miércoles, 13 de noviembre de 2013

Ultreia et Suseia – Camino 2013

Herru Santiagu,
Got Santiagu,
E ultreia, e suseia,
Deus adiuva nos. (¿qué es esto?)


Librito del Camino 2013
Se me antojaba duro volver a recorrer las queridas tierras de España sin mis habituales compañeros de los últimos diez años Lupe y Carlos (D.E.P). Después de tantos kilómetros compartiendo alegrías y tristezas, discusiones y reconciliaciones, inclemencias del tiempo y brillantes días soleados, cansancio y heridas, ricas tapas en los pueblos y desayunos campestres a base de pan, queso y vino de Gandesa traído expresamente desde la bodega Víctor de Sarriá (municipio situado en las afueras de Barcelona), duchas frías y dormitorios ruidosos; después de todas estas experiencias, estaba seguro de que esta vez sería un  Camino extraño. 

Pies de Lémur
Nuestro honor se llama fidelidad
Aunque no se trataba de la primera vez que andaba sólo, si que iba a ser el primer tramo sin la existencia física de Carlos Oriente, presente siempre. Tan presente que antes de salir me tatué una concha y su nombre en la pierna, en esas piernas cuyas extremidades él solía tildar, con su típica sorna, de “pies de lémur”, por la curvatura de mis dedos, pero que por otro lado no dudó en curar la primera vez que salimos juntos al Camino y se me llenaron de incómodas y dolorosas ampollas nada más empezar nuestra primera travesía juntos desde Somport en el Camino de Aragón. Y eso fue en el ya lejano año 2003.

Y duro fue, obviamente, llegar al pueblo de Carcaboso donde lo dejamos en el año 2011, con media Vía de la Plata hecha y otra media por recorrer. Era el Camino, obviamente, y las flechas, los milarios , el peso de la mochila y mi propia vestimenta me lo recordaban a cada paso, pero se trataba de otro Camino. Un Camino plagado de recuerdos y con una clara intención en mi interior de homenajear con cada paso, cada doloroso pinchazo, cada cuesta y cada gota de lluvia, pero también con cada cerveza, parada, tapa, cena, majestuoso paisaje o agradable encuentro, a nuestro recordado y añorado camarada.
Nuestra tan querida expresión “PRESENTE”, que usamos muchos de nosotros desde nuestra tierna juventud recordando a ilustres pensadores de nuestra patria y a bravos guerreros caídos en esa nuestra lucha por la patria, la justicia y la libertad, se volvió de golpe, de sopetón, en algo más que una palabra ritual repetida una y mil veces. La presencia, in mente pero real, de Carlos, ha sido una constante en estos exiguos 150 km recorridos la semana pasada. Por primera vez en mi vida lo de “presente” ha ido más allá del momento del grito y del recuerdo, del homenaje y los vítores, convirtiéndose en una realidad agradable y palpable. El camarada estaba ahí, en mis pensamientos, en mis conversaciones con los parroquianos cuando preguntaban por la razón del tatuaje, en mis meditaciones tan típicas del Camino, tramos en los que te aíslas de todo, caminas a tu ritmo y simplemente te dedicas a disfrutar del aire, del sol, del paisaje y de la siempre lenta pero constante cuenta atrás hasta el siguiente albergue.  Por momentos hasta me imaginaba a Carlos aparecer tras el siguiente recodo, y, quién sabe, igual estaba ahí y no fui capaz de verle por estar más pendiente de mis pies buscando tierra blanda que de mi alrededor.
Comenzó pues mi andadura en un pequeño pueblo extremeño, Carcaboso, al que llegué andando en un “aperitivo” de 13 km por la carretera nacional desde Plasencia, y pasando por Cáparra, Aldeanueva del Camino, Baños de Montemayor, Puerto y Calzada de Béjar, Valdelacasa, Fuenterroble de Salvatierra y San Pedro de Rozados alcancé el destino de este año, Salamanca, sin mayores sobresaltos y con los eventos ya conocidos de sobra (que por muy conocidos siguen siendo la sal y el sentido del Camino) de tanto dar vueltas a España por senderos marcados con flechas amarillas: impresionantes
vistas, naturaleza en todo su esplendor, alguna vuelta adicional de varios kilómetros por una variante errónea o mal señalizada, animales de todo tipo (este año hasta desperté sin querer de su descanso a un águila real en un árbol a menos de 2 metros de mí, con el consiguiente susto al ver desplegar sus alas que casi me rozaron la cara al iniciar este ave majestuosa su lento vuelo), lugareños curiosos, rótulos de calles históricos, iglesias preciosas, gente encantadora, abierta y servicial en todas y cada una de las paradas, cruceiros antiguos y milarios romanos por doquier, problemas físicos que desaparecen por arte magia al día siguiente, albergues sorprendentes y hostales de carretera, y un
par de extranjeros, como no podía ser menos, haciendo el Camino. A estos 2 únicos peregrinos que me encontré este año no los vi hasta la tercera etapa, por lo que no llegamos a intimar demasiado, aún así, y por esa “magia” del Camino que conocemos todos los que lo hemos hecho, las dos etapas con ellos las guardaré en el recuerdo,  como a toda la gente que he ido conociendo desde el año 1999. Porque es bien sabido (y lógico)  que desayunar, andar, descansar, comer, visitar el pueblo, beber, cenar y compartir albergue durante dos días da para mucho, son 48 horas intensas que en tu vida normal no sueles compartir ni con tus amigos más cercanos. Cosas del Camino.

Poco más. Seguiré caminando.

Y Carlos seguirá presente, sin duda. Este año ha estado a mi lado, y como no va a haber discusiones ni divergencias en cuanto al camino a seguir,  al bar que entrar o que tapa pedir, el año que viene repetiremos. Ambos.




¡¡Buen Camino camarada!!