lunes, 22 de noviembre de 2021

Más allá del egoísmo

Nunca me ha dado por estudiar el budismo, ni el hinduismo, ni el vudú, ni el confucionismo ni cualquier corriente filosófica foránea y exótica ajena a mis raíces cristianas. Lo poco que sé sobre estos temas es lo que me proporciona mi básica cultura general y algún pequeño escarceo juvenil por la historia de las religiones. ¿Y a qué viene esto? Pues al título que le he dado a este artículo: después de teclearlo me ha dado por buscarlo en la Red, y, como no, existen libros y artículos varios con idéntico epígrafe. Como no podía ser menos. Encontrar alguna combinación de varias palabras que no aparezca en el único y todopoderoso buscador Google es misión imposible. Hace años hasta existía un concurso para lograr tal hazaña, el Googlewhacking. Pero hasta ahí llegó mi búsqueda, todo lo que sigue es cosecha propia. El que tenga interés, que busque y compare. Como si fuera detergente. Y recibirá el Colón directamente en vena.

Sin duda la mayoría de los mortales tenemos una prioridad en la vida: nuestro bienestar y nuestra propia supervivencia. El YO en mayúsculas. Llamémoslo “ley de la selva” o simple lógica. Pero a partir de este básico instinto animal, los comportamientos y las prioridades de cada uno divergen cual rayos solares en todas direcciones. Desde el altruista y sincero trabajador social entregado al bien común (excluidos aquí obviamente los oenejetas del clima o del tráfico humano disfrazado de inmigración de refugiados) o el padre de familia trabajador incansable, abnegado y fiel, hasta el malvado, insensible y egoísta traficante, mercader, presidente de la comunidad vecinos, entrenador, encargado de la barra del bar, guardia jurado, director ejecutivo, alcalde, ministro, gobernador, secretario general de partido, presidente de gobierno o dictador. Y entre estos dos extremos andamos todos. Aquí nadie puede tirar la primera piedra. Quizás la hubiesen podido lanzar la Madre Teresa de Calcuta o San Juan Pablo II. Y pocos más. Nota: después de publicar esto me corrige mi hermano sobre la Madre Teresa. No somos nadie.

Y en estos aciagos días de pandemias y gobiernos totalitarios perdidos entre dudas científicas, presiones

comerciales e imposiciones de organizaciones internacionales de oscuro pasado e intrigante presente, ese instinto animal de sobrevivir se hace tan visible en nuestra sociedad que hasta la selva amazónica parece a su lado el Parque del Buen Retiro. Y se ve reflejado en nuestra vida diaria: estamos inmersos en una constante y terrible lucha de todos contra todos, guiados o manipulados por los medios de comunicación de un extremo y otro, con las dañinas redes sociales como instrumento de propagación de las diversas y contrapuestas verdades. La mera posibilidad de realizar un análisis objetivo de cualquier tema, por ejemplo de la efectividad de las vacunas o de la legalidad de las medidas adoptadas por los gobiernos o autoridades locales, ha desaparecido. La prevalencia de la única verdad impuesta por las hegemónicas empresas tecnológicas a través de las redes sociales, los buscadores o los agregadores de información, aliada al mismo tiempo de gobiernos y lobbies, hace prácticamente imposible acceder a datos objetivos, estudiar y comparar, valorar o despreciar y llegar a una conclusión fundamentada. Ni aislándote en un monasterio cual eremita, o encerrándote voluntariamente en la mayor biblioteca del mundo, serías capaz de acceder a la información necesaria para hacerte una idea de cualquier tema. Menos aún de publicar, propagar o hasta comentar tu fundada opinión. La lucha de David contra Goliat hoy en día siempre tendría un mismo ganador: el opresor y forzudo contrario encarnado por el poder absoluto de esa araña manipuladora que envuelve toda nuestra existencia. Y que inyecta su veneno a dosis planificadas y escalonadas. Para conseguir sus objetivos. Es decir, de la minoría que controla la vida y las mentes de la mayoría. Esa mínima parte de la humanidad que en aras de sus propios y egoístas intereses deciden sobre el presente y el futuro del resto de la sociedad. Y hasta sobre el pasado, cuando lo ven necesario. Todo vale para adoctrinar a los ciudadanos, maquetarlos según el molde decidido y esclavizarlos sin que, en su borrega inocencia, se den cuenta. Como la frase tan manida en las redes: “no tendréis nada, pero seréis felices” , usada por una pequeña pero alerta disidencia contra el pensamiento único. Muy pequeña. Insignificante y condenada al fracaso en esta desigual batalla. Lamentablemente.

El ente superior que nos domina, esa nueva religión de consumo a cambio de ciega y muda sumisión, decide quién es el bueno y quién es el malo, qué personas tienen derecho a la libertad y cuales no, que escritor merece un premio o qué versión manipulada e interesada de la historia contar.

Y esto va más allá del egoísmo natural, del buscar el propio bien o la supervivencia de los tuyos: va de imposición, de intolerancia, de segregación, de difamación: en resumen, de tiranía absoluta. Algo que hace decenios aun se veía imposible, pero que gracias a la tecnología y la concentración de poder en pocos (y malos), ha conseguido llevar a nuestra civilización al borde del precipicio. A la involución frente a la evolución de millones de años. A la oscuridad frente a la luz de la cultura y la ciencia. A la negación del pasado, la manipulación del presente y la planificación de un futuro negro para la mayoría y tutifruti para unos pocos y malvados egoístas.

Como bien decía Charles Bukowski: "La tristeza es causada por la inteligencia. Cuanto más entiendes ciertas cosas, más desearías no comprenderlas".

Maldita agenda global. Malditos déspotas. Malditos seáis.



jueves, 11 de noviembre de 2021

Idiotas


Decía Torrente Ballester que “la peor soledad llega cuando descubres que casi todo el mundo es idiota”. Yo llegué a la misma conclusión hace ya mucho (y, sobre todo, ahora, cuando muchos ciudadanos de toda edad y condición estarían preguntándose quién era Ballester, que ellos solamente conocen a Torrente. Si leyeran, claro). 

Charlaba el otro día en el bar la Isla con los habituales del lugar sobre la idiocia, la demencia generalizada y la desaparición de los hospitales psiquiátricos, comúnmente llamados manicomios, algo que en España se produjo allá por los años ochenta.

De forma similar a lo que sucede hoy en día con los presos, de la noche a la mañana soltaron a todos los locos para que pudieran superar sus problemas psíquicos en “libertad, en un entorno social favorable y con todas las garantías médicas”. Juas. Lo único que consiguieron es llenar nuestras calles y plazas con más idiotas de los que podíamos absorber, y así andamos, 40 años después: locos gobernando, dementes legislando, idiotas opinando y millones de ovejas aleladas aceptando el statu quo, sin pararse ni un momento a pensar, a discernir, a analizar, a ponderar…, en definitiva, a ser libres.

Más flagrante aún es el caso de la liberación de los presos, algo que se ha vuelto tan surrealista como por ejemplo que los directores de prisiones se lleven generosos incentivos por soltar antes de tiempo a condenados de todo tipo, ya sean violadores, ladrones, terroristas o asesinos. Todo sea por ahorrarle unos cuantos euros a los dementes derrochadores que nos gobiernan, y con ello cubrir las urgentes necesidades de la sociedad en forma de chiringuitos feministas, operaciones de cambio de sexo, contra-educación de los infantes, campañas didácticas ministeriales sobre como cocinar el pollo o sazonar el tofu y demás sandeces que les van ocurriendo sobre la marcha a los inútiles gestores de nuestra nación.

Y en el caso de la liberación o el acercamiento de los terroristas, todo vale para apuntalar los votos de racistas separatistas y sanguinarios terroristas y poder seguir gobernando sin ton ni son durante unos cuantos años más.

Y ahora me pregunto: ¿no seremos quizás todos nosotros los verdaderos idiotas de esta película de serie B (que no C o hasta Z) en la que estamos inmersos?

Porque, al fin al cabo, los responsables de que nos gobiernen unos u otros somos nosotros mismos con nuestro voto. Con las limitaciones conocidas de nuestro sistema electoral, que premia los localismos y con ello por un lado hace desparecer el paradigma de “una persona, un voto” y por otro permite la aparición de venenosas setas naZionalistas, separatistas y populistas, todas dedicadas a intoxicar y finalmente matar a esta nación, otrora ejemplar en laboriosidad, cultura, solidaridad, unidad e integración, y ahora convertida en un estercolero de vividores, de vagos, de iletrados, de bocazas, de chantajistas y de enfermos mentales de todo tipo. De los del manicomio.

Pero estas cortapisas legales se superan a base de votos, como bien hemos vistos en las últimas elecciones generales. Por muchas “filiales instrumentales” que los aliados PPSOE se saquen de la manga para rascar cuatro votos locales. Como la nueva “España Vaciada”, agrupación de listos que venderán sus nada representativos (pero efectivos) votos al mejor postor, en este caso el partido que gobierna, generoso sin límite con el dinero de los demás. De todos nosotros. El camino que inicio “Teruel Existe” pero multiplicado por “n”. Y con ovejas prestas a votarles (o a tirarse por el precipicio, todo sea por seguir la moda y sentirse parte de esta absurda sociedad que están creando).

¿Somos pues nosotros los idiotas, que permitimos que se arruine nuestro presente inventando un lúgubre pasado para crear un terrible y totalitario futuro?

¿O son idiotas todos los demás, los dementes que pululan por nuestras instituciones y empresas, sin aportar nada y solamente restando valor a todo lo que hemos creado y afianzado en siglos de evolución social, cultural, política y económica?

¿Somos nosotros los que tenemos que plantarnos ante esta sinrazón, coger al toro por los cuernos y echar a toda la banda de idiotas que destrozan todo lo que tocan?

¿O quizás creemos en la curación espontánea de todos estos pacientes que en los años 80 estaban a buen recaudo en algún tranquilo y alejado manicomio?

Amigos, aquí no hay vuelta de hoja: o nos dejamos llevar por la corriente del maldito y fétido río de la estupidez impuesta, cual barca que navega sin rumbo a los órdenes de un arrogante patán en vez de un preparado capitán, o tomamos cartas en el asunto, nos atamos los machos y plantamos cara en todos los ámbitos: el familiar, el laboral, el político y el social.

Como ya están haciendo muchos compatriotas, trabajando por un bien común, dando ejemplo en sus empleos, liderando corrientes de opinión con sus escritos o militando en y votando a partidos políticos que realmente buscan mejorar lo que tenemos y sufrimos todos. Y no mejorar su propia situación personal.

De eso ya se encargan los partidos tradicionales, ya sean de izquierdas, de derechas o simples veletas al viento que mejor sopla. O los nuevos satélites de la "España Vaciada".

No seamos idiotas.

O volvamos a los manicomios.