jueves, 24 de marzo de 2011

¿Un simple coche?

Queramos o no las personas nos encariñamos en muchas ocasiones con cosas materiales. En las tiernas etapas de la infancia pueden ser ositos de peluche, almohadas o simples trozos de tela; en la juventud suelen ser nuestras primeras gafas de sol, aquellos tejanos que se ajustaban a nuestro cuerpo a las mil maravillas o nuestro primer walkman, algo muy valioso en una época en la que los móviles no es que no fueran capaces de reproducir música comprimida en MP3, no, es que ni existían; y ya en la edad adulta todos seguimos teniendo objetos a los que profesamos un amor que va más allá de cualquier lógica. Variopintos donde los haya, estos objetos que rozan el fetichismo son parte de nuestra vida, y cuando por causa mayor nos tenemos que desprender de ellos, se va una parte de nuestra alma y de nuestra vida. Asociados como tienen mil recuerdos y aventuras, compañeros en noches de desvelo y días de gloria, nuestras motos y coches, nuestra ropa y enseres del hogar varios y hasta nuestras mochilas y maletas, son parte del trayecto que llevamos recorrido en nuestra vida. A mí me ha tocado ahora decir adiós a mi coche. Han sido 11 años de grata convivencia, salpicada de aventuras y también, porque negarlo, de desventuras de todo tipo. Rutas varias por España, fugas al alba desde Francia para llegar a tiempo a un desplazamiento de mi equipo, descubrimientos de lugares sorprendentes como Águilas, Murcia, o Calaceite, en Teruel, viajes a Madrid o Pamplona con la bandera de España bien alzada y los himnos de rigor sonando en el interior del habitáculo, que más que eso se convertía en el salón de casa y en ocasiones hasta en el dormitorio, y , cómo no, los mil y un viajes a los mismos bares, a los mismos puntos de encuentro, lugares a los que ¡oh milagro! llegábamos sin tomtomes ni ningún otro tipo de asistencia técnica. Más aún, en muchas ocasiones juraría que el coche llegaba sólo, sin que tuviera que intervenir más que para vaciar el cenicero y darle al autoreverse. Pero, gracias a Dios, tanto las cosas materiales como los humanos tenemos fecha de caducidad: en lo humano desconocemos el cuándo, en lo material sabemos desde un inicio cuando llegará el momento del adiós. Y llegó. Ahí se ha quedado, el mítico BMW con su elocuente matrícula B-8..8-NS, identificación que por un extraño guiño del destino me tocó en suerte: destrozado, a punto de pasar a ser un amasijo de chapa, plástico, colillas y vivencias de épocas que ya no volverán. Pero lleno de multitud de recuerdos y de años de una vida compartida que empieza una nueva etapa.

martes, 15 de marzo de 2011

Japón

Por una vez, y sin que sirva de precedente, no voy a hablar de España: y esto a pesar del título de mi blog y mi propósito general de preocuparme primero por mi patria antes que perder el tiempo con cosas menos transcendentales. Aquellos que me conocen bien, grupo de personas por otro lado cada vez más reducido, me habrán oído decir en ocasiones que antes de morir hay algunos sitios que quiero visitar: Chile, Argentina, Israel y el Japón. No estoy hablando de mi “Bucket List” particular, como en la genial película titulada en España “Ahora o nunca” en la cual dos enfermos terminales deciden cumplir todos sus deseos antes de morir, ni tampoco tengo muy claras las razones de esta selección tan poco ortodoxa. Supongo que podría argumentar sin problemas el porqué de cada uno de estos destinos, pero a pesar de ello sigue siendo un misterio del subconsciente al que por ahora no tengo acceso. Igual en un segundo o tercer nivel de sueño, como describen en otra película reciente, podría desentrañar las razones últimas de esta selección, pero me faltan los conocimientos para ello. O las ganas. Lo que cuenta para este comentario es que Japón es uno de mis destinos soñados. Y me viene de lejos. La atracción de esta cultura milenaria, de su forma de afrontar la vida, de su disciplina, de la sensualidad de sus mujeres, de su escala de valores, y hasta de cosas más mundanas, como su alimentación o su brillante historia militar, han creado en mi interior un deseo de visitar el país que estoy seguro que se cumplirá algún día. ¿O quizás no? Viendo lo que está sucediendo en estos momentos en dicho país de golpe me he enfrentado a una idea bastante “absurda”, poco probable pero factible. ¿Va a desaparecer el Japón que conocemos? ¿Hasta dónde llegarán las consecuencias del trío mortal formado por un terremoto, un tsunami y un cada vez más cercano desastre nuclear? Entre la desinformación que al parecer reina en el antaño gran imperio japonés, país por otro lado poco dado a hablar con claridad o a alarmar a los ciudadanos sin causas fundadas y las contradictorias versiones de la situación actual que voy viendo en los diferentes medios de comunicación, en los que lo que se publica por ejemplo en España no tiene nada que ver con la gravedad que explican en la televisión germana, me encuentro bastante perdido. Y triste. No tengo ninguna vinculación familiar o de amistad con dicho país, a lo sumo que llego es a degustar sushis y sashimis en restaurantes de nuestra tierra, sin estar jamás seguro si lo que me están sirviendo es realmente comida japonesa o una recreación simplificada para los “gaijins” como yo que lo poco que conocen del Japón lo han aprendido viendo películas de la segunda guerra mundial y gritando “Hirohito” por los campos de fútbol porque rima con Benito y Japón formaba parte del Eje en dicha confrontación bélica. Pero a pesar de ello estoy triste. Y este en el fondo extraño sentimiento es el que me que me ha llevado a escribir esto. Y a desear a todos los japoneses que este mal trago pase pronto, que el país se recupere con toda la normalidad posible y que este elemento de mi “lista” particular de cosas que quiero hacer antes de morir no desaparezca y reduzca las pocas aventuras que me quedan por vivir en mi vida. Mucha suerte. 
P.D. Al día siguiente de escribir este artículo ha aparecido este bonito y emocionante comentario del siempre sorprendente Erasmo. Considero que es un buen complemento, por lo que me permito reproducirlo.
Japón

Por Erasmo. El Mundo. 16/3/2011
Magnífico pueblo. “Llanto silencioso”, texto inteligente aquí. Ni pillaje ni peste. Sustantivos del Apocalipsis, del Pentateuco. Las lágrimas de una dama en el minuto de silencio del Bernabéu, aterrada por los vídeos del fin del mundo, volcó su llanto tembloroso aún más que las víctimas y habitantes de Sendai. Orden frugal, mandato austero de la vida como milicia, llevada al espíritu, silencio recogido frente al alarido de una plañidera grecochipriota.
Tienen /por eso no lloran/ de jade las calaveras/con el alma de jazmín/ vienen por la carretera

martes, 1 de marzo de 2011

¿Qué habrá sido de Nuño?

Hay días en los que me pregunto qué habrá sido de Nuño. Nuño es el hijo de unos amigos míos, que en estos momentos debe rondar los 13 años. Más o menos. En el ya lejano 2006 solía frecuentar su casa y pasar horas y horas con sus padres, bueno, más bien con su madre, hablando de todo menos del sexo de los ángeles, porque ya sabemos todos que los ángeles no tienen sexo. Aunque quizá hasta esta afirmación haya perdido valor, teniendo en cuenta todos los cambios que se han producido en estos largos años de dictadura socialista que estamos sufriendo. Igual, y por real decreto, los socialistas han decidido, sin que nos hayamos enterado, que los ángeles y las ángelas pertenecen al colectivo ELEGEBETE por definición. No me extrañaría nada. Me imagino que habrán sido 5 años muy difíciles para los sufridos padres de Nuño, como lo han sido sin lugar a dudas para el resto de progenitores que tuvieron la osadía de traer un niño al mundo en España durante la pasada década. El vuelco cultural y social, si se le puede llamar cultura a los desvaríos de los ministros de los sucesivos desgobiernos del inefable Zapatero, ha sido tal que donde antes ponía blanco hoy contemplamos un negro más oscuro que el café de Colombia; donde antes se hablaba de matrimonio entre una mujer y un hombre hoy se habla de uniones civiles sin importar el sexo (o más bien la desviación sexual) de los contrayentes; donde ir a misa era lo más normal en el día del señor y hoy en cambio te tienes que apartar un viernes por la tarde porque delante de ti cruzan cientos de musulmanes para asistir a sus “arengas” pseudo-religiosas en enormes mezquitas donadas por los propios ayuntamientos (y a costa de nuestros impuestos, claro está); donde podíamos circular a 130 km/h hoy nos obligan a hincharnos de cafés bien cargados para no dormirnos a 110 en la autopista y comernos los quitamiedos; donde ponía Álava hoy nos reciben carteles con el extraño topónimo de Araba, que no estoy seguro si se trata de un error ortográfico o del anuncio de que lo árabe se está adueñando del país a marchas forzadas; donde podíamos comer, pasar al café y disfrutar de la sobremesa con un cigarro puro habano o un simple cigarrillo hecho en Canarias hoy tenemos que abrigarnos para salir a la calle y fumar cual vagabundo o delincuente estigmatizado; en resumen, que donde cualquier ministro dijo digo al final dijo Diego ( o Diega) , y todo se ha convertido en una gran farsa que está cercenando nuestra libertad, hundiendo un siempre mejorable pero en líneas generales correcto sistema de convivencia al que nos habíamos acostumbrado y dejándonos en paños menores ante los retos que nos plantea un futuro cada vez más oscuro. Todo se ha ido al garete. El estado del bienestar, el prestigio de España como nación, la unidad en la diversidad de nuestra antaño admirada y rica patria y la tan cacareada democracia y sus partidos políticos que, sin excepción alguna, han cambiado sus objetivos “altruistas”, “sociales” y “constructivos” por una lucha feroz para asegurar su propio futuro a costa de la buena fe de la gente y sus votos asociados. Tirando de refranero podríamos resumir la situación actual de nuestra querida España con el clásico “Donde no hay harina, todo es mohína”. Si no hay recursos, si las personas que “dirigen” un país no tienen capacidad, conocimientos y sobre todo intención de hacer algo bueno por los demás el resultado solamente puede ser el disgusto o la tristeza. O más aún, el desastre. El fin de una sociedad en la que hemos crecido felices y la desaparición de una patria a la que hemos amado todos desde pequeños. Tanto los padres como los hijos. Hasta el hijo de mis amigos la quería mucho a pesar de su tierna e inocente edad. Hay días en los que me pregunto qué será de Nuño en el futuro.