Últimamente vuelven a alzarse muchas voces contra
el “régimen del 78”, esa pseudo democracia que nos impusieron y que por lo
tanto no “nos dimos”. Por mucho referéndum y muchas mayorías que esgriman los
defensores del régimen que sufrimos, cualquier análisis objetivo de lo sucedido
en España desde aquel nefasto 6 de diciembre de 1978, deja bien claro que esto
no es ni por asomo lo que tan felices y eufóricos nos prometíamos. Porque, recordemos,
la pregunta de dicha consulta popular, «¿Aprueba el Proyecto de Constitución?»,
ya implicaba un marco tan amplio, un campo de juego tan ancho como largo, para
que una parte de la sociedad, a la que ahora llamamos casta, se lanzara sobre
el pastel y comenzara a consumirlo, poco a poco. Sin prisas pero sin pausa.
Si quisiéramos listar aquí y ahora todas las faltas y delitos, robos, secuestros, asesinatos, mentiras, corruptelas y complots urdidos y ejecutados por los respectivos partidos políticos en su alternante turno de desgobierno, nos haría falta una buena enciclopedia Salvat, de esas de lomo verde oscuro y letras doradas, tomos que decoraban en otras épocas nuestros salones, y que, válgame, Dios, hasta había gente que abría para consultar esa o aquella palabra. Una enciclopedia que hoy en día precisaría varios tomos adicionales para describir la intrínseca maldad en las taifas, digo las autonomías, esos nidos de violencia, de racismo, de clasismo y de la corrupción más sofisticada, más continuada y, oh sorpresa, la menos perseguida o penada. Algo entendible, cuando nuestro a todas luces injusto sistema electoral premia a las minorías violentas y chantajistas, ese sucio sistema de votos privilegiados que les entregó en bandeja todos los comodines para explotar al gobierno de turno con amenazas, con violencia, o simplemente con no darle sus votos para seguir gobernando. Los ya conocidos siete votos del psicópata Sánchez.
Pero lo preocupante no es esta corrupción institucionalizada,
ejercida por todos los partidos que tocan poder (a VOX no le ha pasado aún; Dios quiera que continúe así), este aprovechamiento del dinero y del mal ajeno
(como bien se ha visto en las recientes y criminales inundaciones en Valencia y
en Castilla la Mancha), porque no tiene remedio.
Lo que verdaderamente nos tendría que despertar a todos, hasta el punto de alzarnos contra este carcomido régimen, lo intolerable y vomitivo, es que no pasa nada. Ni pasará. Nadie paga por sus delitos, por lo menos en el caso de los políticos. Algunos pocos han caído, han pisado la prisión, pero es una parte irrisoria de la masa corrupta que nos dirige. Sean del Psoe rojo o del PPsoe azul, como bien dijo Miquel Giménez recientemente, aquí ya no hay derecha ni izquierda, aquí lo que tenemos en un lado es el mal, la corrupción y la mentira, y en el otro lado la verdad, la justicia y el sentido común. Y en ese lado oscuro, siniestro, inútil y malvado están los partidos políticos, las mafias dedicadas a robar, colocar, enchufar, malgastar, destrozar todo lo que tocan, mientras que alegres y felices se dedican a la “dolce vita”, viajando, puteando, fiesteando, bebiendo, comiendo y drogándose.
¿Cuánto más aguantaremos, queridos compatriotas?
¿Qué tiene que pasar en esta antigua nación para que dejemos de lado el
móvil, nos calcemos las alpargatas, cojamos un fusil (en sentido figurado), y acabemos
con esta plaga de malvados, ignorantes y dementes criminales?
Escribía ayer Carmen Alvarez una preciosa columna sobre el otoño, según ella el mes del amor verdadero, a lo que yo añadiría que el amor más importante, el que engloba todo y a todos, a las parejas, a los padres, a los ancestros, a los hijos, a los compañeros, a los camaradas, a los empleados y a los superiores, al paisaje, a los monumentos, al campo sembrado y a la fábrica activa y humeante, al pescador y al obrero, al médico y al profesor, al soldado y al general, el amor que abarca todo y que solamente aspira al bien común, es el amor a la patria. A España.
Y es por lo tanto este mes de otoño, este noviembre nacional, el que tiene que hacer brotar nuevamente ese profundo amor que España precisa en estos momentos.
Sin romanticismos y cursilerías: el amor verdadero se demuestra luchando. Por la verdad, por el pueblo, por España.
¿Dejaremos que vuelvan a librarse de sus delitos
todos estos malvados criminales?
¿Seguiremos murmurando como el sepulturero en
Luces de Bohemia, que “en España el mérito no se premia, se premia el robar y
el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo”, sin hacer nada para solucionarlo?
¿Dejaremos que se vayan de rositas?
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