miércoles, 11 de diciembre de 2019

El maldito IVA del 0 por ciento


Aunque muchos sigamos pensando que IVA significa solamente “Impuesto sobre el valor añadido”, ese gravamen impuesto a todos los españoles en 1986 por indicación de la Comunidad Económica Europea y regulado en la ley fundamental 37/1992, hay otra definición a dichas siglas cuando su tasa es del cero por ciento, por desgracia mucho más costosa para el bienestar, el presente y el futuro de todos nosotros que cualquier tramo entre el 4 y el 21%.

Se trata de los “Imbéciles de valor añadido 0”. Para entendernos: los IVA al 0% son todas aquellas personas que no aportan nada al bien común, al crecimiento, a la cultura, al bienestar, a la paz, a la felicidad, a la riqueza, al prestigio, al arte, a la gastronomía, a la medicina, al deporte, a la docencia, a la gobernabilidad, a la justicia, a la ciencia en general…, es decir, los cenizos y vividores que sobran en cualquier sociedad. Esos seres tóxicos que todo lo que tocan lo destrozan. Esos malvados que solamente viven por y para sí mismos, sin mirar a izquierdas o derechas, al frente o hacia atrás, arriba o abajo, los que se pasan el día regodeándose ante el espejo, tocándose con autocomplaciente pasión y disfrutando de su feliz día a día destrozando todo lo que hay a su alrededor.

Y para nuestra desgracia, en esta histórica y gran nación llamada España, cuna de tantas personas que han aportado a lo largo de los siglos su esfuerzo, su bondad, su capacidad intelectual o su liderazgo para engrandecer a la sociedad, para avanzar y crecer, pues resulta que tenemos “IVAS0” para dar y tomar. Tantos como “billetes para asar una vaca” tenía el sindicalista Juan Lanzas, implicado en el tan pernicioso y vil como ocultado y silenciado caso de los EREs en Andalucía.

La relación es interminable: desde el presidente en funciones, el falso doctor Pedro Sánchez, pasando por el enano bailongo Iceta y sus ocho históricas naciones (que de históricas tienen tanto como Bardem de ecologista, Greta Majareta de científica, Ramoncín de músico, la Fallarás de culta, la Secta y Newtral de objetividad u Otegui de ser humano), hasta los malvados asesinos de ETA que ahora se permiten dar charlas sobre derechos humanos en las universidades de las provincias vascongadas: vivimos rodeados de tantos elementos tóxicos que es harto extraño que nuestro país no hay desaparecido del mapa hace muchos, muchos años.

Y aunque el gran Otto Eduard Leopold von Bismarck-Schönhausen jamás dijera que “España es el país más fuerte del mundo: los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido”, la persona que se sacó el chascarrillo de la manga no andaba equivocada: los españolitos de a pie, todo corazón y bondad, parecen hechos de otro material, y sin saber cómo, siempre conseguimos salir a flote, reinventarnos, salvar los muebles y recuperar nuestra estabilidad, nuestra grandeza y nuestro prestigio.

Esperemos que en estos graves momentos en los que la cuerda de nuestra propia existencia está tensada al máximo, alguien (o quizás todos juntos) consiga parar la locura que se ha apoderado de nuestra clase política. Sinceramente no tengo claro quién o qué puede ser ese salvador, esa persona, institución o autoridad, que sea capaz de frenar la oligofrenia del presidente en funciones que nadie votó.

¿Quizás sea el rey? ¿O los partidos constitucionalistas? ¿Los pocos miembros del PSOE con cerebro y agallas (dicen por ahí que existen)? ¿Los partidos minoritarios con sus votos puestos a subasta en la lonja del Congreso? ¿Los miembros del Consejo de Estado? ¿La Junta de Jefes del Estado Mayor? ¿La Conferencia Episcopal? ¿Luis Enrique?

Buf. No veo a nadie capaz de arreglar el desaguisado.

Y no quiero volver a mentar al deseado, ese meteorito salvador al que, desesperado ante tanta sinrazón, recurro cada tanto.

Menos ahora, cuando estamos a pocos días de celebrar la Navidad y yo de poder disfrutar de unos días en familia, con la escudella, la carn d’olla, el capón y las posteriores copas navideñas por los barrios de Sarriá y San Gervasio, en la siempre agradable compañía de la buena gente de Barcelona.

Los que enriquecen a la sociedad. Con su generosidad, simpatía, paciencia y bondad.

Que comparado con lo que aportan los imbéciles de valor añadido cero, es mucho. Muchísimo.

P.D. Sirva este pequeño artículo como recuerdo y homenaje a Miguel Ángel Gómez Martínez, un amigo de muchos de nosotros, recientemente fallecido a demasiado temprana edad: sin duda un ejemplo de persona con valor añadido, buena, simpática, generosa, paciente y bondadosa. ¡Miguelón, presente!

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