martes, 18 de octubre de 2016

Una vez más, al Camino.

El águila vuela sola; 
el cuervo en bandadas.
El necio tiene necesidad de compañía
 y el sabio, de soledad





Vuelve el clásico de cada año. Y no hablo de un partido en la cumbre, ni de la esperada comida navideña en familia (que este año sin duda será extraña por el fallecimiento de mi padre): hablo del Camino de Santiago y mi anual tramo por las tierras de España, buscando el no sé qué o simplemente cumpliendo un rito cual dogma de fe. Ese “Walk, eat, sleep, repeat” de la camiseta que descubrí en el tramo del año pasado. Aunque como siempre intentando intercalar algún “think”, “speak”, “sing” y sobre todo “drink”. No vaya a ser que me quede deshidratado y acabe tirado en algún recodo del camino esperando la aparición de las aves carroñeras.


Empezaba pues la ruta en Salamanca, donde dejé mi último tramo de la Vía de la Plata hace 3 años, recorrido éste que inicié años antes con Carlos y Lupe y que Dios mediante acabaré un día de estos. Esta vez salía hacia lo desconocido con un compañero nuevo, Ed, que en muchos momentos me recordaba al añorado Carlos Oriente (¡Presente!): por su tranquilidad, fortaleza y parquedad en palabras y su suma presteza a la hora de compartir un trago o ayudar a los demás. Sin Matrix esta vez, después de 2 años compartiendo lo bueno y lo malo desde Roncesvalles hasta Burgos, pero con las mismas ganas y curiosidad de ver nuevos paisajes, conocer a gente extraña, departir con los lugareños y olvidar por unos días el tedio y la presión del resto del año.

Y así nos plantamos, en una etapa inicial realmente prescindible en lo que al paisaje se refiere (bien lo pone en la guía austriaca del peregrino Ernst: “se recomienda hacer este tramo en autobús), en Calzada de Valdunciel, después de 16,5 km de aburrido y feo recorrido, en cuyo albergue ya nos encontramos con los primeros peregrinos: desconocidos al llegar y parte de nuestras vidas al separarnos. Como pasa con todas las personas que vas encontrando por los variables senderos de la vida y del Camino. Aparecen, aportan o restan algo a tu vida, y siguen sus andares, dejando en su lugar esos recuerdos que son base de nuestra existencia. Los buenos y los malos. Hacemos tiempo hasta que aparece la hospitalera y tomamos unas cervezas en un bar cercano (EL Bar, para ser más exactos).  Registro y sello con Susana, o Susi, una inexperta hospitalera que se estrenaba justamente ese día y que con sus bonitos ojos azules y peinado a lo “garçon” me recordó a otra Susi de Madrid. ¡Me gustan las Susis de pelo corto! Román, gallego y con unas ganas de hablar terribles (y de meterse con los curas), nos cuenta que viene andando desde Gibraltar, mientras que José calla y otorga: ayuda a la hospitalera con los formularios oficiales. Cada uno a lo suyo. El resto del día, lo
clásico. Conversaciones, paseos arriba y abajo, cena de menú correcto en el bar viendo al RCD Español y vuelta con el albergue ya en silencio y las 8 camas ocupadas. Los ya nombrados, 3 catalanes y una francesa con aires de bruja despistada. Algo que se confirmaría en los siguientes días.


Diana a las 6:30, después de una noche dura (¿serán las cervezas, la litera, la edad, el tabaco o la suma de todos estos factores lo que me impide dormir a gusto?). Mientras el resto de peregrinos se van a desayunar nosotros tiramos millas a las 7:15. Un claro “repeat” en lo aburrido de la etapa y a las 11:30 ya nos encontramos delante del Albergue FyM en el Cubo del Vino. Curioso nombre cuyo origen sigue siendo discutido sin que nadie pueda dar una respuesta fehaciente. Ni la Wikipedia. Que ya es decir. La Eme del nombre del Albergue es de Mercedes, la activa y dicharachera hospitalera que ha convertido la antigua casa familiar en un curioso albergue con 13 camas repartidas en varias habitaciones, un salón  y un solo baño, pero lleno de fotografías de anteriores peregrinos, una bonita recepción a base de chorizo y cerveza bien fría y el ofrecimiento directo de lavarnos la ropa gratuitamente. Así da gusto. Muchas gracias por todo Mercedes.
Conocemos al matrimonio de Sudáfrica, en concreto de Durban. Se llaman Pauline y Morrell Rosseau, y a las primeras de cambio tengo la intuición de que son “del palo”. Salgo de dudas en cuanto responden a mis primeras preguntas: “por suerte el CNA está a punto de perder la mayoría” y que los “campos de fútbol del Mundial están siendo utilizados asiduamente por los equipos de rugby. Que el fútbol ahí es cosa de negros”.  En posteriores conversaciones nos enteraríamos de que son hospitaleros y que hacen algún Camino cada año (y vía Internet ya de vuelta en casa descubrí que son de la hermandad del Camino de Sudáfrica, que ella dirige una escuela femenina católica, que él es ingeniero en la Bosch y que el Papa les otorgó la condecoración Benemerenti en el 2013. Cuando el río suena…). Agradables y educados. “Rara avis” que en el trabajo o en la gran ciudad no sueles encontrarte.
Pero volvamos a lo mundano: al bar. A beber. El pertinente paseo por el pueblo nos permite descubrir que hay 2 bares y que, por fin, se cumple la ley no escrita de Ed. Un botellín, 1 Euro. “Asín si”, como proclama mi compañero de aventuras. Algo que sumado a la mortadela, alimento primordial, básico e imprescindible, parece ser su guía vital. Y tampoco le voy a quitar la razón: con botellines de Mahou y mortadela con aceitunas más de uno ha capeado las fuertes tempestades de la vida. Cargados pues con las viandas, pan, mortadela y cervezas,  retornamos al albergue para comer ahí, y dedicamos la tarde al descanso, a comprobar que el segundo bar cumple la ley del €, que el tonto que existe en cada pueblo (y que suele ser el más listo de todos) salta de un bar a otro para contar sus penas y a prepararnos para cenar a las 20:30 en el segundo turno en casa de la hospitalera.  Cena curiosa donde las haya, compartida con Román y José, en el propio comedor de la casa de la hospitalera Mercedes, con la madre sentada en primera fila escudriñando todos nuestros gestos, los niños corriendo arriba y abajo, el marido relatando sus penas y problemas con la Sanidad Pública y un ambiente entre película española de los 60 y una versión pacífica de Puerto Hurraco. Todo rematado con un buen licor casero y con la francesa yendo siempre en la dirección opuesta a los demás. Otro día más, nuevas historias para recordar.

Llegamos pues a la tercera jornada, poco tiempo en la vida normal pero lleno de detalles y anécdotas cuando compartes 24 horas al día con propios y extraños. Para rematar su suma amabilidad, Mercedes nos acompañó hasta la salida del pueblo para no equivocarnos con el sendero. Por fin cambió un poco el paisaje, y pasamos de monótonos y uniformes toboganes a un sendero con más arbolado y mayor variación vegetal. Tampoco era la Selva de Irati, pero como todo en la vida es relativo nos alegraron los arbustos y pequeños árboles que fuimos bordeando. Dos cortas paradas, una de ellas para señalizar con Morrell un cruce que debido a la vegetación inducía a error, y a las 11 de la mañana ya estábamos de nuevo en destino. Ed tiene razón en decir que estas etapas saben a poco, acostumbrado a largas marchas por la montaña. Pero a mí ya me va bien. No estoy yo para esfuerzos excesivos, ni tampoco es lo que busco. “Chi va piano, va sano e va lontano”, como proclaman por Itálica, o como se suele decir cuando se habla del Camino de Santiago o de la vida: “lo importante no es llegar, es caminar”. Y en eso estábamos. A las 11, para variar, nos plantamos en destino, esta vez en una minúscula aldea llamada Villanueva de Campeán, cuyos máximos reclamos son el único bar, un encantador albergue con una entrada pensada para Hobbits o familiares de Torrebruno y un muy dejado convento franciscano llamado “San Francisco del Soto”, patrimonio cultural en estado ruinoso (como comentaría posteriormente Morrell, muchas de las casas del pueblo tenían piedras del convento en sus paredes y cimientos). Abandonado tras la fatídica desamortización de Mendizabal, por lo que vimos “in situ”, pasó a ser la cantera particular de los parroquianos. Por lo menos pudieron darle un buen uso a las piedras y asegurarse el calor del hogar con ellas. En otros lares sin duda hubieran acabado llenas de pintadas, orines y proclamas anticlericales. En esa España que todos conocemos y que basa su día a día en el odio y la envidia al prójimo, sin dar ejemplo ni aportar nada más que rabia y una total carencia de valores. Esa España que queremos porque no nos gusta (tenía que soltar esta frase que tanto me agrada, y aquí encaja perfectamente). La bruja francesa apareció de la nada, se sumó un peludo con pinta de guarro, los 2 españoles decidieron seguir su Camino y nosotros nos dedicamos a pasar la tarde entre cervezas, charlas con los lugareños, muy salados por cierto, y la sorprendente aparición de una bandada de águilas (de ahí la introducción a este artículo, dado que como bien comentó el sabio del lugar las águilas suelen ir solas, aunque en esta ocasión debía haber algún animal muerto en las cercanías para que se juntaran hasta 6 águilas sobre nuestras cabezas). Una verdadera lástima no haber dispuesto de una cámara en condiciones…, pero bueno, las vimos. No todo es compartir y publicar al instante: como bien leía esta mañana en un artículo de opinión de un diario de tirada nacional (aunque empeñado desde hace años en cargarse a nuestra Nación), “en el nuevo presente informativo la noticia es “aquello que se comparte de inmediato”.
Poco más dio de sí el día, botellines a un Euro, unos dardos, más botellines, unos bocadillos cansados de esperar la hora de la cena (“Agotados de esperar el fin” como bien canta Jorge Ilegal) y una retirada al mini albergue a horas “intempestivas”, es decir, a las 8 de la tarde. Como si estuviéramos en el norte del continente en pleno invierno.

Habiendo entrado en el saco de dormir a las 20:00 no es de extrañar que a las 6 de la mañana del día siguiente estuviéramos ya todos despiertos, desayunando unos lo que compraron el día anterior y salvando yo mi donut de la mochila de Morrell, que en su afán de dejar el albergue impoluto se lo había guardado.  Andamos lo más lento posible ya que el único bar a unos 5 km no abría hasta las 9,
nos cruzamos de nuevo con un rebaño de ovejas separatistas, y por fin a las 9:10 tomamos un exquisito café en el Perdigón / San Marcial. Un tramo por carretera y volvimos a retomar la senda, con la depresión del Duero y la histórica ciudad de Zamora delante de nuestras narices, aunque faltaran 3 horas para llegar. Nos encontramos de nuevo con la extraña francesa en un puesto lleno de carteles de la “Fundación Ramos de Castro para el Estudio y la Promoción del Hombre”, carteles y mojones con esta inscripción que ya nos habían extrañado en las anteriores etapas. Con escritos tanto en español como en hebreo (aquí yo dudaba si era árabe o hebreo), decididamente la tachamos de contraria a nuestras ideas, algo que posteriormente se confirmó buscando un poco por la Red. Una fundación dedicada al acercamiento entre España e Israel definitivamente no encaja para nada en el Camino. Por lo menos a mi buen entender y sentir. Que es lo que al fin y al cabo me importa. No va a importarme la opinión de un progre atontado amigo de un estado genocida. O la de un matón de tres al cuarto. O la del tonto del pueblo. Aunque seguramente ésta última sería la mejor opinión de las tres. 
La llegada a Zamora es realmente espectacular, con un frontal del castillo, iglesias y todo el casco antiguo elevado sobre el río Duero y sus verdes orillas, frontera y protección natural de la ciudad. 
La temprana hora nos obligó a pasear un rato por la ciudad a la espera de la apertura del albergue, tiempo que dedicamos como es natural a tomar algunas cervezas, disfrutar de la cuidada, limpia e histórica ciudad  y a organizar una comida en común. Los sudafricanos se apuntaron de inmediato, los franceses se hicieron los remolones (aunque al final acabarían comiendo más que nadie), y no quedaba más que hacer que esperar la apertura del refugio para esta noche. Y vaya refugio: unanimidad absoluta entre todos los “veteranos” del Camino. Uno de los más bonitos, si no el que más, de todos los visitados en estos últimos 17 años. Tres plantas de un edificio histórico construido casi sobre la muralla de la ciudad,
habitaciones amplias, baños de sobras, cocina y comedor de lujo y hasta un ascensor para gente necesitada.
Entre cervezas, charlas y chanzas preparamos una buena ensalada y espaguetis, ese menú clásico de cualquier excursión, y compartimos mesa con los ya nombrados sudafricanos, los reticentes franceses, un alemán (educado como suelen ser mis paisanos y que directamente se prestó a limpiar la cocina) y un italiano bastante cascado llegados a última hora y un bicigrino (Juanón) de lo más simpático y agradable (la primera vez en todos estos años que intimo un poco más con alguien que va en bicicleta, forma de hacer el Camino que sigo considerando muy ajena al espíritu peregrino. Al igual que su creciente comercialización o el puente "Tibetano" que quieren colgar en no sé que tramo del Camino del Norte. Poco a poco acabando con la realidad histórica del Camino y convirtiéndolo en una ruta multiculti para simples excursionistas.Un verdadero asco,). 

Y habiendo una guitarra colgada en la pared estaba claro que la cosa acabaría en un ameno “sing-along”, en el que volví a destrozar algún clásico, coseché algún misericordioso aplauso y conseguí que los pocos que éramos pasáramos una buena sobremesa. El maestro Ed podría haberse lanzado un poco más y haber demostrado su maestría a la guitarra, pero bueno, tuvo la educación y generosidad de dejarme disfrutar. Poco más quedaba por descubrir, visitamos la ciudad en un paseo agradable, con conversaciones sobre estilos arquitectónicos, castillos y viejos reinos, la Reconquista y futuras escapadas a Irlanda, compramos algún recuerdo y con ello finalizó de facto el Camino de este año.






Quedaba aún una última, monótona y corta etapa de 19 km hasta Montamarta (el nombre se las trae… ), que al día siguiente rematamos, y una vuelta a casa en autobús con esa mezcla de tristeza por no poder seguir y de alegría por poder contarlo una año más. 

Y van 17 tramos. Quién lo hubiera dicho en el ya tan lejano 1999 que casi veinte años después seguiría dando tumbos por las diversas tierras de nuestra Patria en pos de descanso espiritual, algo de aventura y descubrimiento de cientos de lugares emblemáticos, paisajes espectaculares (de eso este año quizás menos, pero Zamora compensó el resto del monótono recorrido), personajes curiosos y de mis propias capacidades y carencias. Una lección de vida es el Camino, y ahí seguiremos mientras los pies aguanten.

Un especial agradecimiento a Ed por la compañía de este año. Por mi podemos repetir cuando quieras.


Recordatorio: como ya comento al principio del escrito, la vuelta a la realidad después del Camino fue bastante movida: el primer día un gran concierto de Loquillo rodeado de buenos amigos, pero al segundo día se produjo el repentino e inesperado fallecimiento de mi padre. Este hecho trastocó mis planes, me obligó a viajar de forma urgente a Cataluña y ha retrasado hasta hoy la publicación de este pequeño relato del Camino. Sirvan pues también estas líneas como homenaje a mi padre (el primer Camino en el 1999 ya fue en homenaje a mi madre fallecida en 1998). La última conversación con él una semana antes acabó con su clásico “gruñido”: “¿Pero qué vas a hacer el Camino todos los años?”, a lo que contesté” “Si, mientras mi cuerpo aguante”. Y así será. El año que viene no tendré que justificarme de nuevo, pero en cambio él velará por mí desde el cielo, o por lo menos me vigilará con ojo crítico para poder echarme en cara cualquier traspié u error. Como si aún estuviera entre nosotros.