martes, 8 de octubre de 2019

Malditos seáis los que nos robasteis nuestra tierra.


Han pasado dos años desde el intento de golpe de estado de los secesionistas catalanes. Dos años que las personas normales, los españoles de Cataluña, o los catalanes de España, hemos pasado sufriendo, maldiciendo y aguantando el chaparrón incesante de una maliciosa minoría separatista que, usando los medios de comunicación públicos y amparados por el poder autonómico en clara connivencia , sigue haciendo la vida imposible al buen ciudadano de Barcelona, de Tarragona, de Lérida y de Gerona (si escribiera en catalán diría Lleida o Girona, pero no sería de recibo usar endónimos cuando en nuestra culta, amada y común lengua española existe el correspondiente exónimo). Y si además estas cuatro provincias son parte de España desde su propio nacimiento como condados del Reino de Aragón, qué os voy a decir…

Dos largos años que llevamos esperando por un lado una sentencia proporcionada y justa a los delitos cometidos (es decir, una sentencia dura por la gravedad de los hechos), pero también dos largos años en los que nada ha cambiado, en los que los partidos políticos, casi todos ellos, han ido variando su discurso, han comenzado a minimizar los hechos acaecidos en 2017 y todo el prólogo que empezó en 2011, y siguiendo sus propios objetivos de poder, de prebendas, de escaños y concejalías, con el fin último de influir en el poder judicial, de crear empatía hacia los golpistas y de ganarse el favor de sus futuros votantes pactando y negociando, han seguido vendiendo nuestra tierra y con ello nuestra alma al mejor postor. Como el repugnante enano Iceta. Y tantos otros.

Ya ni queda la infantil ilusión de Ciudadanos, que nació para ampararnos y ha acabado siendo parte del nefasto sistema, diluidos en guerras partidistas, con sus líderes bien colocados en Madrid y sus bases hartas de tanto veleta y tanto cuento chino.

Desde el piso familiar en la avenida de Sarriá o la casa en Roda de Bará, las tardes en el Turó Parc o subiendo por la Diagonal hasta la Rosaleda, las cervezas en el Pippermint o las partidas de billar en la sala de juegos de la calle Calvet, mis veraneos en Castelldefels, Cambrils, Calella de Palafrugell o la Escala, la casa familiar de vago recuerdo en Hospitalet o la de asueto veraniego con olor a ovejas y paseos a la fuente en Vallirana, las excursiones dominicales a comer costillas al Montseny o pato en Viladrau,  las paellas servidas en la arena de la Barceloneta, las subidas en vespa a Vallvidrera, los paseos por el Barrio Gótico con un suizo y unos melindros como premio, los cócteles en el Berimbau del Borne o las mañanas, tardes y noches en el campo de fútbol de Sarriá, hasta los años escolares en la calle Copérnico, la avenida del Doctor Andreu, ahora Tibidado,  y finalmente en Esplugas, todo ello, toda mi infancia, nuestra infancia, juventud y hasta edad madura, han pasado a mejor vida. Son recuerdos, bonitos todos ellos, pero por desgracia irrecuperables.

A base de envenenar, manipular, reescribir la historia e imponer una dictadura nacionalista nacida para amparar a una burguesía racista, explotadora y ladrona, usando para ello la contraeducación desde la tierna infancia en guarderías y “esplais”, los grupos excursionistas y las agrupaciones religiosas en la pubertad, las facultades universitarias en la juventud y los medios de comunicación esclavos en la edad adulta, los malvados y dementes separatistas nos han quitado todo. Nos han robado nuestro pasado, nuestro presente y el futuro de nuestros hijos y nietos.


Cada vez somos más exiliados catalanes que hemos preferido acabar nuestros días en otras provincias españolas, como antes sucedió con muchos compatriotas de las provincias vascongadas, obligados por el hedor y la violencia de los separatistas, la sucia y traidora cooperación necesaria de los en teoría constitucionalistas partidos mayoritarios, la silenciosa y hereje colaboración de la Iglesia y la omnipresente manipulación de “tot plegat” por parte de la CCRTV, la maldita TV3 y sus bien pagados lacayos.

Ruego a Dios que la justicia terrenal, o en el caso de unas igual ya pactadas penas simbólicas o hasta una amnistía general, pues entonces la justicia divina, caiga sobre vosotros cual losa de granito y acabe de una vez con el daño que habéis hecho a millones y millones de buenas personas. 

A tantos catalanes que ya ni tenemos ganas de volver a lo que fue nuestra casa.

Malditos seáis los que nos robasteis nuestra tierra.




1 comentario:

  1. Malditos sean... por todo lo que relatas y algunas cosas más

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