martes, 5 de abril de 2011

El nieto del "Catalán"

Preámbulo

Para ponerse en situación recomiendo al lector, si es que no lo ha hecho aún, que lea primero el genial relato de Rafael García Serrano, titulado “El Catalán”. Ayer lo volví a leer, e inmediatamente mi imaginación me llevó a pensar que habría sido del protagonista y de su familia. El resultado de mis divagaciones nocturnas es el relato, igualmente corto, que sigue.

Empieza por lo tanto por aquí http://palabraobra.blogspot.com/2007_07_01_archive.html(en la segunda página está el relato original “El Catalán”), y si después tienes curiosidad lee lo que sigue.

El nieto del “Catalán”
Matías escuchaba atentamente las palabras de su padre. Sentados delante de la “llar de foc” en su casa de la Cerdaña después de una opípara cena a base de “trinxat” y embutidos de la zona, el tema del catalán, el catalanismo y España había surgido por su propio peso. Hacía mucho tiempo que Matías no subía a Alp, a este precioso pueblo rodeado de altas montañas y situado al “bell mig” de la Cerdaña, para pegarse una esquiada en La Masella y pasar un rato con su padre. No tenían mucho contacto últimamente, y menos aún desde que empezaron sus problemas legales por el dichoso tema de los rótulos en castellano, la manifestación contra los referéndums separatistas y su candidatura al parlamento por la “Nova Falange Catalana”. Matías sabía que a su padre no le gustaba nada que se metiera en política. Se lo había explicado del derecho y del revés en sus años mozos, pero, como suele suceder, el hijo hizo caso omiso a las recomendaciones de su padre y se lanzó de lleno a la lucha política.

- Si tu abuelo levantara la cabeza – murmuraba su padre Miquel Castellnou i Paguera. Se refería al abuelo Matías, del que nuestro protagonista era deudor del nombre y, por lo que le habían contado a cuentagotas los pocos familiares que quedaban, también de sus ideas políticas.

- Pues igual se alegraba y todo – respondió con tono solemne Matías.

Su padre no contestó y siguieron sentados en silencio mirando a las brasas y dando rienda suelta a sus pensamientos.

El abuelo de Matías, llamado igual que él, tuvo unos años bastante complicados debido a la Guerra Civil. Estando de viaje de negocios en Zaragoza le pilló la sublevación armada de Julio de 1936, y sin posibilidad de volver al pueblo (en aquella época vivían en la Seu d’Urgell, aunque antes de la forzada normalización también se la llamaba, de forma indistinta, Seo de Urgel). Su mujer y su hijo (el padre de Matías) quedaron abandonados a su suerte y él, sin un real para volver a casa o pagar sus gastos de manutención, paso varios años en Zaragoza hasta que se apuntó voluntario a las tropas nacionales y participó en la liberación de Madrid. Durante esta época perdió el contacto con su mujer y su hijo, que lo pasaron bastante mal por las persecuciones políticas de la época. Pero gracias a Dios, y a pesar de los miles de muertos que la izquierda, los anarquistas y los separatistas dejaron como infame recuerdo de su paso por el poder en Cataluña durante la Guerra Civil, consiguieron sobrevivir y volver a reunirse acabada la contienda. Pero a su padre le habían quedado bastantes traumas de esa época. Lógicamente. Que a un niño pequeño le arranquen de su barrio, de su escuela, que esté casi 3 años sin ver a su padre, que tenga que esconderse en altillos y en sótanos, que cada vez que hacía amigos nuevos tuviera que decirles adiós a la chita callando, pues son hechos que marcan toda una vida y no precisamente una infancia feliz. Ni mucho menos.

Por todo eso Matías también entendía a su padre. Él ya sufrió lo suyo, aunque fuera de pequeño, y creció escuchando las tristes historias de la contienda civil de boca del abuelo. Y de ninguna manera deseaba que a su hijo, su único hijo, le pasara algo malo. Y menos aún por culpa del desgraciado nacionalismo y su obsesión por imponer el pensamiento único a la natural convivencia de personas de diferentes orígenes, de hablas dispares pero de buen corazón y unidas en el amor a una tierra tan generosamente bella como lo es Cataluña.

- Quién sabe – soltó de pronto su padre.

La frase sonó extrañamente fuerte después de los largos minutos de silencio que acababan de compartir. Y sorprendente. Era la primera vez que su padre no se enfadaba al hablar de estos temas. Y que parecía que en parte hasta aceptaba los argumentos de Matías.

- Hombre, papá, vaya sorpresa ¿te pasa algo?

- Si hijo, sí. Me pasan muchas cosas. Pero una sobre todo: estoy reviviendo hechos que parecían olvidados. Parece que la gente no aprenda, que lo único que quieran es sembrar la discordia entre la gente para hacer puntos dentro de sus podridos partidos políticos. Imagínate: al Pere, el panadero, le han hecho algo parecido a lo que te sucedió a ti con los rótulos de la tienda. Le han metido una multa por un pequeño cartel en el que ponía “Hay huevos frescos”. Y eso que el Pere no habla ni castellano. Pero con la de turistas que pasan por delante de su negocio, pues pensó que las ventas irían mejor así. Y a su hijo, que enfadado se plantó en el ayuntamiento para protestar, le dieron una paliza de órdago en las fiestas del pasado fin de semana. Le pillaron entre cuatro y le apalearon al grito de “espanyol de merda”, xarnego y cosas similares. Cuando se llama Casamitjana de apellido. De verdad, no entiendo nada. Y encima te persiguen a ti por los incidentes en la manifestación del otro día. Y tengo que ver como en la televisión te tildan de fascista, de retrógrado, de español y de mil lindeces más. Ya me estoy cansando de tanto subnormal. De tanto odio y tanto desconocimiento de nuestra historia. De la historia de verdad. Y no de la que se han inventado en estos últimos años. –

Matías no salía de su asombro. Jamás había visto a su padre así. Y menos aún le había oído soltar un párrafo tan largo. Vaya sorpresa, teniendo en cuenta que ayer llegó convencido de que sería una noche como las de siempre, sentados, sin hablar, subiendo a las diez a dormir y finalizando el fin de semana con un escueto adiós a la mañana siguiente tomando un cortado en el bar de al lado, cada uno con su diario en la mano y sin soltar prenda.

- Tranquilo papá, que todo se arreglará. Lo de la manifestación no pasará de un juicio por lesiones, la multa de los rótulos está impugnada, y mi candidatura es legal al 100%, guste a quién guste. Si hace falta iremos a los Tribunales europeos, pero seguiremos luchando. No pueden imponernos su partido único, sus falsas libertades. Ya verás como salimos de esta. -

Su padre puso cara de póker. Solía hacerlo a menudo. Eran los momentos en los que Matías no sabía si llegaría un exabrupto, un halago o un silencio absoluto. Se quedo esperando ansioso.

Lentamente, y apoyándose en su bastón, su padre se levantó. Se acercó al mueble que había en el pasillo, lo abrió y sacó una antigua foto del abuelo Matías cuando lo de la toma de Madrid. En ésta se veía al abuelo rodeado de 4 compañeros de armas sentados delante de la estatua de la Cibeles con una bota en la mano y sonriendo como niños en la hora del patio. Parecían muy felices.

Apoyó el marco en una vela de la mesita del centro, cogió la botella de Ron Pujol que aún no habían ni tocado, lleno los 2 vasitos que estaban limpios de polvo y paja esperando volver a su armario sin ser estrenados (lo que solía suceder cada vez que Matías venía de visita), le pasó una copa a su hijo y con la suya alzada dijo:

- Pongamos unas flores sobre la foto del abuelo. Que así solían llamar él y sus amigos a los brindis. Y seguro que estaría orgulloso de ti. Por el abuelo. –

Matías contestó emocionado:
- Por el avi Matías. Por nosotros. Por el trinxat, por Catalunya y por España.

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