Hay derrotas que duelen menos y victorias que dejan indiferente. Me explico. Esta semana mi equipo de fútbol del alma ha sufrido su enésima derrota en casa. De ello no me puedo alegrar, pero si con este revés hago daño al otro equipo de la ciudad, el de los suizos, pues el dolor queda en menos y se puede superar con un poco de sarcasmo y un mucho de alcohol (o viceversa).
Por otro lado tenemos las victorias, como la conseguida este domingo pasado por el Partido Popular en las elecciones gallegas (lo de las provincias vascongadas no lo puedo considerar una victoria). ¿Debería alegrarme de este triunfo? La lógica me obliga a pensar que ya va bien que gane la derecha en Galicia, que así acabaremos con la dictadura del socialismo apegado al lujo y el derroche (una contradicción en sí) y del nacionalismo inculto y vengativo que siguiendo los ejemplos de Cataluña y las Vascongadas iba en camino de conseguir convertir a toda la juventud de una región en borregos seguidores de historias inventadas y leyendas manipuladas, hablando mal un dialecto creado a toda velocidad asegurando que es “gallego” y fracasando en el resto de asignaturas de su plan de estudios.
Pero por desgracia la lógica tiene poco que ver con la política, y más si cabe en un sistema partitocrático como el nuestro, en el que el interés máximo de los políticos es cumplir con el sagrado dogma de que “si sirve a los intereses del partido me sirve a mí, y por lo tanto a España, que soy yo”.
Albergo dudas, y serias, de que esta victoria en Galicia y el posible “cambio” de tendencia en las provincias vascongadas aporten algo a las necesidades de los ciudadanos de España, y menos aún al concepto de España en sí, que seguirá en grave peligro hasta que no aparezca una oposición ya no al partido gobernante de turno, sino al sistema de “casta política” hacia el que está derivando esta apócrifa democracia. En mi opinión no hay partido alguno (de los “big players” como dirían en el mundo empresarial) que realmente quiera cambiar algo por el bien de la patria y sus ciudadanos, lo que pretende esa “unión temporal de intereses” es seguir ahí, con su parte del pastel, que no por ser en ocasiones pequeña deja de ser apetecible y que a los pocos años volverá con toda seguridad un poco mayor en tamaño y prebendas asociadas. Coma yo mi pastel, sea gobernando o ejerciendo de ¿oposición?, y que lo demás se derrumbe a mi alrededor. (O ande yo caliente y ríase la gente)
Así de contradictorios son mis sentimientos ante una derrota, la deportiva, y una victoria, la política, que sinceramente me deja frío. (Podría haber acabado con alguna expresión soez al estilo del difunto actor gallego-catalán (rip), el cual si fuera creyente a las puertas del cielo seguro que usaría el idioma Español, idioma con el que triunfó como actor y al que menospreció en público tantas veces.)
Por otro lado tenemos las victorias, como la conseguida este domingo pasado por el Partido Popular en las elecciones gallegas (lo de las provincias vascongadas no lo puedo considerar una victoria). ¿Debería alegrarme de este triunfo? La lógica me obliga a pensar que ya va bien que gane la derecha en Galicia, que así acabaremos con la dictadura del socialismo apegado al lujo y el derroche (una contradicción en sí) y del nacionalismo inculto y vengativo que siguiendo los ejemplos de Cataluña y las Vascongadas iba en camino de conseguir convertir a toda la juventud de una región en borregos seguidores de historias inventadas y leyendas manipuladas, hablando mal un dialecto creado a toda velocidad asegurando que es “gallego” y fracasando en el resto de asignaturas de su plan de estudios.
Pero por desgracia la lógica tiene poco que ver con la política, y más si cabe en un sistema partitocrático como el nuestro, en el que el interés máximo de los políticos es cumplir con el sagrado dogma de que “si sirve a los intereses del partido me sirve a mí, y por lo tanto a España, que soy yo”.
Albergo dudas, y serias, de que esta victoria en Galicia y el posible “cambio” de tendencia en las provincias vascongadas aporten algo a las necesidades de los ciudadanos de España, y menos aún al concepto de España en sí, que seguirá en grave peligro hasta que no aparezca una oposición ya no al partido gobernante de turno, sino al sistema de “casta política” hacia el que está derivando esta apócrifa democracia. En mi opinión no hay partido alguno (de los “big players” como dirían en el mundo empresarial) que realmente quiera cambiar algo por el bien de la patria y sus ciudadanos, lo que pretende esa “unión temporal de intereses” es seguir ahí, con su parte del pastel, que no por ser en ocasiones pequeña deja de ser apetecible y que a los pocos años volverá con toda seguridad un poco mayor en tamaño y prebendas asociadas. Coma yo mi pastel, sea gobernando o ejerciendo de ¿oposición?, y que lo demás se derrumbe a mi alrededor. (O ande yo caliente y ríase la gente)
Así de contradictorios son mis sentimientos ante una derrota, la deportiva, y una victoria, la política, que sinceramente me deja frío. (Podría haber acabado con alguna expresión soez al estilo del difunto actor gallego-catalán (rip), el cual si fuera creyente a las puertas del cielo seguro que usaría el idioma Español, idioma con el que triunfó como actor y al que menospreció en público tantas veces.)
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