Conforme pasan los días previos a la apertura “oficial” de la campaña electoral en la Comunidad Autónoma del Reino de España llamada Cataluña, el panorama se va volviendo cada vez más alucinante. De entrada no entiendo el porqué de la limitación temporal a las campañas electorales (oficialmente no entramos en campaña hasta el 12 de Noviembre), sabedores todos que la vida de los políticos es una campaña constante, de día y de noche, llueva o haga sol, para seguir manteniendo sus privilegios contra viento y marea. La campaña política de cualquier “elegido” empieza el mismo día en el que los votos de los simplistas ciudadanos le han aupado al poder. A seguir engañando a todos para no perder sus privilegios. A eso se dedica un político, y no a cumplir sus promesas electorales. Si la única diferencia entre la campaña “oficial” y la “no oficial” es que se puedan decorar las paredes, los árboles, los plafones y demás objetos de mobiliario urbano con carteles pagados por todos nosotros, en los que nos sonríen las falsos salvadores de la patria con sus patéticas caras (retocadas en la mayoría de los casos con herramientas de edición gráfica), pues sinceramente no entiendo nuestra ley electoral. Dejémonos de formalismos, de leyes que nadie cumple, de normativas electorales y demás sandeces, cuando aquí todo el mundo hace lo que le rota, cuándo y cómo quiere. Si hay que reunirse con terroristas para arañar votos, pues adelante. Si hay que vigilar al contrario contratando detectives privados, pues por qué no. Si lo útil es tirar de hemeroteca, de hechos acaecidos hace tiempo y hasta prescritos, para echar un poco de mierda sobre el contrario, pues vale. Si hay que irse a comer o cenar con determinados jueces para asegurarse su apoyo en sucias maniobras electorales, pues adelante. ¿La división de poderes, para qué la queremos? Si hay que mentir a diestro y siniestro sabedor que no se demostrarán las mentiras hasta que las elecciones hayan acabado, pues divirtámonos mintiendo, que es gerundio. Esto es la guerra por el sillón, por las prebendas, la obsesión de los “representantes del pueblo” por llegar cuanto antes al mínimo legal requerido para disfrutar de una pensión vitalicia. Lo demás, mentiras como una olla.
Poca diferencia hay, por desgracia, entre nuestro sistema democrático y su sistema electoral y cualquier “reality show” o programa de telebasura. Se trata de vender humo, de soltar mentiras, cuan más exageradas, mejor; de sorprender, entretener y manipular a la gente como si se tratara de un juego más, de un show televisivo, de darles carnaza para que caigan en la trampa de votar, que se sientan partícipes de un proceso que no es nada más que un montaje para que los de siempre, los políticos profesionales, obtengan su certificación, refrendada por el voto de los tontos ciudadanos, y puedan seguir unos cuantos años más viviendo del cuento.
No descubro nada nuevo con todo lo dicho antes, grandes escritores, columnistas, pensadores y filósofos, lo han descrito en el último siglo y medio de esta o de mucha mejor manera. Todo es un cuento para mantener al pueblo atontado y hacerle creer que participa realmente en las decisiones trascendentales que afectan a la sociedad, a la convivencia, al futuro del ser humano, al bien de su patria o a la limpieza física y social de su barrio. Y un carajo. Igual tiene razón el escritor Sergio Fidalgo, que ha decidido dar su voto a un partido de “frikis”, el CORI, ya que en su opinión los “frikis” de verdad ya están en el poder. Igual no. Tiene toda la razón del mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario