La
verdad no se determina mediante un voto de la mayoría
Benedicto
XVI
En estos últimos y tan aciagos años, mejor dicho, decenios, que no siglos, quien más, quien menos ha usado la expresión “vox populi vox dei” («la voz del pueblo es la voz de Dios»), o el últimamente tan manido “sólo el pueblo salva al pueblo”.
Aquí entono sin rubor un mea culpa,
porque seguro que hay decenas de tuits míos tirando de estas lapidarias frases
para expresar la rabia y desesperanza ante la maldad de los actuales gobernantes
y la inacción e inutilidad de la supuesta oposición.
Pero en el mismo instante que lo
pensamos o escribimos, caemos en la trampa de las frases bonitas, que soltadas sin
ton ni son o impresas en los azucarillos de las cafeterías, no son más que eso,
simples y hasta infantiles citas que fuera de contexto no sirven para nada… y
dentro de contexto igual tampoco.
Porque, si la voz del pueblo es
la voz de Dios y hoy en día, en este sistema político llamado democracia, en
este supuesto estado de derecho, la voluntad del pueblo se expresa en las urnas
mediante el voto, los resultados electorales van a misa, y lo que han votado 15
millones de personas, es decir, la mayoría del pueblo, debería tener toda la
validez del mundo, según nos enseñan los azucarillos del bar Manolo.
Algo falla aquí, sin duda.
¿El sistema electoral quizás, que
no pondera igual todos los votos? ¿Las promesas electorales que ni un partido
cumple (salvo VOX, y que dure)? ¿La manipulación de los resultados a posteriori?
¿Los torticeros acuerdos a espaldas del electorado una vez conseguidos los
votos necesarios? ¿El aforamiento de los políticos, que les permite hacer y
deshacer, robar y robar más, sin que nadie puede quejarse? ¿La inexistencia de
la tan manida separación de poderes? ¿La maldad intrínseca de los políticos? ¿El
pecado original?
Sin duda, lo que falla es la suma
de todo lo anteriormente expuesto.
Y a todo esto hay que añadir el elemento clave:
la educación, la cultura, la preparación y el intelecto de los votantes.
“Odi profanum vulgus et arceo”
(odio al vulgo ignorante y me alejo de él), como dicen que dijo Horacio.
Pensemos solamente en los influencers o líderes de opinión, en aquellos que propagan
e imponen sus “ideas” desde los medios comprados, en sumos ignorantes como
Gonzalo Miró o la sucia y chabacana Santapolla, en profesionales manipuladores
como la Intxaurrondo, la de las gráciles patas de elefante, o en casos extremos
como el de la actual vicepresidenta segunda, la ínclita Yolanda Diaz, que no es
capaz de ligar una frase con sentido ni a la de tres, y nos daremos cuenta que
así no puede funcionar una sociedad.
Igual que queremos que nos opere
el mejor cirujano, con su carrera, su experiencia y su sobrada práctica en su especialidad,
tenemos que exigir que nos dirijan los mejores.
Los más preparados, los más
capaces, los más honrados.
Y eso es algo que no pasa en
ningún lado. Ni en España, ni en los demás países de la Unión Europea, ni
allende los mares.
No basta con echar en unas elecciones
a un partido, para que entre otro que vaya a hacer tres cuartos de lo mismo.
Hay que desmontar todo este castillo de naipes trucado, hay que empezar de
cero, hay que barrer la suciedad que nos rodea, hay que acabar con este cuento
chino.
¿Y cómo?
Pues de entrada, dejando de
votar a aquellos que han sido y son parte del problema. Y culpables de todo
lo malo que estamos sufriendo. Que son, en el caso de España, los dos grandes
partidos que llevan repartiéndose el pastel desde 1978. Y que ya están
anunciando que seguirán haciéndolo, por separado o hasta juntos, como ha pedido
el inefable Rajoy hace pocos días.
Ese es el primer paso. Empezar
derrumbando los cimientos.
Y a partir de aquí, comenzar a
construir.
Como si fuera un castillo de la
ya desaparecida marca Exín.
Como de costumbre muy acertado y real. Da escalofríos pensar el panorama actual de sinvergüenzas y traidores.
ResponderEliminarDuque de Ahumada.
Muy acertado tu análisis, hay que destruirlo todo y empezar de cero.
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