martes, 15 de octubre de 2019

Hispanismo versus nacionalismo


He esperado tres días en ponerme a escribir esta pequeña entrada: desde el pasado sábado, 12 de octubre, día de la Hispanidad, hasta hoy, 15 de octubre, he tenido la santa paciencia (y me ha costado lo suyo) de no dejarme llevar por la ilusión y la alegría que significó la asistencia al desfile de las Fuerzas Armadas, el haberme encontrado por pura casualidad con Alba y de paso haber conocido a Sergi y Ruth, simpáticos pericos catalanes y nuevos miembros de la creciente colonia de exiliados en esta bella Villa y Corte llamada Madrid (y quién sabe si los futuros presidenta y secretario de la Peña Españolista de Madrid).

¿Y a qué se ha debido esta espera? Pues es muy simple: coincidía este fin de semana festivo con la filtración de la sentencia del “procés” (ya me gustaría saber quién ha sido el chivato que se ganó las albricias anunciando la buena nueva a los golpistas) y todo lo que ello conllevaba: la rabia por la sentencia, los previsibles incidentes que iban a producirse y la gran pena que siento al saber que esta pesadilla no tienes visos de acabar, sino que más bien parece que se va a eternizar, con todo el dolor y el drama que ello conlleva. Por todo esto no me puse a escribir el mismo sábado: habría resultado un simple y superficial relato del desfile, de sus anécdotas, de las lógicas risas y las pertinentes cervezas al intenso sol que acabó quemándonos las espaldas, pero manco de la trascendencia de la sentencia contra los golpistas separatistas y de todo lo que ello significa como contrapunto a la alegría del día de la Hispanidad. Hubiera sido un relato del Yin sin el Yang, del Bien sin el Mal. Y por desgracia, el mal sigue existiendo. Y en este caso se llama “nacionalismo”.

Empecemos por lo bonito. Por el lado bueno de la historia. Por el “hispanismo”: un sentimiento, una filosofía y una manera de entender la vida como algo positivo, algo que une, que representa muchos siglos de evolución, de historia, de cultura, de esfuerzo común, de unidad en la diversidad. Asimilable a lo que significa el “españolismo” (ser seguidor del RCD Españyol) al mundo del fútbol.

Había quedado con algunos amigos en la estatua de Indalecio Prieto en Nuevos Ministerios, una elección como mínimo controvertida, teniendo en cuenta lo siniestro del personaje en cuestión: golpista contra el gobierno legitimo de la república en 1934, culpable de innumerables muertes y expoliador de museos y fortunas particulares, para acabar fugándose a Méjico con todo lo arramplado. Pero la suerte hizo que me tropezará unos cientos de metros más al norte con la amiga Alba y que lo de vernos en la funesta estatua quedara olvidado a las primeras de cambio. 
Y fue todo un acierto: al rato se nos unieron dos amigos de Barcelona, pericos ambos, y a partir de aquí el rato que pasamos a escasos metros del palco de autoridades intentando atisbar a la soldadesca, a las autoridades y descubrir que vestido llevaba Letizia, voló entre risas, fotografías y pequeñas anécdotas que anoté para ilustrar un poco este escrito ya previsto de antemano. A nuestro lado, por ejemplo, se sentaron dos matrimonios originarios de Castelldefels (Castefa para los insiders), una casualidad como tantas otras, teniendo en cuenta que por ahí andaban cientos de miles de españoles intentando pillar un lugar con un mínimo de visibilidad. Sus sonrisas cómplices ante  nuestros cánticos de “Puigdmemont a prisión” contrastaban con las caras de no entender nada de las japonesas que teníamos a nuestra derecha, y que a pesar de todo aplaudían con educación y recato todo aquello que a nosotros nos emocionaba: la Patrulla Águila, los helicópteros de rescate marítimo, los cazas, los imponentes Airbus o los paracaidistas descendiendo desde lo alto con nuestra querida enseña nacional (dejo para la parte fea del relato hablar del cabo Pozo). Hubo foto con un voluntario que se autoproclamó ser la “cabra” de la Legión, grandes risas avisando a un joven matrimonio que teníamos delante de que estaban asesinando a su pequeño oso panda con las ruedas del carrito (ni que fuera Borja), acabando la agradable mañana con un distendido refrigerio en una terraza cercana, un tuit anunciando a Tomás Guasch la buena nueva sobre su “nuera” y planificando ya futuras citas, entre ellas un asalto directo a las tropas enemigas del Bar Capuccino.

Una gran mañana, soleada, con risas, cánticos, complicidad, respeto y amistad. Y por lo que me cuentan desde Barcelona, ahí el día transcurrió de forma similar: sol, alegría, unidad, igualdad y libertad. Com Déu mana. Como tiene que ser.

Pero claro, todo sueño tiene su triste despertar. Y el nefasto nacionalismo que tantas desgracias ha causado en Europa en los últimos siglos, siempre acecha. La sentencia del procés, que ya empezaba a embrutecer todo lo bonito vivido el sábado, acabó por amargarnos el domingo y remató el siempre maldito lunes con los intolerables incidentes en Barcelona y Gerona. Y, sobre todo, con la benevolente pena impuesta, que permitirá a la Generalitat soltar a los golpistas antes de las próximas Navidades.

Una sentencia perfecta para Pedro Sánchez (que éste privilegiado alumno de Maquiavelo ha presionado e influido descaradamente en la abogacía del estado, en la fiscalía y hasta en los magistrados está fuera de toda duda), con el racista demente Quim Torra revolviendo el hato y lanzando a la adoctrinada juventud catalana a la calle sin contemplaciones; sentencia que culminó de forma nefasta estos duros años pasados desde el intento de golpe de estado de 2017, para disgusto de la mayoría de los catalanes y del resto de españoles. 
¿Cómo pagar los favores (en forma de votos) al separatismo sin tener que indultar a los condenados? Pues muy fácil: forzando una sentencia por sedición, y con ello las más que seguras medidas de gracia que podrá aplicar la Generalitat sin que nadie pueda oponerse. Todo calculado. Y pactado. A espaldas de los ciudadanos. Riéndose de la separación de poderes. Ninguneando a la mayoría de los ciudadanos de Cataluña que no son separatistas. Las treinta monedas de plata de siempre.

Y a esta desgracia de epílogo del fin de semana habría que añadir las intolerables, asquerosas, y penosas bromas sobre el bueno del Cabo Pozo, que tuvo la mala suerte de chocar con una farola antes de poder tomar tierra con la bandera nacional (maldita sea mil veces la impresentable Anabel Alonso), cuando se ha pasado toda su vida sirviendo con honor a nuestra patria; el vil y traidor puñetazo de un tal Joan Leandro Ventura a una señora ya entrada en años por el simple hecho de ondear una bandera de su tierra en Tarragona, o el abuso de un corpulento mozo separatista arrebatando la bandera y cogiendo por el cuello a una chiquilla en el Paseo de Gracia de Barcelona; y, para rematar, la indecente, asocial, injusta e intolerable ocupación de las calles, las estaciones y el aeropuerto por parte de las huestes de los enfermos separatistas.

Solamente faltaban los no por esperados igual de asquerosos comunicados del maldito Barza, del payaso Guardiola y del iletrado Xavi, la inacción de los Mossos, el apoyo de Pablo Iglesias y demás ratas a los nazis catalanistas y la sectaria programación de TV3, para acabar maldiciendo este maldito lunes 14 de octubre, que quedará en los anales de la historia como una más de tantas traiciones a nuestra patria, a la libertad y la justicia.

Y encima dos días después de nuestra gran fiesta común.

Hispanismo frente a nacionalismo. El bien frente al mal. Y lo que nos queda.




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