lunes, 30 de septiembre de 2024

Veinticinco años siguiendo las flechas amarillas

 


Kierkegaard: «Solamente se cansa uno de lo nuevo, pero no de las cosas antiguas».

Y añade Enrique García-Máiquez: «Qué verdad; y yo estoy agotado».


Prefacio

Como suele pasar con los posts de don Enrique García-Máiquez, todos valen su peso en oro (al igual que sus artículos y sus libros, se entiende). Me quedo pues con uno suyo para encabezar este relato, post que me pilló a mitad del tramo del Camino de este año, y que marqué de inmediato como favorito por resumir lo que estaba sintiendo este año caminando por las bellas, variadas e inmortales tierras de España. Y no digo vaciadas, porque las están llenando de falsos refugiados, de jóvenes y bárbaros inmigrantes ilegales que son un peligro para nuestra patria, mientan lo que mientan desde el gobierno, la pseudo oposición del PP y todos sus medios cautivos. Y una carga económica ni asumible ni tolerable.

Agotado, sí, pero no de caminar, de sufrir dolores varios, de desniveles poco aptos para mi forma física o de camas incómodas y aseos rudimentarios. Todo esto son gajes del oficio y parte intrínseca de esta ruta milenaria. Y son por lo tanto cosas antiguas que no cansan, como bien dice Kierkegaard.

Lo que cansa son las cosas nuevas, y esas agotan mucho, como añade García-Máiquez: el camino cada vez se parece más a un verbena popular, a un Rocío con desniveles y raciones de pulpo, a una Semana Santa sevillana sin rezos ni penitencia, a una carrera popular, a una yincana entre puestos de frikis y listos varios o a una excursión del IMSERSO para enseñar a ligar en la tercera edad. Como canta Jorge Ilegal: agotado de esperar el fin.

Nota: el pasado 25 de julio, como todos sabéis día del Santo Patrón de España, Santiago Apóstol, la gran periodista Cristina Sol de Informa Radio me invitó a hablar en directo sobre lo que significa el Camino de Santiago. Aunque sumamente honrado por el detalle, rechacé participar, y cedí mi puesto a una persona mucho más capaz que yo, Daniel Notario, que encima lo hizo de maravilla. Visto lo visto en el tramo de este año, hice bien. Me hubiera dedicado a maldecir a muchos, en vez de alabar los profundos valores de este camino de fe y esperanza.

 


El mundanal ruido

Viaje en tren a Vigo, 19 de septiembre 2024

Salimos pues el jueves diecinueve de septiembre a las ocho de la mañana desde Chamartín, en un Alvia de nuestra querida, puntual, cómoda e histórica RENFE, mutada en los últimos años en una empresa tercermundista en claro declive, dejada en manos de amiguetes del tirano Sánchez, hasta el punto de que su acrónimo ha pasado a ser TENFE en las redes sociales. Como todo lo que toca Sánchez, hasta el orgullo patrio que llegó a ser nuestra red ferroviaria, ha acabado sumida en el lodo socialista, con retrasos e incidentes continuos y una quiebra económica pese a la continua inyección de dinero por parte del gobierno, dinero dedicado en exclusiva, por lo que parece, a cubrir los sueldos de los empleados y los bonus de los altos directivos, dejando de lado el mantenimiento y las inversiones necesarias. Un triste reflejo de lo que está pasando en España.

Pero nosotros tuvimos suerte, el viaje transcurrió sin incidentes, con los habituales paseos al coche restaurante, las cervezas Águila, las bonitas vistas de Castilla la Vieja y una llegada puntual a Vigo, “ciudad de las luces de navidad” del excéntrico alcalde, que bien podría emular al dictador Nicolás Maduro adelantando el encendido al mes de octubre. Ya puestos.

La pensión elegida estaba bien situada y reservada meses atrás, aunque no tuve la previsión de leer ni una reseña, algo que sin duda tendría que haber hecho: delante está situada una discoteca, al parecer muy popular y concurrida, y pese a ser jueves, la juventud estuvo gritando, bailando y liándola desde las doce de la noche hasta pasadas las 6 de la mañana. Sin parar. Y como lo de cristales aislantes estilo Climalit no ha llegado aún a este alojamiento, como tampoco la limpieza de las habitaciones, el exterminio de chinches o el acondicionamiento correcto del baño, pues lo de dormir fue imposible. Antes de las seis ya estábamos en pie, prestos a iniciar este nuevo tramo del Camino, en mi caso el vigésimo cuarto (solamente fallé el año de la plandemia), desde aquel inolvidable primer Camino del año 1999 que realicé con grandes amigos que gracias a Dios sigo viendo y tratando. Van por ellos también mis rezos y peticiones al Apóstol, por Chiquillo, Santi, Salva y Agustín. Y como no, por Carlos Oriente, que en paz descanse. Fiel camarada y escudero durante muchos años de Camino. ¡Presente!

 

Expectación

Vigo-Redondela, 20 de septiembre de 2024, 17 km

Salimos pues a las seis de la mañana de un silencioso Vigo, con la juventud por fin en la cama y los operarios municipales limpiando las calles. Callejeando bajo una ligera lluvia, buscando la senda de las aguas para al final acabar en la corta pero cómoda vía verde, en la que nos pilló una lluvia más intensa, y que finalizaba unos kilómetros más tarde, plantándonos en el barrio del Cruceiro de Chapela a las ocho y media, buena hora para hacer la primera parada. La agradable charla en el bar Cruceiro, las explicación de la propietaria sobre lo que es la “Fiesta de la Coca”, la cerveza con empanada a esta temprana hora y la pena de saber que hoy venía un pulpeiro a este acogedor bar y que nosotros ya estaríamos lejos, culminaron esta pausa y seguimos adelante por el arcén de la carretera nacional, y bien pronto llegamos a Redondela. El albergue parroquial no abría hasta la una, por lo que nos instalamos en la terraza de “La barraca de Freddy”, haciendo tiempo, mientras dudaba si conectarme a una conferencia online con mi empresa, ya que por la noche me habían comunicado que el actual proyecto se anulaba y que, por lo tanto, mi trabajo cambiaría a la vuelta. Fui capaz de resistirme y en un ejercicio de desintoxicación laboral y digital, seguí descansando, charlando con Edu, mandando un mensaje a Eva, una amiga antigua compañera de trabajo, para quedar por la tarde y disfrutando de esa extraña y tan deseada sensación de libertad que da el Camino: solamente piensas en andar, admirar el paisaje, comer, beber, descansar y volver a empezar, dejando atrás el mundanal ruido y el permanente estado online que nos está volviendo locos a todos.

Albergue parroquial correcto y lleno, bien cuidado y hasta con ascensor para los mayores, que obviamente usé varias veces, y el ritual de cada etapa: preparación de la litera, ducha, cambio de ropa, y de vuelta al bar previo a comer un excelente plato combinado. Siesta cortita, visita a la preciosa iglesia de Santiago, y a media tarde llegaron Eva y su marido Rafa, con los que compartimos una agradable tarde entre charlas y cervezas. A las nueve, retiro peregrino y al sobre.

 

Un guía particular

Redondela-Pontevedra, 21 de septiembre 2024, 20 km

Recordaba esta segunda etapa de mis dos anteriores caminos portugueses por la belleza del paisaje, por la tranquilidad de la bella Arcade amaneciendo, por el puente de Sampaio y las lógicas conversaciones (e insultos) sobre la guerra con el Francés y la batalla que se libró aquí en junio de 1809, y todo fue tal cual. Lo único que se me había olvidado son las constantes subidas y bajadas de esta etapa, por lo que físicamente lo pasé mal. Pero como nuestro cerebro tiene esa capacidad de archivar lo malo en una región recóndita y permitir aflorar solamente los buenos recuerdos, lo del cansancio y el sufrimiento pasó a mejor vida en cuanto llegamos al bar Fermín. Al tratarse de una etapa corta, este punto del tramo, a menos de cuatro kilómetros de la meta, es un punto de encuentro de los cientos de peregrinos que vimos este año, todos descansando, consumiendo y haciendo tiempo para llegar a destino con los albergues abiertos. La cantidad de peregrinos nos sorprendió, más aún por las fechas y el mal tiempo, pero echando una mirada a las estadísticas de la Oficina de atención al peregrino de Santiago, lo entendimos: el Camino Portugués ya es el segundo tramo en número de peregrinos, turigrinos y hasta putigrinas (esta expresión no la había oído, pero la vi pintada por el camino y tomé nota de ella). ¿Por qué la pintaría el autor? ¿Por propia experiencia, por ver pasar tantas peregrinas alegrando su monótona vida, por despecho? Nunca lo sabremos. En cualquier caso no es algo que haya visto en mis 25 años caminando por España, si encima tenemos presente que la gran mayoría de los peregrinos son personas mayores, hasta más que yo.

A las doce y media nos plantamos delante de la pensión, esperamos bajo una suave llovizna la apertura, llamando la atención varias veces a una pareja de listos de que había una cola previa para entrar, check-in habitual, y a tomar la primera ración de pulpo de este año, que por ende iba a ser la única. Y encima nos pareció cara. Al poco rato nos vinieron a recoger Eva y Rafa, y nos brindaron una agradable tarde enseñándonos Pontevedra. ¿Qué mejor que unos guías locales y amigos para conocer esta preciosa ciudad? Hicimos pues la famosa ruta denominada “Buscando una Keler desesperadamente”, y no puedo más que alabar este bonito centro urbano. Y agradecer a Rafa las detalladas explicaciones sobre calles y monumentos. Claro que jugaba con ventaja, es de ahí, y su abuelo y tío hasta tienen calles dedicadas. Un centro urbano peatonal limpio, restaurado con estilo, cómodo de visitar y lleno de historia. Esa grandeza de España, su diversidad y su gloriosa historia común, que se siente en cualquier rincón de la piel de toro. Sea una gran urbe, una aldea, un puente, un castillo, una playa o un bar. Nuestra Españita querida. Compramos cuatro cosas en un Aldi y nos retiramos a la pensión a escuchar el partido de mi querido RCD Español contra el Real Madrid por la radio, a sabiendas de que el resultado iba a ser malo para mi equipo. Algo que en este momento tampoco es que me preocupase demasiado. El Camino tiene esa magia: consigue aislarte de tus preocupaciones diarias, de tus filias y fobias, y pasas a un estado de ingravidez mental, de recogimiento y de liberación. O dicho de forma más mundana: ya no te importa nada más que andar, meditar para no sentir los dolores varios, ver un bar a lo lejos, llegar cuanto antes, comer, beber y descansar. Lo del “Walk, eat, sleep, repeat” de los guiris, pero intercalando más bares en una etapa que ellos en todo un mes. Y volver a empezar. Hasta el punto de que levantarte pronto se convierte en una ilusión, sufrir dolores en una tradición y beber una cerveza fresca en una bendición. Esto último, por cierto, lo mantenemos durante todo el año, para no desconectar del espíritu jacobeo.

  

La verbena popular

Pontevedra-Caldas de Reis, 22 de septiembre de 2024, 23 km

Sin prisas nos levantamos a las siete, ya que el bar de la pensión abría a y media, y después de un buen café con su cruasán, iniciamos la marcha hacia Caldas de Reis. Un combinado de asfalto y bosque, con una cada vez mayor presencia de peregrinos de todo tipo, sexo, condición, tamaño y educación (o falta de ella), nos llevó al Mesón del Pulpo en Barro, al lado de la Capilla de San Amaro, situado en una plaza llena a rebosar de supuestos peregrinos, cuyo grueso lo formaban un grupo de unas treinta charos, con su macho alfa dirigiéndolas a son de silbato. Sin mochila, equipadas todas con sus bolsas de “Mujeres rurales en lucha” o algo así, con tintes rojos y morados, dedicándose a lo que suelen hacer todos los zánganos de falsos sindicatos, partidos corruptos e inútiles y costosas ONG: vivir del cuento. El arquetipo de charos, hasta el punto de que la emblemática Charo convertida en meme desde hace tiempo en las redes sociales, andaba por ahí. Dejo constancia de ello con esta imagen. Por cierto, en este enlace tenéis varias definiciones de esta subespecie humana que ha colonizado nuestras tierras, a cuál más acertada y aplicable a esta tropa.

Hicimos tiempo a que despareciera la marabunta, y seguimos nuestra ruta, esta vez ya con el altavoz en marcha y disfrutando de buena música y tramos verdes, con sus riachuelos, sus puentes y su relativa autenticidad, si no fuera por la constante presencia de grupos de peregrinos. Siendo justos, ellos pensarían lo mismo, y si encima rompíamos el silencio con nuestra música, hasta el punto de que tres peregrinas asiáticas que iban rezando un rosario se cansaron y cortésmente pararon y nos dieron la suficiente ventaja para poder seguir con sus rezos. A nuestro favor hay que decir que muchos otros peregrinos alababan nuestra selección musical, y hasta tarareaban la canción en cuestión cuando se producían los inevitables y continuos adelantamientos, tan normales en el Camino. Como en cualquier etapa, que no carrera, al final todos llegamos más o menos a la misma hora a destino, pero los ritmos de cada uno, y sobre todo las paradas en boxes, hacen que los encuentros y reencuentros sean constantes. Como una carrera de Fórmula 1, vamos. Sin azafatas, pero con cervezas.

Avanzamos, intentamos tomar algo en una preciosa terraza, pero un único camarero desganado y de poca educación lo hizo imposible. Edu lo intentó durante veinte minutos, pero cuando no hay ganas, pasa esto. Que se dedique a otra cosa, se haga podólogo o ermitaño, pero si tienes abierto un inmenso local para atender a los peregrinos y paseantes, ponle algo de interés. Aunque sea por la recaudación. En fin, nos quedamos sin beber, pero a los pocos kilómetros apareció el bar Oasis, en el cual no sólo bebimos y robamos unos pimientos de padrón que una guiri asustada dejó sin tocar después de probar uno, sino que aprovechamos para comer un buen plato de raxo de cerdo con patatas, antes de afrontar los últimos seis kilómetros del día.

Llegamos sin problema a Caldas de Reyes, al unísono con las dos lechonas rockeras (según ellas) y la belga de mediana edad, a la que asignamos de inmediato el papel de alcahueta, pero que por suerte iban a otra de las pensiones del edificio, y después de pasar el fichaje habitual, descargamos, descansamos un rato y a media tarde dimos el paseo por el centro, vimos las fuentes termales públicas, a los guiris relajando sus piernas en el lavadero termal que los lugareños suelen usar para echar la pota los fines de semana, algo que me comentó un policía municipal en mi anterior visita, y poco más. Compra en el súper, al que acudimos con la idea fija de pillar unos Jumpers, snacks tipo ganchitos que no conocíamos pero que Eva nos metió en la cabeza la tarde anterior, y a descansar. Antes de dormirnos se me ocurrió un nombre para la pensión del primer día en Vigo: “You’ll never sleep alone”. Por lo de las chinches. Apuntado quedó para la reseña en Booking, aunque al final mi comentario fue más light y menos directo.

 


La nostalgia

Caldas de Reis-Padrón, 23 de septiembre de 2024, 19 km

Salimos a las seis y media, y después de un buen trecho por pistas de tierra llegamos a las ocho a un café de carretera, sorprendentemente lleno de italianos que no habíamos visto hasta ahora, desayunando huevos, salchichas y bocadillos varios, mientras que nosotros nos limitamos al café con bollería. A partir de aquí nos dedicamos a caminar con la música a buen volumen, hasta el punto de que parecíamos los animadores turísticos de la ruta. Casi como los heavies de la Gran Vía de Madrid, solamente faltó que se pararan a hacernos unas fotos y nos echaran unas monedas. Algo que tendríamos que considerar para el futuro, viendo la cantidad de puestos, frikis tocando la guitarra y demás curiosidades que cada vez abundan más en el Camino. Solamente faltan las Santas Calabazas, al estilo de “la Vida de Brian” y los rockeros peregrinos, herederos de los bardos medievales.

La siguiente parada, de nuevo repleta de gente, fue en un bar con jardín llamado O Camiño de Eira en San Miguel de Valga, con una selección musical excepcional (a ratos parecía la corta pero buena setlist de RockFM), la gente tarareando y hasta cantando las canciones, por lo que, entre el buen ambiente y el sol, cayeron tres estrellas, de esas que nos acompañan tanto de noche, como sobre todo de día. Comenté alguna canción con una yanqui bajita, redondita y bailonga, hablamos del reciente fallecimiento del mayor de los Jackson Five, y solamente se le torció la cara cuando nombré el pueblo de Springfield. Por su reacción, era una seguidora de Kemala Harris. Hasta que ella misma entendió que yo hablaba de la ciudad de los Simpson y no del pueblo que recientemente se ha hecho famoso por la invasión haitiana y su preferencia por la carne gatuna, algo que la tropa woke de la Harris obviamente niega, como hacen aquí nuestros corruptos gobernantes sobre el aumento de la delincuencia por culpa de la invasión de primitivos y bárbaros inmigrantes ilegales. A ambos lados del océano cuecen las misma habas. Las de la mentira, la manipulación y la degradación paulatina de nuestra civilización, que se encuentra a un paso del precipicio.

Llegamos a Padrón sin más incidencias destacadas, conseguimos abrir las puertas de la pensión perteneciente a una red llamada “Ecorooms”, totalmente desasistido y sin huella de carbono 😖 y, como averigüe más adelante, receptora de una generosa subvención a cuenta de los famosos fondos Next Generation que va recibiendo nuestro gobierno regularmente, y cuyo destino sigue reclamando la Unión Europea, de forma repetida e infructuosa a nuestro gobierno, con el corrupto silencio habitual de los socialistas como respuesta. ¿Cuánto habrá desviado a sus cuentas particulares la mafiosa famiglia Sánchez Gómez de esta lluvia de miles de millones? Mejor ni saberlo. Ya saldrá. Cuando les echemos a patadas. ¡Qué ya está bien, hombre!

Ayudamos a unos americanos que iban un poco bebidos y eran incapaces de abrir la cerradura y que compartían el baño con nosotros, algo que en la descripción de la pensión queda ocultado en la letra pequeña: “Vuestro baño es el número 1”, rezaba el mensaje automatizado que nos llegó por Whatsapp. Lo que no decía es que también lo era para otras habitaciones. Y tanta automatización llegó hasta el punto de que la redondita yanqui, que tenía reserva en el mismo hospedaje, renunció a su habitación después de varios intentos de abrir la puerta de su baño y de intentar comunicarse con el bot vía Whatsapp, pilló otro hotel por teléfono y despareció rauda y veloz. Bien pudo ser un apretón, pero cuando conseguimos abrir su baño ya no contestó a nuestros mensajes. Cenamos una lasaña a medias, queso y fuet, tiramos las hamburguesas prefabricadas y vomitivas de aspecto, y al zulo.

Hasta aquí la estancia en Padrón, con el arreglo gratuito de las gafas de Edu y con la nostalgia ya en el alma, sabiendo que al día siguiente acabaría nuestro tramo anual. Y con el cuerpo molido pero ya adaptado al ejercicio diario. A descansar, que quedaba la etapa más larga. O eso pensábamos antes de conciliar el sueño

El reencuentro

Padrón – Santiago, 24 de septiembre de 2024, bus + 7 km

Pensando en que era la etapa más larga, a las cinco estábamos en pie, pero nos recibió una mañana de fuerte lluvia, lo que nos obligó a replantear el plan del día. No veíamos factible hacer los 26 kilómetros en estas circunstancias, por lo que desayunamos con calma en la pensión con las bolsas de desayuno sorpresa que había preparadas e iban incluidas en el precio, y miramos los horarios de los autobuses. Pillamos uno que partía a las siete de la mañana y que 25 minutos más tarde nos dejó en Milladoiro, con Santiago de Compostela a tiro de piedra, a menos de 7 km., y con la tranquilidad de saber que a pesar de que continuaba lloviendo, llegaríamos sin problemas. Y así fue.

La entrada en Santiago fue diferente a la de otros años: un martes y a las nueve y pico de la mañana, con la ciudad dormida, una neblina cubriendo la ciudad y algún que otro peregrino madrugador haciendo tiempo de bar en bar, de tienda en tienda. Hasta nosotros echamos una mirada a dos de ellas: una de sillas de rueda, pensando en el futuro, y otra llamada “Pijus Magnifikus”, que nos sacó una sonrisa y que estaba llena de cosas frikis que siempre divierten, desde espadas láser hasta máscaras y miniaturas de series y pelis conocidas. Como maliciosamente apunté, hasta vendían pequeños Ramiros de bolsillo. Siempre se le echa de menos. Subimos pues por la Rúa Franco, del bar París hasta el Dakkar, calle extrañamente vacía y en un silencio poco habitual, solamente interrumpido por los camiones de Estrella Galicia proveyendo a los locales ante la cercana avalancha peregrina. Esta vez nos salvamos de las eternas colas, recogimos nuestras credenciales, y como manda la tradición, nos fuimos al Ourense, de los pocos bares antiguos y visitado por autóctonos que queda en lo que es el entorno de la masificada feria peregrina del Obradoiro, la catedral y sus aledaños.

Edu descubrió, guías online mediante, un restaurante cercano, casa Manolo, un local bien grande, a pocos metros de la catedral, gestionado por eficaces y bien organizados hispanoamericanos, lleno ya desde su apertura a la una, pero con un menú sorprendentemente bueno y con un precio, teniendo en cuanta la ubicación, el servicio y la calidad de la comida, más que correcto. Si no recuerdo mal nos salió a 17€ por barba, y el codillo que tomé estaba realmente bueno. Fast-food, obviamente, pero de calidad, servido con agilidad y bien estudiada simpatía. Una mina para los propietarios y un buen servicio para los hambrientos peregrinos. Que tome nota el imbécil de la etapa de Caldas, que más que dar servicio parecía querer arruinar el negocio familiar. Igual hasta fue el autor de la pintada de “putigrinas” y desde entonces, despechado y abandonado, se venga de un amor no correspondido, haciendo esperar a todos los peregrinos que intentan tomar algo.

Volvimos al Ourense a pasar la sobremesa a la espera de que llegara Chris, peregrino inglés de 73 años que conocimos hace dos años, trabamos amistad con una pareja cordobesa, hasta el punto de que le pidieron el teléfono a Edu, algo extraño a sabiendas que lo más probable es que no los veamos nunca más, y finalmente apareció Chris, un feliz reencuentro, que redondeamos con varias cervezas juntos mientras él se comía una merluza con patatas, y los guiris de al lado se metían una paella prefabricada con un café con leche, siendo casi las 4 de la tarde. Cosas de los bárbaros anglosajones, y de los posaderos españoles que bien explotan esta falta de conocimientos, gusto y estilo de los bárbaros del norte.

Y aquí acabó la aventura, Chris de vuelta al Seminario Menor, nosotros a la estación, y ya fijando las fechas para el siguiente tramo. Que por una vez será a finales de invierno, buscando la aventura y sobre todo la tranquilidad y la soledad, algo imposible hoy en día en estas partes finales del Camino, masificadas y convertidas en una imparable verbena popular.


 

Epílogo

¿Cómo cerrar un relato como el de este año, que no ha sido un tramo más, sino el 25 aniversario de mi deambular por España siguiendo esas flechas amarillas que he utilizado como título? Como entenderás, estimado lector, los recuerdos de tantos Caminos anteriores, de Carlos Oriente que en paz descanse, de peregrinos de cruce fugaz y ya olvidados pero también de verdaderas amistades que han perdurado más allá de la semana de caminata juntos, como Rolf, Chris o las gacelas Rocío y Lurdes, que esperamos volver a ver el año que viene,  la progresiva degradación del Camino, la masificación y la falta de esa complicidad de antaño, de grupos reducidos pero conocidos; hay tantos sentimientos, recuerdos, dolores,  lágrimas y sonrisas, y, sobre todo, cervezas, acumuladas en veinticinco años y ya más de 4.000 kilómetros con mochila en ristre, la mirada lejos y la frente levantada, que podría escribir un libro. Pero libros sobre el Camino ya existen demasiados. Y películas. Y guías, servicios de transporte, hoteles de lujo, frikis, vendedores de motos, trucos y picarescas. Como cualquier tradición o moda que triunfa, acaba siendo explotada sin perdón. Es como funciona el sistema, sola hay que fijarse en otros eventos, vías, rutas o tradiciones españolas: desde la Semana Santa sevillana, pasando por la rompida de Calanda o la Tomatina de Buñol hasta los Sanfermines de Pamplona, todo se ha convertido en una fiesta pagana, como cantan los rockeros de Mago de Öz. No de una forma tan extrema ni anticlerical como lo describen ellos, pero sí que siento esa dosis de rabia por la transformación del Camino, por la falta de seriedad, de solidaridad, de recogimiento, de religiosidad y de Fe. Algo que por otro lado tampoco es de esperar en los últimos 100 km del Camino, que son los más recorridos y por tanto masificados: como dato muy indicativo, de los 2.714 peregrinos que llegaron ayer, el 95% solamente había recorrido los últimos 100 km. E intuyo, por lo visto este año, que de estos 2.500 una gran parte eran turigrinos, sin mochila, sin sufrimiento, sin agobios ni prisas. Como si fuera una carrera popular cualquiera. O la ruta del Inca. O la ruta de vinos de un pueblo cualquiera. Y con prisas para pillar mesa, con picaresca para adelantarte en la cola, con andares competitivos, con móviles en ristre, haciendo la foto antes de siquiera echar una mirada al paisaje, con guiris publicando fotografías de su “tapa” de sandía con tortilla, mientras el chorizo con café con leche se enfría. Seres en constante egotrip, obsesionados por compartir en las redes y con ello sentirse admirados, recordados o queridos. Compartiendo antes de sentir, muriendo antes de vivir.

Entiendo que se hagan fotografías, son parte del Camino y fuente de recuerdos imborrables, pero de ahí a llevar el móvil clavado en un palo filmando todo el rato, hasta yendo al excusado, no sé yo si eso es hacer el Camino de Santiago.

Otra cosa es llevar un dron que te sigue, evitar a la gente, ser discreto y solitario, no tocar a nadie y crear bellos reportajes (miradlo y disfrutad).  Pero claro, no todos son como el amigo Rolf, al que conocimos el año pasado y tenemos en gran aprecio.

Y ya que he nombrado a la banda de rock Mago de Öz, igual también se podría utilizar como símil para el Camino de Santiago la eterna discusión sobre la “Yellow Brick Road”, la carretera de ladrillos amarillos (en vez de flechas) de la novela original “El Mago de Oz”.

Un camino que unos dicen que es un recorrido personal de obstáculos para mejorar, aprender, distinguir el bien del mal y realizarte como ser humano, camino que recorre risueña, emocionada e intrigada la pequeña Dorothy en la susodicha novela, o bien es una carretera, un camino, plagado de tentaciones, maldad, vicios, oro, rencillas y envidias, del que mejor es regresar, como lo interpreta de forma totalmente contraria Bernie Taupin en su letra de una de las mejores baladas cantadas por Elton John, el “Goodbye yellow brick road”. El Yin y el yang. El peregrino o el turigrino.

Pero nosotros no le vamos a decir adiós a nuestro camino de flechas amarillas. Al contrario, ya tenemos planificados dos nuevos tramos para el año entrante.

Eso sí, lejos de Santiago y en temporada baja.

A intentar volver al Camino original. Y a lo que significa. Y a lo que aporta. A nuestras raíces cristianas e hispanas.

¡Ultreia!




4 comentarios:

  1. Anónimo4:30 p. m.

    Ernesto, felicidades por tus 25 años de peregrino. Buen relato y un gran recuerdo a nuestro camarada Carlos. Abrazos y mucho CAFE.

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  2. Ernesto, te has superado esta vez con tu relato y mira que es difícil. Fantástico resumen. Eso sí menos cervezas y más rosarios como las coreanas, que diría Elena 🤣. Un fuerte abrazo.

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