miércoles, 23 de marzo de 2022

Pedro V “El Demente”

La sabiduría popular no sólo crea dichos y refranes, también es la que acaba asignando un mote a las personas. En especial a los gobernantes, en el caso de nuestra milenaria patria obviamente a los reyes, que son los que nos han solido gobernar y representar casi siempre, salvo cortos y poco exitosos periodos “republicanos”, tiempos de buenos y malos validos, épocas de fieles o traidores virreyes o cortos periodos de militares golpistas (o salvadores de la patria, dependiendo del color del cristal por el que se mire).

Hemos tenido por lo tanto en nuestra tan convulsa historia de todo: reyes o reinas “Mayores”, “Fuertes”, “Católicos”, “Sabios”, “Bravos”, “Batalladores”, “Deseados”, “Santos”, “Emplazados”, “Dolientes”, “Locas”, “Hermosos”, “Hechizados” y muchos otros apodos, que describían de forma resumida lo que el pueblo, o los “influencers” de la época, opinaban del respectivo gobernante. Generadores de opinión que, a diferencia de los de hoy, en otras y gloriosas épocas, eran de las pocas personas con intelecto y cultura y que encima sabían leer y escribir. Algo de lo que hoy carecen la mayoría de los personajes públicos con cierta ascendencia sobre la ciudadanía.

En cuanto a reyes llamados Pedro, hemos tenido al “Cruel”, al “Católico” al “Ceremonioso o del Punyalet” y al “Grande”, hasta que de oscuras cavernas y a base de engaños, triles, manipulaciones y otras sucias maniobras, surgió de lo más profundo del infierno, como si fuera un huargo criado en Isengard, un tal Pedro Sánchez Castejón, el cual en pocos años se proclamó rey de todos, todas y todes, y a quien el pueblo inicialmente apodó “el mentiroso”.

No andaban equivocados los sufridos ciudadanos con este mote, pero el tiempo y la absoluta locura y maldad del personaje acabaron asignándole el único epíteto que se merece: “el Demente”. Pedro V, “El Demente”, cuyos problemas psicológicos están fuera de toda duda y que en cualquier país medianamente serio sería inhabilitado por su grave enfermedad e internado en un hospital psiquiátrico en la más remota y aislada isla. Que a falta de una Santa Elena patria bien podría ser el islote de Perejil, pero se me antoja demasiado cercano. Aunque a falta de cualquier lujo, edificio histórico con cientos de espejos, palacio reformado con su solárium o playa privada para disfrute de sus amigotes, bienvenido sea Perejil.

Pedro V “el Demente”, el cual, al poco tiempo de llegar al poder, hizo suyo el “L'État, c'est moi” de Luis XIV de Francia, confundiendo churras con merinas, es decir, elevando el cargo de presidente del gobierno a sumo mandatario, sacerdotisa mayor, gobernador general, propietario de toda tierra del Reino de España y malvado dictador para el que solamente existe una persona en su vida virtual: él mismo. Y sus compinches, por supuesto, que han engrosado en pocos años las filas de los paniaguados, cual plaga de marabunta ignorante pero generosamente pagada. La patética e impresentable corte del mentiroso, del enfermo, del demente.

No creo que sea necesario repasar las mentiras del personaje, que se cuentan por miles, ya que todas y cada una de sus promesas, declaraciones o actuaciones, han sido burdas mentiras. Y ya no se trata de que sea un mentiroso compulsivo, que de esos existen muchos, se trata de un real peligro para la supervivencia de todos nosotros y para el futuro de nuestros hijos y nietos. Si es que hay futuro. O hijos y nietos. Porque teniendo en cuenta el índice de natalidad de los españoles y la tolerada y masiva inmigración ilegal que estamos sufriendo, en unos cuantos años pocos ciudadanos originariamente españoles estarán sometidos a la demencia de este engendro humano.

Algo que tampoco creo que le importe mucho: mientras pueda mantener sus privilegios y su amplia corte de untados aduladores, que le quiten lo bailado.

Pedro V “el Demente”, el rey de los espejos y las mentiras, de los biopics y los viajes en Falcon, de los palacios y palacetes, culpable de todas las desgracias que están acabando con todo lo que ha significado y significa España.

La única esperanza, la exigua luz que se ve al final del túnel, es que parece que también ha acabado con la paciencia de los ciudadanos.

Gracias a Dios, parece que España ha despertado. Parece. Y es lo que toca.

¡Echémosle! ¡YA!

 

 

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