martes, 18 de agosto de 2009

Caminos

Después de un verano tan intenso, teniendo en cuenta que solamente me he permitido 3 días de vacaciones, la cabeza me estalla. Doy vueltas y más vueltas a las múltiples, alegres, tristes y hasta surrealistas escenas vividas estas últimas semanas y conforme pienso cada vez me encuentro más perdido. Los argumentos que usaría cualquier amigo para hacerme ver que la vida es mucho más simple de lo que parece caerán en saco roto. Uno es como es, como ha crecido y se ha formado y pocas características de las personas pueden cambiar de la noche a la mañana, menos aún cuando ya tienes una cierta edad y tu carácter se forjado de una manera determinada.
Hay personas curtidas, duras, a las que parece que nada les afecte. Viven en un mundo frío, materialista, buscando el placer inmediato, encerrándose a continuación en su castillo de piedra infranqueable a cualquier acercamiento. Difícil es encontrar el camino correcto para acceder a dicha fortaleza. Algo cerrado a cal y canto no se abre a la fuerza. Si se intenta, revienta. Pero si no lo intentas abrir, revientas tu mismo. Aquí está el quid de la cuestión.
Luego estamos los soñadores. Los que a pesar de todo seguimos teniendo fe. Fe en los amigos, en el destino, en la ilusión, en los sueños, en el amor con esa definición tan bonita de “dar sin esperar recibir”. Los que somos capaces de consolar a unos niños que están llorando la muerte de nuestro capitán (Dani Jarque DEP) explicándoles que el camino sigue, que los recuerdos perdurarán, que la vida tiene sus desgracias pero que siempre hay que mirar hacia adelante, mientras por dentro nosotros mismos estamos destrozados. Los que se sobreponen a sus propios sentimientos intentando aliviar el mal ajeno. A muchos les sonará cursi, pero no por ello deja de ser una verdad aplastante. ¿Quién no se ha sentido feliz de verdad haciendo sonreír a un niño, o a un amigo, o a un amante; quien no disfruta ayudando a una persona necesitada? (Bueno, aquí igual me paso un poco, porque también existen “bestias” en el mundo, que no sienten nada más que ganas de comer, dormir, defecar, copular y poco más. Suerte que no conozco a muchos así, ni ganas que tengo.."Mala gente que camina y va apestando la tierra...")
Caminos, como titulo este comentario, los hay muchos. Y todos tienen en común una cosa: no permiten regresar. Varias veces he comentado ya temas similares: si lo analizas bien ni pasado ni presente existen: cualquier hecho, situación, mirada, grito, palabra, cualquier sentimiento, placer, odio, malestar o alegría, tal cual sucede desaparece. Y solamente te queda la senda, abierta de par en par, para que sigas avanzando. Y ese avance, ese camino que es la vida, es imparable. De nada sirve echar la vista atrás, como bien decía nuestro poeta, y ver la senda que nunca se ha de volver a pisar. A caminar, amigos, a caminar
He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas,
he navegado en cien mares
y atracado en cien riberas.

En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,

y pedantones al paño
que miran, callan y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.

Mala gente que camina
y va apestando la tierra...

Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.

Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan adonde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,

y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca

Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos
descansan bajo la tierra.

(Antonio Machado)

lunes, 10 de agosto de 2009

21 lágrimas

Ayer nos reunimos todos en el nuevo estadio del Real Club Deportivo Español. Por una vez la razón no era un simple y lúdico partido de fútbol, sino el homenaje a un jugador, nuestro capitán, fallecido a destiempo, en un lugar lejano, unido en el instante de su muerte a su mujer y su futuro hijo por un simple y absurdo hilo telefónico, en la plenitud de su vida, con perspectivas de futuro inmejorables y toda la gloria por conquistar.
Y ahí, en ese nuevo estadio que acabamos de estrenar, que aún nos es extraño a todos, que no conocemos, que por el momento no nos provoca emociones porque carecemos de recuerdos de momentos inolvidables vividos en él, ahí, en Cornellá-el Prat, como lo siguen llamando, o en el Nou Sarriá, como nos gustaría a muchos que se llamara, nos juntamos decenas, cientos, miles de seguidores del Español para darle el último adiós a un chico joven que por desgracia no verá crecer a su vástago ni disfrutará de todo lo bonito que la vida le deparaba.
Y ese último adiós se bañó en lágrimas. Como tiene que ser. Los seres humanos lloramos, en mayor o menor medida, y lo hacemos por dolor, por alegría o por tristeza. Ayer tocaba tristeza. Y tocaba llorar.
Existen personas de lloro fácil, que por cualquier banalidad dejan escapar unas lágrimas y que, en casos más serios, se derrumban sin contención posible echando por los ojos sus sentimientos de rabia, dolor o tristeza.
También existen personas más templadas, que han sufrido lo suficiente en su vida para no llorar a la primera ocasión, personas que sienten y sufren igual que los demás pero que no expresan sus emociones de la misma forma que las anteriores. Personas curtidas en sufrimientos, personas que han perdido a familiares, que han sufrido maltratos o que han vivido tales decepciones en la vida que el recuerdo de estas les impide llorar a rienda suelta a la primera ocasión.
Finalmente tenemos a los duros. Personas que no lloran ni llorarán jamás. Están de vuelta de todo. Han perdido la fe y la esperanza. Ya no creen en nada porque las han visto de todos los colores. El dolor y la tristeza ya no consiguen arrancarles ni una simple lágrima, quedándose atascados los sentimientos en su interior, mordiendo sus entrañas sin que nadie se percate, a veces ni ellos mismos, de lo que están sintiendo. Podemos llamarles pragmáticos, o consecuentes, o realistas, o fríos, o escépticos.
Pues ayer estaban todos ahí: los del lloro fácil, que si ya se derrumban viendo un gol en el último minuto imaginaros como estaban ayer. Los templados, que al saber que en la vida existen dramas a mansalva, lloraron lo justo y necesario que les permite su idiosincrasia. Y los duros, que paseaban entre banderas, velas, lloriqueos y abrazos sin soltar ni una sola gota. Sufrirían igual, me imagino, que los demás, pero no se les notaba.
A, se me olvidaba, también estábamos nosotros. Los que lloramos porque queremos, porque somos pericos. Los que hemos compartido tantas emociones que con ver un álbum de fotografías de algún desplazamiento ya empezamos a sentir un cosquilleo. Los que nos encontramos a ex jugadores de nuestro equipo y nos parece que hayan juntado Navidad, Reyes y nuestro cumpleaños. Los que subimos por la antigua carretera de Sarriá y giramos la vista a la izquierda al llegar a la altura de nuestro anterior campo para no llorar o maldecir a alguien. Los que oímos la palabra Leverkusen y nos cagamos en la madre de todas las madres. Los que llevamos en nuestro equipaje algún playmobil blanquiazul u otro gadget que no conseguimos perder de ninguna manera, y mira que perdemos cosas. Los que gritaremos Dani, Dani, igual que antes gritamos Guijarro, o Mauri, o Canito, o muchos otros nombres. Los que lloramos por alegría y por pena al mismo tiempo. Los que no tenemos nada que esconder. Los que odiamos al Barza y lloramos de alegría cuando pierde. Los que nos sentimos unidos desde hace años, generaciones en muchos casos, por algo tan simple como una afición deportiva. Los que amamos al Real Club Deportivo Español. Y a sus jugadores, a su historia y su bandera. Y a sus ex-jugadores fallecidos.
Y a Dani Jarque. Caigan por él las 21 lágrimas de hoy.