martes, 4 de octubre de 2022

De gacelas, puretas y otras criaturas




A camino largo, paso corto. 

(Soft pace goes far).

 

21-9-22. Tren Madrid Ferrol y corta etapa hasta Neda (15 km)

Pasados tres años del último Camino que realizamos, superado ese intermedio tan largo y surrealista de la pandemia, los encierros, la soledad y en mi caso hasta un cambio de trabajo forzado, las ganas y la curiosidad por volver a deambular por las variadas y tan queridas tierras de España, se notaban. Dos días antes de salir ya tenía todo preparado, Edu hasta se equivocó de día y pretendía partir el lunes, y por fin un miércoles, con la mayor parte de los madrileños aún durmiendo, nos aposentamos en el ALVIA que nos tenía que llevar hasta el Ferrol, antaño del Caudillo, hogaño punto de partida de nuestra nueva aventura. Previa incautación de la navaja Opinel por parte del tan eficiente servicio de seguridad de Chamartín. Con retintín. Obviamente.


Las cervezas de rigor, con sándwich y tortilla traídos de casa, dieron paso a la primera anécdota del viaje: detrás nuestro le da un patatús a un señor, la mujer que le acompaña no le hace mucho caso, le da un poco de azúcar, se gira y sigue durmiendo mientras que, alertada por megafonía, se acerca una joven española, se supone que médico o enfermera, pero todo se solventa en pocos minutos. Es el primer contacto con esos personajes extraños que siempre aparecen en el Camino. Como si fueran parte del paquete contratado: dolor, incomodidad, cansancio, ruido, hambre, frikis y locos por doquier y como premio la Compostela. Bien pensado, nos la merecemos. Como bien se verá más adelante. 

Con pocos minutos de retraso, llegamos a el Ferrol y en la Oficina de Turismo conocimos a las dos chicas que ya detectamos durante el viaje como peregrinas y que estaban en el vagón vecino al nuestro, Rocío y Lurdes. No nos costaría ni una etapa en encontrar un apodo para las jóvenes: las gacelas. Todo debido a la rapidez con la que nos adelantaron en la primera etapa hasta Neda: con parada en bar y compra de pan incluida, a mitad de etapa nos alcanzaron y ya acabamos juntos la bella ruta bordeando la ría. La llegada al albergue no puede ser más bucólica: un prado verde, vistas a la ría, con el sol al fondo anunciando un bello atardecer y una pared en estado ruinoso al fondo con un clásico “Banco Hispano Americano” del verano anterior. La primera referencia a la ruta musical que en paralelo íbamos a vivir durante las siguientes etapas: el espíritu sabinero saltó de golpe y encima Rocío, miembro del dúo “Las gacelas respondonas”, resultó ser de Úbeda. Y toca el saxo. ¡Oh, la la! Sorprendentes chicas, las dos enfermeras, tanto por su madurez como por su simpatía, su desparpajo, sus conocimientos y sus aficiones (cazadoras ambas, aunque de distintas especies): a pesar de tratarse de su primer Camino, no eran extrañas personas de avanzada edad con problemas psíquicos, ni tontas turigrinas buscando fiesta (bueno, algo había), ni prejubilados más solos que Calimero, ni desagradables y altivas “doctoras” tiktokers, la ahora ya bautizada hija de Fumanchú, la misma que en el viaje de ida en el tren pasó de su acompañante y prefirió seguir en los brazos de Orfeo…, quizás soñando en ser una influencer famosa. “I am a doctor”. Personas jóvenes y normales. Lo cual, obviamente, hizo que en un pispás nos devolvieran el apodo con uno apropiado a nuestra realidad: los puretas. Tenemos por lo tanto ya a los protagonistas que dan título a este relato: las gacelas, los puretas y otras criaturas. De estas últimas aún quedan algunas por aparecer. La tarde acabó con un paseo por el pueblo en busca de algún bar, un montadito con cervezas en el único que localizamos, charla con el panchito que estaba tomando el sol en la puerta del bar y que a mi pregunta sobre que hacía ahí tanto rato contestó tan pancho (por panchito, será): “he trabajado un poco y ahora estoy haciendo tiempo antes de volver a casa”. Lo de hacer tiempo se extendió un mínimo de 1 hora, el rato que pasamos nosotros ahí. Tampoco se lo podemos reprochar: las vistas de la ría desde ese punto privilegiado sin duda son mejores que desde su casa.

Algún pequeño incidente más con la doctora arrogante, y nos retiramos a dormir, a sabiendas que la noche podría convertirse en un festival de ruidos y efluvios, como suele pasar en los albergues. Y así fue.

22-9-22 Neda-Pontedeume (16 km)

Haz bien y no mires a quién


Una noche ruidosa, no por esperada menos molesta, y a las 3 ya hago mi primer paseo al baño, y a las 5estamos Edu y yo sentados fuera haciendo tiempo. El festival musical ha sido tremendo: recayendo las culpas sobre todo sobre una oronda alemana a la que jamás veríamos caminar, pero sí en cambio deambular por los albergues. Conocemos a Chris, un jovenzuelo inglés de 71 años, quien degusta tranquilamente su té matinal. Se huele fichaje, y encima el pobre no sabe que será su última infusión en varios días: aquí se bebe cerveza o no se bebe. Faltaría. Salimos a las 7:30 de la mañana, incorporado ya Chris al equipo, y después de unos 6 km de subidas y bajadas (vendrían peores...), llegamos a Fede a las 9 y paramos a desayunar. En frente sigue estando la misma ría que hemos bordeado, y casi se llega a ver la estación de RENFE de el Ferrol, desde donde partimos el día anterior. ¿Quién nos mandará dar todo este rodeo cuando existe un puente a pocos metros que nos hubiese permitido llegar en media hora? Nadie nos manda. Somos tan libres de hacer el primo como lo es la doctora de hacer el ridículo. O la alemana de dejarse ir de noche. Cada uno, a lo suyo. Sin más normas que la educación y el respeto, sin otro techo que el cielo ni más luz que las estrellas del firmamento. Me ha quedado poético y todo. Se nota que ha pasado ya más de una semana y que el cerebro empieza a archivar lo malo y mantener en la memoria reciente solamente las vivencias agradables. Y si no fuera así, mal andaríamos por la vida, reviviendo eternamente las desgracias del pasado en vez de disfrutar de las alegrías del presente. Que en nuestro caso podían ser un simple bar abierto para tomar un café. o para mí un tramo del Camino sin constates ascensos y descensos. Con pocas cosas te conformas cuando estás fuera de tu ambiente habitual, sin tu cama, tu baño, tu sofá, tu nevera, tus libros y tus discos. Y no he querido usar la tan manida expresión “zona de confort” porque ya cansa. Hasta el último mono, iletrado o lerdo, la usa ya, y muchas veces de forma equivocada. Ayer mismo un futbolista de tres al cuarto espetó tan chulo y leído él: “no estamos cómodos en nuestra zona de confort”. ¡A ver, so burro, si no estás cómodo es que no tiene confort! Algo que me saca de quicio. La culturilla de los memes, las frases hechas, las galletas chinas y sus infantiles sentencias y la masa uniforme, inculta, boba y sumisa repitiendo cual ovejas lo que marcan las pautas de la idiotizada sociedad. Cosas mías. 

A las 12 llegamos a destino, Pontedeume, un lugar realmente precioso, digno de ulteriores visitas, con un albergue precioso a pie de la ría, monumentos históricos por doquier, y, sobre todo, bares y terrazas para dar y tomar. “Así sí”, como diría Edu. Tomamos posesión de la planta inferior del albergue, los 5 más María, la chilena solitaria, mientras que en la reserva superior del zoo ya se han instalado las alemanas. Y la pregunta flota en el aire, cual sonora ventosidad germana: “¿Cómo habéis llegado?”. Obviamente pasamos de importunar a la oronda vikinga y cada cual a lo suyo. Paseo hasta la primera terraza, unas cervezas, y a comer en un local que nos recomiendan. Y con acierto: pulpo, tortilla, mejillones, pimientos del padrón y empanadas, todo bien regado con cervezas, a un módico y correctísimo precio de 13 € por persona. La frase de Edu, la esperada: “En Madrid nos engañan”.  Unos helados en la siguiente plaza, unas a dormir la siesta y otros a pasear la mona. Sobre todo, Chris, al que el cambio súbito de las infusiones a las cervezas parece haber pillado a contrapié. En mi papel de peregrino bueno rompo el hielo con la alemana, se presenta, me cuenta sus penas, y tal cual me arrepiento de haber abierto lo boca. Rara, con sus traumas, hablando de cuando montaremos una fiesta, que si está divorciada…, ‘Vade retro, ¡satanás! No estaba yo para charlas de este tipo, deprimentes por conocidas. Ahí se quedó hablando sola.

Vemos la iglesia de Santiago y calles adyacentes y las flechas de salida para el día siguiente, que presagian duros ascensos, y a descansar.

23-9-2022 Pontedeume-Betanzos (21 km)

Aquel es tu amigo, que te quita de ruidos


Toque de diana a las 6:30, Lurdes me fulmina con su mirada, echando dardos mortales por sus lindos ojitos, sin darme tiempo ni a levantarme de la litera, diciendo que mis ronquidos han sido insoportables. ¿Roncar, yo? Pensaba que mis ruidos quedarían disimulados estando las alemanas, pero me equivoqué. Igual la altura del techo del albergue propició la acústica apropiada. En fin. Cosas inevitables.  Desayuno al lado e iniciamos esta tercera etapa con una buena subida. Mi vida sedentaria, el mínimo entreno y, como no, la edad, se empiezan a notar. Ley de vida dicen que se llama. Afortunadamente alcanzamos el alto pronto, y a partir de aquí la etapa se convierte en un bello paseo, con más tierra que asfalto, bosques, prados: lo que debería ser el Camino en todos su tramos, algo por otro lado imposible de conseguir. Estamos hablando de los caminos más cortos y cómodos utilizados desde época romana. Lo que implica núcleos urbanos milenarios y, consecuentemente, asfalto, centros comerciales y polígonos industriales. En sus orígenes, el Camino no era algo espiritual, lúdico o deportivo;  se trataba de una obligación para los creyentes, que se querían quitar de encima cuanto antes, andando o delegando y pagando. Pasamos por el puesto de una tiktoker (creo) que las gacelas querían ver, cogen pulseras a cambio de donativos, y seguimos hasta un parquin habilitado como parada para el peregrino, en Ponte Baixo. Cervezas, curas a Chris (benditas enfermeras), música de Carlos Núñez y amena charla antes de continuar. Rocío, por cierto, ya ha olvidado a mi sobrino y está más pendiente de un grupo de murcianos. A otra cosa, mariposa. 

Seguimos en un constante sube y baja que se me hace durísimo (1500 metros de desnivel de subida y 1800 de bajada), y hago la pirula parando un coche para que me suba 200 metros.  Para sorpresa de todos, sobre todo de Chris, que no me vio pasar y alucinaba un poco. Hacemos una última parada en una panadería a pie de calle, donde degustamos unas empanadas buenísimas además del buen lomo que lleva Lurdes, y a las 2:30 llegamos al albergue de Betanzos. Destino en el que sí o sí íbamos a probar la tortilla. Tradiciones mandan. O más bien especialidades locales. 

Como no podía ser de otra manera, el pueblo está asentado entre colinas, por lo que cualquier desplazamiento implica subir o bajar pendientes. Vaya plan. El albergue está perfecto, conocemos a dos alemanes, padre e hijo, que darían que hablar, un viejo verde falta al respeto a Lurdes y le doy un pequeño rapapolvos…, oral. No era momento para repartir guantazos en la puerta del albergue y con 3 etapas por delante. Vamos de terraza en terraza hasta acabar en el “Ibérico”, donde nos unimos a María y la colombiana Aleita (o algo así), lo cual me convierte a mi instantáneamente en “Ernestito”. Moriré siendo un payaso. O un animador sociocultural, como educadamente lo disfraza mi hermano. Bufón y orgulloso. OI. Y que no se olvide: Lurdes ha aprendido hoy su primera palabra en inglés, de la mano del profesor para niños especiales Chris (resulta que eso ha sido su profesión en los últimos 26 años, antes de ser policía y abandonar el cuerpo por incompatibilidad de caracteres): Potato. Unas cuantas etapas más con Chris y se saca el Proficiency C2 sin pestañear. Aparece mi compañera de trabajo, Eva, con Rafa su marido, muy agradables y divertidos, y se unen a la cena final degustando la tan afamada tortilla local en Casa Carmen. Bueno, bonito y barato, risas, fotos, bromas y a dormir. Un día completo. Quizás faltaría comentar los guiños y comentarios del padre alemán acerca de su hijo. Siendo psicólogo el padre, sus comentarios eran comprensibles: un hijo vago e inmaduro, 36 añitos, viviendo aún en casa, a la sopa boba, y tirando fotografías creativas por el mundo. Y me pide permiso para citarnos en su Instagram. Cuando no hemos estado juntos más que 1 hora escasa. Criatura extraña. Otra más.

24-9-2022 Betanzos – Hospital de Bruma (28 km, 24 km Chris & yo)

 

Con paciencia todo se logra




Salimos a las 7:30, con foto en la nublada plaza, y ya sufro pensando en la descripción de esta etapa. Por si desfallezco ya avisé la noche antes a Eva que igual le pediría un pequeño rescate al final de la etapa. Con total premeditación y anunciado. Vamos tirando, va siendo un tramo duro pero tolerable, y alrededor de las 9:45 paramos en Meangos a desayunar y comprar pan. En mis notas pone que Rocío tira la caña, pero ya no me acuerdo a quién. Llevamos ya 8,5 km, que no está nada mal, pero cuando llegamos al nuevo desvío, por montaña en un nuevo trazado de 4,8 km, o por carretera, 9 km con un pueblo a 4 km, opto por llamar a Eva. No me veo con fuerzas para hacer la subida, y eso que posteriormente Edu me cuenta que no era para tanto. Chris se apunta al estar bastante tocado en los pies, bajamos en un horita al pueblo y ahí contactamos con Eva para que nos recoja, haciendo tiempo en un pequeño bar en el que sorprendentemente nos obsequian con crepes recién hechos mientras tomamos las respectivas cervezas. Al final mataremos a Chris: el té ni lo huele de lejos. Y será culpa mía, como si yo fuera el capitán del U-Boot que hundió el portaviones en el que sirvió su padre en la segunda guerra mundial (gracias a Dios se salvó).

Nos recogen y después de varias vueltas con Fitipaldi Rafa al volante, llegamos al Albergue, previa parada en un bar donde está Edu con las gacelas. El albergue es pequeño, como toda la aldea, tomamos posesión, y sufrimos del mal diseño, con las duchas en el patio y pocos inodoros para el número de camas. Como en casi todos los albergues, se nota a la legua que los diseñadores no han hecho el camino en su santa vida. Un poco de zalamería con la hospitalera, como corresponde a todo buen caballero español, y se nos junta de forma muy intrusiva un extraño, un tal Javier. A new and very strange creature. Nada nuevo lo de conocer a gente en el Camino, de unirse en grupos, de separarse y volverse a ver o no, pero la entrada del susodicho es realmente chocante: “Hola, estoy solo, ¿puedo cenar con vosotros?”. Cenamos pues los seis juntos en el único bar de la localidad, bien preparado, con un decente menú, terraza acondicionada, y espacio para que cada uno se distraiga un poco, unos hablando, otros escuchando música, Rocío traicionándonos, juntándose con los murcianos, lo que conlleva su inmediata expulsión del grupo. Antes, durante la cena, el toma y daca entre Lurdes y Javier a raíz de la situación de Javier, 48 años y prejubilado por ser minero, acabo en un divertido espectáculo. Aún no tengo claro si Javier entendía algo, si Lurdes lo hacía en broma, si todos estábamos acosando, haciendo bullying al pobre indefenso o si ya las cervezas nos habían subido a la cabeza. No me daba tiempo ni de ir traduciendo las chanzas e insultos a Chris, que atónito y sin entender ni papa movía la cabeza de una lado a otro cual muñeco de feria o llavero del Fary colgado del espejo de un SEAT 124.  En un momento del espectáculo me acordé de la película “la cena de los idiotas”: filme en el que un grupo de arrogantes ejecutivos y ricachones una vez al mes organizan una cena a la que cada uno tiene que invitar a un idiota para reírse de él en su cara. Cuanta maldad. Ese espíritu del camino, de bondad, tolerancia y amor, hecho añicos en unos minutos. Es que realmente era una extraña criatura, con frases cortas, espaciadas, largos silencios, repeticiones, incongruencias…, quién sabe, igual era el más inteligente de todos nosotros. O el Rain Man asturiano. Chi lo sa.

Al final el local se convierte en sala de reuniones, de terapia, solárium y salón de juego. Yo me apalanco fuera a escuchar música, Rocío a lo suyo jugando sus cartas (en este caso literalmente), idas y venidas a la barra, mesa común con todos los presentes, e interesante charla traducción con Martin, el alemán que de entrada había tachado de macarra tonto, con mi complejo de superioridad habitual, cuando resultó ser un chico majo, educado y curioso por entender que era un hórreo, las razones de nuestro camino y, sobre todo, por averiguar los nombres de nuestras acompañantes, las graciosas gacelas. Definitivamente, tonto no era. Acabó bien la tarde, los del sector pureta nos retiramos pronto y la juventud, guiada por Martin y las botellas de vino, siguió un rato disfrutando del cielo estrellado. Por llamarlo de alguna manera.

 

25-9-22 Hospital- Sigüeiro (25 km)

 

Alcanza, quien no cansa

Salimos hacia las 7:30, el primer bar anunciado a 3 km cerrado y nos toca seguir otros 4 km al siguiente. En Rúa, por fin, paramos a desayunar delante de un hotel rural precioso del que sale la reina Isabel II resucitada. Tantas vueltas en ataúd por Inglaterra simuladas y al final resulta que está viva y escondida en esta pequeña aldea. No sabe nada, la vieja reina. Rocío vuelve a curar los pies al bueno de Chris, que acabará llegando a casa cojo y alcoholizado. O no, porque me habló en una de las etapas de un Camino por su tierra de 75 millas con 26 paradas en pubs. Habría que estudiarlo, igual que lo de hacer el camino de la herencia hispánica en Irlanda. Esas metas que tienes en la vida y que bien sabes que no cumplirás. Como todo aquello que incluyes en la tan popular frase “antes de morir tengo que…”. Afirmación que al final se convierte en la lista de todo lo que no podrás vivir. Se llaman sueños. 

Seguimos andando por grupos, a solas o por parejas, conozco en uno de los tramos a las yankis de Seattle, de ascendencia sueca, que viven en Finlandia y son madre e hija. Una conversación interesante, con personas de nivel. Ojalá hubieran estado ellas desde el principio, y no alemanas extrañas, doctoras arrogantes, rumanas con sueños de ser actrices y autistas del cantábrico. Pero bueno, ya incluía el título de este relato lo de “extrañas criaturas”. Y ha sido un tramo del Camino bastante normal en este aspectos: hemos visto frikis bastante más alocados en otras ocasiones.

Nos encontramos a un cazador con un águila Harris, que tanto Lurdes como Chris reconocen, pero Rocío descarta al cetrero por su frase: “aquí solamente cazamos machos”. Es la experta, por lo que todo dicho y adiós muy buenas

Las chicas van concretando su idea de seguir hasta Santiago, ya que ahí tienen el hotel pagado, se encuentran en forma y prefieren disfrutar de una noche adicional en Santiago. Hacen bien, aunque sean unas viles traidoras que abandonan a los puretas a su suerte, sin derramar ni un triste lágrima. Es broma. Aunque lo de las lágrimas sucedería más tarde, pero a la inversa. Incorregible romántico y melancólico que soy. Supongo que ya hasta que muera. Por lo que no da tiempo de cambiar. Y tampoco lo pretendo. 

Ellas parten, nosotros vamos al cercano piso albergue, bien preparado, con sus muebles de Cuéntame, idénticos a mi actual piso, su vajilla de Duralex, sus figuritas de cerámica, sus espejos y su amplia cocina y terraza, que bien aprovechamos el rato que estamos ahí. Comemos unas pizzas y lasañas con Javier, que sigue con nosotros, de vuelta al albergue y tarde musical en la terraza, con descubrimiento de nuevos grupos de música celta, aportaciones de Edu, mías y de Chris, canciones con Karaoke, cerveza tras cerveza, hasta agotar la batería del altavoz. Nos llegan noticias y un video de las chichas que han alcanzado la meta, me emociono para variar, grabamos un patético video de los 3 cantando como mensaje de vuelta y al rato nos retiramos a unas cómodas camas en nuestra última noche.

 

26-9-2022 Sigüeiro – Santiago (16 km)

 

 Lo que no se comienza, nunca se acaba


A las 7:30 nos ponemos en marcha para rematar el tramo de este año con unos escasos 16 km por delante. Chris está demasiado fastidiado de los pies, y decide ir en bus. Del extraño Javier no sabemos nada: a las 3 de la mañana se movió, a las 4 cogió sus cosas y se fue. No entendemos muy bien esas prisas. Raro es poco. Edu y yo tiramos por lo tanto solos, en un tramo monótono, en paralelo a la nacional y entrando y saliendo de los núcleos poblados para evitar el asfalto. Un tramo que se hace largo al carecer de bares, y no encontramos la primera `posada hasta casi llegados a destino, en el “bosque encantado”, a escasos 6 km de Santiago. Café, bollería y a por el último tramo, que incluye el correspondiente polígono industrial. Esto está hecho, y ya andamos con la inercia del final del Camino, pensando en llegar a tiempo a la misa del peregrino, en la cola para recoger la Compostela y en las viandas y bebidas que nos esperan en la rúa Franco, el Paris-Dakar local, repleto de peregrinos, vendedores, pícaros, bardos, mesoneros y se supone que mujeres de moral distraída. Tal cual lo describe el Codex Calixtinus, del siglo XII, donde ya se habla de las extrañas criaturas que rodean el peregrinaje a Santiago: “[…] Una abigarrada cantidad de mercaderes, vagabundos, ladrones, juglares y prostitutas se mezclaba en los caminos con los auténticos peregrinos […]”. De ello hace más de nueve siglos. Que poco ha cambiado todo. Al final la vida se sigue rigiendo por los mismos principios y las mismas necesidades.

Llegamos clavados a la misa del peregrino, Edu se queda fuera, y después de varias vueltas por el interior localizo a Chris y al rato también se unos unen Rocío y Lurdes. Juntos atendemos a la misa, a la larga homilía del arzobispo don Julián Barrio y su voz de pito, apunto una de las frases, con Lurdes atenta ya que al salir sabe exactamente lo que he apuntado: “no somos fugitivos, somos peregrinos que sabemos de dónde venimos y a donde vamos”. Yo añado de propia cosecha una coletilla al Padrenuestro: “Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a Javier”. Y a Rocío, como no, le gusta uno de los curas. Cada loco con su tema. Y no creo que acabe vieja y sola en casa rodeada por 100 gatos. 

Acabada la misa vamos a por la merecida certificación, que este año estrena organización, con sus códigos QR y de barras, y mientras Chris & me hacemos unas compras para las chicas y tomamos unas cervezas, ya están de vuelta los demás para poder ir a beber y comer. A Javier aún le vimos un momento en el Obradoiro, nos pidió una foto y despareció, de la misma forma que apareció 2 días antes.

Nos los pasamos genial bebiendo vino y cantando con uno de los bardos canciones de los Beatles, entramos y salimos de tiendas, compras compulsivas como tiene que ser, y acabamos comiendo unos platos combinados en uno de los bares del entorno. Ni bueno, ni malo, aunque la carne de Rocío quizás estaba un poco salada.

Y hasta aquí llegó la aventura de este año. Entrañable, bonita en sus paisajes, aldeas y villas, agradable por la presencia de las sorprendentes y geniales gacelas y de Chris, un joven de espíritu, aunque mayor de edad, aficionado a la música, bonachón y simpático. Casi más irlandés que inglés, como él mismo iba remarcando orgulloso cuando enseñaba su pasaporte de la República de Irlanda. Y casi conseguimos que deje el vicio de las infusiones. Sláinte haith!

 

A todos muchas gracias por estos geniales días caminando por tierras gallegas, en especial a Lurdes y Rocío, por vuestra simpatía, vuestras curas y sobre todo por la paciencia aguantando a los puretas, sobre todo al tito Ernestito danzando por ahí. Ha sido un verdadero placer, y si se diera la ocasión, repetiríamos con mucho gusto. Se dará. La ocasión.

 

¡Ultreia et suseia!