Otra noche mas que
no duermo.
Otra noche mas que se pierde.
¿Que habrá tras esa puerta verde?
La puerta verde, Los
Nikis, 1986.
Mis tan queridos Nikis ya
se preguntaban en 1986 que habría tras la puerta verde, versión inmortal de la canción original de
Jim Lowe y los High Fives de 1956, y yo, ahora, casi cuarenta años después, me
pregunto qué habrá al final del túnel rojo. Si es que tiene final, claro.
Porque una pesadilla clásica es entrar en un túnel interminable, al igual que
caer de un edifico y no llegar jamás al suelo o en el mejor de los casos estamparte cual merengue en una
fiesta infantil.
Porque, si lo pensamos bien,
estamos todos metidos en un túnel sin fin, un túnel excavado en las entrañas de
nuestra patria, un túnel más terrorífico que el de la bruja de cualquier feria
de pueblo y bastante más largo que el túnel de San Gotardo que atraviesa los
Alpes. Y es un túnel de un color rojo oscuro, tanto como el alma de sus
constructores, que son nada más y nada menos que los socialistas, encabezados
por un tirano psicópata y su corte de lameculos, lacayos, cómplices y
aduladores, Y votantes, para mayor desgracia nuestra.
Leyendo últimamente a los pocos
columnistas, escritores, pensadores, historiadores y políticos que me aportan
algo, entre ellos, como no, Hughes, Juan Carlos Girauta, Iván Vélez, Gabriel
Albiac, Enrique García-Máiquez o Jorge Buxadé, por citar algunos, noto un
cierto optimismo, como si vieran alguna luz al final de esa pesadilla que estamos
viviendo en el mundo occidental en los últimos 20, 30 y hasta 40 años. Sinceramente,
no comparto ese optimismo, quizás cansado ya de soñar despierto, pero si algo
tienen estas personas preparadas, sabias, cultas y conocedoras del pasado y de
la triste realidad actual, es que saben mucho más que yo (por eso les leo, porque
para escuchar o leer sandeces no tengo tiempo, la verdad. Ni para ver telebasura,
telediarios sectarios, programas soeces y bastos o escuchar supuesta música que
no es más que ruido de obra con letras simples y sucias).
Volviendo al interminable túnel rojo en el que nos encontramos, los sobresaltos, las trampas, las cascadas, las curvas y los súbitos descensos que lo jalonan en forma de continuos (y supuestos) delitos de los monstruos que lo pueblan y que nos asaltan a cada curva, son incontables.
¡Ojalá hubiéramos tenido un túnel de la bruja de esta duración
en nuestra infancia! Porque como bien recordamos todos, siempre se nos
quedaban cortas las atracciones, ya fueran en el parque de atracciones del
Tibidabo en Barcelona o en cualquier otro espacio de ocio y diversión para los pequeños
(y no tan pequeños: yo volvería a montarme sin pensármelo dos veces en
cualquier atracción, en la montaña rusa, en la Atalaya, en los autochoques, y disfrutaría
como un enano en el salón de los espejos).
Si no es un familiar del tirano,
disfrazado de director de orquesta, que nos intenta atizar en una curva con su
larga y deformada batuta, un ridículo ministro de asuntos exteriores disfrazado de bedel y convertido en un cazador de herejes al credo
único de Dios Sánchez, blandiendo su espada justiciera por habernos dormido en
una larga recta del túnel, una asesora del asesor del jefe de gabinete del jefe
de gabinete de una histérica ministra gritando desde un foso cual posesa y en
un idioma ininteligible, una vicepresidente iletrada que nos aterroriza desde el
techo con sus deformes ubres caídas y su desconocimiento de la lengua española
(y de cualquier otra cosa), un ministro de Justicia empeñado en acabar con la
democracia a martillazos en cualquier recoveco, otro ministro aficionado a las
chicas de compañía saludando desde una oscura ventana, es cualquier otro terrorífico
espécimen de los componen el circo ambulante gestionado desde las cloacas de la
Moncloa.
Pero la gran diferencia entre los
túneles del terror o los castillos de la bruja de nuestra infancia, en los que
nos adentrábamos voluntariamente (o casi), previo pago del tique preceptivo por
parte de nuestros padres o abuelos, en este siniestro túnel rojo del terror nos
han metido obligatoriamente, sin darnos la opción a negarnos a subir a la
vagoneta, ponernos el cinturón y sufrir su interminable recorrido.
¿Tendrá algún final esta desagradable
atracción de feria cutre, insegura y trasnochada?
¿Saldremos vivos de este parque
de atracciones que más parece la parada de los monstruos?
Como siguen cantando los Nikis: “No descansaré hasta saber que hay tras la puerta verde”.
O al final del túnel rojo oscuro por
el que estamos transitando.
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