañía de sus amigotes palmeros para ser feliz. Palacios que por cierto son propiedad del Estado, pero como este déspota malvado hizo suyo el tópico de “l'état c'est moi” del Rey Sol, pues todos estos edificios históricos han pasado a engrosar su patrimonio particular. De ahí su enfermiza obsesión de mantenerse en el poder contra viento y marea. Le importa un pepino que todo se derrumbe a su alrededor, que se queme el bosque, que se arruinen las familias, que España sea el hazmerreir de moros y cristianos: mientras sobrevivan él y los suyos y pueda seguir volando en su Falcon a cualquier destino que se le ocurra a Begoño/a, el/la experta en no sé qué, titular de falsas cátedras y editora de la guía “Lonely Planet para Dummies y vividores”, que por cierto esta semana ha incluido un lago nudista en el pirineo catalán para disfrute de la familia y sus 25 íntimos. No vaya a ser que pasen calor, pobrecitos. Los de siempre. Los caraduras. Los jetas. Los hijos de la gran puta.

Siento haberme desviado del tema: no quería hablar de estos cortesanos de graduado escolar y rodilleras gastadas, quería hablar de la buena gente, de esos conocidos o amigos que ves de tanto en tanto, a veces de decenio en decenio, pero que siguen ahí. Y que cuando te encuentras con ellos parece que fue ayer que estuvisteis juntos, aunque quizás hayan pasado varios años desde coincidisteis por última vez. Es lo que me pasó el otro día con mi tan querida Almudena y su marido Federico. Y sin duda fue algo buscado: no quizás encontrarme con Almu, pero si que tenía la seguridad de que, en la inauguración de un Frankfurt en Madrid, al estilo de los nuestros de BCN, de la mano de la esposa de Jaume Vives Vives, a algún amigo me encontraría, a alguien de los de siempre. Y así fue. Y esa magia, ese momento de encontrarte con un ser querido y que de inmediato el tiempo transcurrido sin verle pase a mejor vida y te sientas feliz, arropado, ilusionado, cual niño a la vuelta de vacaciones al ver a su proyecto de novia, cual recluta en la mili disfrutando de su primer permiso, como encontrarte a un periquito rural en un partido del Real Club Deportivo Español en un campo jamás visitado, o iniciar en solitario una etapa del Camino de Santiago y que la calle del albergue se llame “Oriente” y sientas su protectora presencia… esos son los momentos mágicos. Como el largo rato que compartí con Alberto y Pedro. De bar en bar, de cerveza en cerveza (de alguna manera había que digerir las excelentes salchichas que nos sirvieron).  
Y quizás por ello, por caprichos del destino, al acabar la agradable velada en dicho local, que os recomiendo fervientemente, camino del metro me crucé con el inigualable mago Tamariz y su familia. Justamente el día antes había leído un artículo sobre él, sobre su nuevo espectáculo que presentaba junto a su hija, y, chan ta ta chán, ahí estaba. Risueño como siempre. Otro de los de siempre. Aunque jamás hubiera hablado con él. Hasta ahora. 

Llevaba yo varios días, o quizás semanas, tomando notas para este artículo. Y creo que fue a raíz de un artículo futbolero que publicó “el Mundo”, escrito por Jesús Beltrán (si si, de los Beltrán de toda la vida, que son varios y encantadores todos), que decidí dedicar mis reflexiones a todos esos conocidos, amigos y camaradas, a los que más bien tratas poco, a los que ves de pascuas a ramos, pero que están ahí, en tu subconsciente, en tu vida pasada, en tus recuerdos, y que jamás dejan de ser parte de tu vida. Aunque quizás no hayáis sido amigos íntimos, o llevéis largas temporadas sin compartir una cerveza, existen esas personas en tu circulo de amistades, que permanecen. Y te dan sorpresas y alegrías. Como ver a Juanjo como diputado impartiendo lecciones a tanto lerdo que puebla nuestra santa tierra. O admirar a Chiquillo trabajando duramente y sin acercarse ni en broma a la bandeja de cruasanes. O disfrutando de la maestría oratoria y la lucidez de Buxadé. O leer un libro de Juan Ricart. En fin, que os voy a contar. La mayoría de los lectores sois del mismo grupo, de los de siempre. En algunos casos compartiendo mi vida desde el año 1979. O 1980. Y algunos de vosotros lleváis algunos años más juntos (mis dos años pasados en Friburgo entre 1977 y 1979 me alejaron quizás un poco, pero recuperé rápido el tiempo perdido).

Y tal vez por ello, cuando alguna de estas queridas personas por desgracia fallece, ni lo asumes. Ni te lo crees. Como los encuentros cada vez van siendo más espaciados, tu cerebro, o quizás tu corazón, es incapaz de procesar que ya no está: sabes muy bien que un día u otro te lo volverás a encontrar.

En un parque, en un bosque, en un campo de fútbol, en un concierto, en una iglesia, en un albergue, en un bar (en mi caso quizás lo más probable). Y si no es ahí, sin duda te lo encontrarás en el cielo. Que es donde nos veremos todos. Y encima sin la molesta presencia de aquellos que jamás pasarán el filtro de San Pedro.

Va por todos vosotros. Por los de siempre. Por Fernando.



¡Sólo los mejores mueren jóvenes!