viernes, 15 de julio de 2011

Indignos indignados

Ayer por la noche estaba dudando entre perder un solo minuto escribiendo sobre los “indignados”, al cumplirse dos meses de sus indignantes actos de indignación, o optar por indignarme directamente en mi cama imaginando la risas que deben causar estos indignados a los habitantes de la constelación planetaria que nos anunció Leire la del biquini hace unos años. Claro que si después de tantos avistamientos de OVNIS a lo largo de los siglos se les hubiera ocurrido aparecer a los extraterrestres por las plazas de España hace dos meses, nuestros queridos visitantes se hubieran vuelto a sus galaxias indignados de verdad. Y no te digo nada si hubieran aterrizado en el lazareto de Mahón en el momento del primer baño de la sana ministra, que no ministra de Sanidad. El resultado habría convertido la llegada de los extraterrestres en “Mars Attacks“en una simple discusión entre amigos.
Pero como soy hombre fácil (lectoras, no olvidéis esto) y encima me ha calentado un travieso Trasgo con sus referencias a los indignantes indignados, no me he podido resistir.

Veamos: el mega movimiento de los indignados, que según ellos iba a convertirse en un movimiento global, que no interplanetario, ha quedado reducido a unos pocos blogs, unas marchas sobre Madrid para su toma el próximo día 24 de Julio al grito de “No quiero trabajar pero sí cobrar” o “Mama recárgame el móvil que sigo de fiesta en la plaza”, excursiones estas financiadas por los de siempre, por aquellas organizaciones que subvencionan nuestros ministros con el dinero de todos, que según ellos no es de nadie, y que según sus propios datos suman no más de 500 personas. Si a esto le añadimos el nulo éxito de sus cuentas en las redes sociales, con escasos 3.000 seguidores en Facebook y 2.000 en Twitter (en comparación con cualquier otra iniciativa en las redes sociales estas cifras son una minucia), pues sinceramente es para indignarse (pensando en el mucho ruido que hicieron y las pocas nueces que han resultado).

Mientras tanto, en la España real, que no es la misma que la de estos personajes y menos aún la de nuestro “ínclito” presidente en funciones ZP o la de su futuro sucesor, el mentiroso y manipulador profesional Alfredo Pepunto Rubalcaba, han sucedido tantas cosas realmente indignantes que no hay blog capaz de acoger todos los detalles sobre el expolio, tanto económico como moral, que ha sufrido España en estos últimos meses a cargo de la pandilla de la ceja y sus acólitos.

Desde la legalización de Bildu, aupando con ello al poder a los asesinos de ETA, pasando por las cuentas de la SGAE, protegida por la ministra Sinde(cencia) y parte importante de la trama conspiratoria del PSOE en estos últimos años, hasta las cuentas falseadas, ocultadas y negadas en la mayoría de ayuntamientos y gobiernos de las comunidades autónomas a los que por fin ha tenido acceso otro partido fuera del partido único que nos ha sometido a todos durante años, que no décadas, los insultos de Bono hacia los medios de comunicación, la indecencia del gasto de 100 millones para colocar a la ahijada Aído en la ONU (con un dúplex cuyo alquiler asciende a 5.000 dólares mensuales) o la desfachatez de la Pajín con sus vacaciones pagadas religiosamente con “nuestro” dinero, han sucedido tantas cosas realmente indignantes en nuestra patria que hasta me indigna internamente usar esta palabra.

Ridículos e indignos indignados que no habéis tenido los arrestos de levantar la voz por las cosas realmente indignantes que suceden en nuestro país, podéis iros con vuestra falsa, superficial, carente de fondo y forma, teatral y ridícula indignación a tomar las plazas que queráis. Que una plaza de respeto o cariño en mi corazón o en mi mente, y en la de cualquier ciudadano mínimamente formado y serio, no la conseguiréis jamás. Indignado estoy yo.


martes, 12 de julio de 2011

¿Nos bajamos del “País de las Maravillas”? Sobre la irrealidad de las redes sociales

El otro día me quedé sorprendido con el titular de uno de los principales diarios españoles: hablaba del triunfo de un #hashtag sobre otro, creo recordar que refiriéndose al debate sobre el estado de la nación. Y no es que se citara este tema en las páginas interiores, en la sección de tecnología o en el apartado de medios y comunicación; que va, salía en portada, en un recuadro resaltado y a color. Por favor, recapacitemos un poco, todos, y pongamos los pies sobre la tierra. ¿Cuántas personas en España saben lo que es un #hashtag? Según uno de los últimos estudios que he encontrado en la Red sobre el tema se calcula que en España existen unos 800.000 usuarios de Twitter, con una edad media entre 28 y 33 años, y cuya mayor parte (73%) trabaja en temas relacionados con las nuevas tecnologías. Es decir, la representatividad de este colectivo frente a la sociedad española en general es ínfima, que no nula. Si rascáramos un poco seguro que descubriríamos que en España existen más camareros que se llaman Manolo (los que se llaman “Jefe” ni los cuento), más chicas con pechos implantados que se llaman Vanessa y que son adictas a la telebasura o más inmigrantes latinoamericanos paseando con camisetas del Bar$a, que usuarios entendidos en las nuevas tecnologías capaces de comprender la consabida palabra #hashtag.(Que no es más que una palabra resaltada con una almohadilla, a modo de etiqueta, para que el buscador interno de twitter sea capaz de indexarla y situarla dentro de un ranking de palabras usadas con asiduidad.) Utilizadas con frecuencia por una pequeña (pero que muy pequeña) parte de la sociedad (en la que lógicamente me incluyo). Pero nada más.

Esta trampa, en la que caemos casi todos, de creer que nuestro microcosmos, nuestro entorno personal, es el reflejo del mundo exterior, nos lleva directamente al aislamiento, a desvirtuar la situación real de la sociedad.

Y no nos viene de nuevo, ni es culpa de los avances tecnológicos, de la irrupción de Internet o del despegue meteórico de las redes sociales. Es algo intrínseco al ser humano. Tendemos a crearnos una imagen de la realidad en base a nuestra propia vida, a nuestra familia, nuestro entorno; cimentada en aquello que vemos, oímos, olemos y en algunos casos, cada vez menos, leemos. La abrumadora mayoría de la sociedad española se cree a pie juntillas lo que dicen en los programas y canales de televisión que ven (prefiero no sacar a relucir aquí los índices de audiencia de la televisión en España, creo que sería demasiado deprimente siendo martes y con toda la semana por delante), no dudan de que Rubalcaba es una persona sincera y capaz, de que Pepiño Blanco es un trozo de pan, de que Ortega Cano es inocente o de que el Bar$a es un club de fútbol español. Y si se trata de la minoría de habitantes de esta península que leen algún diario o revista, tampoco podemos echar las campanas al vuelo. Basta con repasar los estudios de la OJD, restar las trampas (o directamente mentiras) que siempre incluyen, para darnos cuenta de que vivimos en un país de iletrados y catetos más fáciles de manipular que un jovenzuelo en un local de alterne. Se trata de una simple cuestión aritmética.

Y seguirán sin saber lo que es un #hashtag. Y nosotros seguiremos en nuestro “País de las Maravillas” creyendo que nuestros cientos (o miles) de seguidores en nuestra red social preferida, son representativos de lo que realmente sucede a nuestro alrededor. Para eso mejor que la Reina Roja nos haga cortar nuestras cabezas.

De aquí al batacazo de volver a ver perder a la derecha unas elecciones o de presenciar cómo se hunde definitivamente la economía española hay un paso. Seamos un poco realistas. Salgamos del gueto en el que se han convertido nuestra pantalla y nuestro teclado y afrontemos la realidad.

O, bien pensado, mejor que no lo hagamos. Porque en ese caso solamente nos quedaría una opción: recoger los bártulos, llenar nuestras maletas y abandonar España a su triste destino.

Sigamos pues con los #hashtags, nuestros seguidores y nuestros retuits (como los retutes caniqueros de nuestra infancia). De todas las drogas que ayudan a olvidar la realidad que nos rodea seguramente es la menos perniciosa. Porque tampoco estamos ya para tirar de peyote, estramonio o chutes de nuez moscada. Que ya tenemos una edad.

viernes, 1 de julio de 2011

El saber si que ocupa lugar

La muy raída expresión “Sólo sé que no sé nada”, atribuida a Sócrates pero plasmada en papel por primera vez por su discípulo Platón, siempre ha sido el arma defensiva perfecta en los momentos en los que los conocimientos de tu interlocutor te superan. El problema es que en muchos casos este recurso se convierte en el alibi general para no tener que aprender nada, para saltarse a la torera el esfuerzo mental que significa escuchar (que no oír), procesar, entender y a poder ser, analizar y memorizar.

Admito aquí y ahora que soy de los que han abusado durante muchos años de estas y otras excusas para ocultar o justificar mi falta de conocimientos en determinados temas. La humildad se adquiere con el tiempo y todos sabemos muy bien que de joven lo peor que te puede pasar es quedar empequeñecido ante los compañeros, ya sea físicamente, recibiendo más golpes que los demás, emocionalmente (para no llamarlo directamente sexualmente) , quedándote siempre sin la guapa del baile y dándole la tarde al camarero de turno con tus cansinos lamentos , o intelectualmente, perdido con la boca abierta cual pez fuera del agua ante una conversación de tus amigos en la que no pillas ni las preposiciones. Esta etapa, circunscrita normalmente a la juventud, se supera gracias a Dios conforme pasan los años y vas adquiriendo un determinado nivel de formación que te permite afrontar las conversaciones con tus “peers” con cierta tranquilidad. Ya sea estudiando, leyendo, o simplemente formándote en tu puesto de trabajo y en la vida diaria, el bagaje cultural va creciendo y esa inseguridad juvenil va dando paso a una confianza en ti mismo que solamente se rompe cuando te enfrentas a alguien muy superior a ti.

El quid de la cuestión llega en este preciso instante: volver a caer en el paso atrás, en esconderte debajo de la manta, en la excusa del no saber nada, o asumir, con toda sinceridad, que de esto o aquello no tienes ni santa idea. Y querer aprender. A mí personalmente me ha costado lo suyo. Poco triunfador en la parte social, digo sexual, y del montón en la parte física, he usado mis conocimientos durante muchos años como único escudo para defenderme ante el resto de la humanidad. Y ha funcionado. Tuve la suerte de criarme simultáneamente en dos culturas, la española y la alemana, algo que te da una amplitud de miras que ninguna persona monolingüe puede entender, incorporando posteriormente el idioma y las tradiciones catalanas por raigambre familiar, la cultura anglosajona con el inglés y el imperio “cultural” de los EEUU, un poquito del idioma y del mundo francés por 2 años de estudios en Alemania en los que dicho idioma era el que se estudiaba como segunda lengua y el italiano por mis más de 15 años de relación con mi antigua familia política, medio italiana y medio española. Con este punto de partida, más 3 años de universidad, cursos diversos que no vale la pena detallar, trabajos como traductor y ya (como pasa el tiempo) 20 años de carrera en una multinacional, he sido capaz de llegar a cierto nivel intelectual que me permite estar a la par con la mayoría de mis conocidos, cuando no superarlos.

Pero, lo más importante, ha sido la evolución interna, igual influenciado por el recuerdo de mi madre, que tenía una verdadera obsesión por aprender y por saber, que me ha llevado a disfrutar con cada cosa que aprendo, a querer saber más cada día, a investigar, a leer, a escuchar. A saber escuchar. Esta fase me ha llegado tarde, aunque visto lo que me rodea creo que le pasa a mucha gente (y a otros muchos no les llegará nunca, por cierto). Hay momentos en los que te estancas, te quedas parado, y otros en los que vuelves a arrancar con más brío que antes, buscando esa formación y esos conocimientos que te permiten ser un poco más persona y entender bastante mejor todo lo que sucede a tu alrededor. Yo estoy en ello. Intento enseñar al que no sabe, sin parecer un sabelotodo ni hacerlo de forma humillante, y al mismo tiempo quiero e intento aprender de todo aquel que me aporte algo.

De ambos hay muchos, aunque últimamente, viendo la evolución de la sociedad, el nivel cultural de la juventud, la ínfima calidad de nuestras cadenas televisivas y sus programas de máxima audiencia, las sandeces de los acampados, la incapacidad de nuestros gobernantes y demás desgracias que se ciernen cual negros nubarrones sobre nuestra querida España, nimbos que están a punto de descargar la tormenta final que se llevará por delante siglos de historia de la humanidad (tormenta que por cierto no iría nada mal para limpiar un poco el patio), creo que los ignorantes y vagos están ganando por goleada.

Suerte que siempre quedan clavos a los que asirnos, llámense tertulias en el bar, discusiones políticas en el Camino, o debates y juegos literarios en las redes sociales, en los que, a pesar de no llegar al nivel mínimo exigido, si que puedo deleitarme con el conocimiento de los demás y aprender un poquito. Y admirar los conocimientos, la humildad y la educación de personas como Juan Carlos Girauta (o J.García Codina o Luis F Echeverría), virtudes que en muchas ocasiones a mi me faltan.