Como cada Pascua, volví a vivir
la pasada Semana Santa, la más importante del año para los creyentes, de la
forma tradicional: asistiendo a procesiones, a misa, rezando, reflexionando y
viendo las películas de rigor. Como por ejemplo “La historia más grande
jamás contada”, que para mi sigue siendo la referencia, por edad y por las
veces que la he visto, de la vida de Nuestro Señor Jesucristo.
Y mientras disfrutaba, me
emocionaba, lloraba y sufría con el relato de la vida, muerte y resurrección de
nuestro Señor, en mi cabeza retronaba de forma insistente un pensamiento: eso
fue y será la historia más grande jamás contada, mientras nosotros estamos
viviendo justo lo contrario, la mentira más grande jamás contada. ¡Malos
tiempos nos ha tocado vivir! Muy malos.
Sí, la mentira más grande de la
historia es, sin lugar a duda, la España del demente y corrupto Pedro Sánchez,
hijo político (y a todas luces el mejor alumno) del endemoniado Zapatero, el
hijo de Satán enviado a la tierra para rematar todo lo bueno e imponer el mal. Repito.
El MAL.
Ha habido (y siguen habiendo) grandes y bien orquestadas mentiras en la
historia, de eso no hay duda, pero ni la “Leyenda negra” inventada por
ingleses, holandeses y demás herejes enemigos de España, ni las ligas ganadas
por el Barça de Negreira, ni la plandemia del COVID gestada y explotada en
despachos de Bruselas y de las granes farmacéuticas, ni la propia UE de la
bruja von der Leyen y su dictadura antipatriota, ni la inexistente emergencia
climática y su maldito Pacto Verde y su Agenda 2030. Nada, chiquilladas,
mentirijillas, comparado con el reino del mal que han montado Pedro Sánchez, su
pulcra y trabajadora esposa y sus compinches en estos últimos 7 años.
Cortas se quedan películas como “El
mayor espectáculo del mundo”, viendo el circo permanente en el que vivimos, por
no comparar “El mayor robo del siglo” con el robo masivo y continuado que están
llevando a cabo los lacayos, peones y familiares del demente presidente.
Pero volvamos a “La mentira más
grande jamás contada”, la de Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Si es que se llama
así, porque con este personaje hay que poner en duda todo: su nombre, su hombría,
sus estudios, su educación, sus escritos, su moral. Lo único que sabemos seguro
es que cuida de su familia.
Si Pedro Sánchez se hubiera
retirado 40 días al desierto, y no 5 al cómodo sofá de casa, hubiera caído en
todas las tentaciones, aunque en su caso en vez de intentar convertir piedras
en panes, lo que hizo es convertir papeletas y rellenar una urna entera en un santiamén.
Cayó en la tentación. En la primera.
Tampoco tardó mucho el vivales de
Pedro en llamar a sus discípulos, a los que nombró “pescadores de votos y
favores” y con los que inició su peregrinaje en busca de gloria y riquezas.
Y en busca de mayor protagonismo, Pedro también obró su milagro, resucitando a un tal José Luis Abalus, que le ayudó fielmente a multiplicar los panes y los peces; los de su familia, compinches y amigos, eso sí. O consiguiendo trabajo para todas las sobrinas, amigas, primas y hermanas de la extensa y sagrada familia.
A Caifás y el Sanedrín ni se enfrentó, despidió a los que pudo y colocó como sumo sacerdote a su amigo Conde Podridus. ¿De quién depende el Sanedrín? Pues eso.
Y con la Cesarina Ursula, ni un
problema. Un par de guiños, alguna zalamería y variadas cesiones de intereses
nacionales, y todo arreglado. Como amigos.
Y aquí, siguiendo los
paralelismos entre la mentira más grande jamás contada y la vida de Nuestro
Señor, habría que saltarse un capítulo, el de la entrada en Jerusalén, porque no
veo yo una entrada triunfal de Pedro Sánchez a ninguna ciudad, pueblo o aldea de
nuestra nación. No hay Jerusalén que le reciba con los brazos abiertos: anda de
noche, tapado, protegido y apestado.
Lo que nos queda ahora ya son
deseos, pero sin duda se cumplirán. Somos muchos que soñamos, pedimos, exigimos
y reclamamos lo mismo.
La traición de Judas está al caer
(no será por la falta de potenciales chivatos en su entorno), seguidamente
asistiremos gozosos al juicio, la sentencia y el castigo de este maligno ser. Y
no habrá intercambio por el Barrabás de turno. Ni habrá crucifixión, no.
Queremos que viva muchos años,
exiliado, solo y sin espejos en un islote cualquiera. Perejil, por ejemplo. Y
que se consuma poco a poco, para pagar todo el mal que ha hecho a España.
No sería mal final para esta pesadilla
que estamos sufriendo.
No sería mal final para esta insufrible
película.
No sería mal final para “La mentira
más grande jamás contada”