El undécimo día del mes de septiembre (que no el onceavo,
como suelen decir muchos de nuestros tan poco ilustres y tan iletrados presidentes,
diputados, políticos, famosos, influencers y tertulianos varios) es un día histórico
por multitud de sucesos, hechos, nacimientos y defunciones. Como casi todos los
días del año: la historia universal conocida y documentada (la historia “registrada”)
de nuestro mundo occidental (al que por desgracia le queda poco antes de
sucumbir a la invasión islámica-africana planificada y ejecutada por esas
fuerzas ocultas que existen pero que pocos se atreven a nombrar) abarca ya
bastantes siglos, siendo quizás el siglo IV antes de Cristo el momento inicial
de la puesta por escrito de hechos, personas y lugares, con la obra “Las historias”
de Heródoto, por lo que sin duda en cualquier día de estos veinticinco siglos documentados
sucedieron hechos lo suficientemente importantes como para pasar a la historia.
Para muestra un botón: podemos tirar de la tan denostada, pero al mismo tiempo
tan usada Wikipedia, elegir a voleo cualquier día del año (nuestro cumpleaños,
por ejemplo), y, oh sorpresa, mira cuantas cosas pasaron ese día. Como sucede, por
ejemplo, con el 11 de septiembre.
No voy a listar ahora todo lo importante que sucedió este
día a lo largo de los siglos: el que tenga interés que use la red de redes para
este menester, pero sí que me vais a permitir comentar unos cuantos hechos
realmente relevantes acaecidos en esta fecha.
El once de septiembre del noveno año d.C., una variopinta unión de tribus
germanas bajo el mando de Hermann (Arminius para los romanos), líder de los cheruscos,
derrotó en el bosque de Teutoburgo, sito en el noroeste de Alemania, entre
Bielefeld y Paderborn, a varias legiones, infligiendo una tan severa derrota a
Roma, que consiguió cambiar la historia, frenar la expansión de las hasta
entonces casi invencibles huestes del Senatus Populusque Romanus y con ello facilitar
la evolución o quizás el propio nacimiento de Germania como nación. Un hecho
relevante, sin duda. Un hecho histórico.
Doce siglos más tarde, el 11 de septiembre de 1297, en el Puente de Sterling, Escocia,
un (gracias a Mel Gibson) archiconocido líder llamado William Walllace, derrotó
a las tropas inglesas en defensa de su país, Escocia, invadido un año antes por
los siempre pesados y bárbaros ingleses y su afán de conquistar y aniquilar a
otras naciones (en vez de descubrir, colonizar, civilizar, integrar y hacer crecer,
esas cosas que hacía el Reino de España, cuando era imperio y era español). Fue
una victoria importante, pero sin pasar a ser un hecho trascendente en la
historia de Inglaterra y Escocia: un año más tarde el rey inglés Eduardo I se vengó
de tamaña humillación, previo pacto con Francia para poder disponer de
suficientes tropas, y aplastó a los valientes “highlanders” en otra batalla, la
de Falkirk. Ingleses y escoceses siguieron dándose de palos durante siglos, estando
viva, aún hoy en día, la lucha por la independencia de Escocia, aunque ya no a
base de garrotazos, sino en forma de pacíficos referéndums (legales y justificados,
por cierto).
Sigamos con otro hecho relevante sucedido un 11 de
septiembre. En 1683 el Sacro Imperio Romano Germánico, liderado por los Habsburgo,
y la Liga Santa, formada por polacos y lituanos, plantaron cara en la batalla de
Kahlenberg a las tropas otomanas, en el llamado segundo asedio a Viena, asestándoles
un golpe definitivo y frenando, por fin, los continuos intentos de dominio de
Europa por parte de las fuerzas orientales, ergo islámicas. Un siglo antes, y
gracias al Imperio Español, ya se consiguió parar esa siempre amenazante invasión
otomana en la mítica batalla de Lepanto, en la que Don Juan de Austria, Alvaró
de Bazán y Alejandro Farnesio, entre otros, pararon los pies al invasor de
forma aplastante, destrozando su armada y salvando así al mundo occidental.
Claro que en esa época la casa real en España era la de los Habsburgo en su
pleno apogeo, no como en la batalla de Kahlenberg, época en la que en nuestra patria
reinaba Carlos II, último rey de dicha dinastía, y por lo tanto paso previo
al definitivo declive del imperio español que se produjo por culpa de la entrada de los Borbones
en nuestra historia. Con ellos perdimos nuestras posesiones, como bien cantan
los Nikis, y a la decisiva batalla ya ni nos presentamos, simplemente aportamos
dinero. Aunque peor fue la actuación de Francia, cuyo nefasto rey Luis XIV, en
su eterna guerra con Austria, ni siquiera aportó dinero. Por algo en esa época
le apodaban el “rey moro”.
O los más cercanos y terribles hechos del 11 de septiembre
de año 2001, en el que terroristas islámicos atentaron con sus pilotos suicidas
en Nueva York y en Washington contra el corazón del mundo occidental, dejando
más de 3.000 muertos, haciéndonos ver que la amenaza del islam sigue tan
vigente como en Lepanto o en Kahlenberg.
O como hoy en día en nuestras
fronteras en Ceuta y Melilla y en el Mare Nostrum, que de “Nostrum” cada vez
tiene menos. Ahora está en manos de piratas, oenegés comisionistas y gobiernos
colaboracionistas que traerán sin duda la derrota final y definitiva de nuestro
mundo, de la Europa griega, romana, cristiana e hispana.
Si no lo evitamos, claro está.
P.D.
Anda, casi se me olvida: el 11 de septiembre de 1714, durante la
Guerra de Sucesión Española, en la que se enfrentaban partidarios de los Habsburgo y de los Borbones
por la corona española, la ciudad española de Barcelona, que apoyaba a los Habsburgo,
capituló ante Felipe V, lo que significó la consolidación en el poder de la casa de Borbón en España,
y con ello el inicio del fin del justo, civilizador y glorioso imperio español en
el que no se ponía el sol.
Lo que cuenten los cuatro dementes separatistas catalanes
acerca del 11 de septiembre es otra cosa. Una tergiversación de la verdad (como
tantas otras) a manos del nacionalismo, para justificar sus tejemanejes, su supuesta
(y a todos luces inexistente) superioridad cultural, moral y racial, y sobre
todo sus jugosas comisiones. Malditos y majaretas lazis.
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