miércoles, 27 de septiembre de 2017

Seguimos caminando

Por límite el horizonte
Y por frontera la mar
Por no tener ni tengo norte
Y no sé lo que es llegar
El caso es andar
(Cecilia, 1973)



Un año más, y suman ya dieciocho los tramos del Camino de Santiago iniciados, sufridos y acabados. Lejano queda el primero, en el año 1999, con mi madre recién fallecida, su esquela en la mochila, graves e insuperables problemas matrimoniales a punto de quebrar una relación que no pudo ser como hubiera deseado (¡mea culpa!) y ese primer contacto con el polvo, el sufrimiento, el paisaje y la historia de un milenario camino de peregrinación. Y como cada año, la siempre corta caminata, unos 145 km este año, ha estado plagada de anécdotas, experiencias y, sobre todo, de ese sentimiento de libertad, de liberación de la carga del día a día y de una necesaria introspección buscando ese sentido de la vida tan intangible y misterioso como los méritos de Mariano Rajoy el inane, Pedro Sánchez el limitado, Gabriel Rufián, Puigdemont, Iglesias, Echenique, Monedero, Colau o cualquiera de los demás personajillos que cobran un sueldazo y viven a cuerpo de rey sin aportar nada a la sociedad. A no ser disgustos. Y generando al mismo tiempo graves enfrentamientos sociales.

Este año mis espaldas tenían que soportar pues una carga adicional: la situación política y social en mi patria chica, Cataluña, y por ende en mi querida España, pesaba como una losa en la como siempre demasiado cargada mochila. Y sigue pesando.
Malditos sean los manipuladores que con tal de esconder sus vergüenzas y ocultar sus latrocinios son capaces de destrozar una gloriosa historia común! 
Y pobre la juventud adoctrinada que sigue al mentiroso pastor cual oveja alelada sin darse cuenta que al final del camino lo que hay es un precipicio sin fondo.

Andando por lo tanto por la vega del río Tera, principal afluente del Esla que a su vez nutre de agua al majestuoso Duero, este año partimos desde Montamarta, localidad zamorana muy cercana a la capital de la provincia, con la Puebla de Sanabria como meta. Hablo en plural ya que volvía a disfrutar de la siempre agradable compañía de Edu, al igual que el año pasado (y esperando que en el futuro sigamos compartiendo penas y alegrías, cervezas y vinos, ruidos y silencios, conversaciones y discusiones… y hasta enfados).

Y empezó todo en un taxi que nos acercó desde Zamora hasta el punto de partida, taxista “piratilla” por cierto que se saltó el turno del compañero al que habíamos llamado y usurpó su puesto para ganarse unas perras. La clásica “picaresca” española que tanto me gusta citar en mis artículos como un ejemplo más de la falta de valores en nuestra sociedad. Porque aunque la primera acepción de pícaro en el DRAE sea la de “listo y espabilado” bien sabemos todos que en la mayoría de los casos hay que aplicar la segunda acepción, que reza: “tramposo y desvergonzado”. Como los políticos impresentables citados anteriormente. Buscando el beneficio propio a costa de los demás. Como el taxista.
Sin hospitalero que nos recibiera y con casi todas las camas ocupadas, nos instalamos, paseamos por el pueblo para hacer tiempo, compramos lo necesario para una cena ligera y conocimos a Félix y Javier, ambos residentes en Quintanar de la Orden, veteranos peregrinos y personas interesantes con las que conversar y compartir anécdotas y conocimientos. No puedo decir lo mismo de un friki peregrino, de esos que como bien dijo Javier parecen feriantes con todo lo que llevan colgado al cuello o de la mochila. Buscando protagonismo y sabiendo todo mejor que los demás, su destino estaba escrito: quedarse solo. De madrugada le cayó una buena bronca de parte de una chica a la que despertó con su té a las 4:30 de la mañana, con un ¡te odio! que resonó en todo el albergue, y también nosotros decidimos al final de etapa hacer un quiebro, cambiar el destino y con ello no tener que volver a compartir techo con él.

Nuestra salida a la primera etapa no pudo ser más desastrosa, dejando el dicho español de “a quien madruga Dios le ayuda” en agua de borrajas (originalmente cerrajas según estudiosos lingüistas). Empezamos a andar a las 6:20 de la mañana, pero por desgracia, y a pesar de mi guía, la brújula y la en teoría fácil orientación mirando el firmamento, en vez de ir hacia el norte fuimos andando en círculo, lo que añadió unos 6 km a una primera etapa que presumíamos fácil y cómoda. Suerte que Edu tuvo la sensatez de parar en seco nuestro deambular sin rumbo (el “no arrow no way” acabaría siendo un lema del Camino de este año), dimos marcha atrás y retomamos el camino correcto a los pies de una antigua fortaleza de la Orden de Santiago. De ahí a Fontanillas de Castro fueron unas largas tres horas esperando encontrar un bar anunciado en las guías pero, maldito día llevábamos, la posada estaba más cerrada que la mente de Irene Montero. Dentro de la desgracia por esta vez nos sonrío la diosa fortuna y justo cuando íbamos a retomar la marcha, hambrientos y sedientos, apareció la propietaria, limpió el local de los excesos de la noche anterior y nos sirvió un refrigerio a base de bocadillos y cervezas. ¡Alabados sean el Señor, el bocadillo de lomo y la Mahou bien fría!

Saciados y descansados seguimos hasta Riego del Camino, tomamos unas cervezas con nuestros conocidos Félix y Javier y decidimos seguir la ruta normal hasta la Granja de la Moreruela y ahí tomar un taxi, desplazarnos hasta Tábara (ya habíamos barajado esta población como meta inicial) y dejar atrás dicho pueblo, sus fiestas, su poco afamado albergue y sobre todo al friki nombrado anteriormente. ¡Sabia decisión supongo, aunque nunca sabremos cómo hubiera sido a la inversa! De nuevo tiramos de taxista pícaro (en este caso ya ni era taxista sino un simple lugareño que nos oyó hablar y se ofreció a llevarnos por unos módicos 25 euros hasta destino. Un euro por kilómetro parecía ser la tarifa oficial de la región (igual que el precio de un botellín). ¡Asín si, como ya decía Edu el año anterior! La llegada a Tábara nos sorprendió con la procesión de la Virgen del Carmen, elegimos el albergue privado que incluía la cena por 15€ , aguantamos la bronca de un peregrino por dejar la mochila en la cama, mientras nos duchábamos desapareció una pareja que ya estaba instalada (intuimos que era la misma chica enfadada del día anterior…, al parecer un poco antropofóbica), paseo, preciosa iglesia románica en un región con claro pasado templario, cena en el albergue viendo una parte del partido del Madrid, llegada de unos gabachos y una holandesa sudorosa y hasta maloliente, y poco más. Disfrutamos de una noche tranquila y a las 7 de la mañana ya estábamos en pie para seguir nuestra aventura. Ni 24 horas llevábamos en marcha y ya había pasado de todo un poco. Cosas del Camino y de la cercanía intensa y continuada con extraños y en un ambiente desconocido. Como dirían psicólogos, tutores o entrenadores (ahora llamados coach por aquello de la modernidad): estábamos claramente fuera de nuestra zona de confort. Como Arturito Mas contando anonadado sus ahorrillos para enfrentarse a la multa de más de cinco millones de euros que va a tener que apoquinar en breve. ¡Por listillo! ¡O mejor, por ladrón! 
(Como bien describe J.M. Nieto en su viñeta de ayer)
La segunda etapa empezó de maravilla, de aquellas etapas que no se olvidan: sin asfalto, naturaleza exuberante, sin cobertura en los móviles y en un silencio absoluto cruzando una sierra en la que igual aún se escondían “antiguos maquis y hasta sefardíes” (esta frase la soltó el taxista de la víspera, será cosa de la soledad y del vino de la región. 
Al oírla me vino a la memoria la escena del ermitaño en “La Vida de Brian”. Eso sí, con bandera roja y negra y soltando la letanía del “no pasarán”). Llegamos a Bercianos a las 11:15. Ni tienda ni bar social. Edu se apresuró a escribir en mi bloc: Your guide is a fucking shit.  ¡Gracias por apreciar mi trabajo y la buena intención! Pero como Dios es justo, a los pocos segundos de sentenciar mi trabajo con su tajante frase apareció la amiga olorosa holandesa (se presentó como Mandy) con una lugareña que portaba las llaves del local social, nos abrió y pudimos disfrutar de un refrigerio a base de queso y las omnipresentes cervezas (en todos lados frías a más no poder, algo sorprendente pero de agradecer). Los amigos Félix y Javier también se unieron, dimos algo de comer a la holandesa (daba la sensación de que no gasta ni come nada), y al rato salimos para rematar el día, llegando a Santa Croya de Tera a las 13.40. La hospedería de esta etapa se llamaba Casa Anita y nos recibió la simpática Conchita en un albergue / hotelillo rural muy bien montado pero exagerado en tamaño y servicios para el entorno y la afluencia de peregrinos (hecho confirmado posteriormente por la propietaria que nos comentó que lo dejaba después de 18 años, que no era rentable). Comida a base de platos combinados en el “Chiringuito”, sorpresa por la cantidad de agua y el espléndido campo de fútbol con una hierba que envidiaría cualquier equipo de primera, y por fin se nos ocurrió un nombre para la banda: “Conchita no tiene …”. Lo dejo ahí, no creo que haga falta entrar en detalles.


Paseamos hasta la vecina Santa Marta, que alberga en la fachada de su iglesia la que dicen que es la representación  más antigua de Santiago Peregrino de España (afirman que es del Siglo XIII, aunque a nosotros nos pareció bastante más moderna, o como mínimo restaurada), y de vuelta al centro. Compramos algo para cenar, las guapas hermanitas hospitaleras nos prestaron una guitarra y le dimos un poco a la música. Aunque la fiesta quedó interrumpida por un nuevo episodio de falta de higiene de los bárbaros del norte: apareció una señora holandesa de unos 65 años llena de picaduras de chinches, quejándose de los albergues y reclamando ayuda para limpiar su equipaje. Lo que tendría que hacer es quemar el saco de dormir y dejar de transportar a los bichitos de albergue en albergue. Para rematar, la soberbia de un holandés que la acompañaba llegó hasta el punto de llamar a unos amigos farmacéuticos en ¡Noruega! para que nos instruyeran en cómo se eliminan los/las chinches (mientras tanto iba vacilando, detallando las varias carreras que tenía y lo bien que tocaba y cantaba el “Let it be” de los Beatles. Patético.). Edu dejó caer un muy acertado: “Pues haber estudiado biología (por lo de los chinches)”. Como si España fuera un país del Tercer Mundo en el que la higiene brilla por su ausencia. Tendría que haberle recomendado echar una mirada a las estadísticas de ventas de productos de higiene personal en los diferentes países europeos. Se hubiera llevado un buen chasco. Maldito engreído (y no sería su única salida de tono como se verá más adelante). Otra solución sería que se juntaran todos estos sucios del norte con las chicas de la CUP de Barcelona y se dedicaran a olerse el sobaquillo en sucia hermandad. ¡Dios me perdone por estos insultos, pero por sus aires (y olores) se lo merecen! Aguantar la prepotencia holandesa en mi propia tierra es para añusgarse. ¡Viva el Duque de Alba!



Y vamos a por la tercera etapa. ¡Solamente habían pasado 3 días desde el inicio de la aventura anual y las anécdotas y vivencias se acumulaban! Que enriquecedora diferencia frente a la monotonía del día a día en la gran ciudad. Claro que es algo no apto para todos los públicos: ruidos, olores, incomodidades, sed, hambre, dolor, hastío, impaciencia…, sentimientos a los que los urbanitas no estamos habituados. Pero que al mismo tiempo son fuente de muchas enseñanzas. A determinados personajes (a esos que insulto a menudo: los malditos políticos que se están cargando nuestro país con sus mentiras, sus comisiones, sus robos descarados o sus iluminadas teorías sobre naciones milenarias y diferencias raciales entre iguales) les iría pero que muy bien pasar unos cuantos días sufriendo bajo el peso de una mochila, compartiendo aseos con desconocidos y durmiendo en literas inestables. Otro gallo nos cantaría si conocieran en primera persona lo que significan el esfuerzo, la paciencia, la tolerancia, la solidaridad y la generosidad.

A las ocho de la mañana ya estábamos en camino, sabedores que hasta las 11 de la mañana no habría tregua ni lugar donde repostar. Por fin, en el bar La Trucha de Olleros, hicimos parada y fonda y nos juntamos con Astérix y Obélix. Al final acabé bautizando de esta guisa (con todo cariño) a los compañeros Félix y Javier. Objetivamente tienen un aire a los famosos galos del cómic, tanto físicamente como por su carácter.  Después de un desayuno nada frugal (tortillas y embutidos del lugar) seguimos hasta Villar de Farfón, con un tramo de asfalto duro donde los haya, donde hicimos un pequeño receso en un curioso albergue en medio de la nada, regentado por un joven sudafricano (Craig) muy creyente (por no decir integrista: el albergue se llama Rehoboth, nombre de un pozo que se nombra en el libro del Génesis del Antiguo Testamento). Sin tiempo ni de disfrutar del refresco que nos ofreció el hospitalero a cambio de la voluntad me vi inmerso en una conversación sobre la posibilidad de la resurrección física y la fe en general. Suerte que llegaron los galos y emprendimos la marcha al poco rato. El resto de la etapa fue por un precioso camino boscoso, en el que un zorro cruzó nuestra senda, y hacia las cuatro de la tarde llegamos a Rionegro del Puente, con un albergue muy bonito pero escaso en duchas y aseos (como en la mayoría de los casos), y localidad sede de la Cofradía o Hermandad de Nuestra Señora de la Carballeda. Los historiadores consideran a esta hermandad una de las primeras del Camino, y sitúan sus orígenes entre el siglo XIV y XV. Los miembros se llaman los “Falifos”, cuyo origen parece ser una prenda que se destinaba a la venta para recaudar fondos para la cofradía. Hasta aquí llega lo que pude entender, si estuviera Astérix / Félix seguro que ampliaría la historia con más detalles. Algo que hacía con casi todo lo que veíamos o hablábamos, era una fuente de conocimiento que daba placer tener al lado. Poco más dio de sí el día: paseo, cena de menú muy correcto en el bar Palacio y a descansar.

Llegado el miércoles nos levantamos al alba y a las 7 ya estábamos andando. La noche anterior nos anunciaron que el albergue previsto inicialmente en San Salvador estaba cerrado, por lo que nos enfrentamos de nuevo a una etapa larga, de más de 28 km. A las 9 desayunamos en un hotel de carretera en Mombuey (que Edu conocía de algún viaje anterior), y aprovechamos que había negocios abiertos para comprar lo necesario para cocinar en el siguiente albergue (o en el que tocara). Después de hora y media bastante tranquila paramos en un bonito pueblecito a dar buena cuenta del pan, las cervezas y el chorizo que llevamos a cuestas y coincidimos con una nueva pareja de peregrinos, esta vez alemanes, que iban con toda la calma del mundo disfrutando el paisaje. Al rato cruzó delante de nosotros, a menos de 50 metros, un nutrido rebaño de corzos (más tarde, al volver a estar los cuatro juntos y tener yo mis dudas consultamos en el DRAE las diferentes denominaciones de grupos de animales: manadas, bandadas, rebaños.. y piaras (la única que tenía bien clara: “manada de cerdos o de políticos”). Creo que desde la última vez que fui a un Safari Parc no había visto tantos animales salvajes juntos. Y eso debió ser por los años 70 del siglo pasado.  Un poco más adelante vimos a lo lejos a un anciano francés (82 años), al que apodaba Gimli por su estatura, y que comenzó a tambalearse con una mochila que medía casi lo mismo que él. Interesándonos por su estado nos comentó que no podía más, que llamaría a un taxi en el siguiente pueblo y que se retiraba. Pobre hombre. Echamos una mirada a la iglesia del pueblo y conversamos brevemente con un cura sacado de los comics de antaño: fuerte como un roble y multón como un Guardia Civil. ¡Que si por qué llevo un tatuaje, que cómo es que un madrileño y un catalán se hablan! Miedo me daba imaginar sus homilías, y así debían sentir todos los habitantes de la aldea, ya que pese a ser miércoles acudían en masa a la misa de 11. Despachado el último tramo llegamos al albergue / polideportivo de Asturianos hacia las 12; ahí nos estaba esperando Obélix, ya que por seguir lesionado había tenido que volver a usar un transporte mecanizado para cubrir la etapa.

Al rato se fue llenando el refugio, situado en un paraje precioso, con un inmenso roble en la puerta, un campo de tiro y hasta un frontón de tamaño reglamentario. Se nota (como bien nos comentaron los lugareños en varios bares) que por aquí hay dinero. Y bastante. Preciosas y cuidadas casas e instalaciones deportivas dignas de villas de mayor tamaño. La ya conocida holandesa de los bichos, bautizada Mama Chinches desde el día anterior, apareció también con sus antipáticos acompañantes, y siguiendo su pesada obsesión vació toda su mochila en el césped dejando que los chinches se desperdigaran por todos lados. Y encima se le ocurrió pedir a la propietaria del bar si podía dejar el saco de dormir en la nevera de los helados para rematar la plaga. ¡Anda ya! Suerte que cacé al viento sus intenciones y me chivé a la posadera, que me sonrió agradecida. El enemigo holandés volvió a soltar una de sus impertinencias: ¿Lo de tener los pies heridos es una tradición española?, sin que me dignara en recordarle todas las derrotas sufridas por su “pueblo superior” a manos de nuestros míticos Tercios de Flandes. Ni lo entendería. Ni valía la pena. Que siga con sus chulerías y sus chinches. Que a todo cerdo le llega su San Martín. O su Ambrosio Spinola como en Breda.


Cenamos, discusión absurda con Edu, de esas que no sabes ni a qué vienen, y pasadas las 9 ya me fui a descansar. Ya solamente nos quedaba una etapa, y para variar me sabía a poco lo vivido. ¡El año que viene haremos lo posible para alargar el tramo! Por lo menos es nuestra intención.

Ya era jueves, día de la última etapa. De Asturianos a Puebla de Sanabria, un paseo de poco más de 15 km. A las 7 estábamos en pie, y a las 8 caminando por la santa tierra española (al no abrir el bar del pueblo optamos por ir tirando). Me alejé del grupo y me hice toda la etapa en absoluta soledad. Supongo que se debía a la pequeña discusión de la noche anterior. O quizás al bajón por saber que se acababa el Camino de hogaño. O a una mezcla de ambas cosas. Llegué al albergue tocadas las 12 del mediodía, con Javier en la puerta y la buena noticia de que Mama Chinches y sus muchachos habían pasado de largo y seguían al siguiente pueblo. ¡Qué alivio! Me acerqué al supermercado a comprar los ingredientes que faltaban para preparar la comida en común planificada y al rato llegaron Félix y Edu.
Esta vez los macarrones no me salieron nada bien (maldita sal gruesa), pero por lo menos seguimos la tradición de cocinar un día para los demás y pudimos compartir mesa y charla con los irreductibles galos.  Paseamos por el bonito pueblo para bajar el exceso de sal, y a la vuelta nos encontramos con Mandy, la holandesa, que de golpe pasó de ser la olorosa a ser una fiel aliada: hablando sobre los antipáticos holandeses y Mama Chinches me comentó que no los traga…, y hablando sobre España e Inglaterra soltó una frase inesperada en boca de una persona de su nacionalidad: “Los españoles integraron en América, los ingleses mataron”.

De golpe ya no la veía como una sudada holandesa y a mis ojos se convirtió en una simpática y hasta guapa amiga. Si nuestro Camino hubiera seguido unos días más seguro que hubiera sucumbido a sus encantos. Y hasta a sus efluvios.

¡Ultreia et suseia!
Buen Camino a todos.


P.D.: Ayer se cumplió un año del fallecimiento de mi padre. Le recordé en la misa en Puebla de Sanabria, al igual que recé por todos mis familiares, amigos y camaradas. 
Por los presentes y por los ausentes. D.E.P. 
Y siendo el día que es, no puedo olvidar ni dejar de gritar: ¡Carlos Oriente, presente!





lunes, 11 de septiembre de 2017

Nunca es tarde para aprender

Los que me conocéis o seguís mis artículos en este modesto cuaderno de bitácora sabéis de sobra que no me suelo prodigar en piropos, elogios o peloteos varios. Más bien suelo criticar, machacar y hasta insultar a diestro y siniestro. De ahí mi tuit fijado en el perfil, que reza: “Más vale ser resabiado que resabido”. Debido a mi edad, mi formación y mi cultura ((limitada, pero obviamente superior a la media) no suelo ir de resabido, es decir, de sabelotodo, pero sin lugar a dudas tengo una parte de resabiado: no soy un jovenzuelo (aunque lo parezca), perdí mi ingenuidad hace tiempo y las cosas las veo venir a distancia y con mucha anticipación. Por ello estoy sorprendiéndome a mí mismo escribiendo estas líneas.

¡Voy a elogiar algo! ¿Quién lo iba a decir a estas alturas de mi vida?

Pues sí. He pasado la última semana en un seminario para managers organizado por mi empresa, una más de las múltiples y variadas “formaciones” que he recibido en mis 27 años de carrera profesional, y creo que por primera vez (y sin que sirva de precedente), he vuelto con la sensación de haber aprendido algo, sin afán ni intención de criticar a nadie y con la ilusión de ver que nunca es tarde para aprender, para ser modesto y para romper una lanza a favor de los responsables de esta sesión formativa y sobre todo de las personas que dedicaron su tiempo a intentar abrirnos los ojos, enseñarnos algo nuevo y apoyarnos en nuestro quehacer diario.

Por razones obvias no voy a detallar ni las lecciones aprendidas, ni las dinámicas utilizadas, y menos aún el nombre de los diferentes instructores que durante 4 días hicieron todo lo posible para darle valor añadido a unas jornadas que normalmente suelo juzgar como simples, infantiles, superficiales y carentes de valor. Desconfiado como soy, y como estudioso de cualquier tendencia actual, amén de haber tenido familiares psicólogos, haber cursado estudios universitarios, poseer una base cultural amplia por haberme formado en un entorno multicultural (debido a ser medio español y medio alemán) y ser un ávido lector de libros, diarios y revistas en varios idiomas, es muy raro (por insólito, no por que no exista) que algo o alguien sea capaz de enseñarme algo y ante el que tenga que quitarme el sombrero y decir “chapeau”.

Pero así ha sido. Y me alegro mucho. Después de tantos años, con formaciones y cursos de todo tipo, desde “Habilidades Directivas”, pasando por “Comunicación Objetiva”, “Gestión de equipos”, “Marketing de Servicios” y muchos otros seminarios y “titulitos” que en el fondo me entraban por una oreja y me salían por la otra, algo bueno me ha pasado. De golpe y porrazo me he encontrado con una formación impartida por una persona altamente capacitada, elegante, profesional, con un más que amplio bagaje de formación (y asumo que de cultura), experiencia y mano izquierda dignas de mencionar. Y si a ello sumamos las demás actividades del evento (buenas y valiosas en su mayoría) y el haber conocido en profundidad a muchas personas que solamente había visto de lejos o que desconocía por completo, no me queda mucho más que dar las gracias.

Viendo nuestra triste, acabada, ingenua e inculta sociedad, en la que predominan la chabacanería, la basura, la superficialidad, la falta de intelecto, el materialismo, el egoísmo y la absoluta carencia de valores, algo como lo vivido en estos últimos días es como mínimo de agradecer.

Y si lo comparamos con las tendencias y gilipolleces de moda, las seudociencias, las terapias del tres al cuarto, la moda de la autoayuda, desvaríos como el Reiki, los miles de “profesionales” del “coaching” que en muchos casos no saben ni lo que significa la propia palabra “coach”, el intrusismo y la formación no reglada que permite a cualquier charlatán arrogarse unas supuestas capacidades docentes o ejemplares de las que suele carecer, pues qué queréis que os diga. 

También existen personas preparadas, metodologías interesantes y enseñanzas nuevas que aportan valor a tu vida. 
Como el seminario New Way impartido en mi actual empresa, Sopra Steria. 


Nunca es tarde para aprender. Ni para bajarse del pedestal.
Gracias a todos que lo habéis hecho posible. 
En especial a Esther.