jueves, 6 de febrero de 2025

El túnel del terror rojo

 


Otra noche mas que no duermo.
Otra noche mas que se pierde.
¿Que habrá tras esa puerta verde?

La puerta verde, Los Nikis, 1986.

 

Mis tan queridos Nikis ya se preguntaban en 1986 que habría tras la puerta verde, versión inmortal de la canción original de Jim Lowe y los High Fives de 1956, y yo, ahora, casi cuarenta años después, me pregunto qué habrá al final del túnel rojo. Si es que tiene final, claro. Porque una pesadilla clásica es entrar en un túnel interminable, al igual que caer de un edifico y no llegar jamás al suelo o en el mejor de los casos estamparte cual merengue en una fiesta infantil.

Porque, si lo pensamos bien, estamos todos metidos en un túnel sin fin, un túnel excavado en las entrañas de nuestra patria, un túnel más terrorífico que el de la bruja de cualquier feria de pueblo y bastante más largo que el túnel de San Gotardo que atraviesa los Alpes. Y es un túnel de un color rojo oscuro, tanto como el alma de sus constructores, que son nada más y nada menos que los socialistas, encabezados por un tirano psicópata y su corte de lameculos, lacayos, cómplices y aduladores, Y votantes, para mayor desgracia nuestra.

Leyendo últimamente a los pocos columnistas, escritores, pensadores, historiadores y políticos que me aportan algo, entre ellos, como no, Hughes, Juan Carlos Girauta, Iván Vélez, Gabriel Albiac, Enrique García-Máiquez o Jorge Buxadé, por citar algunos, noto un cierto optimismo, como si vieran alguna luz al final de esa pesadilla que estamos viviendo en el mundo occidental en los últimos 20, 30 y hasta 40 años. Sinceramente, no comparto ese optimismo, quizás cansado ya de soñar despierto, pero si algo tienen estas personas preparadas, sabias, cultas y conocedoras del pasado y de la triste realidad actual, es que saben mucho más que yo (por eso les leo, porque para escuchar o leer sandeces no tengo tiempo, la verdad. Ni para ver telebasura, telediarios sectarios, programas soeces y bastos o escuchar supuesta música que no es más que ruido de obra con letras simples y sucias).

Volviendo al interminable túnel rojo en el que nos encontramos, los sobresaltos, las trampas, las cascadas, las curvas y los súbitos descensos que lo jalonan en forma de continuos (y supuestos) delitos de los monstruos que lo pueblan y que nos asaltan a cada curva, son incontables.

¡Ojalá hubiéramos tenido un túnel de la bruja de esta duración en nuestra infancia! Porque como bien recordamos todos, siempre se nos quedaban cortas las atracciones, ya fueran en el parque de atracciones del Tibidabo en Barcelona o en cualquier otro espacio de ocio y diversión para los pequeños (y no tan pequeños: yo volvería a montarme sin pensármelo dos veces en cualquier atracción, en la montaña rusa, en la Atalaya, en los autochoques, y disfrutaría como un enano en el salón de los espejos).

Si no es un familiar del tirano, disfrazado de director de orquesta, que nos intenta atizar en una curva con su larga y deformada batuta, un ridículo ministro de asuntos exteriores disfrazado de bedel y  convertido en un cazador de herejes al credo único de Dios Sánchez, blandiendo su espada justiciera por habernos dormido en una larga recta del túnel, una asesora del asesor del jefe de gabinete del jefe de gabinete de una histérica ministra gritando desde un foso cual posesa y en un idioma ininteligible, una vicepresidente iletrada que nos aterroriza desde el techo con sus deformes ubres caídas y su desconocimiento de la lengua española (y de cualquier otra cosa), un ministro de Justicia empeñado en acabar con la democracia a martillazos en cualquier recoveco, otro ministro aficionado a las chicas de compañía saludando desde una oscura ventana, es cualquier otro terrorífico espécimen de los componen el circo ambulante gestionado desde las cloacas de la Moncloa.

Pero la gran diferencia entre los túneles del terror o los castillos de la bruja de nuestra infancia, en los que nos adentrábamos voluntariamente (o casi), previo pago del tique preceptivo por parte de nuestros padres o abuelos, en este siniestro túnel rojo del terror nos han metido obligatoriamente, sin darnos la opción a negarnos a subir a la vagoneta, ponernos el cinturón y sufrir su interminable recorrido.

¿Tendrá algún final esta desagradable atracción de feria cutre, insegura y trasnochada?

¿Saldremos vivos de este parque de atracciones que más parece la parada de los monstruos?

Como siguen cantando los Nikis: No descansaré hasta saber que hay tras la puerta verde”.

O al final del túnel rojo oscuro por el que estamos transitando.

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