Los que me tratáis conocéis de sobras mi afición a los bares. No es algo extraño, teniendo en cuenta que en los años 80 ya ayudé en algún bar, que a final de dicha década (¡del siglo pasado, casi nada!) estuve trabajando “duramente” como animador turístico en Menorca, que en los noventa conseguí regentar mi propio bar musical con bastante éxito y, sobre todo, que siendo español y de Barcelona sería muy raro que no tuviera esta afición tan propia de esta tierra que me vio nacer.
Aún así, y conforme pasan los años, la selección de bares que frecuento ha ido mermando de la misma forma que el aguante de mi hígado, el saldo de mis tarjetas y la capacidad de un local de sorprenderme de una forma tan grata que tenga ganas de volver. Si hago un rápido repaso mental a los locales que sigo visitando de tanto en tanto (es decir, una vez a la semana), me sobra una mano. Son bodegas y bares pequeños, en los que casi todos los clientes son conocidos, lo cual evita por un lado las posibles sorpresas de personas que no se adaptan a mi estilo (o viceversa) y por otro las siempre latentes discusiones con el barman de turno sobre el precio de una copa, la siempre injusta proporción entre el elixir y el refresco, la caída de una copa recién estrenada (y el automático “te lo juro que estaba llena” que siempre tiene que oír el camarero) y, sobre todo, la temible hora de cierre. Hora maldita esta, que todos, sabedores de que tarde o temprano llegará, intentamos olvidar, obviar, negar y hasta sobrepasar a base de copas en el último momento, charlas intensivas con el camarero, postreros paseos al lavabo o un simulado y "profundo" malestar para poder apurar la última gota mientras los sufridos empleados se afanan en limpiar el local maniobrando entre los impertérritos clientes , incapaces estos de cumplir su palabra de “la última y nos vamos”, dada con toda la solemnidad y un cierto retintín bastantes horas antes.
Pero, oh sorpresa, este fin de semana ha sido el del descubrimiento de un nuevo lugar donde ahogar mis penas, escuchar buena música, conocer a gente divertida, bailar, comer y beber bien y encima gastar poco. Situado en la zona alta de Barcelona, con una terraza abierta expresamente en las alturas para burlar la ley antitabaco, con vistas a la montaña del Tibidabo y equipada con todo lo necesario para pasar un buen rato, este local te recibe como si fuera el salón de una casa particular. Las personas que lo regentan son abiertas, amigos de sus amigos, y te hacen sentir como en casa a los pocos minutos de haber pisado el suelo de este nuevo refugio para los soñadores que seguimos buscando la felicidad en la barra del bar. La clientela, bárbara. Exceptuando los intrusos que en todas las fiestas aparecen de la nada, como caídos del cielo o expulsados de un helicóptero de los Navy Seals que buscando a Obama acabó en la Bonanova atraído por la fama del local, y que encima de ser desconocidos se mueven como pez en el agua sin rendir cuentas a nadie y creyendo que el local es de su propiedad, llegando hasta el punto de soltar frases como “¿pero este local no tiene más lavabos?”, pues exceptuando a esta gente el resto de la clientela daba gusto. El paradigma de la “beautiful people”. Personas abiertas, guapas, con ganas de hablar, de bailar, de probar nuevos cócteles, simpáticas, ocurrentes…, y, cómo no, ya pasadas las preceptivas horas bebiendo, pesadas, hiper cariñosas, buscando consuelo, empalagosas, cansadas, solitarias, tristes o alegres, pero siempre bien acompañadas en sus penas o en sus alegrías por los demás clientes, los dueños del local, los excelentes pinchadiscos (sobre todo un tal Marc), y los camareros. Para eso están los locales. Los buenos locales. Y como no podía ser menos, la barra seguro que marcó un antes y después en la vida de muchos de los clientes. Cócteles de todo tipo, a cual mejor, una gran variedad de Gin Tonics, a cual más sorprendente, y dos camareros, a cual más solicito, simpático y abierto. Sin colas, sin quejas y sin problemas con los precios, los cubitos aguados, el güisqui de garrafón o la proporción de alcohol/refresco ya nombrada antes. ¿Qué más se puede pedir a un local? ¿Qué encima acabe todo con un gran recital de chistes y monólogos de una futura estrella llamada Sergi? Pues también. ¿Qué para acabar pueda quedarme a dormir sin miedo a que me despierte la Guardia Urbana por estar tirado en posición extraña en mi coche? Sin problemas.
Hombre, ya puestos podría daros el nombre y la dirección exacta del local. Lo que sucede es que no me acuerdo muy bien. Igual me sentaron mal los sándwiches (que buenos, por cierto), el sushi, el pollo, los Tigretones, las Panteras Rosas o los “pocos” cócteles que probé. Me suena algo como “Ibiza Reloaded”. O “Déjà vu”. Lo dicho, no me acuerdo muy bien, pero seguro que seré capaz de volver a encontrarlo. Y espero que no pase mucho tiempo antes de volver a disfrutar de una fiesta como Dios manda.
"Bares, qué lugares, tan gratos para conversar No hay como el calor del amor en un bar."
Gracias Sandra, gracias Santy.
Buen post ;) seria genial que todos compartiesemos la informacion que conocemos, el conocimiento es el camino para lograr una sociedad mejor. Gracias!
ResponderEliminarSaludos!!