martes, 16 de julio de 2024

La sonrisa de España



Iba a titular este artículo “Rojigualda y en botella”, pero la sonrisa de María Caamaño me ha superado. Nada más bonito para simbolizar la alegría, la esperanza, la bondad, la amistad, la unidad y la ilusión. Y justamente esto es lo que consiguió ayer nuestra Selección Nacional de fútbol. Que, visto lo visto, no es nada roja, pero sí muy rojigualda.

Ante todo, sincerarme, que a toro pasado todo es muy fácil: he estado pasando de la selección al principio de la competición. Estaba más pendiente de la promoción de mi equipo, el RCD Español, que de una selección a la que hasta ahora le había prestado muy poca atención. Será por el mal recuerdo de la etapa del tóxico y arrogante bocazas Luis Enrique, por la burda utilización de la selección femenina por parte de los regres y fanáticos rojos, o por no conocer a la mayoría de los jugadores. Por una combinación de todos estos factores, sin duda.

Pero una vez comenzada la competición, y viendo los resultados, conociendo poco a poco a los protagonistas, escuchando al seleccionador nacional, don Luis de la Fuente, al que Dios bendiga, y viendo el creciente cariño y la ilusión que esta selección estaba sembrando en los corazones de los españoles, me subí al tren de la selección patria. Al final, la cabra tira al monte, y nuestro monte se llama España.

Escribía yo este post en X el día del chupinazo de los Sanfermines de este año: “Lo que más une a #España, la fiesta y la jarana”. Sea bueno o malo, somos así. Y a mucha honra”.  Puede ser que lo escribiera por ese pesimismo que nos invade a todos cuando vemos que los españoles, por nimia que sea la razón, bebemos, cantamos y celebramos, y que cuando pintan bastos, cuando se trata de temas serios, políticos, sociales o económicos, andamos más peleados que veinte monos ante un único plátano. O quizás no, puede ser que fuera una intuición de que las tornas están cambiando, de que España está despertando. Aunque fuera por una fiesta popular. O por un partido de fútbol.

Y así ha sido: un simple partido de fútbol ha hecho la magia, ha unido, ha demostrado ese hispanismo que tanto echamos de menos, esa unión en la diversidad, esa verdadera integración, esa transversalidad real, esa nacionalidad igual y común y no su maligna plurinacionalidad desigual e interesada, no los eslóganes de la putrefacta y retrógrada izquierda y sus amigos golpistas, racistas y terroristas.

Aunque la izquierda haya vuelto a intentar, como suele, barrer para casa, y utilizar para sus oscuros intereses la presencia de jugadores de diversos orígenes, el tiro les ha salido por la culata.

El pueblo español ha aprendido rápido, ha visto como este gobierno y sus compinches usan todo y a todos para sus propios intereses, por lo que los ciudadanos, los españoles, que son libres e independientes (no son lo que llaman los rojos la ciudadanía, un ente inventando sobre el que mandan y deciden sin que nadie les pare los pies), se volcaron cada día más con este selección, sin hacer caso a las mentiras, las manipulaciones y la enfermiza utilización de los nobles sentimientos para propagar sus sucias mentiras y apalancar sus malignos objetivos.

De la final no hace falta ni que escriba: la hemos vivido todos de forma intensa, en casa, en la playa, en terrazas, parques y jardines, en bares de pueblo y en garitos de ciudad. Bebiendo, cantando, disfrutando. Abrazando a gente desconocida, pero íntimos después del pitido final. Aguantando con una mueca chistes malos de otro extraño al principio del partido, para acabar a carcajada limpia finalizado el encuentro… con el mismo chiste inicial.

Quizás si que haya que comentar, aunque sea mínimamente, la celebración de la final en Madrid, precedida por la bonita recepción en la Zarzuela y la preciosa, impagable y merecida derrota del psicópata Sánchez en su intento de acaparar simpatía de los jugadores y vender de nuevo su propio ego al pueblo español. Gracias, Carvajal. Gracias, chicos.



Mejor preámbulo al triunfo en Cibeles, imposible: a la unión, a la amistad, a la banda sonora, a los cánticos y las canciones, al ‘Gibraltar Español’ y a los múltiples ¡Viva España!

Y a la incapacidad de la izquierda de digerirlo. Quizás lo más bonito de esta épica victoria. Ya andan por ahí los intoxicadores de siempre buscando cualquier clavo ardiente al que asirse para empañar esta fiesta nacional.

Esta proliferación de patriotismo, de libertad, de unión, de igualdad, de complicidad.

De amor, por ende.

Amor por España.

Rojigualda y en botella.

¡Viva España!

 


 

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