Tampoco es nada que sorprenda. ¿Cuántos locales entrañables
han desaparecido en estos últimos años en Barcelona? Incontables. Y no solo en
Barcelona, lo mismo ha sucedido en Madrid y sin duda en el resto de las
poblaciones españolas, pero en el caso de mi querida ciudad el declive ha sido
tan drástico, triste y continuado, que a veces hasta me entran ganas de llorar.
Las causas son bien conocidas. La invasión de cadenas
multinacionales, el nulo apoyo municipal o gubernamental, las cortapisas
legales y fiscales, la degradación del centro de Barcelona, las modas y la maldita
globalización y uniformización a base de McDonalds, Starbucks y demás templos
del consumismo esclavo, igualitario, carente de calidad, de carisma, de
historia y de encanto.
Si a ello sumamos la actual crisis que estamos sufriendo
debido a una pandemia que en otros países se ha quedado en eso, en una crisis
sanitaria dura pero controlable, pero que en nuestra santa tierra ha sido
aprovechada por todos los seres malignos para hacer de las suyas, para
desmontar, robar, denigrar, cambiar, inventar, destrozar, tergiversar y arrasar
con todo lo anterior, por el simple afán revanchista y la búsqueda de su propio
beneficio y placer, pues poco se puede hacer.
Rezar por que todo pase, por que vuelvan la sensatez, el
estilo, la ética, la cultura, el orden, la higiene, la igualdad y la libertad. Y
la entrañable cervecería Alt Heidelberg (que vuelva la bodega Víctor de Sarriá
ya podemos dejarlo por imposible).
Claro que para ello tendrían que desparecer populistas, naZionalistas,
iluminados, vagos, maleantes, violentos inmigrantes ilegales y los malvados e
inútiles dementes que nos están desgobernando.
Y eso va a costar mucho. En Barcelona. En Madrid. En España.
En Europa.
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