lunes, 13 de junio de 2022

Aurea mediocritas

 

Y arriba los corazones
Palpitan en las cornisas
Y andan a trompicones
Casi muertos de risa
(Antonio Flores)


Para los que no tuvisteis la suerte de estudiar latín (o bien no os acordáis de nada), el título significa “mediocridad dorada”. Una expresión que recoge tal cual en latín el diccionario de la Real Academia, y cuya definición reza así: “estado de quien vive satisfecho con su relativo bienestar, sin envidia ni codicia”.

Esta frase es por cierto de Horacio (poeta romano, para los de la ESO, y no un cantante latino de pseudo música simplista), de cuya mente creativa y privilegiada salieron otras expresiones que aún perduran, como Beatus ille , el placer de la vida simple y rural, ahora convertida en hoteles rurales de lujo con cobertura 5G para publicar bucólicas fotos en las redes sociales y sentarse atontado delante del televisor del salón sin siquiera pisar el bien cuidado jardín del hotel, o el tan manido Carpe Diem, aprovechar el día, el presente, que por desgracia a fecha de hoy se ha convertido en el “beber hasta reventar y si se presta, fornicar sin amar”.

Pero no queramos confundir este estado, el de la dorada mediocridad, con la resignación. Es simplemente asumir adónde has llegado y disfrutar de la realidad, desechando sueños infantiles que jamás se cumplirán: saber lo que hay, no buscar metas imposibles, y dentro de esa “mediocridad dorada”, que tampoco está tan mal, intentar sobrevivir.

Porque a pesar de la desgracia del envejecimiento y la consiguiente degradación física, que es inmutable y parte de nuestra existencia, está la vejez intelectual. Y esa no está ligada a la edad física.

Como bien dijo Agapito Maestre hace poco (con otras palabras, eso sí), todos conocemos a personas que ya eran viejos de jóvenes y luego estamos los que seguimos siendo jóvenes de viejos.

Personas “viejas” que siempre están con la misma letanía, como en esta anécdota que explican de Ortega: “A Josep M. de Sagarra i de Castellarnau, escritor barcelonés, cuando iba por Madrí e iba de tertulia, como era de un pesimista subido, siempre le decía Ortega y Gasset cuando se lo encontraba: "Hombre, Sagarra, aparte de mal ¿cómo estás?"  

Quien no conoce a alguien así…. muertos en vida. A falta de esas «hormonas de la felicidad», que al fin y al cabo son las que generan los sentimientos agradables en nuestro cerebro, como la dopamina, la serotonina, las endorfinas y sobre todo la oxitocina, cuyos niveles aumentan con las muestras de afecto físico, como los besos, los abrazos y la actividad sexual. Y que, a falta de su generación natural, muchas personas buscan en su versión sintetizada químicamente o existente en productos naturales, léase en el alcohol, las plantas o las drogas, ya sean legales, distribuidas y bien cobradas por las farmacéuticas o ilegales,igualmente bien cobradas, pero por los camellos.

Hasta aquí mi corta reflexión. Tampoco tengo muy claro a que se debe esta diatriba entre triste y esperanzada, entre pesimista y optimista. Supongo que será el calor. O la soledad. Que duele cuando no es buscada. O tot plegat, como decimos en Cataluña

Que al final pareceré yo mismo un viejo carcamal, más roto que la pantalla del Iphone de un adolescente. Y todo el discurso previo se quedaría en agua de borrajas, en un hablar por hablar para llamar la atención. Como los que te cuentan que ayer “casi se suicidan”. Y con ello perdería mi papel en este mundo tan raro, el de intentar ayudar a los demás hasta donde lleguen mis fuerzas.

Contad conmigo. Sigo con fuerzas. Y arriba los corazones. En latín “sursum corda”.

Expresión que por cierto aún se usa en la misa diaria de rito católico, y que llevó a la variante popular ““de aquí no me va a mover ni el sursuncorda”, es decir, de aquí no me muevo ni que me diga el cura que “levantemos los corazones”.

 

 

 

 

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