martes, 13 de agosto de 2019

Greta Majareta


El descanso veraniego significa muchas cosas: relajamiento, diversión, viajes, rotura de la monotonía, amores tan intensos como fugaces, incendios forestales fortuitos y provocados y, como no, los divertimentos españoles por excelencia: playa, sol, chiringuitos, siestas XL, fiestas populares, conciertos, paellas, barbacoas, discusiones con los familiares y, en muchos casos, la lectura. Igual peco de optimista y lo de leer ha quedado relegado a los pies de las fotografías en Instagram, los memes en Facebook y los hilos inútiles entre igual-pensantes en Twitter, pero en lo que a mí respecta, sigue siendo la parte del año en la que reservo más tiempo al tan olvidado (y sin duda necesario) placer de leer.

He dedicado por lo tanto mi corto descanso estival a leer un libro muy entretenido sobre el Poprock español de los 80 (Nos vimos en los bares, de Itxu Díaz, muy recomendable para cualquier melómano nacido entre 1963 y 1975) y a seguir disfrutando de “La divertida aventura de las palabras” de Fernando Vilches, estando a la espera de Amazon Prime para empezar mañana (con mucho retraso, lo reconozco, y desde aquí me disculpo) otro libro que promete, “La calle de la luna”, del tan admirado Kiko Méndez-Monasterio.

También nos sirve el estío para tomarnos todo con un poco de humor, para olvidar la trascendencia del día a día, las deudas, los presumibles problemas laborales, la crisis económica que se avecina (y que nuestro iletrado y mentiroso presidente por accidente ya está negando, siguiendo la estela del nefasto ZP) y la trágica catástrofe social que se avecina con la invasión africana dirigida y promocionada por oscuros intereses capitalistas y ejecutada por infantiles (cuando no falsas y ávidas de dinero y protagonismo) oenegés, subvencionadas con nuestros impuestos por la progresía gobernante. 

Esa funesta clase política que reparte el dinero de todos (esa lluvia dorada que cae del cielo para colmar sus egos), sin cumplir ni de asomo con su obligación, que es simple y llanamente trabajar para mejorar nuestra vida y sacar adelante nuestra Patria. Trabajar. Un verbo que desconocen la inmensa mayoría de los diputados de izquierdas, gran parte de los de derechas y, como no, todos los populistas y nacionalistas. Para trabajar ya está el pueblo, dirán para sus adentros, que ellos están para manipular, figurar, gastar y disfrutar. De eso va la política en este siglo XXI, que presumo traerá el fin de esta ruin sociedad (fin que en el fondo espero con ilusión justiciera).

¡Uy, que casi se me olvida la “emergencia climática”! Pasada ya la moda del calentamiento global (según anunció a diestra y siniestra el impresentable Al Gore en el ya lejano año 2006, hoy en día tendríamos que estar todos más asados que un “pollo al ast”), la hipócrita progresía (a la que me gusta llamar “hiprogresía”) se ha sacado de la manga este nuevo concepto “aterrador” para mover sus hilos, conseguir sus subvenciones, editar sus libelos, y, por ende, enriquecerse a costa de la estupidez de la sociedad, esa masa tan manipulable (por su nesciencia) como la plastilina Jovi.

Y dentro de esta execrable (y poco científica) campaña catastrofista, destaca sin lugar a duda una figura: la “activista” sueca Greta Thunberg, a la que he dedicado el título de este artículo. Una adolescente, enferma de Asperger y con cierto aire de haberse quedado a medio camino de la acondroplasia, manipulada por sus padres e icono y suma sacerdotisa de la nueva religión climática. 

No voy a entrar en el negocio que mueve esta marioneta, ni en las buenas intenciones que pueda albergar, ni en la presunta nula influencia de sus padres, ni en sus proclamas de que no se lleva ni un duro, ni en la gravedad del síndrome de Asperger que padece: para ello hay multitud de artículos (en todos los idiomas) disponibles en la Red, escritos serios redactados por científicos, médicos y psiquiatras. El que desee saber algo más sobre las añagazas que usa todo el movimiento creado alrededor de este triste personaje que se informe de forma concienzuda. 

El reconcomio que me produce este pequeño monstruo creado y utilizado con egoísmo por parte de su familia, los partidos "progres" y las miles de oenegés que dependen a partes iguales del dinero público en forma de subvenciones y de las donaciones de los incautos, no me permite escribir más sobre ella. Ya tengo suficiente con verla aparecer en la prensa o en televisión, como si fuera un pequeño e impertinente Poltergeist ecologista que vuelve cada día para interrumpir mi sagrada siesta estival.

Me quedo con la graciosa ocurrencia que he usado como título, “Greta Majareta”, cuya autoría desconozco y que apareció por primera vez en Twitter en abril de este año, pero que en resumen cumple con el objetivo de cualquier apelativo, alias, apodo o mote: lo clava.


P.D.: De Richard Gere y su patético espectáculo en alta mar, rodeado de morenos mancebos cargados de cadenas de oro y teléfonos móviles de a 1.000 € la pieza, ni pienso hablar. Es tan vomitivo todo lo que rodea el tráfico de seres humanos de Open Arms y similares que prefiero callar.



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