En septiembre de este año 2011 se cumplirán 13 años del fallecimiento de mi madre. Murió joven, teniendo en cuenta la media de edad que alcanza la población hoy en día, con 62 añitos de nada, y con unas ganas locas de viajar, de leer, de hacer cosas nuevas , de aprender, en definitiva, de vivir. Sus últimos meses fueron duros, como suelen serlo para las personas que se tienen que someter a tratamientos de quimioterapia altamente tóxicos, y mis recuerdos de las pocas veces que tuve la educación, el valor y la hombría de acompañarla a una de esas sesiones, son terribles. Su cara descompuesta, pidiendo a gritos que acabará el suplicio, llegando incluso a escenas de pánico e intentos de fuga pasillo abajo para encontrar la calle y con ello el fin de la tortura. Pobrecita. Pero gracias a Dios eso ya pasó. Ahora descansa en paz, (eso espero) y nos mira con un guiño desde el cielo, libre de los sufrimientos terrenales, pero con toda seguridad siguiendo nuestros pasos y enfadada por no poder aportar su grano de arena, por poder participar en todo lo que hacemos.
¿Y a qué viene todo esto se preguntará el lector? Pues resulta que el sábado pasado estuve en una fiesta familiar, el cumpleaños de mi prima, celebrado con una sublime barbacoa en la terraza de su casa, a la que asistió la mayor parte de su familia. Marido, hijos, padres, tíos, primos y algún que otro extraño, que no por llevar la misma sangre deja de pertenecer a la familia. Porque así es como te hacen sentir cuando estás con ellos. Parte de una familia unida y bien avenida. Yo, con esa sorna que me suele caracterizar, mezcla de ironía y cinismo envidioso, suelo llamar a estas familias estilo “Abeja Maya”. Todo son sonrisas, cariño, unión, simpatía, risas y chanzas. Algo para mi bastante novedoso por desconocido. Por desgracia yo no he pasado muchos ratos así, mi vida ha sido bastante más “oscura” y “triste”, razón de más para disfrutar de estas situaciones y hasta para lanzarme a rendirle un pequeño homenaje con este pequeño artículo.
En una bonita terraza con vistas al Tibidabo, en un día de pleno sol adelantado al calendario en varios meses, disfrutamos de comida excelente y en abundancia, de cerveza, buen vino y mejor cava, pero, sobre todo, de conversación, de complicidad, de momentos de risa colectiva, de juegos de palabra y dardos sin envenenar, simples flechas de cariño lanzadas al aire para animar una tarde placentera. Y en medio mi tío, que por desgracia también ha pasado por el trámite de la quimioterapia, como uno más, al sol o a la sombra, comiendo, bebiendo y riendo como todos: claro vencedor en la lucha contra el cáncer y la química en el cuerpo y ejemplo definitivo de que la moral, las ganas de vivir, y la “Alegría”, pueden más que cuatro células despistadas. Mal sitio eligieron para intentar propagar su maldad. Ahí no tenían cabida, por eso han salido corriendo, cual torero catalán ante la próxima prohibición de la Fiesta en Cataluña, a buscar otro lugar dónde hacer daño. Que corran, que no las queremos por aquí. Preferimos las risas, las canciones, las copas, los chistes y el cariño. Como Maya con su amigo el zángano Willy, con Flip, Puck o Tecla. Disfrutando del sol, de la buena compañía, y pidiendo a gritos, al unísono, "quimio para todos".
No hay comentarios:
Publicar un comentario