martes, 23 de junio de 2009

Sexo, fútbol y redes sociales

Lleva días rondándome la cabeza esta expresión, parafraseando el título de una película (Sex, Lies and Videotape) en su momento exitosa pero que jamás conseguí ver hasta el final. Sinceramente ni me acuerdo del contenido, pero tampoco importa, el título me vale como introducción.
Con los años que llevo metido en el mundo de Internet por razones laborales he sido testigo privilegiado de la evolución tecnológica, que ha permitido convertir los laboratorios de un círculo cerrado de científicos privilegiados que eran capaces de comunicarse a distancia, en un inmenso parque de atracciones en el cual no te cobran entrada, en un gigante patio de recreo en el que tienes a tu disposición todos los juegos posibles y donde encima te permiten hablar el idioma que quieres, sin comisarios políticos persiguiéndote a la esquina en la que querías dar el primer beso a tu primera novia para obligarte a pedir un “petó” en vez de un beso.
No quiero hablar de todo aquello tan consabido del mundo de Internet, del acceso generalizado a la cultura (¿Mande?), de la libertad de ser quien quieres y no quién eres, de las facilidades que tienes para estudiar, buscar, contactar, soñar, pero también de engañar, suplantar, exagerar, ocultar o negar cualquier cosa gracias al anonimato que permiten por ejemplo las redes sociales, sino del buen uso que se le puede dar, en determinados momentos, a estas herramientas de comunicación inmediata y masiva.
Pongamos el ejemplo tan simple como puede ser un partido de fútbol de la selección española. Hace años se anunciaba en el diario, se transmitía por la primera cadena de televisión (tampoco tenías mucho más, igual podías ver al recientemente fallecido David Carradine haciendo Kung Fu en el UHF y poco más), y todos los ciudadanos de España disfrutaban del partido, que en muchos casos acababa en derrota y encima siempre era en blanco y negro. Hoy en día el proceso es muy diferente, los medios de comunicación te bombardean con el evento, la publicidad se sube al carro de los colores nacionales y las calles de los pueblos y ciudades de España se llenan de pantallas gigantes …., ay, perdón, y las calles de algunos pueblos y ciudades del estado español se llenan de pantallas para disfrutar en comunidad las victorias de nuestra selección, transmitida en alta resolución, con colores deslumbrantes, himnos pegadizos y alegría generalizada que como máximo desemboca en una historia de amor imposible o en una borrachera superable a base de descanso, espidifen y buenos alimentos.
En otros pueblos y ciudades de ese “estado” español no sucede lo mismo. Manipulada su historia por una minoría nacionalista dispuesta a renegar de sus propios orígenes españoles para mantenerse en el poder, atontados los ciudadanos con un sistema escolar que esconde la verdad, convierte leyendas en dogma, les quita su idioma y les convierte en puras marionetas adictas a la telebasura, las tetas de plástico y las pastillas del día después, los partidos de selección nacional se ocultan, se silencian. No hay pantallas, no hay plazas para compartir unos sentimientos, y si alguien lo intenta siempre aparece algún desgraciado, seguro cobrador de subvenciones del gobierno nacionalista para estudiar el complejo proceso reproductor del cabrito catalán de la Alta Ribagorça, y acaba con las ilusiones de grandes y pequeños quemando la pantalla y jodiendo la marrana.
Pero, o milagro, quedan reductos de personas normales, unas nacidas aquí y otras venidas de regiones vecinas, que se sienten tan españolas como las bellas cordobesas, las simpáticas vallisoletanas o las preciosas Aguileñas (Murcia). Y contactan a través de las redes sociales. Y localizan un punto de encuentro en el que podrán disfrutar juntas de un simple partido de fútbol. Tampoco es pedir mucho. Y lo ven. Y la selección gana. Y por unos momentos las risas, las chanzas, los cánticos y la alegría compartida de un montón de gente, conocidos por un lado y desconocidos hasta 90 minutos antes por el otro, el de las redes sociales, te hacen sentir bien, te producen sensaciones de unidad, de solidaridad, de amor a una historia, un idioma y un carácter común, te hacen andar erguido y orgulloso de ser español, de ver un partido de tu selección en tu ciudad natal, Barcelona, y de conocer a gente que vale la pena.
Que dure el sueño. Del sexo ya hablaremos otro día. O de la guitarra.