Queramos o no las personas nos encariñamos en muchas ocasiones con cosas materiales. En las tiernas etapas de la infancia pueden ser ositos de peluche, almohadas o simples trozos de tela; en la juventud suelen ser nuestras primeras gafas de sol, aquellos tejanos que se ajustaban a nuestro cuerpo a las mil maravillas o nuestro primer walkman, algo muy valioso en una época en la que los móviles no es que no fueran capaces de reproducir música comprimida en MP3, no, es que ni existían; y ya en la edad adulta todos seguimos teniendo objetos a los que profesamos un amor que va más allá de cualquier lógica. Variopintos donde los haya, estos objetos que rozan el fetichismo son parte de nuestra vida, y cuando por causa mayor nos tenemos que desprender de ellos, se va una parte de nuestra alma y de nuestra vida. Asociados como tienen mil recuerdos y aventuras, compañeros en noches de desvelo y días de gloria, nuestras motos y coches, nuestra ropa y enseres del hogar varios y hasta nuestras mochilas y maletas, son parte del trayecto que llevamos recorrido en nuestra vida. A mí me ha tocado ahora decir adiós a mi coche. Han sido 11 años de grata convivencia, salpicada de aventuras y también, porque negarlo, de desventuras de todo tipo. Rutas varias por España, fugas al alba desde Francia para llegar a tiempo a un desplazamiento de mi equipo, descubrimientos de lugares sorprendentes como Águilas, Murcia, o Calaceite, en Teruel, viajes a Madrid o Pamplona con la bandera de España bien alzada y los himnos de rigor sonando en el interior del habitáculo, que más que eso se convertía en el salón de casa y en ocasiones hasta en el dormitorio, y , cómo no, los mil y un viajes a los mismos bares, a los mismos puntos de encuentro, lugares a los que ¡oh milagro! llegábamos sin tomtomes ni ningún otro tipo de asistencia técnica. Más aún, en muchas ocasiones juraría que el coche llegaba sólo, sin que tuviera que intervenir más que para vaciar el cenicero y darle al autoreverse. Pero, gracias a Dios, tanto las cosas materiales como los humanos tenemos fecha de caducidad: en lo humano desconocemos el cuándo, en lo material sabemos desde un inicio cuando llegará el momento del adiós. Y llegó. Ahí se ha quedado, el mítico BMW con su elocuente matrícula B-8..8-NS, identificación que por un extraño guiño del destino me tocó en suerte: destrozado, a punto de pasar a ser un amasijo de chapa, plástico, colillas y vivencias de épocas que ya no volverán. Pero lleno de multitud de recuerdos y de años de una vida compartida que empieza una nueva etapa.
jueves, 24 de marzo de 2011
¿Un simple coche?
martes, 15 de marzo de 2011
Japón


martes, 1 de marzo de 2011
¿Qué habrá sido de Nuño?
Hay días en los que me pregunto qué habrá sido de Nuño. Nuño es el hijo de unos amigos míos, que en estos momentos debe rondar los 13 años. Más o menos. En el ya lejano 2006 solía frecuentar su casa y pasar horas y horas con sus padres, bueno, más bien con su madre, hablando de todo menos del sexo de los ángeles, porque ya sabemos todos que los ángeles no tienen sexo. Aunque quizá hasta esta afirmación haya perdido valor, teniendo en cuenta todos los cambios que se han producido en estos largos años de dictadura socialista que estamos sufriendo. Igual, y por real decreto, los socialistas han decidido, sin que nos hayamos enterado, que los ángeles y las ángelas pertenecen al colectivo ELEGEBETE por definición. No me extrañaría nada. Me imagino que habrán sido 5 años muy difíciles para los sufridos padres de Nuño, como lo han sido sin lugar a dudas para el resto de progenitores que tuvieron la osadía de traer un niño al mundo en España durante la pasada década. El vuelco cultural y social, si se le puede llamar cultura a los desvaríos de los ministros de los sucesivos desgobiernos del inefable Zapatero, ha sido tal que donde antes ponía blanco hoy contemplamos un negro más oscuro que el café de Colombia; donde antes se hablaba de matrimonio entre una mujer y un hombre hoy se habla de uniones civiles sin importar el sexo (o más bien la desviación sexual) de los contrayentes; donde ir a misa era lo más normal en el día del señor y hoy en cambio te tienes que apartar un viernes por la tarde porque delante de ti cruzan cientos de musulmanes para asistir a sus “arengas” pseudo-religiosas en enormes mezquitas donadas por los propios ayuntamientos (y a costa de nuestros impuestos, claro está); donde podíamos circular a 130 km/h hoy nos obligan a hincharnos de cafés bien cargados para no dormirnos a 110 en la autopista y comernos los quitamiedos; donde ponía Álava hoy nos reciben carteles con el extraño topónimo de Araba, que no estoy seguro si se trata de un error ortográfico o del anuncio de que lo árabe se está adueñando del país a marchas forzadas; donde podíamos comer, pasar al café y disfrutar de la sobremesa con un cigarro puro habano o un simple cigarrillo hecho en Canarias hoy tenemos que abrigarnos para salir a la calle y fumar cual vagabundo o delincuente estigmatizado; en resumen, que donde cualquier ministro dijo digo al final dijo Diego ( o Diega) , y todo se ha convertido en una gran farsa que está cercenando nuestra libertad, hundiendo un siempre mejorable pero en líneas generales correcto sistema de convivencia al que nos habíamos acostumbrado y dejándonos en paños menores ante los retos que nos plantea un futuro cada vez más oscuro. Todo se ha ido al garete. El estado del bienestar, el prestigio de España como nación, la unidad en la diversidad de nuestra antaño admirada y rica patria y la tan cacareada democracia y sus partidos políticos que, sin excepción alguna, han cambiado sus objetivos “altruistas”, “sociales” y “constructivos” por una lucha feroz para asegurar su propio futuro a costa de la buena fe de la gente y sus votos asociados. Tirando de refranero podríamos resumir la situación actual de nuestra querida España con el clásico “Donde no hay harina, todo es mohína”. Si no hay recursos, si las personas que “dirigen” un país no tienen capacidad, conocimientos y sobre todo intención de hacer algo bueno por los demás el resultado solamente puede ser el disgusto o la tristeza. O más aún, el desastre. El fin de una sociedad en la que hemos crecido felices y la desaparición de una patria a la que hemos amado todos desde pequeños. Tanto los padres como los hijos. Hasta el hijo de mis amigos la quería mucho a pesar de su tierna e inocente edad. Hay días en los que me pregunto qué será de Nuño en el futuro.