lunes, 5 de marzo de 2012

Madrid, España.

Igual es un poco pronto para rendir homenaje a esta gran ciudad y sus gentes, que me han acogido como si fuera uno más de ellos, sin extrañeza, sin desconfianza, con alegría y generosidad, pero no puedo dejar de escribir estas primeras líneas hoy mismo, en vez de esperar a que pasen meses o años. Este “defecto”, que arrastro desde niño, de no poder guardar nada en secreto, de querer compartir de inmediato cualquier descubrimiento o sentimiento, no puede desaparecer de golpe, por mucho que me esfuerce, por lo que aquí va mi primer homenaje a la Villa y Corte, que seguro que será el preludio de muchos más artículos en este mi modesto blog, que desde sus inicios hace más de 7 años tiene el título de “Mi querida España…”: encabezado que ahora viene a reafirmarse con mi presencia y residencia en el centro mismo de esa España a la que tanto adoro y que es el eje sobre el que pivota mi vida desde que tengo consciencia. Y de eso ya hace unos cuantos años.

No voy a contar aquí nada que no conozcan mis lectores habituales. Las características positivas de esta urbe tan acogedora son por todos conocidas, y cualquier exageración de sus bondades, de su riqueza cultural, de la simpatía de sus habitantes, de la calidad de sus servicios públicos, de su oferta cultural o lúdica, de sus rincones notorios y famosos en todo el mundo y de aquellos desconocidos para la mayoría, de la riqueza gastronómica y de todo lo demás que estoy viendo (y lo que me queda por ver), no es charlatanería interesada, sino simplemente una confirmación de la realidad.

Es por ello que todo lo que escriba aquí no tenga como objetivo principal descubrir al lector algo nuevo, sino más bien la “malvada” intención de recordárselo, de restregárselo (con todo cariño) por la cara, para ponerle los dientes largos e incitarle a venir por aquí cuanto antes.

No será tarea difícil: después de dejar atrás mi ciudad de nacimiento y de residencia durante más de 40 años, Barcelona, capital de provincia (esto de las CCAA sigue sin gustarme, y visto el mal resultado social y económico que han generado, creo que mucha gente pensará lo mismo) muy importante de nuestra patria e historia común, estandarte de la españolidad bien entendida durante siglos, vanguardia cultural y empresarial en otras épocas, rica en idiomas, en tradiciones, en gastronomía, en un sinfín de temas, pero venida a menos en estos últimos decenios (que no siglos) por culpa de los sucios intereses creados por las minorías burguesas nacionalistas, ávidas de acumular beneficios económicos a su alrededor, utilizando para ello cualquier resquicio de simpleza, inocencia o incultura de los ciudadanos, hasta el punto de inventarse mitos y leyendas para engañar al inmigrante y al ciudadano poco leído, en definitiva, al votante, a fin de perpetuarse en el poder, cual ociosa corte medieval alrededor de un conde cualquiera, que no rey, que nunca tuvieron; pues después de abandonar esa ciudad, cualquier cosa que veo, siento, oigo, descubro, huelo, en definitiva, vivo, en esta mi nueva casa, me sabe a gloria.

A los que no sois de Barcelona, o la conozcáis solamente de forma superficial, de visitas esporádicas o de oídas, os parecerán muy extraños mis comentarios críticos sobre mi patria chica. Pero os aseguro que si fuerais nacidos en Cataluña, en Barcelona, y sufrierais la impotencia de ver como vuestro hogar, vuestras calles, vuestra infancia, vuestro idioma catalán original, vuestras tradiciones y recuerdos, son barridos por olas, que no tsunamis, de insensatez, de inmigración africana fomentada (para evitar la equivalente de tierras hermanas de Sudamérica, por aquello del idioma común que quieren extirpar del corazón de los catalanes) y descontrolada, de politización absurda y ladrona, de dictadura nacionalista, de contra-educación subvencionada con tus impuestos, de falsedad oficial, de imposición del pensamiento único, de patético “forofismo” culé instrumentalizado hasta en los colegios de primaria, de fanatismo tribal y excluyente, en resumen, de tamaña estupidez que enrojecería de vergüenza ajena a muchas generaciones de grandes barceloneses ya fallecidos, no os extrañarías ni un ápice, y pensaríais, en mayor o menor medida, lo mismo que yo. Y lo proclamaríais a los cuatro vientos para conseguir, a base de ruido e insistencia, que Barcelona vuelva a ser lo que era.

Pero mientras tanto, mientras Barcelona, y con ella toda Cataluña, languidece bajo el yugo estúpido-ramplón-interesado del nacionalismo y de la patética izquierda retrógrada, yo iré conociendo Madrid.

Sin acritud hacia mis orígenes, pero con una ilusión tremenda de sentirme, a las pocas semanas, como en casa, aunque físicamente esté a 609 kilómetros de mi lugar de nacimiento, y con mi corazón latiendo a un ritmo mucho más acelerado, por la emoción que me embarga a cada paso que doy por este mi nuevo hogar.

¡Madrid, Madrid; qué bien tu nombre suena,

rompeolas de todas las Españas! (A.Machado)

P.D.: Quede dedicado este primer comentario sobre Madrid a todos mis amigos que he dejado en Barcelona, y, sobre todo, a toda la buena gente que he reencontrado y a la nueva que he conocido en este poco tiempo que llevo en esta gran ciudad. No quiero ni pensar en todo lo bueno que tengo por delante, pero no dudéis que os haré partícipe de todo. Para esto tengo estas páginas publicadas en esa “nube” tan abstracta que todo el mundo nombra, pero que aquí, en medio de la piel de toro, se torna visible y protectora, y adquiere unos colores que son parte de mí existencia: una combinación roja y gualda que ilumina mis despertares y acompaña mis atardeceres.



3 comentarios:

  1. "...un conde cualquiera, que no rey, que nunca tuvieron". Si, ya se que te refieres a las "minorías burguesas nacionalistas", pero la historia es de todos: ¿el cocido esta ganando a la escudella? Ay,ay,ay.
    Un abrazo.

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  2. Igual me he expresado mal, el sentido de mi frase es recalcar que, de facto, no ha habido nunca un rey catalán (sin contar a Jordi Pujol, claro está).
    Siempre han sido condes, aunque en determinados casos hayan compartido el título con el de Rey de Aragón. Ni Ramón Berenguer IV al casarse con Petronila pensó en llamarse rey de Cataluña.
    Saludos

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  3. Madrid, cuantos recuerdos dejuventud, de largos paseos, de cocido, procesiones y fisestas castizas... De callejones recónditos donde se respira ese qué que hace grande a Madrid, no por ser la capital de España sino por estar abierta, sin ambages, a todos los que deseen estar en ella.

    Un saludazo.

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