miércoles, 22 de junio de 2016

Eurocopa


Suenan los primeros compases de la Marcha Real, ese nuestro himno patrio que pese a haber tenido ya 4 letras diferentes sigue anclado en el “lo lo lolo lo lolo lo” popular, universal y transversal; se alza el telón de la copa de Europa de selecciones nacionales, saltan los jugadores al campo y aparecen por doquier esos aficionados disfrazados, alegres y bulliciosos que suelen acompañar a nuestro equipo. Aunque este año haya causado baja el mítico ciudadrealeño Manolo Cáceres Artesero, el “del Bombo” (cosas de la edad y los achaques asociados), seguimos disfrutando de toreros, toros, flamencas, travestidos, obispos, Guardias Civiles y demás personajes arquetipos de nuestra sociedad, animando los estadios, las calles y los bares de Europa al son de Paquito el Chocolatero, el Eviva España (nacido por cierto en Bélgica) y otras “joyas” musicales que son parte de la banda sonora de nuestras vidas.


Y como no puede ser de otra forma, en esta España fratricida en la que lo más importante siempre es meterse con el vecino, soltar un “y tú qué” para recibir de respuesta el “y tú más”, aparecen también los comentarios, apuntes y artículos sobre lo poco valiosa que es esta  pachanga patriotera, sobre la superioridad moral de los verdaderos “patriotas” que trabajan día y noche para engrandecer nuestra nación, sobre lo patéticos que somos los aficionados al fútbol y sobre el tiempo malgastado en animar a una selección que en el fondo se nutre de mercenarios y renegados, ávidos de dinero y carentes del mínimo sentido del respeto hacia nuestra historia imperial y milenaria y nuestra revolución pendiente.
Nadie puede negar esa inicial vergüenza ajena que sentimos la mayoría cuando vemos aparecer a 10 fornidos machotes vestidos de toreros, sudando de lo lindo y vocalizando con evidentes problemas las complicadas letras de nuestros himnos, pero, “qué carajo” (que por cierto significa miembro viril): 

¿Quiénes somos nosotros para criticar a un grupo de personas que se juntan para disfrazarse y animar a un equipo de fútbol? 

¿Qué sabemos de su vida diaria, de los esfuerzos que han realizado y las penurias que han pasado para poder permitirse el alquiler del traje, el billete de tren, la entrada al campo y el relleno de su bota de vino?

No es nada nuevo: a mi edad he tenido que aguantar ciento y un discursos sobre el verdadero patriotismo, sobre la estupidez del fútbol, las charangas y las borracheras o la violencia en las gradas, frente a la noble militancia, el esfuerzo, la lucha diaria… y al final siempre acabo reafirmándome en lo mismo: 
sin lugar a dudas existen personas despreciables y sin preparación alguna que utilizan el fútbol para descargar sus complejos en esa desagradable violencia gratuita contra los demás; folclóricos disfrazados que salen una vez al año del armario para chupar un poco de cámara y dar una imagen lastimosa de nuestro pueblo; manipuladores de partidos políticos que aprovechan las competiciones deportivas para arañar algún voto al incauto aficionado y dirigentes que se apuntan al carro sea cual sea el evento con el fin de apurar su posición
de privilegio y sus asociadas dádivas.

¡Sin duda que existen! Existen en el fútbol porque existen en nuestra sociedad.

Pero luego está esa mayoría normalita, sin pretensiones, que trabaja día a día, que defiende a su patria en el puesto de trabajo, cuidando a sus hijos, a sus padres, que en su tiempo libre igual escribe bonitos poemas o apasionantes novelas históricas , que ayuda en la parroquia, o realiza otro tipo de labor social, que compone música, o pinta, o milita en un partido político o en un sindicato (de los de verdad, no los de las mariscadas) , que hace pintadas por las noches reclamando justicia, o reparte comida a los españoles necesitados, que anda por el Camino de Santiago ayudando a toda persona con la que se cruza, que dona sangre cada 2 meses o diseña camisetas reivindicativas con cuya recaudación mantiene vivo un local social, que mantiene un despacho de abogados que da trabajo a decenas de personas, o gestiona una bodega que alegra las horas del vermú de mucha gente... ¿Qué sé yo?

Igual se trata simplemente de personas humildes y honestas, a las que les gustan los éxitos de sus conciudadanos. Ya sea en el fútbol, en las motos, los coches o el balón volea; ganemos un concurso internacional de música o seamos el primer país en donaciones de órganos del mundo; los que nos emocionamos viendo a nuestro ejército ayudando en misiones internacionales, o viendo la botadura de una nueva fragata para nuestra gloriosa Armada; que disfrutamos con la publicación exitosa de una novela sobre la historia de España o con un “Oscar” a una película española (bueno, esto quizá menos, teniendo en cuenta el tipo de chusma falsa y “roja” (de pico que no de cartera ni de estilo de vida) que suele ganar dichos premios), en resumen, los que nos alegramos de ser españoles y ejercemos como tales.

Como decía el anuncio de las Cajas de Ahorro Confederadas de hace algunos años:

“Estamos con la gente con toda la gente, la buena gente
Estamos con la gente que vive la vida sinceramente...”



¡VAMOS ESPAÑA! ¡VIVA ESPAÑA!


miércoles, 1 de junio de 2016

Voy al bar

Si la frecuencia de publicación de artículos en mi humilde blog tiene algo que ver con mi vida diaria, sin lugar a dudas este año está siendo un poco extraño. Porque 2 artículos en más de 5 meses son realmente pocos (aunque sean 2 más que mis polvos, otro tema que tendría que hacerme mirar). Será porque tengo demasiadas cosas en la cabeza, porque no consigo quitarme de encima un estado perenne de ansiedad o porque mi vida restante parece ya definida y sin visos de mejorar. 
O quizás exista una opción positiva: igual mi silencio se deba a que en estos últimos meses mi vida social ha sufrido un repunte positivo, he asistido a muchos y buenos conciertos y encima he encontrado refugio en algunos bares agradables, rodeado de personas abiertas y tolerantes, envuelto en una mezcla nebulosa de aceite, alcohol y tabaco y disfrutando del momento sin pensar en el mañana. Como bien dice Jorge Ilegal en una de sus últimas canciones: “haciendo en el bar, la verdadera patria, con que puedes contar.” Será una mezcla de ambas opciones. Un “carpe diem” mezclado con un “que me quiten lo bailado”.

Son 3 meses de silencio pero plagados de anécdotas, que si me hubiese aplicado y tomado nota de ellas darían para algún que otro libro; aunque lo de tener que competir con autores de renombre como Belén Esteban sinceramente me quita las ganas de publicar nada. Si el nivel lector de nuestra patria ha llegado a esos extremos (que la susodicha sea la que vende más libros en cualquier feria)  prefiero seguir haciendo el bufón en los garitos antes que perder un solo segundo en llenar las blancas cuartillas de reflexiones que no entendería ni la mitad de nuestra población (tirando muy muy alto).

Hago un pequeño receso para ir a comer, solo y con el ABC en ristre, y me topo, como anillo al dedo (o por culpa del karma como dirían los nerds o los hípsters de turno, los primeros por haber leído demasiado y los segundos por sabiondos cual maestros liendre que de todo saben y nada entienden) con un artículo del siempre rompedor y acertado David Gistau titulado “El Bar” (me imagino que a partir de mañana este artículo estará disponible en línea, por ahora habrá que conformarse con este resumen). En este comentario, que versa sobre el nuevo vídeo electoral de Ciudadanos, Gistau empieza definiendo claramente la relación entre el español medio y el bar: “…cualquier intento español de hacer «Cheers» degenera en el bar de la esquina con banderín de fútbol, palillo entre los dientes y tragaperras. Es una asociación de ideas que constituye la única transversalidad, la única coincidencia doctrinal: la visión del español promedio como un tipo que huele a fritanga y tardará un rato en acertar a meter la llave en la cerradura cuando regrese a casa”.  

No anda equivocado David (y por lo tanto también acierto yo con éste mi pequeño artículo) acerca de la realidad patria: “La cutrez de bar de la esquina con la que ven a la gente estos urbanitas es tal que cuando se burlan de Rajoy acusándolo de leer sólo el Marca lo que logran es hacerlo más semejante a su español promedio, que no es de Schopenhauer, sino del Marca, de lo que se habla en ese bar. El alarde intelectual siempre penalizó al político.” 

Ni que lo diga. Si quieres ganarte a ese español promedio no le vengas con filosofía, con rigor histórico, con palabras desconocidas o con valores éticos y morales. Háblale de fútbol, de marcas de cerveza, prepárale unos buenos callos y déjale leer el Marca bien manchado de aceite y trozos de la buena tortilla de patatas que preparaste por la mañana.

Tendrás su voto asegurado. Y a un cliente contento que volverá a tu bar como si volviera a su hogar, como tan acertadamente cantaban “Justo y los Pecadores” en el ya lejano año 2001 en su inolvidable disco “De bares y amores”.

Desde que cumplí los 16 años han pasado más de 13.600 días y unos 1.945 fines de semana. Y sin temor a equivocarme (o a perjurar como esos “bribones reinantes” nuestros) puedo prometer y prometo que por lo menos 1.900 de ellos los he pasado en algún bar, garito, taberna, posada, chiringuito, mesón, pub, ambigú, tasca, bufé, café, boite, discoteca, fonda, vinatería, cantina, merendero o figón.

Que visto que nuestra lengua no anda corta en sinónimos para describir los lugares del buen yantar y beber,  no seré yo el que deje de probar sus delicias semana si semana también. La sangre obliga. O el lugar en el que resido. “Ius soli” o “ius sanguinis”, tanto monta, monta tanto. Como Isabel y Fernando.

Y en estos últimos tiempos el refugio ante la adversidad, la soledad, la mediocridad y la estupidez general han sido varios locales, aunque tengo que destacar a uno en particular: la cafetería Peñagrande del barrio de la Coma de Madrid. Siguiendo esa tradición de ofrecer tapas, y de las buenas, con todas y cada una de las cervezas que te tomes, algo que se está perdiendo a marchas forzadas en esta sociedad tan asquerosamente globalizada, con unos propietarios encantadores sonriendo cuando toca y también cuando no toca, con la clientela habitual de todos los bares castizos que se precien, con su máquina de tabaco, su tragaperras, el diario Marca (o el AS) mal doblado y aceitoso (y normalmente del día anterior) y con sus sábados especiales en los que las manos de santo de Juanito nos deleitan
con unos callos espectaculares, unos caracoles de aúpa, trocitos de pollo empanado que realmente contienen pollo y saben a gloria (malditos nuggets artificiales), poco más se puede pedir a un bar. Y encima seguro que verás a Juanpe, a o Chache, o a Quique, o a Santi, o a Jorge, o si te sonríe la suerte a todos ellos de golpe.

Lo cantaron siempre nuestros juglares, desde el imperial “Iremos al bar”, al “Bienvenido al bar” de Justo y los Pecadores, el “Bares que lugares” de Gabinete o el impresionante y ya citado anteriormente “Voy al bar” de Los Ilegales:

En el bar, 
La gente; el humo al aire, 
La sublime belleza y consumo brutal. 

En el bar, 
Se bebe la venganza, 
la pena y la alegría, 
que agita al personal. 

¡Turbia inquietud! 
¡Impertinente y Punk! 
Abortos infelices, de la revolución. 

¡Hey! 

Y luego vas y lo cascas.


P.D. No puedo cerrar sin mencionar al bar “De Tapeo Rock” en Zaragoza. Mucho de lo escrito arriba es aplicable a dicho local. Un saludo chicos.