lunes, 30 de noviembre de 2009

Con Peter Pan por el norte de España

Si partimos de la base que después de la maduración el siguiente estado es irremediablemente la caducidad, prefiero quedarme como estoy. Claro que el otro lado de la moneda sería decir que no aprenderé jamás, que siempre me dejo llevar por sueños infantiles e ilusiones desbordadas que en pocas ocasiones acaban convirtiéndose en realidad, pero esto ya lo tengo asumido desde hace mucho tiempo.

Viene a cuento todo esto por mi reciente viaje a tierras del norte, a las vascongadas. Me planté el viernes pasado en Irún a bote pronto, sin avisar a ninguna de las personas que pretendía visitar. Me había montado mi película yo solo, después de haber conocido a un grupo de personas muy simpáticas y entrañables durante el Camino de Santiago de este año. Sin tener suficiente con haber compartido una semana de camino, de penurias, de albergues, de risas y de llantos, mi corazón, mi mente o quizás mi cuerpo, me pedían más. No aceptaba, como niño que sigo siendo, que toda la magia pudiera desaparecer de un día al otro, con el toque de silbato del tren o la bocina del autocar que me traía de vuelta a casa. El eterno Peter Pan. Sabedor de antemano que todo podía acabar en una gran desilusión cargue el coche con unos cuantos CDs apropiados, léase unos lentos para la posible melancolía y alguno animado para no dormirme y carretera y manta. El viaje me fue de maravilla, sin contratiempos, y disfrutando de bellísimos paisajes me planté en una humilde pero céntrica pensión de Irún a las 4 de la tarde del viernes. Como estaba escrito, la chica que me había robado la tranquilidad y llevado a desafiar el aguante de los 19 años de mi coche, tenía otros planes. Ni iba a poder verla esa noche ni se mostraba muy emocionada porque hubiese aparecido por ahí. En el fondo era normal, pero cuando eres un soñador siempre te queda esa pequeña esperanza que la persona contraria sienta o piense algo similar a lo que sientes tú. Pero no me amilané. Gracias a Dios tenía algún contacto más en esta ciudad fronteriza, aparte de algún que otro paraje que quería visitar para recordar un viaje realizado con toda mi familia en el año 1976. Ha llovido bastante desde entonces, pero parece que nada ha cambiado. Aún conservo alguna fotografía amarillenta de aquel viaje, mal pegada en un álbum de fotos usando aquellas antiguas esquinas autoadhesivas que eran la último en modernidad por esa época, con un comentario escrito debajo “paisaje de camino hacia las vascongadas…”. Sorprendente que por aquel entonces, con 13 tiernos añitos que tenía, ya me dedicaba a comentar las fotos. Que poco he cambiado. Aproveché pues la tarde para visitar el propio Irún y Biarritz, en Francia, y a media tarde quedé con un amigo de Barcelona que lleva ya un tiempo viviendo en esta bonita villa guipuzcoana. Me recibieron tanto él como su novia con una simpatía arrolladora, y eso que con ella no tenía mucho “feeling” después de habernos visto un par de veces en Barcelona. En el bar de su propiedad me lo pasé de muerte, me acogieron como a uno más de la pandilla y la posterior gira de “potes” y pinchos (más de los primeros que de los sólidos), con visita sorpresa a la otra amiga del Camino que estaba trabajando en su Pub, fue digna de recordar. Gente abierta y simpática en todos lados, entorno clásico de las pequeñas ciudades, es decir, todo el mundo en la calle, todos los bares a rebosar, y un ambiente alegre y colorido que me hizo olvidar mi decepción inicial por unas horas.


Al día siguiente, con la lógica y buscada resaca, comimos en el propio Irún para luego visitar Fuenterrabia, un sitio digno de ser visitado una o mil veces por la belleza de su costa, su impresionante casco antiguo amurallado y las vistas sobre la impresionante bahía compartida con los malditos gabachos (que bonita sería Francia sin ellos); rematamos la excursión con una cervecita en el bar al lado del antiguo faro que corona el término municipal. A la vuelta conseguí ver por fin al objeto de mis sueños, y los pocos minutos que estuvimos juntos compensaron con creces el viaje y el infantil impulso que me llevó a cruzar media España sabedor que iba directamente al matadero de las ilusiones. La noche fue un calco de la anterior, tanto en lo bueno (la grata compañía que tuve en todo momento a mi lado) como en lo malo (los pocos minutos que pude ver a Laurita y Susana, las 2 chicas que había conocido en el Camino.


Volveré, eso lo tengo claro. No pienso madurar, y menos ahora que he llegado a un punto en mi vida en el que ya solamente hago aquello que de verdad deseo, sin darle vueltas al “por qué”, al “que pasará”, al “cuidado que sufrirás” o a las posibles consecuencias. Tampoco hago nada malo. Me encariño, me entrego y sigo los dictados de mi corazón. Y en el siguiente pronto que me dé incluiré Zarautz en la visita. Ahí queda la tercera “brujita” que falta por visitar. O una aldea gallega. Que hay un diablillo suelto por ahí que también hay que volver a ver.


Gracias a Pazos y Rosi por la acogida, a Lauri por el gran librito que ha montado con las fotos y a Susana por haber sido el acicate que me ha permitido conocer Irún.