Cuanto me
duele ver una sociedad plurilingüe, como lo es la española, tirar por la borda
las bondades y las ventajas que ello supone, por simples intereses crematísticos,
temporales y anacrónicos. Más aún cuando
los propios impulsores de un monolingüismo uniforme y dictatorial, como en el
caso de Cataluña, usan en muchos casos el idioma que quieren apartar o
devaluar como lengua propia, tanto en su vida particular como laboral. Es decir, que están mintiendo a los
ciudadanos, pregonando una cosa pero haciendo totalmente lo contrario (un claro
ejemplo de ello es la escolarización de sus vástagos en caras escuelas
extranjeras y de renombre, a fin de evitarles el suplicio de una educación
dirigida y anular con ello sus perspectivas laborales futuras). De ahí emana lo
artificioso y antinatural de cualquier nacionalismo, que intenta utilizar
bienes profundos, culturales e históricos para pescar en las aguas revueltas de
una sociedad inculta y manejable. Sociedad la nuestra que, vistos los
resultados del reciente informe de “Evaluación de la Competencia de los adultos"
(Programme for the International Assessment of Adult Competencies ,PIAAC, en
inglés), es más fácil de engañar, amaestrar y manipular que cualquier chimpancé
de circo o caballo de la Escuela Española de Equitación de Viena.
Los
idiomas, y lo he dejado patente en muchos de mis escritos, abren las mentes, facilitan
la comunicación y el enriquecimiento personal, permiten conocer a tu interlocutor
y su cultura, entender su manera de ser y de pensar, en definitiva, unen. Y
como bien sabéis vosotros, mis pocos pero fieles lectores, puedo hablar con
propiedad de estos temas, ya que he tenido la ventaja de criarme en un ambiente
familiar trilingüe, al que a lo largo de mi vida y formación se han ido
incorporando 3 idiomas adicionales, lo cual me permite hoy en día comunicarme y
entenderme en 6 lenguas diferentes, en algunas con un nivel nativo, en otras con
un nivel inferior, pero en cualquier caso muy superior al falso “nivel medio de
inglés” que relumbra en la mayoría de los curriculums de los jóvenes españoles
y que, según recientes estudios, es equivalente al nivel de un niño de 6 años del
país en el que se habla el idioma en cuestión.
Todo
esto viene a cuento de un episodio vivido este fin de semana pasado en Madrid,
en concreto en la parroquia católica alemana de la capital, a la que asistí a
misa dominical buscando un poco de recogimiento y un mucho de acercamiento al mundo
germano del que he perdido contacto desde que me instalé en esta magnífica urbe
llamada Madrid. En un ambiente
agradable, una iglesia preciosa y con bastantes fieles en las bancadas, la
mayoría de ellos por cierto jóvenes con niños, los dos curas oficiantes me sorprendieron
positivamente con una misa casi bilingüe, intercalando lecturas en español
antes del Evangelio y rematando todo con una homilía interesante, y de nuevo bilingüe,
comparando la expresión “Gnade” alemana con su traducción española “Gracia”. No
entraré en más detalles sobre este discurso, pero sí que me quedo con la cara
de satisfacción de todos, con la atención que prestaban grandes y chicos a las
palabras del párroco y con el ambiente
multicultural que impregnaba todo.
Si a
esto sumamos la sorpresa final, en forma de “Oktoberfest” o “Fiesta de la Cerveza”
que se celebraba en la sala anexa al finalizar la misa, y a la que raudo y
veloz me apunté y conseguí convocar a unos cuantos amigos más, el día fue más
que redondo.

Usando
sus viperinas lenguas para fomentar el odio al foráneo. Al enemigo de turno creado
de forma artificial para justificar sus propios actos e intereses ocultos.
Lo
dicho, idiomas que unen y lenguas que separan.
Vaya diferencia
.