miércoles, 30 de noviembre de 2016

Un año ilegal



Introducción

Tiempos nuevos, tiempos salvajes
toma un arma, eso te salvará
levántate y lucha
esta es tu pelea
levántate y lucha,
no voy a luchar por ti.


Todo fluye, todo cambia, nada permanece”.  Eso es lo que afirmaba Heráclito de Éfeso 500 años antes de Cristo. Y ahora resulta que 2.516 años después un joven de 61 años, llamado Jorge María Martinez García, o mejor Jorge Ilegal, se planta ante su fiel público para demostrar que dicha afirmación es cuando menos discutible.  Porque vista la situación social, política, climática o musical, me da que seguimos en los años 80 del siglo pasado. (O quizás en los años 30, o en el siglo XIX, pero hasta ahí no llega mi memoria. A pesar de mi avanzada edad). De los ochenta sí que puedo hablar con propiedad: son mis años de juventud, de mi mayoría de edad (legal, que no mental, la cual aún está por llegar… si es que llega), de mi inmersión en el mundo musical, mis primeros desamores y mi primer contacto con letras de canciones eternas. Letras de Neil Young, de Frank Zappa, de Sabina, de Queen, de Madness, de los Clash, de los Eagles, de BAP, de Falco, de Leonard Cohen…y de Los Ilegales. ¿Cómo que nada permanece, señor Heráclito? ¿Europa está viva, por ejemplo? ¿Alguien lucha por nosotros en este desalmado mundo? ¿Las princesas no se siguen equivocando? ¿Los mutilados no siguen volviendo a casa como héroes a cambio de dos piernas? ¿Jorge Ilegal y su banda no siguen tocando igual de bien 35 años después?

Igual habría que corregir al filósofo griego y plantearlo al revés: “Todo perdura, nada cambia, todo permanece.”

Lamentablemente llegamos tarde al micro-mecenazgo (crowdfunding lo llaman en inglés) de la película sobre los Ilegales que empezó a gestarse a finales del 2015. Cuando nos dimos cuenta ya se habían superado con creces los 18.000 € presupuestados (lo que nos impedía ser patrocinadores) para producir “Mi vida entre las hormigas”, documental que justamente una semana antes del fin de la gira se estrenó en Gijón y que por lo visto malo no debe de ser: ganó uno de los premios, el Gran Angular, como mejor largometraje asturiano del año. Documental sobre la mejor banda asturiana. El premio, de cajón. No pudimos por lo tanto aportar nada, y con ello perdimos la oportunidad de visitar a Jorge en su casa y de asistir al preestreno de la película. Pero al mal tiempo, buena cara. Y si la montaña no viene a ti, pues pillas el buga (que viene de Bugatti, mítica marca alemana (si si, alemana) de coches) y la vas a buscar. Y nos fuimos de gira. De gira ilegal.

  

Episodio I: 23 de abril, Teatro Barceló, MADRID

Llegar a la escuela,
escuela de daños.
buenos maestros,
para aprender a odiar.
rebelde sin causa,
buscando la calle.

Llegó finalmente abril, tras varios meses de espera y con la desgracia de la muerte a principios de marzo de Jandro, bajista de la banda. Fallecimiento éste que no significó una anulación de la gira sino más bien lo contrario, como con suma firmeza afirmó Jorge: “Entre depresión y rock and roll, elegimos rock and roll. Hace el dolor más soportable”. Empezaba pues una gira en homenaje a su amigo y compañero de banda, sustituido para la incipiente ronda de conciertos por el mítico bajista original Willy Vijande. Una acierto a todos luces. Comenzaba un año ilegal. Y no nos lo íbamos a perder. Faltaría.
Ahí nos plantamos, en lo que antaño fuera el Pachá y en un sábado casi primaveral, con muchas ganas de asistir al estreno del tour. Con una entrada sobrante que no tardamos en adjudicar (no al estilo mercadillo, es decir, a grito limpio, como si fueran unas braguitas o unos tomates maduros, sino con un simple paseo entre la larga cola que se había formado a la entrada), nos colocamos estratégicamente en la barra más cercana al escenario, y a partir de ese momento todo fue disfrutar, cantar y bailar. Pese al inicio un poco abatido de Jorge, algo comprensible por la ausencia de Alejandro, el concierto fue ganando en intensidad conforme iban cayendo los éxitos de antaño y alguna de las canciones del nuevo disco. Nacieron nuevas amistades (esa chica rubia que no era irlandesa) al son de “Chicos pálidos para la máquina”, “Revuelta juvenil en Mongolia”, “El demonio” o “Bestia, bestia”, entre otras,  y hasta hubo un lanzado que se atrevió a enfrentarse a la corpulencia de Willy subiendo al escenario sin haber sido invitado; pero tal cual pisó las tablas volvió a abandonarlas impulsado por un diestro barrigazo del portento Vijande. En resumen, un concierto que supo a poco, hasta el punto de que a la salida aún estuvimos hablando bastante rato con otros locos seguidores, entre ellos un locutor de RNE3, Nacho Álvaro, el cual a pesar de su corta edad (relativa a la mía, claro está) resultó ser un experto en temas musicales e ilegales.
Y ya de camino a casa la decisión de seguir la gira de Jorge y los suyos fue tomando forma en nuestras cabezas.

Episodio II: 21 de mayo, Sala Oasis, ZARAGOZA

Hay un tipo dentro del espejo,
que me mira con cara de conejo.
Oye tú, tú que me miras:
¿es que quieres servirme de comida?
Soy un macarra,
soy un hortera,
voy a toda hostia por la carretera.

Un mes pasa volando, y si encima ya tienes a buen recaudo las entradas para el siguiente concierto de Los Ilegales, pues pasa como con un polvo juvenil: en un pispás ya estábamos el Tato y yo liados de nuevo, enfilando la eternamente querida N-II, fotografiando los toros de Osborne que decoran el recorrido y parando aquí y allá a por vituallas y evacuaciones urgentes. Obviamos la tentación de parar en Calatayud (¡Ay Dolores, esa chica guapa amiga de hacer favores!) o en la Almunia de Doña Godina, y sin mayores sorpresas (salvo algún control policial del que nos salvamos de milagro, algo recurrente en nuestra gira), llegamos a Zaragoza, con ganas de beber y de disfrutar nuevamente de las eternas y tan actuales canciones de la banda de Jorge Martinez. Después de alguna vuelta adicional intentando acabar en la puerta del hotel (esas zonas peatonales que años ha no existían y que rompen los esquemas a cualquier abuelo, por muy bien que se conserve), conseguimos situarnos y nos instalamos a escasos metros de la sala Oasis, prestos a dar buena cuenta de las tapas y las cervezas de la capital aragonesa y de su afamado Tubo (que se quedó en Tubito como veréis seguidamente). Habíamos leído días atrás que los seguidores de Ilegales tenían prevista una quedada antes del concierto en un bar llamado Rock Tapa o algo similar, y como Dios existe (¿o el demonio quizás? ¿O ambos?) al doblar la esquina del hotel (a una hora prudente, creo que las 11:30 de la mañana), nos dimos de bruces con un pequeño bar llamado: “De Tapeo Rock”.  Y qué hostias “zona de confort” ni leches: nos lo pasamos tan bien en dicho bar que prescindimos del Tubo y hasta de tocar la tuba. La mañana fue amena, un servicio atento y simpático (para no decir una tía guapa e interesante) entre cervezas “glaziales”, cigarritos en la puerta, buena música, charlas con extraños y roces con trasnochados travestidos. Y con la lógica inconsciencia de dos jóvenes como nosotros, el día se fue consumiendo entre cerveza y cerveza, con una mini parada para probar una tapa y alguna otra para visitar la habitación del hotel, por aquello de poder contar como era la estancia. No iba a ser la primera vez que dejábamos sin estrenar las limpias sábanas de una cama King-Size y los siempre bienvenidos artículos de higiene personal gratuitos. Pero la tarde aún nos deparaba una gran y muy grata sorpresa: los dueños del bar mencionado, Eliseo y Ana, ambos enrollados y buena gente, tenían preparada una sorpresa para Jorge Ilegal. Le iban a entregar unos muñecos que crea Ana artesanalmente (ver foto), y Eliseo tuvo el gran detalle de invitarnos a la entrega y de paso brindarnos la oportunidad de asistir a una parte del ensayo de la banda. ¡Ya ves! Ni que llovieran doblones de
oro. Vaya suerte y que grande fue el rato que compartimos con Jorge, con canciones eternas en primera (y única) fila, entrega del regalo, charla obviamente ilegal, rotura de su móvil y unas fotos y risas que presagiaban un fin de semana redondo. Del concierto, pues que decir: superando al de Madrid, de nuevo disfrutamos de una gran fiesta con buena música y algunos detalles que por desgracia se han quedado en esa nebulosa que suele rondar nuestras cabezas al acabar las grandes noches (¿No será la memoria selectiva?). Baste con decir que a las 7 de la mañana el Tato despertó por teléfono a un amigo preguntando por mí, sin saber en qué ciudad se encontraba. Cuando quizás estaba simplemente desayunando unos churros o visitando un museo. ¿O no? ¿Chi lo sa? Tampoco importa. Genial concierto, risas y encima sobrevivimos. Y nadie nos pudo quitar a la vuelta, ya enfilando las largas rectas hacia Madrid, el último placer de entrar en una área de servicio copada por los seguidores de ese club de fútbol que se cree tan catalán pero que fue fundado por un suizo, y a pleno pulmón gritar lo que opinamos de sus para nosotros tan vomitivos colores. Un premio final a un gran fin de semana y a por otra cosa, mariposa (y en cuanto podamos a por los muñecos de Iron Maiden que se quedaron por ahí en el limbo).



Episodio III: 13 de agosto, Eras de la Sal, TORREVIEJA

Se arruinó mi familia,
nos echaron del club.
No pagaba las cuotas,
y me dejaste tú.
He saltado la verja,
me gustan tus quejas.
Sube la marea.

Seguimos de gira. En este caso veraniega, hacia la costa alicantina, a la tercera parte de nuestro tour ilegal. Esta vez nuestros amigos actuaban antes que otro viejo conocido, Loquillo, por lo que alguno tendría el corazón partido. No era mi caso, y centré por lo tanto mi atención en los supuestos teloneros (en el fondo la banda principal esa noche, y lo sabes) en el muy curioso y bonito Conjunto Histórico Monumental de las Eras de la Sal,una antigua dependencia salinera donde años atrás los salineros cargaban sus barcazas de sal y las transportaban hasta los barcos anclados en su bahía” (así sale descrito en su web). Nos recibió una larga cola a la vera del mar, con un fuerte mareo debido a unas cervezas demasiado calientes para la época del año, pero conseguimos entrar sin mayores sobresaltos y por fin adquirir la camiseta de la gira, que en las sesiones anteriores se nos había escapado por estar agotada. Vestidos por fin de “oficiosos” Ilegales, con minis de güisqui para calmar la sed y recuperar el líquido perdido en la tediosa espera, la actuación del cuarteto maravillas volvió a ser espectacular. Invitaba la noche veraniega, acompañaba el lugar, y la banda sonora encajó perfectamente con este escenario privilegiado. Huelga decir que de la segunda parte del programa, la del Loco, me acuerdo más bien poco. Aunque parezca un pareado, es pura sinceridad. Y el broche final a una noche especial lo puso el taxista que se prestó a llevarnos al pueblo de al lado: hombre dicharachero, con su música heavy a toda hostia, ignorando cualquier límite de velocidad y que por un módico precio, muy por debajo de las tarifas oficiales, nos dejó sanos y salvos en casa, con los riffs de Jorge resonando en nuestras cabezas y la cerveza caliente de la tarde más olvidada que la educación en nuestras calles.

  

Episodio IV: 9 de septiembre, Pabellón Deportivo, ALCAÑIZ

Voy al Bar
Me voy a suicidar
Bebiendo mil licores, de triste calidad
¡Turbia inquietud!
¡Impertinente y Punk!
Abortos infelices, de la revolución.
¡Turbia inquietud!
Haces, pero en el bar
La verdadera patria,
con que puedes contar.

Teruel también existe. Por ello no hubo ni un atisbo de duda cuando decidimos asistir a este nuevo concierto: Teruel nos tira mucho, a José Antonio Labordeta aún le echo de menos (por encima de posibles discrepancias políticas siempre será un poeta de referencia ), cerca de Alcañiz tenemos amigos que se apuntaron sin dudar a la fiesta, y gracias a nuestro conocido y profundo carisma hasta logramos movilizar a sendos colegas de Barcelona y Tarragona (por desgracia a última hora fallaron otro par de ellos, que encima nos iban a deleitar con un “invitado especial”, pero bueno, otra vez será Alex. Y para el amigo que ibas a traer igual mejor que se anulara vuestro viaje).
Con la firme intención de portarnos bien y de hacer vida sana nos plantamos un día antes en el bonito pueblo de Calaceite, limítrofe con mi (por culpa de cuatro desgraciados) tan poco añorada tierra catalana, donde Alberto y Sonics nos recibieron (como suelen hacer) con los brazos abiertos, buenos manjares, paseos, piscina, risas y una noche previa digna de nuestra longeva amistad que perdura desde mediados de los años 80. Como los Ilegales. Entiéndase: una noche de lo más ilegal, de bar en bar, de copa en copa y tiro porque me toca, para acabar cantando en la barra del pub cual jóvenes airados.
Y al día siguiente, previa recuperación física y espiritual, una más que buena comida en familia y una necesaria siesta, nos juntamos ya con el resto de la banda, Miguelito y Santi, para recorrer los pocos kilómetros que separan Calaceite de Alcañiz. Aunque el responsable de las peñas del pueblo nos había guardado las entradas, no hubo problema alguno en adquirirlas en taquilla, y con suficiente tiempo para charlar con el responsable de los pocos productos de mercadotecnia que lleva la banda (productos que al final de la gira adquiriríamos casi en su totalidad), un espacio amplio y no demasiado lleno y las barras sin cola alguna para ir bebiendo, volvimos a trasladarnos en el tiempo y el espacio a esas épocas salvajes en las que casi todo era posible. O por lo menos pensábamos que lo era. Con su repertorio habitual, tocado con la maestría que dan tantos años al pie del cañón, Jorge y su banda volvieron a brindarnos esas 2 horas de música encadenada que tanto aporta. Palabras que dan un
valor añadido a nuestras vidas, al contrario de tantas imbecilidades que sueltan los políticos, famosos y mangantes de turno. Letras apropiadas, guitarras sublimes, el bajo de Willy en su sitio y la batería acompañando nuestros saltos y coros (aunque no todos saltábamos al unísono, y alguno hasta parecía cansado de la noche anterior). Cosas de la edad. Impecable noche en perfecta compañía (del club de fans del Tato, un grupo de personas con ciertas limitaciones, y de sus miradas entre alucinadas y lascivas, prefiero no hablar, seguro que eran buena gente. ¿Qué opinas Sonics?). Y con unos buenos tomates y patatas de la huerta calaceitana regresamos a nuestro hogar, a la espera de la siguiente etapa en esta nuestra particular y tan entretenida gira.


Episodio V: 21 de octubre, LAVA, VALLADOLID

Eres el imbécil de la discoteca
baila, idiota.
Baila como las moscas en la mierda
baila idiota.
Tú no bebes, solo abrevas
tu no ligas, solo apestas
la grúa está llevándose tu coche
baila idiota.
Te han elegido el bobo de la noche
baila idiota.
Para otra cosa no servirás

Pocos conciertos quedaban ya de esta gira, habiéndose ya anunciado el final de la misma para el 26 de noviembre en Madrid. Ante la posible avalancha de fieles ilegales venidos de toda España para acompañar a Jorge Ilegal y los suyos en la actuación que pondría el broche final a la gira “La vida es fuego”, compramos con anticipación las entradas, y en este caso un par más, ya que a base de compartir buenos ratos y cervezas con Chache y Pili, decidimos que no podían faltar a un evento tan especial, más aun cuando la banda les gusta mucho (y se saben más canciones que yo, por cierto). Y ni cortos ni perezosos aprovechamos la compra, estilo 2x1, para lanzarnos también a nuestra penúltima etapa, al concierto anunciado en Valladolid. Ciudad histórica que deseaba conocer desde hace tiempo, a la que nos dirigimos esta vez en mi antiguo Saab, puesto a punto pero sin lavar, tomando la N-VI, última de las radiales nacionales que parten del kilómetro 0, de la Puerta del Sol, que me faltaba por estrenar. Un viaje sin mayores incidencias, salvo una salida a destiempo después de haber pagado un peaje absurdo y una furgoneta que, perseguida por la Guardia Civil, casi nos manda al cielo así, sin ton ni son, nos llevó a las puertas de un buen hotel, situado cerca del local. Fuimos a ver el centro del que tanto me habían hablado, pero fue más bien una decepción. O no dedicamos el tiempo suficiente a descubrir las bellezas de la ciudad, o bien sus encantos se limitan a la, esta sí, preciosa plaza mayor y sus calles adyacentes (ni conseguimos encontrar una antigua sala de billar que Jorge Atleti nos recomendó visitar, una pena). Un par de cervezas y una divertida anécdota en uno de los bares, en el que la propietaria nos confundió con la banda, es decir, yo me parecía a Jorge y el Tato a Willy, hasta que le aclaramos que éramos “groupies”, pero no los artistas, nos llevaron de vuelta al hotel para prepararnos, ducharnos y acicalarnos. De todo esto no hicimos nada, lo que si hicimos fue sentarnos en la barra el bar del hotel y darle al palique con la camarera, que mostró mucho interés por el concierto y hasta conocimientos sobre los Ilegales por encima de la media. Algo sorprendente en una joven que no debía de pasar de los 30 años.
Usando un autobús urbano, pese a la insistencia de mi compañero en optar por un taxi (cosas de ser rico), cuando la sala está situada a menos de 2 km del hotel, llegamos al Laboratorio de las Artes de Valladolid, un complejo de salas y locales bastante curioso, que nos recibió con un buen grupo de punks bebiendo en uno de los garitos. Sorprendente hecho que quedó aclarado al poco rato: aparte de los Ilegales también actuaban otras bandas, ya que se trataba de un festival, y la que abría el fuego por la tarde era la de Muguruza. Ya nos extrañaba que se hubieran reunido tantos punks y a tan temprana hora para ver a Jorge. Conversamos un rato con un lugareño, el cual estaba más pendiente de su móvil de “traficante” (es decir, un teléfono de los antiguos, con pantalla en blanco y negro y limitado a recibir y realizar llamadas de voz), y ya nos dirigimos a la sala. Entramos con tiempo, nos entretuvimos un rato charlando con el amigo del merchandising (y comprándole más material, por cierto) mientras sonaban las buenas versiones de la banda telonera, llamada “Afónikos Perdidos”. Y volvieron a aparecer los 4 magníficos, repitiendo repertorio pero en este caso a mi buen entender con más energía (o sería yo que iba más lanzado), pues acabamos bailando todas y cada una de las canciones que sonaron, ante la extrañada mirada de la gente al ver a un abuelo y al responsable del puesto moverse cual veinteañeros celebrando haber aprobado el carnet de conducir. Concierto rompedor, en línea con lo esperado, y post concierto bastante nebuloso, que pasó por la compañía y larga charla con un “poeta urbano” de Valladolid, que tuvo el detalle de dedicarnos un libro suyo, varias invitaciones a desconocidos y una vuelta al hotel a horas intempestivas y con poca idea de cómo o cuándo conseguimos llegar. De ahí que por la mañana el malestar fuera el signo claro de que la noche fue larga y divertida, lo que no impidió que aprovecháramos el viaje de vuelta para visitar Quintanilla de Onésimo y volver por Aranda de Duero. Un viaje cómico, cual escena de “Paseando a Miss Daisy”, con el Tato estirado en la parte de atrás del coche y el menda conduciendo cansado pero feliz dando tumbos por tierras castellanas. Subiendo a Somosierra nos encontramos con un mega-control de los amigos picoletos, pero el destino por una vez fue benevolente con nosotros, y al estar ocupadas todas las plazas previstas para los registros de vehículos y ocupantes, nos dejaron pasar. Si se llegan a asomar un poco al coche y ver el espectáculo interior, otro gallo nos hubiera cantado. Un par de noches en el cuartelillo hubieran caído seguro. O en el psiquiátrico. Así terminó el viaje, con una gran tormenta que caía sobre Madrid y el recuerdo de buenas letras, apropiados acordes y bien frías cervezas.




Episodio VI y último: 26 de noviembre, Sala Riviera, MADRID



Si crees que la calle cuidará de ti
te romperán el cráneo en la primera esquina.
Hay muchas navajas por ahí
y puede que alguna te raje a ti.
Pero yo sólo sé decir...
mis dos puños cuidan de mí.
Nada más llegar has insultado al matón,
¡uhhh... bestia, bestia!
¡Bestia, bestia!

Como ya explicaba más arriba, las entradas para este concierto las compramos con antelación, y con los lógicos nervios ante el último concierto, nos dirigimos con Pili hacia la sala, con tiempo para tomar algo y de disfrutar de la previa. Caía el agua a mares sobre la Villa y Corte, pero como siempre hay algún amigo enrollado cerca, Nacho (muchas gracias) y Eloy nos acompañaron en taxi, lo que propició un rato entretenido entre cervezas, chanzas, risas y micciones varias. En cuanto llegó el amigo Chache, el que faltaba para completar el cuarteto, entramos al lío, compramos un par de camisetas para ir bien uniformados, el ¿amigo? del material no se dignó ni a regalarnos unos pins (teniendo en cuenta todo lo gastado en anteriores conciertos realmente me sentó muy mal), y nos ubicamos en el mejor sitio posible: con Willy Vijande delante y una barra a mano izquierda a la que llegaba simplemente estirando el brazo. Y bien que lo estiré, ya que los minis fueron cayendo uno tras otro (alguno hasta fue a parar al suelo sin que la “simpática” (lease borde) camarera tuviera el detalle de reponérmelo), mientras los Ilegales nos brindaban una última y espectacular actuación, con la inclusión de algún tema no oído en los demás conciertos y un público entregado e ilegal. Delante un punki con cresta naranja que se sabía todas las letras, detrás un joven vestido al estilo ilegal, es decir, con su Fred Perry negro característico, que no solamente se sabía todas las letras sino que encima imitaba los riffs de la guitarra con una gran maestría (igual toca y
todo), y nosotros cuatro en medio disfrutando como niños pequeños de las a todas luces escasas 2 horitas que duró el espectáculo. Noche genial, sin lugar a dudas, que rematamos en el “Agatas”, contándoles una y otra vez a Jorge Atleti y Angeles todo lo vivido y lo que se habían perdido, tirando fotos, compartiendo risas y echando ya de menos estos buenos momentos que nos ha hecho vivir Jorge Ilegal con su banda en esta pequeña pero intensa gira.




Gira que sin lugar a dudas permanecerá en nuestra memoria como lo más auténtico de este año 2016. 

Un año ilegal. 
Un año de conciertos. 
Un año de vida. 

Que nos quiten lo bailado. Gracias Jorge. Gracias Ilegales.









viernes, 4 de noviembre de 2016

La brecha

Podría haber titulado este artículo “The gap”, en línea con la pesada manía de los “quiero y no puedo” de usar palabras inglesas ante audiencias hispanohablantes, pero sigo en mi línea de apoyo y promoción de la lengua del Quijote. Idioma que por cierto no es el catalán, por mucho que el “Instituto de Nueva Historia” intente convertir a toda eminencia histórica en nativo de pura cepa. Es decir, como Gabriel Rufián pero al revés (ni es eminencia histórica ni es de raza autóctona, aunque algo de burro catalán si que tiene).  

Porque al igual que una persona que corre no es un “runner”, ni una que llega a la meta un “finisher”, los consejos de tus amigos no son “tips”, no montamos “parties” en vez de fiestas, ni nos saltamos el recreo para hacer un “break”, nuestro conocimiento no mejora por mucho “know-how” que nos arroguemos, ni resumimos nuestra jornada en un “briefing”. Por mucho “win-win”, obviando nuestra lengua y llenándola de palabras extranjeras, no gana nadie. Ni mejora nuestro "nivel medio" de inglés. Para no hablar de aberraciones como la ´tan manida “gamificación”. 
Pero dejemos el tema para otro momento: es una guerra perdida, otra brecha insuperable.


Que es a lo que iba. A las brechas. Que ya manda huevos llamarlo “gap” cuando vamos sobrados de sinónimos: abertura, agujero, angostura, boquete, hueco, rotura, rendija, fisura, grieta y muchos, muchos más.

Esa grieta que se está creando entre la educación y la cultura y la realidad de nuestra sociedad. Solamente comparando cualquier programa de una cadena de televisión pública centroeuropea, como por ejemplo 3Sat, con la bazofia que nos ofrecen las televisiones públicas españolas (de las privadas ya ni hablo), uno ya se da cuenta de que a la que cante un gallo caeremos al precipicio. 
Y seremos esos seres imbéciles, incultos, manejables y carentes de valores que tanto les interesan a los poderosos, a los gobiernos, a la casta, a los populistas, a la banca y a los lobbies. ¡A gastar, borrego, que son dos días!

O ese profundo boquete creado en la mente de los jóvenes, que les impide entender el amor con sexo, que es lo natural, y que en cambio persiguen el sexo sin amor, incitados por series, concursos, “famosos”, y por desgracia hoy en día hasta por un nuevo sistema educativo en el que se alaban, promocionan y protegen todas las posibles desviaciones sexuales con esa patente de corso llamada “transgénero”.  Esa maldita afición a lo “políticamente correcto” que da ganas de mandar todo a tomar viento y enfilar nuevos horizontes a vela hinchada.

Y qué decir de la rotura que han creado cuatro ladrones manipuladores entre los catalanes de verdad y los separatistas enrabiados, que obnubilados por 40 años de contraeducación confunden a churras con merinas (de nuevo se me aparece el espectro Gabriel Rufián), algo que llega hasta los veletas de Ciudadanos, que no tienen nada mejor que hacer que pedir que el día de Sant Jordi de Cataluña sea declarado patrimonio de la Unesco, cuando antes deberían serlo las celebraciones y tradiciones en dicho día en países como Bulgaria, Etiopía, Georgia, Inglaterra o Portugal, o en antiguos reinos como Aragón o Mallorca. Pero no, hay que complacer de alguna manera al catalanismo para seguir optando a cotas o cuotas de poder.  Que ambas les satisfacen.

Para no entrar en temas realmente importantes (todo lo anterior lo doy por perdido), como es la fisura entre lo que antaño se llamaba música, léase el Rock’n’Roll, y las letras, ritmos e intérpretes de nuevas modas insoportables como el maldito Reggaeton y todo lo que le rodea. 
Si Elvis levantara la cabeza se volvería rápidamente al gueto sin tiempo a comprar un arma y robar un coche. “And his mama cries”.

Y así podría seguir, renegando de esa angostura que se ha creado entre la España que quise y la patraña que es hoy en día.

Pero no creo que me dé (sigo siendo diacrítico) tiempo, que el hueco entre lo vivido y lo que me queda por andar por estas tierras tan queridas y a la vez tan odiadas cada vez se hace más profundo.



Lo dicho, demasiadas brechas, aberturas, agujeros, angosturas, boquetes, huecos, roturas, rendijas, fisuras y grietas. 



Como diría la Blasa: ¡Señor, llévame pronto!






¡Buen fin de semana a todos, que falta nos hace!

martes, 18 de octubre de 2016

Una vez más, al Camino.

El águila vuela sola; 
el cuervo en bandadas.
El necio tiene necesidad de compañía
 y el sabio, de soledad





Vuelve el clásico de cada año. Y no hablo de un partido en la cumbre, ni de la esperada comida navideña en familia (que este año sin duda será extraña por el fallecimiento de mi padre): hablo del Camino de Santiago y mi anual tramo por las tierras de España, buscando el no sé qué o simplemente cumpliendo un rito cual dogma de fe. Ese “Walk, eat, sleep, repeat” de la camiseta que descubrí en el tramo del año pasado. Aunque como siempre intentando intercalar algún “think”, “speak”, “sing” y sobre todo “drink”. No vaya a ser que me quede deshidratado y acabe tirado en algún recodo del camino esperando la aparición de las aves carroñeras.


Empezaba pues la ruta en Salamanca, donde dejé mi último tramo de la Vía de la Plata hace 3 años, recorrido éste que inicié años antes con Carlos y Lupe y que Dios mediante acabaré un día de estos. Esta vez salía hacia lo desconocido con un compañero nuevo, Ed, que en muchos momentos me recordaba al añorado Carlos Oriente (¡Presente!): por su tranquilidad, fortaleza y parquedad en palabras y su suma presteza a la hora de compartir un trago o ayudar a los demás. Sin Matrix esta vez, después de 2 años compartiendo lo bueno y lo malo desde Roncesvalles hasta Burgos, pero con las mismas ganas y curiosidad de ver nuevos paisajes, conocer a gente extraña, departir con los lugareños y olvidar por unos días el tedio y la presión del resto del año.

Y así nos plantamos, en una etapa inicial realmente prescindible en lo que al paisaje se refiere (bien lo pone en la guía austriaca del peregrino Ernst: “se recomienda hacer este tramo en autobús), en Calzada de Valdunciel, después de 16,5 km de aburrido y feo recorrido, en cuyo albergue ya nos encontramos con los primeros peregrinos: desconocidos al llegar y parte de nuestras vidas al separarnos. Como pasa con todas las personas que vas encontrando por los variables senderos de la vida y del Camino. Aparecen, aportan o restan algo a tu vida, y siguen sus andares, dejando en su lugar esos recuerdos que son base de nuestra existencia. Los buenos y los malos. Hacemos tiempo hasta que aparece la hospitalera y tomamos unas cervezas en un bar cercano (EL Bar, para ser más exactos).  Registro y sello con Susana, o Susi, una inexperta hospitalera que se estrenaba justamente ese día y que con sus bonitos ojos azules y peinado a lo “garçon” me recordó a otra Susi de Madrid. ¡Me gustan las Susis de pelo corto! Román, gallego y con unas ganas de hablar terribles (y de meterse con los curas), nos cuenta que viene andando desde Gibraltar, mientras que José calla y otorga: ayuda a la hospitalera con los formularios oficiales. Cada uno a lo suyo. El resto del día, lo
clásico. Conversaciones, paseos arriba y abajo, cena de menú correcto en el bar viendo al RCD Español y vuelta con el albergue ya en silencio y las 8 camas ocupadas. Los ya nombrados, 3 catalanes y una francesa con aires de bruja despistada. Algo que se confirmaría en los siguientes días.


Diana a las 6:30, después de una noche dura (¿serán las cervezas, la litera, la edad, el tabaco o la suma de todos estos factores lo que me impide dormir a gusto?). Mientras el resto de peregrinos se van a desayunar nosotros tiramos millas a las 7:15. Un claro “repeat” en lo aburrido de la etapa y a las 11:30 ya nos encontramos delante del Albergue FyM en el Cubo del Vino. Curioso nombre cuyo origen sigue siendo discutido sin que nadie pueda dar una respuesta fehaciente. Ni la Wikipedia. Que ya es decir. La Eme del nombre del Albergue es de Mercedes, la activa y dicharachera hospitalera que ha convertido la antigua casa familiar en un curioso albergue con 13 camas repartidas en varias habitaciones, un salón  y un solo baño, pero lleno de fotografías de anteriores peregrinos, una bonita recepción a base de chorizo y cerveza bien fría y el ofrecimiento directo de lavarnos la ropa gratuitamente. Así da gusto. Muchas gracias por todo Mercedes.
Conocemos al matrimonio de Sudáfrica, en concreto de Durban. Se llaman Pauline y Morrell Rosseau, y a las primeras de cambio tengo la intuición de que son “del palo”. Salgo de dudas en cuanto responden a mis primeras preguntas: “por suerte el CNA está a punto de perder la mayoría” y que los “campos de fútbol del Mundial están siendo utilizados asiduamente por los equipos de rugby. Que el fútbol ahí es cosa de negros”.  En posteriores conversaciones nos enteraríamos de que son hospitaleros y que hacen algún Camino cada año (y vía Internet ya de vuelta en casa descubrí que son de la hermandad del Camino de Sudáfrica, que ella dirige una escuela femenina católica, que él es ingeniero en la Bosch y que el Papa les otorgó la condecoración Benemerenti en el 2013. Cuando el río suena…). Agradables y educados. “Rara avis” que en el trabajo o en la gran ciudad no sueles encontrarte.
Pero volvamos a lo mundano: al bar. A beber. El pertinente paseo por el pueblo nos permite descubrir que hay 2 bares y que, por fin, se cumple la ley no escrita de Ed. Un botellín, 1 Euro. “Asín si”, como proclama mi compañero de aventuras. Algo que sumado a la mortadela, alimento primordial, básico e imprescindible, parece ser su guía vital. Y tampoco le voy a quitar la razón: con botellines de Mahou y mortadela con aceitunas más de uno ha capeado las fuertes tempestades de la vida. Cargados pues con las viandas, pan, mortadela y cervezas,  retornamos al albergue para comer ahí, y dedicamos la tarde al descanso, a comprobar que el segundo bar cumple la ley del €, que el tonto que existe en cada pueblo (y que suele ser el más listo de todos) salta de un bar a otro para contar sus penas y a prepararnos para cenar a las 20:30 en el segundo turno en casa de la hospitalera.  Cena curiosa donde las haya, compartida con Román y José, en el propio comedor de la casa de la hospitalera Mercedes, con la madre sentada en primera fila escudriñando todos nuestros gestos, los niños corriendo arriba y abajo, el marido relatando sus penas y problemas con la Sanidad Pública y un ambiente entre película española de los 60 y una versión pacífica de Puerto Hurraco. Todo rematado con un buen licor casero y con la francesa yendo siempre en la dirección opuesta a los demás. Otro día más, nuevas historias para recordar.

Llegamos pues a la tercera jornada, poco tiempo en la vida normal pero lleno de detalles y anécdotas cuando compartes 24 horas al día con propios y extraños. Para rematar su suma amabilidad, Mercedes nos acompañó hasta la salida del pueblo para no equivocarnos con el sendero. Por fin cambió un poco el paisaje, y pasamos de monótonos y uniformes toboganes a un sendero con más arbolado y mayor variación vegetal. Tampoco era la Selva de Irati, pero como todo en la vida es relativo nos alegraron los arbustos y pequeños árboles que fuimos bordeando. Dos cortas paradas, una de ellas para señalizar con Morrell un cruce que debido a la vegetación inducía a error, y a las 11 de la mañana ya estábamos de nuevo en destino. Ed tiene razón en decir que estas etapas saben a poco, acostumbrado a largas marchas por la montaña. Pero a mí ya me va bien. No estoy yo para esfuerzos excesivos, ni tampoco es lo que busco. “Chi va piano, va sano e va lontano”, como proclaman por Itálica, o como se suele decir cuando se habla del Camino de Santiago o de la vida: “lo importante no es llegar, es caminar”. Y en eso estábamos. A las 11, para variar, nos plantamos en destino, esta vez en una minúscula aldea llamada Villanueva de Campeán, cuyos máximos reclamos son el único bar, un encantador albergue con una entrada pensada para Hobbits o familiares de Torrebruno y un muy dejado convento franciscano llamado “San Francisco del Soto”, patrimonio cultural en estado ruinoso (como comentaría posteriormente Morrell, muchas de las casas del pueblo tenían piedras del convento en sus paredes y cimientos). Abandonado tras la fatídica desamortización de Mendizabal, por lo que vimos “in situ”, pasó a ser la cantera particular de los parroquianos. Por lo menos pudieron darle un buen uso a las piedras y asegurarse el calor del hogar con ellas. En otros lares sin duda hubieran acabado llenas de pintadas, orines y proclamas anticlericales. En esa España que todos conocemos y que basa su día a día en el odio y la envidia al prójimo, sin dar ejemplo ni aportar nada más que rabia y una total carencia de valores. Esa España que queremos porque no nos gusta (tenía que soltar esta frase que tanto me agrada, y aquí encaja perfectamente). La bruja francesa apareció de la nada, se sumó un peludo con pinta de guarro, los 2 españoles decidieron seguir su Camino y nosotros nos dedicamos a pasar la tarde entre cervezas, charlas con los lugareños, muy salados por cierto, y la sorprendente aparición de una bandada de águilas (de ahí la introducción a este artículo, dado que como bien comentó el sabio del lugar las águilas suelen ir solas, aunque en esta ocasión debía haber algún animal muerto en las cercanías para que se juntaran hasta 6 águilas sobre nuestras cabezas). Una verdadera lástima no haber dispuesto de una cámara en condiciones…, pero bueno, las vimos. No todo es compartir y publicar al instante: como bien leía esta mañana en un artículo de opinión de un diario de tirada nacional (aunque empeñado desde hace años en cargarse a nuestra Nación), “en el nuevo presente informativo la noticia es “aquello que se comparte de inmediato”.
Poco más dio de sí el día, botellines a un Euro, unos dardos, más botellines, unos bocadillos cansados de esperar la hora de la cena (“Agotados de esperar el fin” como bien canta Jorge Ilegal) y una retirada al mini albergue a horas “intempestivas”, es decir, a las 8 de la tarde. Como si estuviéramos en el norte del continente en pleno invierno.

Habiendo entrado en el saco de dormir a las 20:00 no es de extrañar que a las 6 de la mañana del día siguiente estuviéramos ya todos despiertos, desayunando unos lo que compraron el día anterior y salvando yo mi donut de la mochila de Morrell, que en su afán de dejar el albergue impoluto se lo había guardado.  Andamos lo más lento posible ya que el único bar a unos 5 km no abría hasta las 9,
nos cruzamos de nuevo con un rebaño de ovejas separatistas, y por fin a las 9:10 tomamos un exquisito café en el Perdigón / San Marcial. Un tramo por carretera y volvimos a retomar la senda, con la depresión del Duero y la histórica ciudad de Zamora delante de nuestras narices, aunque faltaran 3 horas para llegar. Nos encontramos de nuevo con la extraña francesa en un puesto lleno de carteles de la “Fundación Ramos de Castro para el Estudio y la Promoción del Hombre”, carteles y mojones con esta inscripción que ya nos habían extrañado en las anteriores etapas. Con escritos tanto en español como en hebreo (aquí yo dudaba si era árabe o hebreo), decididamente la tachamos de contraria a nuestras ideas, algo que posteriormente se confirmó buscando un poco por la Red. Una fundación dedicada al acercamiento entre España e Israel definitivamente no encaja para nada en el Camino. Por lo menos a mi buen entender y sentir. Que es lo que al fin y al cabo me importa. No va a importarme la opinión de un progre atontado amigo de un estado genocida. O la de un matón de tres al cuarto. O la del tonto del pueblo. Aunque seguramente ésta última sería la mejor opinión de las tres. 
La llegada a Zamora es realmente espectacular, con un frontal del castillo, iglesias y todo el casco antiguo elevado sobre el río Duero y sus verdes orillas, frontera y protección natural de la ciudad. 
La temprana hora nos obligó a pasear un rato por la ciudad a la espera de la apertura del albergue, tiempo que dedicamos como es natural a tomar algunas cervezas, disfrutar de la cuidada, limpia e histórica ciudad  y a organizar una comida en común. Los sudafricanos se apuntaron de inmediato, los franceses se hicieron los remolones (aunque al final acabarían comiendo más que nadie), y no quedaba más que hacer que esperar la apertura del refugio para esta noche. Y vaya refugio: unanimidad absoluta entre todos los “veteranos” del Camino. Uno de los más bonitos, si no el que más, de todos los visitados en estos últimos 17 años. Tres plantas de un edificio histórico construido casi sobre la muralla de la ciudad,
habitaciones amplias, baños de sobras, cocina y comedor de lujo y hasta un ascensor para gente necesitada.
Entre cervezas, charlas y chanzas preparamos una buena ensalada y espaguetis, ese menú clásico de cualquier excursión, y compartimos mesa con los ya nombrados sudafricanos, los reticentes franceses, un alemán (educado como suelen ser mis paisanos y que directamente se prestó a limpiar la cocina) y un italiano bastante cascado llegados a última hora y un bicigrino (Juanón) de lo más simpático y agradable (la primera vez en todos estos años que intimo un poco más con alguien que va en bicicleta, forma de hacer el Camino que sigo considerando muy ajena al espíritu peregrino. Al igual que su creciente comercialización o el puente "Tibetano" que quieren colgar en no sé que tramo del Camino del Norte. Poco a poco acabando con la realidad histórica del Camino y convirtiéndolo en una ruta multiculti para simples excursionistas.Un verdadero asco,). 

Y habiendo una guitarra colgada en la pared estaba claro que la cosa acabaría en un ameno “sing-along”, en el que volví a destrozar algún clásico, coseché algún misericordioso aplauso y conseguí que los pocos que éramos pasáramos una buena sobremesa. El maestro Ed podría haberse lanzado un poco más y haber demostrado su maestría a la guitarra, pero bueno, tuvo la educación y generosidad de dejarme disfrutar. Poco más quedaba por descubrir, visitamos la ciudad en un paseo agradable, con conversaciones sobre estilos arquitectónicos, castillos y viejos reinos, la Reconquista y futuras escapadas a Irlanda, compramos algún recuerdo y con ello finalizó de facto el Camino de este año.






Quedaba aún una última, monótona y corta etapa de 19 km hasta Montamarta (el nombre se las trae… ), que al día siguiente rematamos, y una vuelta a casa en autobús con esa mezcla de tristeza por no poder seguir y de alegría por poder contarlo una año más. 

Y van 17 tramos. Quién lo hubiera dicho en el ya tan lejano 1999 que casi veinte años después seguiría dando tumbos por las diversas tierras de nuestra Patria en pos de descanso espiritual, algo de aventura y descubrimiento de cientos de lugares emblemáticos, paisajes espectaculares (de eso este año quizás menos, pero Zamora compensó el resto del monótono recorrido), personajes curiosos y de mis propias capacidades y carencias. Una lección de vida es el Camino, y ahí seguiremos mientras los pies aguanten.

Un especial agradecimiento a Ed por la compañía de este año. Por mi podemos repetir cuando quieras.


Recordatorio: como ya comento al principio del escrito, la vuelta a la realidad después del Camino fue bastante movida: el primer día un gran concierto de Loquillo rodeado de buenos amigos, pero al segundo día se produjo el repentino e inesperado fallecimiento de mi padre. Este hecho trastocó mis planes, me obligó a viajar de forma urgente a Cataluña y ha retrasado hasta hoy la publicación de este pequeño relato del Camino. Sirvan pues también estas líneas como homenaje a mi padre (el primer Camino en el 1999 ya fue en homenaje a mi madre fallecida en 1998). La última conversación con él una semana antes acabó con su clásico “gruñido”: “¿Pero qué vas a hacer el Camino todos los años?”, a lo que contesté” “Si, mientras mi cuerpo aguante”. Y así será. El año que viene no tendré que justificarme de nuevo, pero en cambio él velará por mí desde el cielo, o por lo menos me vigilará con ojo crítico para poder echarme en cara cualquier traspié u error. Como si aún estuviera entre nosotros.







miércoles, 22 de junio de 2016

Eurocopa


Suenan los primeros compases de la Marcha Real, ese nuestro himno patrio que pese a haber tenido ya 4 letras diferentes sigue anclado en el “lo lo lolo lo lolo lo” popular, universal y transversal; se alza el telón de la copa de Europa de selecciones nacionales, saltan los jugadores al campo y aparecen por doquier esos aficionados disfrazados, alegres y bulliciosos que suelen acompañar a nuestro equipo. Aunque este año haya causado baja el mítico ciudadrealeño Manolo Cáceres Artesero, el “del Bombo” (cosas de la edad y los achaques asociados), seguimos disfrutando de toreros, toros, flamencas, travestidos, obispos, Guardias Civiles y demás personajes arquetipos de nuestra sociedad, animando los estadios, las calles y los bares de Europa al son de Paquito el Chocolatero, el Eviva España (nacido por cierto en Bélgica) y otras “joyas” musicales que son parte de la banda sonora de nuestras vidas.


Y como no puede ser de otra forma, en esta España fratricida en la que lo más importante siempre es meterse con el vecino, soltar un “y tú qué” para recibir de respuesta el “y tú más”, aparecen también los comentarios, apuntes y artículos sobre lo poco valiosa que es esta  pachanga patriotera, sobre la superioridad moral de los verdaderos “patriotas” que trabajan día y noche para engrandecer nuestra nación, sobre lo patéticos que somos los aficionados al fútbol y sobre el tiempo malgastado en animar a una selección que en el fondo se nutre de mercenarios y renegados, ávidos de dinero y carentes del mínimo sentido del respeto hacia nuestra historia imperial y milenaria y nuestra revolución pendiente.
Nadie puede negar esa inicial vergüenza ajena que sentimos la mayoría cuando vemos aparecer a 10 fornidos machotes vestidos de toreros, sudando de lo lindo y vocalizando con evidentes problemas las complicadas letras de nuestros himnos, pero, “qué carajo” (que por cierto significa miembro viril): 

¿Quiénes somos nosotros para criticar a un grupo de personas que se juntan para disfrazarse y animar a un equipo de fútbol? 

¿Qué sabemos de su vida diaria, de los esfuerzos que han realizado y las penurias que han pasado para poder permitirse el alquiler del traje, el billete de tren, la entrada al campo y el relleno de su bota de vino?

No es nada nuevo: a mi edad he tenido que aguantar ciento y un discursos sobre el verdadero patriotismo, sobre la estupidez del fútbol, las charangas y las borracheras o la violencia en las gradas, frente a la noble militancia, el esfuerzo, la lucha diaria… y al final siempre acabo reafirmándome en lo mismo: 
sin lugar a dudas existen personas despreciables y sin preparación alguna que utilizan el fútbol para descargar sus complejos en esa desagradable violencia gratuita contra los demás; folclóricos disfrazados que salen una vez al año del armario para chupar un poco de cámara y dar una imagen lastimosa de nuestro pueblo; manipuladores de partidos políticos que aprovechan las competiciones deportivas para arañar algún voto al incauto aficionado y dirigentes que se apuntan al carro sea cual sea el evento con el fin de apurar su posición
de privilegio y sus asociadas dádivas.

¡Sin duda que existen! Existen en el fútbol porque existen en nuestra sociedad.

Pero luego está esa mayoría normalita, sin pretensiones, que trabaja día a día, que defiende a su patria en el puesto de trabajo, cuidando a sus hijos, a sus padres, que en su tiempo libre igual escribe bonitos poemas o apasionantes novelas históricas , que ayuda en la parroquia, o realiza otro tipo de labor social, que compone música, o pinta, o milita en un partido político o en un sindicato (de los de verdad, no los de las mariscadas) , que hace pintadas por las noches reclamando justicia, o reparte comida a los españoles necesitados, que anda por el Camino de Santiago ayudando a toda persona con la que se cruza, que dona sangre cada 2 meses o diseña camisetas reivindicativas con cuya recaudación mantiene vivo un local social, que mantiene un despacho de abogados que da trabajo a decenas de personas, o gestiona una bodega que alegra las horas del vermú de mucha gente... ¿Qué sé yo?

Igual se trata simplemente de personas humildes y honestas, a las que les gustan los éxitos de sus conciudadanos. Ya sea en el fútbol, en las motos, los coches o el balón volea; ganemos un concurso internacional de música o seamos el primer país en donaciones de órganos del mundo; los que nos emocionamos viendo a nuestro ejército ayudando en misiones internacionales, o viendo la botadura de una nueva fragata para nuestra gloriosa Armada; que disfrutamos con la publicación exitosa de una novela sobre la historia de España o con un “Oscar” a una película española (bueno, esto quizá menos, teniendo en cuenta el tipo de chusma falsa y “roja” (de pico que no de cartera ni de estilo de vida) que suele ganar dichos premios), en resumen, los que nos alegramos de ser españoles y ejercemos como tales.

Como decía el anuncio de las Cajas de Ahorro Confederadas de hace algunos años:

“Estamos con la gente con toda la gente, la buena gente
Estamos con la gente que vive la vida sinceramente...”



¡VAMOS ESPAÑA! ¡VIVA ESPAÑA!


miércoles, 1 de junio de 2016

Voy al bar

Si la frecuencia de publicación de artículos en mi humilde blog tiene algo que ver con mi vida diaria, sin lugar a dudas este año está siendo un poco extraño. Porque 2 artículos en más de 5 meses son realmente pocos (aunque sean 2 más que mis polvos, otro tema que tendría que hacerme mirar). Será porque tengo demasiadas cosas en la cabeza, porque no consigo quitarme de encima un estado perenne de ansiedad o porque mi vida restante parece ya definida y sin visos de mejorar. 
O quizás exista una opción positiva: igual mi silencio se deba a que en estos últimos meses mi vida social ha sufrido un repunte positivo, he asistido a muchos y buenos conciertos y encima he encontrado refugio en algunos bares agradables, rodeado de personas abiertas y tolerantes, envuelto en una mezcla nebulosa de aceite, alcohol y tabaco y disfrutando del momento sin pensar en el mañana. Como bien dice Jorge Ilegal en una de sus últimas canciones: “haciendo en el bar, la verdadera patria, con que puedes contar.” Será una mezcla de ambas opciones. Un “carpe diem” mezclado con un “que me quiten lo bailado”.

Son 3 meses de silencio pero plagados de anécdotas, que si me hubiese aplicado y tomado nota de ellas darían para algún que otro libro; aunque lo de tener que competir con autores de renombre como Belén Esteban sinceramente me quita las ganas de publicar nada. Si el nivel lector de nuestra patria ha llegado a esos extremos (que la susodicha sea la que vende más libros en cualquier feria)  prefiero seguir haciendo el bufón en los garitos antes que perder un solo segundo en llenar las blancas cuartillas de reflexiones que no entendería ni la mitad de nuestra población (tirando muy muy alto).

Hago un pequeño receso para ir a comer, solo y con el ABC en ristre, y me topo, como anillo al dedo (o por culpa del karma como dirían los nerds o los hípsters de turno, los primeros por haber leído demasiado y los segundos por sabiondos cual maestros liendre que de todo saben y nada entienden) con un artículo del siempre rompedor y acertado David Gistau titulado “El Bar” (me imagino que a partir de mañana este artículo estará disponible en línea, por ahora habrá que conformarse con este resumen). En este comentario, que versa sobre el nuevo vídeo electoral de Ciudadanos, Gistau empieza definiendo claramente la relación entre el español medio y el bar: “…cualquier intento español de hacer «Cheers» degenera en el bar de la esquina con banderín de fútbol, palillo entre los dientes y tragaperras. Es una asociación de ideas que constituye la única transversalidad, la única coincidencia doctrinal: la visión del español promedio como un tipo que huele a fritanga y tardará un rato en acertar a meter la llave en la cerradura cuando regrese a casa”.  

No anda equivocado David (y por lo tanto también acierto yo con éste mi pequeño artículo) acerca de la realidad patria: “La cutrez de bar de la esquina con la que ven a la gente estos urbanitas es tal que cuando se burlan de Rajoy acusándolo de leer sólo el Marca lo que logran es hacerlo más semejante a su español promedio, que no es de Schopenhauer, sino del Marca, de lo que se habla en ese bar. El alarde intelectual siempre penalizó al político.” 

Ni que lo diga. Si quieres ganarte a ese español promedio no le vengas con filosofía, con rigor histórico, con palabras desconocidas o con valores éticos y morales. Háblale de fútbol, de marcas de cerveza, prepárale unos buenos callos y déjale leer el Marca bien manchado de aceite y trozos de la buena tortilla de patatas que preparaste por la mañana.

Tendrás su voto asegurado. Y a un cliente contento que volverá a tu bar como si volviera a su hogar, como tan acertadamente cantaban “Justo y los Pecadores” en el ya lejano año 2001 en su inolvidable disco “De bares y amores”.

Desde que cumplí los 16 años han pasado más de 13.600 días y unos 1.945 fines de semana. Y sin temor a equivocarme (o a perjurar como esos “bribones reinantes” nuestros) puedo prometer y prometo que por lo menos 1.900 de ellos los he pasado en algún bar, garito, taberna, posada, chiringuito, mesón, pub, ambigú, tasca, bufé, café, boite, discoteca, fonda, vinatería, cantina, merendero o figón.

Que visto que nuestra lengua no anda corta en sinónimos para describir los lugares del buen yantar y beber,  no seré yo el que deje de probar sus delicias semana si semana también. La sangre obliga. O el lugar en el que resido. “Ius soli” o “ius sanguinis”, tanto monta, monta tanto. Como Isabel y Fernando.

Y en estos últimos tiempos el refugio ante la adversidad, la soledad, la mediocridad y la estupidez general han sido varios locales, aunque tengo que destacar a uno en particular: la cafetería Peñagrande del barrio de la Coma de Madrid. Siguiendo esa tradición de ofrecer tapas, y de las buenas, con todas y cada una de las cervezas que te tomes, algo que se está perdiendo a marchas forzadas en esta sociedad tan asquerosamente globalizada, con unos propietarios encantadores sonriendo cuando toca y también cuando no toca, con la clientela habitual de todos los bares castizos que se precien, con su máquina de tabaco, su tragaperras, el diario Marca (o el AS) mal doblado y aceitoso (y normalmente del día anterior) y con sus sábados especiales en los que las manos de santo de Juanito nos deleitan
con unos callos espectaculares, unos caracoles de aúpa, trocitos de pollo empanado que realmente contienen pollo y saben a gloria (malditos nuggets artificiales), poco más se puede pedir a un bar. Y encima seguro que verás a Juanpe, a o Chache, o a Quique, o a Santi, o a Jorge, o si te sonríe la suerte a todos ellos de golpe.

Lo cantaron siempre nuestros juglares, desde el imperial “Iremos al bar”, al “Bienvenido al bar” de Justo y los Pecadores, el “Bares que lugares” de Gabinete o el impresionante y ya citado anteriormente “Voy al bar” de Los Ilegales:

En el bar, 
La gente; el humo al aire, 
La sublime belleza y consumo brutal. 

En el bar, 
Se bebe la venganza, 
la pena y la alegría, 
que agita al personal. 

¡Turbia inquietud! 
¡Impertinente y Punk! 
Abortos infelices, de la revolución. 

¡Hey! 

Y luego vas y lo cascas.


P.D. No puedo cerrar sin mencionar al bar “De Tapeo Rock” en Zaragoza. Mucho de lo escrito arriba es aplicable a dicho local. Un saludo chicos.