Ayer nos reunimos todos en el nuevo estadio del Real Club Deportivo Español. Por una vez la razón no era un simple y lúdico partido de fútbol, sino el homenaje a un jugador, nuestro capitán, fallecido a destiempo, en un lugar lejano, unido en el instante de su muerte a su mujer y su futuro hijo por un simple y absurdo hilo telefónico, en la plenitud de su vida, con perspectivas de futuro inmejorables y toda la gloria por conquistar.
Y ahí, en ese nuevo estadio que acabamos de estrenar, que aún nos es extraño a todos, que no conocemos, que por el momento no nos provoca emociones porque carecemos de recuerdos de momentos inolvidables vividos en él, ahí, en Cornellá-el Prat, como lo siguen llamando, o en el Nou Sarriá, como nos gustaría a muchos que se llamara, nos juntamos decenas, cientos, miles de seguidores del Español para darle el último adiós a un chico joven que por desgracia no verá crecer a su vástago ni disfrutará de todo lo bonito que la vida le deparaba.
Y ese último adiós se bañó en lágrimas. Como tiene que ser. Los seres humanos lloramos, en mayor o menor medida, y lo hacemos por dolor, por alegría o por tristeza. Ayer tocaba tristeza. Y tocaba llorar.
Existen personas de lloro fácil, que por cualquier banalidad dejan escapar unas lágrimas y que, en casos más serios, se derrumban sin contención posible echando por los ojos sus sentimientos de rabia, dolor o tristeza.
También existen personas más templadas, que han sufrido lo suficiente en su vida para no llorar a la primera ocasión, personas que sienten y sufren igual que los demás pero que no expresan sus emociones de la misma forma que las anteriores. Personas curtidas en sufrimientos, personas que han perdido a familiares, que han sufrido maltratos o que han vivido tales decepciones en la vida que el recuerdo de estas les impide llorar a rienda suelta a la primera ocasión.
Finalmente tenemos a los duros. Personas que no lloran ni llorarán jamás. Están de vuelta de todo. Han perdido la fe y la esperanza. Ya no creen en nada porque las han visto de todos los colores. El dolor y la tristeza ya no consiguen arrancarles ni una simple lágrima, quedándose atascados los sentimientos en su interior, mordiendo sus entrañas sin que nadie se percate, a veces ni ellos mismos, de lo que están sintiendo. Podemos llamarles pragmáticos, o consecuentes, o realistas, o fríos, o escépticos.
Pues ayer estaban todos ahí: los del lloro fácil, que si ya se derrumban viendo un gol en el último minuto imaginaros como estaban ayer. Los templados, que al saber que en la vida existen dramas a mansalva, lloraron lo justo y necesario que les permite su idiosincrasia. Y los duros, que paseaban entre banderas, velas, lloriqueos y abrazos sin soltar ni una sola gota. Sufrirían igual, me imagino, que los demás, pero no se les notaba.
A, se me olvidaba, también estábamos nosotros. Los que lloramos porque queremos, porque somos pericos. Los que hemos compartido tantas emociones que con ver un álbum de fotografías de algún desplazamiento ya empezamos a sentir un cosquilleo. Los que nos encontramos a ex jugadores de nuestro equipo y nos parece que hayan juntado Navidad, Reyes y nuestro cumpleaños. Los que subimos por la antigua carretera de Sarriá y giramos la vista a la izquierda al llegar a la altura de nuestro anterior campo para no llorar o maldecir a alguien. Los que oímos la palabra Leverkusen y nos cagamos en la madre de todas las madres. Los que llevamos en nuestro equipaje algún playmobil blanquiazul u otro gadget que no conseguimos perder de ninguna manera, y mira que perdemos cosas. Los que gritaremos Dani, Dani, igual que antes gritamos Guijarro, o Mauri, o Canito, o muchos otros nombres. Los que lloramos por alegría y por pena al mismo tiempo. Los que no tenemos nada que esconder. Los que odiamos al Barza y lloramos de alegría cuando pierde. Los que nos sentimos unidos desde hace años, generaciones en muchos casos, por algo tan simple como una afición deportiva. Los que amamos al Real Club Deportivo Español. Y a sus jugadores, a su historia y su bandera. Y a sus ex-jugadores fallecidos.
Y a Dani Jarque. Caigan por él las 21 lágrimas de hoy.
Y ahí, en ese nuevo estadio que acabamos de estrenar, que aún nos es extraño a todos, que no conocemos, que por el momento no nos provoca emociones porque carecemos de recuerdos de momentos inolvidables vividos en él, ahí, en Cornellá-el Prat, como lo siguen llamando, o en el Nou Sarriá, como nos gustaría a muchos que se llamara, nos juntamos decenas, cientos, miles de seguidores del Español para darle el último adiós a un chico joven que por desgracia no verá crecer a su vástago ni disfrutará de todo lo bonito que la vida le deparaba.
Y ese último adiós se bañó en lágrimas. Como tiene que ser. Los seres humanos lloramos, en mayor o menor medida, y lo hacemos por dolor, por alegría o por tristeza. Ayer tocaba tristeza. Y tocaba llorar.
Existen personas de lloro fácil, que por cualquier banalidad dejan escapar unas lágrimas y que, en casos más serios, se derrumban sin contención posible echando por los ojos sus sentimientos de rabia, dolor o tristeza.
También existen personas más templadas, que han sufrido lo suficiente en su vida para no llorar a la primera ocasión, personas que sienten y sufren igual que los demás pero que no expresan sus emociones de la misma forma que las anteriores. Personas curtidas en sufrimientos, personas que han perdido a familiares, que han sufrido maltratos o que han vivido tales decepciones en la vida que el recuerdo de estas les impide llorar a rienda suelta a la primera ocasión.
Finalmente tenemos a los duros. Personas que no lloran ni llorarán jamás. Están de vuelta de todo. Han perdido la fe y la esperanza. Ya no creen en nada porque las han visto de todos los colores. El dolor y la tristeza ya no consiguen arrancarles ni una simple lágrima, quedándose atascados los sentimientos en su interior, mordiendo sus entrañas sin que nadie se percate, a veces ni ellos mismos, de lo que están sintiendo. Podemos llamarles pragmáticos, o consecuentes, o realistas, o fríos, o escépticos.
Pues ayer estaban todos ahí: los del lloro fácil, que si ya se derrumban viendo un gol en el último minuto imaginaros como estaban ayer. Los templados, que al saber que en la vida existen dramas a mansalva, lloraron lo justo y necesario que les permite su idiosincrasia. Y los duros, que paseaban entre banderas, velas, lloriqueos y abrazos sin soltar ni una sola gota. Sufrirían igual, me imagino, que los demás, pero no se les notaba.
A, se me olvidaba, también estábamos nosotros. Los que lloramos porque queremos, porque somos pericos. Los que hemos compartido tantas emociones que con ver un álbum de fotografías de algún desplazamiento ya empezamos a sentir un cosquilleo. Los que nos encontramos a ex jugadores de nuestro equipo y nos parece que hayan juntado Navidad, Reyes y nuestro cumpleaños. Los que subimos por la antigua carretera de Sarriá y giramos la vista a la izquierda al llegar a la altura de nuestro anterior campo para no llorar o maldecir a alguien. Los que oímos la palabra Leverkusen y nos cagamos en la madre de todas las madres. Los que llevamos en nuestro equipaje algún playmobil blanquiazul u otro gadget que no conseguimos perder de ninguna manera, y mira que perdemos cosas. Los que gritaremos Dani, Dani, igual que antes gritamos Guijarro, o Mauri, o Canito, o muchos otros nombres. Los que lloramos por alegría y por pena al mismo tiempo. Los que no tenemos nada que esconder. Los que odiamos al Barza y lloramos de alegría cuando pierde. Los que nos sentimos unidos desde hace años, generaciones en muchos casos, por algo tan simple como una afición deportiva. Los que amamos al Real Club Deportivo Español. Y a sus jugadores, a su historia y su bandera. Y a sus ex-jugadores fallecidos.
Y a Dani Jarque. Caigan por él las 21 lágrimas de hoy.
Siempre he pensado que uno no sabe cómo reaccionará ante determinados hechos hasta que le toca sufrirlos en primera persona.
ResponderEliminarEl sábado por la noche, tras recibir el primer golpe en forma de sms, los primeros efectos secundarios se manifestaron en forma de incredulidad, insomnio y necesidad de andar por la montaña, lo único que, en palabras del poeta, enguixa tantes esquerdes.
Andé durante varias horas por la montaña como un autómata, incapaz de sentir o disfrutar como tantas otras veces, ajeno a personas o paisajes. Y al llegar a casa estalló el mar de lágrimas que ha cesado no hace mucho y que a buen seguro volverá durante tantas veces en esta temporada que está a punto de empezar y que recordaremos el resto de nuestras vidas como aquella en que uno de los nuestos se fue para siempre.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar