martes, 16 de agosto de 2011

A mitad del verano, el final

Verano solitario, ciudad en calma y sus calles vacías. Los vecinos, ausentes, y con ello un merecido 'hasta luego' a sus jaranas,  a sus peloteras, al ruido penetrante de sus tareas domésticas.  Nada en contra, faltaría más, siendo ellos una familia numerosa con tres hijos adolescentes, multitud de primos y un grupo de baile del barrio, esforzado pero sin futuro triunfal a la vista; pero se agradece, el silencio.
Los cuatro bares de la calle, cerrados a cal y canto. Como por santa tradición corresponde a cualquiera de los barrios obreros de las grandes urbes españolas. Éxodo anual a los orígenes, a Extremadura, Teruel, Andalucía o Murcia. A las tierras que vieron partir a los dueños de dichos bares hace décadas,  con lo puesto y en busca de mayor prosperidad. Esa nueva tierra prometida que ahora les niega el pan de cada día, cuando no su propia identidad y libertad. Que poca ilusión sentirán de aquí unos días cuando las noches estrelladas de Agosto se agoten, el último toro de la feria del pueblo enfile los corrales y la cruda realidad les alcance. Suerte que en la mayoría de los pueblos ese toro no se llamará “Ratón” ni dejará familiares destrozados por culpa del alcohol y la inconsciencia. Que el pobre toro, ni negligente ni culpable.
Volverán a pisar la ruinosa estación de RENFE,  repleta de familiares, cercanos o lejanos; que lo de bajarse al pueblo en coche se ha convertido en un lujo al alcance de pocos. Eso sí, la bolsa de embutidos y hortalizas del pueblo seguirá retornando a las capitales llena a rebosar, pero los corazones de sus portadores palpitarán a un ritmo  inverso al natural. A contrapunto de la alegría. Lo bueno se quedará en el pueblo cuando el triste, angustioso día a día de la capital, asome a la vuelta de la esquina. Barcelona, Madrid, Bilbao. Destinos forzados de gran parte de nuestra población. Y así llevamos unos largos 70 años. Ni poniendo aeropuertos en La Mancha o trenes de alta velocidad en Toledo arreglaremos este desaguisado. Desarraigo en tu propia patria. Triste.
Y la playa, ese oasis de libertad mitificado hasta la saciedad: abarrotada.

Salvo a horas intempestivas. Horas que aprovecho para soñar despierto y trasladarme mentalmente (hoy se diría virtualmente) a otros lugares, fuera de mi alcance ahora y se supone que para el resto de mi vida.  Y como no van a estar llenas a rebosar nuestras costas si son la salvación de miles de familias. Reconversión forzada de desayuno y almuerzo en un único ágape a base de bocadillos a ras de arena, aceitunas rellenas y bebidas sin frío ni alma. Y a ver pasar los días limitando los gastos al máximo. 
¿Dónde están las mañanas de chiringuito, de olor a calamares, de cerveza con limón y paella en el segundo o tercer turno, hora en que los guiris, rojos cual gambas de Huelva pasadas por la plancha del implacable sol español, están a punto de cenar? Glorioso horario del sur de Europa. Horario que la Merkel o el gabacho de turno nos intentarán limitar a ciencia cierta. Por celos, que no por productividad. Tiempo al tiempo.
Cohetes, ruido y alegría para celebrar la Virgen de Agosto. La Asunción. Día en que, según la  tradición católica, la madre de todos,  la madre de nuestro Señor, fue llevada al cielo. Igual un presagio de que después del 15 de Agosto la vida terrenal deja de tener valor.  Pio XII lo convirtió en dogma. Por algo lo hizo. No hay vuelta de hoja. Lo bueno se acaba a mitad del estío.
Poco nos queda. Quizás el reencuentro con los compañeros de clase (ops, eso ya pasó hace décadas). O quién sabe, el poder relatar, con pocos detalles por si a alguno se le ocurriera  investigar, la historia de amor veraniego que vivimos todos. O quisimos vivir.
Nada, que no cuela. Otro simple intento de memoria selectiva: las historias de amor también se quedaron atrás.
Quizás nos salve un torneo de fútbol de verano. No pido ya un Águilas-Lorca, el clásico por excelencia, el más antiguo de España, con sus merecidos homenajes a los socios más queridos y fieles.

(Felicidades Sebastián)  Cualquier torneo de pacotilla puede servir.  Todo se acepta con tal de superar victorioso el ecuador del verano.  Media parte que significa su cercano final. Y por ende afrontar el otoño con las alforjas vacías, los sueños rotos y las ilusiones enterradas entre cuatro paredes,  que conforme pasen los días nos irán aprisionando  cual celda de castigo.
Feliz final de verano a todos. Disfrutad de lo que os queda.
P.D. Como contrapeso al tono derrotista anterior, tengo que reconocer que ayer disfruté de un día GENIAL. En mayúsculas. Con mis cada vez más listos, divertidos y sorprendentes sobrinos, mi cuñada y  sus atentos y generosos padres, rematado con una comida excelente en una  masía auténtica, alejada de los circuitos turísticos. Y eso que está a tiro de piedra de Lloret del Mal, antes llamado de Mar. No pienso dar más detalles. Mariano, lo prometido es deuda.  No vaya a ser que os roben este secreto tan bien guardado durante 45 años. Muchas gracias por todo. Compensa con creces la realidad que se avecina.


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