El otro día me quedé sorprendido con el titular de uno de los principales diarios españoles: hablaba del triunfo de un #hashtag sobre otro, creo recordar que refiriéndose al debate sobre el estado de la nación. Y no es que se citara este tema en las páginas interiores, en la sección de tecnología o en el apartado de medios y comunicación; que va, salía en portada, en un recuadro resaltado y a color. Por favor, recapacitemos un poco, todos, y pongamos los pies sobre la tierra. ¿Cuántas personas en España saben lo que es un #hashtag? Según uno de los últimos estudios que he encontrado en la Red sobre el tema se calcula que en España existen unos 800.000 usuarios de Twitter, con una edad media entre 28 y 33 años, y cuya mayor parte (73%) trabaja en temas relacionados con las nuevas tecnologías. Es decir, la representatividad de este colectivo frente a la sociedad española en general es ínfima, que no nula. Si rascáramos un poco seguro que descubriríamos que en España existen más camareros que se llaman Manolo (los que se llaman “Jefe” ni los cuento), más chicas con pechos implantados que se llaman Vanessa y que son adictas a la telebasura o más inmigrantes latinoamericanos paseando con camisetas del Bar$a, que usuarios entendidos en las nuevas tecnologías capaces de comprender la consabida palabra #hashtag.(Que no es más que una palabra resaltada con una almohadilla, a modo de etiqueta, para que el buscador interno de twitter sea capaz de indexarla y situarla dentro de un ranking de palabras usadas con asiduidad.) Utilizadas con frecuencia por una pequeña (pero que muy pequeña) parte de la sociedad (en la que lógicamente me incluyo). Pero nada más.
Esta trampa, en la que caemos casi todos, de creer que nuestro microcosmos, nuestro entorno personal, es el reflejo del mundo exterior, nos lleva directamente al aislamiento, a desvirtuar la situación real de la sociedad.
Y no nos viene de nuevo, ni es culpa de los avances tecnológicos, de la irrupción de Internet o del despegue meteórico de las redes sociales. Es algo intrínseco al ser humano. Tendemos a crearnos una imagen de la realidad en base a nuestra propia vida, a nuestra familia, nuestro entorno; cimentada en aquello que vemos, oímos, olemos y en algunos casos, cada vez menos, leemos. La abrumadora mayoría de la sociedad española se cree a pie juntillas lo que dicen en los programas y canales de televisión que ven (prefiero no sacar a relucir aquí los índices de audiencia de la televisión en España, creo que sería demasiado deprimente siendo martes y con toda la semana por delante), no dudan de que Rubalcaba es una persona sincera y capaz, de que Pepiño Blanco es un trozo de pan, de que Ortega Cano es inocente o de que el Bar$a es un club de fútbol español. Y si se trata de la minoría de habitantes de esta península que leen algún diario o revista, tampoco podemos echar las campanas al vuelo. Basta con repasar los estudios de la OJD, restar las trampas (o directamente mentiras) que siempre incluyen, para darnos cuenta de que vivimos en un país de iletrados y catetos más fáciles de manipular que un jovenzuelo en un local de alterne. Se trata de una simple cuestión aritmética.
Y seguirán sin saber lo que es un #hashtag. Y nosotros seguiremos en nuestro “País de las Maravillas” creyendo que nuestros cientos (o miles) de seguidores en nuestra red social preferida, son representativos de lo que realmente sucede a nuestro alrededor. Para eso mejor que la Reina Roja nos haga cortar nuestras cabezas.
De aquí al batacazo de volver a ver perder a la derecha unas elecciones o de presenciar cómo se hunde definitivamente la economía española hay un paso. Seamos un poco realistas. Salgamos del gueto en el que se han convertido nuestra pantalla y nuestro teclado y afrontemos la realidad.
O, bien pensado, mejor que no lo hagamos. Porque en ese caso solamente nos quedaría una opción: recoger los bártulos, llenar nuestras maletas y abandonar España a su triste destino.
Sigamos pues con los #hashtags, nuestros seguidores y nuestros retuits (como los retutes caniqueros de nuestra infancia). De todas las drogas que ayudan a olvidar la realidad que nos rodea seguramente es la menos perniciosa. Porque tampoco estamos ya para tirar de peyote, estramonio o chutes de nuez moscada. Que ya tenemos una edad.
Tiendo a olvidarme de que la mayoría del país está fuera de este mundo llamado Internet pero, a veces, por suerte -o no-, logro darme cuenta, logro ver la realidad cuando, leyendo comentarios criticando programas como "Sálvame", por Internet, veo que sigue, igualmente, con toda esa audiencia.
ResponderEliminarSaludos.