martes, 27 de diciembre de 2005

Navidad en la Zona Alta




Navidad en la Zona Alta
el 27 de Diciembre de 2005 por Ernesto Martí Wetzel

Embutido en un abrigo que me hace parecer un traficante de armas de las ex repúblicas soviéticas salí de casa el día de Navidad para asistir a la tradicional comida en casa de una de mis tías. Mi firme decisión de no usar el coche no se debía a causas ecologistas ni estaba pensando en mi salud, simplemente no quería pasar por la gasolinera y arriesgarme a soportar la devolución de la tarjeta de crédito por falta de saldo a manos de un inmigrante sonriente y estúpido. No hubiese cuadrado con el ambiente navideño de calor familiar y amor que deseaba sentir.
El camino hasta casa de mi tía es bastante corto, por lo que decidí tomármelo con calma y disfrutar observando a la gente por la calle. El día de Navidad es una buena ocasión para ver el teatro de la vida en su máxima expresión: la mayoría de personas se convierten en intérpretes de diferentes papeles, uno se convierte en el yerno educado y simpático, otro en el hijo pródigo que vuelve a casa por Navidad, aquel en católico practicante de una misa al año no hace daño y aquellos otros en el paradigma de la familia feliz de los juegos reunidos Geyper.
Con la ventaja de que, a diferencia del resto de España, en Cataluña sí que se edita la prensa el día de Navidad, compré los diarios de referencia, es decir, La Razón y el Mundo, e hice la primera parada en el único bar que es una garantía, que jamás ha cerrado el día de Navidad, Barbero. Y como no, el local estaba abierto, Primitivo preparando cafés y alguna familia haciendo tiempo antes de subir a la casa del padre, suegro o hermano. Poca gente leyendo lo que nosotros llamamos prensa, solamente algún que otro “Periódico de Cataluña” que describe bastante bien los cambios que ha sufrido nuestra sociedad y el nivel cultural que se respira en la Zona Alta. A pesar de la festividad del día y de los sentimientos de amor y fraternidad que iba a sentir dentro de poco pensé:”O son tontos o son rojos, pero de los míos no son”. Seguramente eran ambas cosas….
Después de un rápido desayuno y unas ojeadas a la prensa seguí mi camino bajando por una extraña calle Ganduxer vacía de coches de lujo, madres prepotentes y niños malcriados a las puertas de los colegios luciendo “mini -barbours” y móviles de última generación, a una edad en la que yo aún tenía que recurrir a la sisa en la compra del pan para poder permitirme algún capricho. Según la Real Academia de la Lengua la sisa es la parte que se defrauda o se hurta, especialmente en la compra diaria de comestibles y otras cosas, y según mi experiencia personal siempre ha sido algo muy común ya que tanto mi padre como mis abuelos, tías y demás usaban esta expresión con bastante frecuencia. Igual solamente era común en mi familia.., no lo sé.
Justo después de cruzar la Vía Augusta me encontré de bruces con una carruaje tirado por dos pencos, caballos flacos según la RAE, y guiados por un señor entrado en años vestido de paje. La parte trasera de la carroza estaba abierta, y un Papa Noel (¿quién es papa Noel?) se esforzaba en tirar caramelos a 6 o 7 niños que se arremolinaban en la acera entre los abrigos de visón y astracán de sus respectivas madres y abuelas. Tuve el pensamiento de preguntarles a las señoras que quién era el personaje de los caramelos, indagar sobre los libros del Evangelio que lo citaban, pero por el bien de los niños y la felicidad del momento seguí mi camino.
Ya era casi la una y media.., y pensando en las prisas que suele tener mi padre fui tirando directamente a casa de mi tía, a sabiendas de que por mucho que nos adelantáramos la comida no empezaría hasta las 3. La calle seguía extrañamente vacía y el frío envolvía el silencio de la mañana de Navidad .
Girando hacia Escuelas Pías y a escasos metros de mí destino, en un semáforo desactivado por falta de usuarios, estaba el clásico buscador de compasión Navideña vendiendo calendarios del próximo año. Pobre hombre, pensé, yo me quejo, pero es que lo suyo ya es demencial, repartiendo tarjetas en un semáforo desactivado. Que triste es la vida. Más triste fue que ni me digné en comprarle un calendario. Intentaré hacer algo bueno estos días … para compensar.
Sin más anécdotas subí a casa de mi tía, que como era de esperar estaba decorada con mucho estilo. La suerte de disponer de tiempo y medios económicos te permite estas cosas, un belén tradicional precioso, según ellos montado a mano, velas decorativas, un árbol de navidad natural sin colores chillones ni cableado de bombillas de colores de tienda china, una mesa baja de 3 x 3 metros preparada para el aperitivo y la mesa de Navidad puesta con máxima corrección y mejores galas, en resumen, una casa que rebosaba Navidad por los cuatros costados, por lo menos en la parte estética. Igual mi complejo de superioridad me hace considerar a mis familiares unos ricos tontos y superficiales, pero creo que poco a poco me tendré que ir bajando del burro, visto como estaba preparado todo y que encima al lado del televisor “apagado” había una ejemplar de La Razón.
Mis primos estaban durmiendo, mis tías hablando y mi padre adelantando parte de la comida aduciendo no haber desayunado. En su caso me lo creo, siendo conocedor de sus vicios, su falta de horarios y su situación económica bien puede ser que no hubiera comido nada.
Después del buen aperitivo “gentileza” de Semon, la comida transcurrió siguiendo a pie juntillas el rito de cada año: escudella, carn d’olla , pausa para el primer cigarrillo, capón, segundo cigarrillo, fruta, turrones, cava, neules, llamada a los familiares que no han asistido, y la fase FAQs, es decir, las preguntas y respuestas más comunes que se dan en las comidas de Navidad. Pero, sorpresa, hubo más, hubo conversaciones de más de 1 minuto, tuvimos tiempo para la nostalgia y los recuerdos, y se creó un ambiente familiar que hacía tiempo que no vivía. Algo es algo. Me imagino que será debido a la edad, todos vamos madurando, para llamarlo de alguna forma, y el sentimiento general de soledad y de aburrimiento abre paso en estos días a las ganas de comunicarte, de compartir sueños y deseos, aunque sea por un espacio de tiempo breve. Igual se deba a que la lectura de ese diario que vi al entrar esté cambiando a personas de las que dudaba hasta ahora. Qui lo sa.
Acabada la comida, serían las 6 de la tarde, emprendí el camino a casa, con la idea clara de retirarme a mi piso a disfrutar de un poco de música y relajación, pero hete aquí que en el bar el Yate, nido de personas mayores, muy mayores, y de camareros de pajarilla y servilleta blanca al brazo, divisé a través de las ventanas ahumadas por el tabaco a 2 amigos míos, a los que no tardé en convencer ni 1 minuto en salir del local y tomar unas cervezas en el bar de enfrente, bastante similar en cuanto a la dejadez y antigüedad, pero poblado por extrañas criaturas de la noche y mas cercanos en edad a nosotros. Lo de llamarlo un bar es un decir, yo mas bien lo definiría como un mini hospital psiquiátrico de 20 metros cuadrados, pero esto no impidió que cayeran unas cuantas cervezas, algún que otro chiste oportuno y disfrutáramos un rato viendo la película Los niños del Coro. Justo antes de recurrir a mi ya tan sobado chiste de “Que vengan los psiquiatras a mil” (sigo creyendo que un servicio de urgencias mentales a domicilio podría ser una buena inversión) recibí una llamada de otro grupo de amigos que estaban en el Barbero.., en el mismo punto donde había iniciado mi celebración Navideña. Mi decisión de acudir a ese bar acompañado ya de 4 amigos (como unen la cerveza y los canutos) fue acertada al cien por cien. El recibimiento fue agradable, las chicas preciosas y españolas, las copas fueron cayendo una tras otra, la música que sonaba era española, acabamos cantando brazo en alto canciones de Estirpe Imperial y entre todos consiguieron que me sintiera muy a gusto. Unas horas antes no hubiera dado ni un duro por esta Navidad, y, mira tú, fui feliz, canté, bailé y me acosté (bastante tarde, por cierto) con una sonrisa en los labios y sin haber perdido ni los dientes ni la compostura .
Las horas que separan el cierre del Barbero del final de la noche desparecen en una nube de humo, risas, alegría, bailes y bolsos robados, pero, sobre todo, en un sentimiento: existe una Navidad de amor al prójimo, de cariño, de dar y recibir inyecciones de amistad y buenos sentimientos.
Ha sido la primera Navidad que recuerde en la que ni he recibido ni he hecho ningún regalo que haya tenido que pagar, en cambio he recibido (y espero haber dado) esos regalos que necesita el corazón para seguir latiendo. Primero fue en la comida de nuestra tertulia, el Iuris, y luego la Navidad que acabo de relatar. Muchas gracias y Feliz Navidad a todos!!!









2 comentarios:

  1. Anónimo4:58 p. m.

    Yo también me lo pasé muy bien Ernesto, pena que con tantas chicas guapas no hubiera un poco de sexo sin amor para finalizar bien la noche.

    Nos vemos por Fin de Año.

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  2. Anónimo9:38 p. m.

    Q pena q solo te fijes en las chicas españolas, fuera de España hay vida.

    Eres un razista.

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