miércoles, 25 de septiembre de 2019

La mentira sistemática


Lenin la patentó, la Segunda República la explotó,
ZP la revivió y Pedro Sánchez la institucionalizó.

Todos sabemos que la mentira nos rodea. Y que se trata de un arma infalible para conseguir los objetivos perseguidos. No se trata de nada nuevo, es algo que nos ha acompañado desde los albores de la civilización. Se mentía en la Edad de Piedra, tanto en el Paleolítico como en el Mesolítico y el Neolítico, Edad ésta en la que las mentiras ya se empezaron a pulir como las piedras, en la Edad del Bronce, en la Edad del Hierro, en la Antigua, en la Media, en la Moderna…, y desde entonces hasta nuestros días, hasta la Edad Contemporánea.  Cierto es también que, durante la evolución de las sociedades primitivas hasta nuestro mundo actual, la aparición de las religiones convirtió el hecho de mentir en algo malo, en un pecado (tampoco en todas las religiones ni en la misma medida), pero no por ello se ha conseguido erradicar ese mal que es parte intrínseca del ser humano.

No me arrogo ser versado en filosofía, más aún, no me precio de ser experto en nada, pero sí que entiendo que la evolución desde las edades oscuras hasta hoy en día ha traído consigo la aparición de valores morales o éticos, gracias sobre todo a las culturas griega y romana y en especial al cristianismo (que no al islamismo o al judaísmo, que por desgracia mantienen preceptos contrarios a la moral y la ética tal como la entendemos nosotros). Valores que han permitido el avance de la sociedad, la aparición de la moral, de la justicia, de la libertad, y con ello la mejora de la convivencia, en resumen, que han permitido llegar a donde estamos hoy en día.

Pero cuando ya habíamos dado el enorme salto cualitativo de pasar de ser seres primitivos, violentos, caníbales, promiscuos, falsos, egoístas y mentirosos, a convertirnos en personas cabales, con cierto grado de cultura y con una serie de valores superiores, como la lealtad, la honradez, la tolerancia, la fidelidad, el respeto, la solidaridad o la generosidad, por nombrar algunos, llegó la involución.

Y no me refiero a la Edad Media o a la Edad Moderna, ni pretendo hablar de la evolución social desde antes del nacimiento de Cristo hasta los siglos XVIII o XIX. Me vendría muy grande desgranar la historia de la humanidad. Doctos pensadores y millares de libros hay a los que podéis recurrir para entender “el perquè de tot plegat”, como decimos en Cataluña (el porqué de todo), o si queréis atajar podéis tirar del excelente aunque polémico resumen de Dietrich Schwanitz titulado “La cultura: todo lo que hay que saber” (un resumen en 816 páginas de TODO lo que hay que saber: según el autor, claro está); voy directamente al principios del siglo XX. 

Un siglo que abandonamos hace bien poco pero que sigue marcando nuestra realidad. A no ser que seas un “millennial” de las generaciones Y o Z y no te enteres de nada ni tengas interés por nada más que por consumir y disfrutar.

A lo que iba: a la mentira.

Como dijo (entre muchas otras barbaridades) el aborrecible Vladímir Ilich Uliánov, más conocido como Lenin, “la mentira es un arma revolucionaria”. Y tan pancho se quedó, arrastrando al mundo entero a la desgracia que aún sufrimos hoy en día. A la mentira como principal herramienta para llegar al poder, para mantenerse en él y para vivir como un rey a costa de los demás.

Esa maldita mentira que Lenin patentó, la Segunda República explotó, ZP revivió y Pedro Sánchez institucionalizó.

Para desgracia nuestra y de las futuras generaciones. Todo, absolutamente todo lo que dice y hace nuestro fraudulento, plagiador y enfermo presidente por accidente, es mentira. Desde que se levanta hasta que se acuesta en su cómodo colchón, durmiendo a pierna suelta junto su vaga y vividora señora, Pedro Sánchez no hace nada más que engañar. Hasta podríamos creer que miente más que respira. Miente a su partido, mientre a sus teóricos aliados, miente a la sociedad, miente al sol y a la luna, a las nubes que vigila su mentor y maestro ZP, a la UNO, a las dos y a las tres. Y lo peor de todo es que le importa un pepino. No tiene ni un ápice de moral o de vergüenza. Solamente existe un propósito en su vida: su ego. El YO en mayúsculas como objetivo único e intocable de su cómoda vida. Y la mentira como motor. Un motor muy, pero que muy contaminante. Acompañado de palmeros, mentirosos a tiempo parcial o total, y, sobre todo, de infinidad de espejos en los que admirarse a todas horas; su plan de negocio, su “roadmap” como gustan tanto soltar los consultores, su objetivo vital, su meta, son solamente uno: disfrutar, figurar, vivir del cuento y explotar al máximo los días que permanezca en este mundo.

No tiene miramientos, no tiene sentimientos, es un ser carente de cualquier valor, esos que detallaba más arriba y que nacieron fruto de una evolución de millares de años. Un avance social, cultural y humano que se fue al garete cuando apareció la izquierda y el tan mal llamado progresismo, y con ellos el hablar por hablar y el mentir como lema vital. Un progresismo que poco tiene que ver con el progreso. Es una vuelta atrás. Una involución. Estamos tirando por la borda siglos y siglos de avances. Y seguiremos igual si no le remediamos de alguna manera.

Pero no será tarea fácil: no hablamos solamente de Pedro “cumfraude” Sánchez. La inmensa mayoría de la clase “dirigente”, los políticos y sus lacayos, padece la misma enfermedad, miente igual y persigue los mismos objetivos.

La mentira está institucionalizada en la izquierda, en el centro, en gran parte de la derecha, en la recta y en la curva, en el nacionalismo, en el histerismo climático, en el revanchismo, en el guerracivilismo, en el veganismo, en el LGTBIsmo, en el periodismo, en el globalismo…, en todos los repugnantes “ismos” que poco a poco conseguirán devolvernos al sitio de dónde salimos: a las oscuras y frías cavernas.

Igual tiene que ser así.



lunes, 23 de septiembre de 2019

Vividores


El pasado fin de semana volví a disfrutar de un clásico de nuestro cine patrio, “Los tramposos”, película del año 1959 dirigida por Pedro Lazaga y protagonizada, entre otros, por unos insuperables Tony Leblanc y Antonio Ozores. Este filme relata las andanzas de dos “simpáticos” embaucadores que se dedican a todo el amplio abanico de timos conocidos: desde el trile de la bolita hasta el cuento de la estampita, prueban de todo para ganarse la vida. De todo menos trabajar, claro está. Pero gracias a las sublimes interpretaciones y al inmediato cariño y complicidad que generan en el público, el detalle de que no intenten trabajar queda diluido, convirtiéndose la picaresca y el mal vivir de los protagonistas en algo aceptable, y con ello imitable.

Y así seguimos, sesenta años después, rodeados de timadores. Pero por desgracia existen grandes diferencias entre el año 1959 y nuestro presente: la minoría que delinquía (porque de eso se trata, de delitos) en aquel entonces se ha convertido en seis decenios casi, casi en una mayoría.  Veamos.

Titulo esta entrada “vividores”, en vez de escribir directamente timadores, o delincuentes, que es lo que debería poner. Y lo hago con intención: como ya he escrito en infinidad de artículos, en esta nuestra España venida a menos somos campeones en suavizar, ocultar o silenciar los malos e ilegales comportamientos. Palabras como picaresca, o en este caso vividor, tienen una connotación positiva, convirtiéndose por desgracia en virtud más que pecado. Los héroes de la sociedad ya no son los médicos, los policías, los bomberos, los dirigentes o los religiosos y misioneros; por el contrario, los ídolos, los referentes para la juventud y hasta para una gran parte de los teóricamente adultos, son todos aquellos personajes que consiguen triunfar sin dar un palo al agua. Y de esta tipología de seres inmundos que no aportan nada positivo a la sociedad, los que yo suelo llamar de “valor añadido cero patatero”, vamos sobrados en esta piel de toro antes poblada por héroes altruistas, científicos, descubridores, artistas, sabios dirigentes, valientes guerreros y humildes servidores del prójimo. Hoy en día estamos rodeados de mangantes en todos y cada uno de los ámbitos sociales. En el mundo laboral, en el ámbito religioso, en el periodismo, en el séptimo arte (que de arte cada vez tiene menos), y, destacando por encima de todos estos estamentos, en la política, sufrimos la triste presencia de garrapatas, defraudadores, arribistas, ladrones, mentirosos, bocazas, incultos, iletrados y aprovechados, en resumen, de malditos vividores.

Echemos una vista a nuestro alrededor, a los protagonistas de las noticias, de los programas de televisión, a los que cortan el bacalao hoy en día, a los que se llevan sueldos astronómicos frente a los miserables jornales que siguen cobrando los verdaderos trabajadores (como por ejemplos los miembros de la Guardia Civil y la Policía Nacional, o nuestros sacrificados y nobles soldados): políticos corruptos, presidentes dedicados al plagio y al buen vivir, periodistas untados al servicio de partidos políticos que solamente sirven de trampolín para la chusma de la sociedad, clérigos y monjas a sueldo de los dementes, racistas y malignos nacionalismos, consejeros delegados al servicio de lobbies, catedráticos dedicados a regalar titulaciones por cuatro reales, jueces vendidos al mejor postor, tertulianos carentes de formación, neuronas y educación hablando hoy del medio ambiente, mañana de digitalización y pasado de neurociencia, sin tener ni papa de ninguno de los temas sobre los que osan opinar, o presentadores de televisión incultos e iletrados que no saben hacer la o con un canuto.

No hace falta ni que detalle nombres y apellidos de todos y cada uno de estos personajes, bien los conocemos todos. Pero aun así me permitiré recordar algunos nombres, no vaya a ser que hoy me quede sin descargar mi ira sobre la chusma que nos rodea: la falsa monja Caram, la sucia alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, nuestro caradura mayor, el presidente por accidente Falconetti, Pablo Iglesias y consorte, García Ferreras, Monedero, Errejón, Ortuzar, Quim Torra, Escobar, Alonso, Sémper, el arzobispo Planellas,  Lluis Llach, Amenabar, Almodóvar, Alberto Garzón, el traficante esclavista Oscar Camps, Feijóo, Rufían, Adri Lastre, Ximo Puig…una lista interminable.

Y paro aquí para evitar esas terribles arcadas que me producen todos estos malditos vividores.

Y no valen argumentos como que siempre ha habido pícaros, ladrones y mangantes. Claro que los ha habido siempre. Y los habrá. Igual que meretrices. Y sus hijos. Es algo inevitable y bien visible. Pero lo que no es de recibo y tenemos que combatir de alguna forma es que estos deshechos, estas garrapatas, sean los que dirijan nuestros destinos, vivan a cuerpo de rey y se rían en nuestra cara mientras todo se derrumba a nuestro alrededor.

Allá cada uno como los combata. Escribiendo, estudiando, trabajando noblemente, rezando, patrullando, limpiando, ayudando al prójimo, o quizás votando algo coherente y serio el próximo 10 de noviembre.

It’s up to you, como dirían los ingleses y los paletos que no saben idiomas, pero utilizan cada día más expresiones foráneas, en vez de usar y cuidar nuestro rico y precioso idioma español.

Tú mismo. Luchemos por algo superior, que vaya más allá, en latín plus ultra, o aceptemos el desastre, las penurias y la desaparición de una sociedad cuya construcción ha costado milenios.



martes, 17 de septiembre de 2019

La Mercè


Ante la próxima fiesta patronal de Barcelona, Nuestra Señora de las Mercedes, abreviada la Mercè en catalán, me vuelvo a soliviantar ante la falsedad y la estupidez de tantos, tantas y tantes (del cartel de este año no quiero ni escribir, se me hincharía la vena y acabaría insultando a diestro y siniestro).

Al igual que sucede en Navidad, en la Fiesta de los Reyes, en Semana Santa o cualquier simple y llano domingo, muchos nos preguntamos: ¿qué rayos celebráis? O mejor aún, habría que preguntárselo a ellos, a los que celebran por todo lo alto todas y cada una de nuestras fiestas religiosas, sin tener ni puñetera idea del porqué ni el por quién; lo único que saben es el para qué: para descansar, divertirse, consumir o viajar en la mayoría de los casos; para molestar, insultar, blasfemar y delinquir en muchos otros.

Y la contestación de que son “tradiciones” o “costumbres” despojadas de cualquier contenido religioso, se la pueden meter donde les quepa. En su cerebro, por ejemplo, que anda sobrado de espacio.  Porque tradiciones y costumbres ha habido y sigue habiendo de todo tipo, pero ni por asomo celebramos todas ellas. Por lo menos en nuestro amenazado mundo occidental. Otra cosa sería hablar de las primitivas, bestiales y humillantes tradiciones del islam o de tribus primitivas africanas, americanas o asiáticas. Esas ¿tradiciones? que a la chita callando se están recuperando y promocionando en todo el mundo con el apoyo de la enferma progresía y su constante involución que amenaza con llevarnos de vuelta a tiempos oscuros.

Hoy mismo he leído dos cartas al director (en La Vanguardia y en el ABC) en las que el autor se queja de la falta del anuncio de la solemne misa en nuestra preciosa basílica consagrada a la Mercè, acto clave y principal de las fiestas ignorado en los programas oficiales de las fiestas patronales de Barcelona. 

No es la primera vez, ni por desgracia será la última, en la que nuestra sucia, vaga, inculta e impresentable alcaldesa omite a conciencia cualquier referencia religiosa en los festivos ligados a la Iglesia Católica que celebramos a lo largo del año. Claro que no se trata de celebraciones musulmanas, o budistas, ni años nuevos chinos o la conmemoración de la liberación por parte de los Omaticaya de la luna Pandora. Pero no lo hace solamente Inmaculada Colau (¿no habrá pensado en cambiarse de una vez el nombre por algo menos religioso, por ejemplo “Imbécil”?), sino todos los dementes progres que por desgracia pululan por nuestra querida España. 

Del Cabo de Gata hasta Finisterre tenemos a ineptos gobernantes, en todas nuestras múltiples administraciones, que dedican gran parte del tiempo a desmontar, manipular o tergiversar todo lo nuestro, todo lo conseguido, descubierto, creado e instaurado durante siglos y siglos de evolución. Nuestra historia, nuestra fe, nuestra cultura, nuestra ciencia, nuestro arte, nuestras tradiciones, nuestros hábitos (véase en ese sentido la ridícula campaña de El País estos últimos días explicándonos todo lo que hacemos mal desde tiempos inmemoriales), en resumen, nuestra avanzada civilización es, según todos estos retrógrados iluminados, un gran fracaso, y hay que volver atrás, a los sacrificios humanos, la esclavitud (como ya practican cerca de nuestras playas los traficantes africanos y sus cómplices del OpenArms y similares oenejetas), la ablación genital, la idolatría, la poligamia y hasta el canibalismo.

Si no creemos en la aparición simultanea de la Virgen a san Pedro Nolasco, al rey Jaime I de Aragón y a San Raimundo de Peñafort en el año del Señor de 1218, pues no pasa nada. No lo celebramos y sanseacabó.

Yo tampoco me fustigo hasta sangrar cada nueve de septiembre, el día de la Ashura, para conmemorar un ayuno de Moisés, ni me emborracho y me pongo alegre por obligación el día del Purim judío, para celebrar que Haman no matara a todos los judíos en Persia hace no sé cuántos siglos, ni me enlazo los jueves a las plantas de mi jardín para conectar con Eywa.


Pero claro, yo no soy “ImbécilAda” Colau. Esta demente lo celebra todo. Con tal de emborracharse, algo que al parecer es muy común en ella y que el otro día hasta fue filmado en directo en las fiestas del barrio de Gracia en Barcelona.

lunes, 9 de septiembre de 2019

Once de septiembre


El undécimo día del mes de septiembre (que no el onceavo, como suelen decir muchos de nuestros tan poco ilustres y tan iletrados presidentes, diputados, políticos, famosos, influencers y tertulianos varios) es un día histórico por multitud de sucesos, hechos, nacimientos y defunciones. Como casi todos los días del año: la historia universal conocida y documentada (la historia “registrada”) de nuestro mundo occidental (al que por desgracia le queda poco antes de sucumbir a la invasión islámica-africana planificada y ejecutada por esas fuerzas ocultas que existen pero que pocos se atreven a nombrar) abarca ya bastantes siglos, siendo quizás el siglo IV antes de Cristo el momento inicial de la puesta por escrito de hechos, personas y lugares, con la obra “Las historias” de Heródoto, por lo que sin duda en cualquier día de estos veinticinco siglos documentados sucedieron hechos lo suficientemente importantes como para pasar a la historia. Para muestra un botón: podemos tirar de la tan denostada, pero al mismo tiempo tan usada Wikipedia, elegir a voleo cualquier día del año (nuestro cumpleaños, por ejemplo), y, oh sorpresa, mira cuantas cosas pasaron ese día. Como sucede, por ejemplo, con el 11 de septiembre.

No voy a listar ahora todo lo importante que sucedió este día a lo largo de los siglos: el que tenga interés que use la red de redes para este menester, pero sí que me vais a permitir comentar unos cuantos hechos realmente relevantes acaecidos en esta fecha.

El once de septiembre del noveno año d.C., una variopinta unión de tribus germanas bajo el mando de Hermann (Arminius para los romanos), líder de los cheruscos, derrotó en el bosque de Teutoburgo, sito en el noroeste de Alemania, entre Bielefeld y Paderborn, a varias legiones, infligiendo una tan severa derrota a Roma, que consiguió cambiar la historia, frenar la expansión de las hasta entonces casi invencibles huestes del Senatus Populusque Romanus y con ello facilitar la evolución o quizás el propio nacimiento de Germania como nación. Un hecho relevante, sin duda. Un hecho histórico. 
Doce siglos más tarde, el 11 de septiembre de 1297, en el Puente de Sterling, Escocia, un (gracias a Mel Gibson) archiconocido líder llamado William Walllace, derrotó a las tropas inglesas en defensa de su país, Escocia, invadido un año antes por los siempre pesados y bárbaros ingleses y su afán de conquistar y aniquilar a otras naciones (en vez de descubrir, colonizar, civilizar, integrar y hacer crecer, esas cosas que hacía el Reino de España, cuando era imperio y era español). Fue una victoria importante, pero sin pasar a ser un hecho trascendente en la historia de Inglaterra y Escocia: un año más tarde el rey inglés Eduardo I se vengó de tamaña humillación, previo pacto con Francia para poder disponer de suficientes tropas, y aplastó a los valientes “highlanders” en otra batalla, la de Falkirk. Ingleses y escoceses siguieron dándose de palos durante siglos, estando viva, aún hoy en día, la lucha por la independencia de Escocia, aunque ya no a base de garrotazos, sino en forma de pacíficos referéndums (legales y justificados, por cierto).

Sigamos con otro hecho relevante sucedido un 11 de septiembre. En 1683 el Sacro Imperio Romano Germánico, liderado por los Habsburgo, y la Liga Santa, formada por polacos y lituanos, plantaron cara en la batalla de Kahlenberg a las tropas otomanas, en el llamado segundo asedio a Viena, asestándoles un golpe definitivo y frenando, por fin, los continuos intentos de dominio de Europa por parte de las fuerzas orientales, ergo islámicas. Un siglo antes, y gracias al Imperio Español,  ya se consiguió parar esa siempre amenazante invasión otomana en la mítica batalla de Lepanto, en la que Don Juan de Austria, Alvaró de Bazán y Alejandro Farnesio, entre otros, pararon los pies al invasor de forma aplastante, destrozando su armada y salvando así al mundo occidental. Claro que en esa época la casa real en España era la de los Habsburgo en su pleno apogeo, no como en la batalla de Kahlenberg, época en la que en nuestra patria reinaba Carlos II, último rey de dicha dinastía, y por lo tanto paso previo al definitivo declive del imperio español que se produjo por culpa de la entrada de los Borbones en nuestra historia. Con ellos perdimos nuestras posesiones, como bien cantan los Nikis, y a la decisiva batalla ya ni nos presentamos, simplemente aportamos dinero. Aunque peor fue la actuación de Francia, cuyo nefasto rey Luis XIV, en su eterna guerra con Austria, ni siquiera aportó dinero. Por algo en esa época le apodaban el “rey moro”.


O los más cercanos y terribles hechos del 11 de septiembre de año 2001, en el que terroristas islámicos atentaron con sus pilotos suicidas en Nueva York y en Washington contra el corazón del mundo occidental, dejando más de 3.000 muertos, haciéndonos ver que la amenaza del islam sigue tan vigente como en Lepanto o en Kahlenberg. 
O como hoy en día en nuestras fronteras en Ceuta y Melilla y en el Mare Nostrum, que de “Nostrum” cada vez tiene menos. Ahora está en manos de piratas, oenegés comisionistas y gobiernos colaboracionistas que traerán sin duda la derrota final y definitiva de nuestro mundo, de la Europa griega, romana, cristiana e hispana.

Si no lo evitamos, claro está.

P.D.
Anda, casi se me olvida: el 11 de septiembre de 1714, durante la Guerra de Sucesión Española, en la que se enfrentaban partidarios de los Habsburgo y de los Borbones por la corona española, la ciudad española de Barcelona, que apoyaba a los Habsburgo, capituló ante Felipe V, lo que significó la consolidación en el poder de la casa de Borbón en España, y con ello el inicio del fin del justo, civilizador y glorioso imperio español en el que no se ponía el sol.

Lo que cuenten los cuatro dementes separatistas catalanes acerca del 11 de septiembre es otra cosa. Una tergiversación de la verdad (como tantas otras) a manos del nacionalismo, para justificar sus tejemanejes, su supuesta (y a todos luces inexistente) superioridad cultural, moral y racial, y sobre todo sus jugosas comisiones. Malditos y majaretas lazis.