Han pasado dos años desde el intento de golpe de estado de los
secesionistas catalanes. Dos años que las personas normales, los españoles de
Cataluña, o los catalanes de España, hemos pasado sufriendo, maldiciendo y aguantando
el chaparrón incesante de una maliciosa minoría separatista que, usando los
medios de comunicación públicos y amparados por el poder autonómico en clara connivencia
, sigue haciendo la vida imposible al buen ciudadano de Barcelona, de
Tarragona, de Lérida y de Gerona (si escribiera en catalán diría Lleida o
Girona, pero no sería de recibo usar endónimos cuando en nuestra culta, amada y
común lengua española existe el correspondiente exónimo). Y si además estas
cuatro provincias son parte de España desde su propio nacimiento como condados
del Reino de Aragón, qué os voy a decir…
Dos largos años que llevamos esperando por un lado una
sentencia proporcionada y justa a los delitos cometidos (es decir, una
sentencia dura por la gravedad de los hechos), pero también dos largos años en
los que nada ha cambiado, en los que los partidos políticos, casi todos ellos,
han ido variando su discurso, han comenzado a minimizar los hechos acaecidos en
2017 y todo el prólogo que empezó en 2011, y siguiendo sus propios objetivos de
poder, de prebendas, de escaños y concejalías, con el fin último de influir en
el poder judicial, de crear empatía hacia los golpistas y de ganarse el favor
de sus futuros votantes pactando y negociando, han seguido vendiendo nuestra tierra
y con ello nuestra alma al mejor postor. Como el repugnante enano Iceta. Y
tantos otros.
Ya ni queda la infantil ilusión de Ciudadanos, que nació
para ampararnos y ha acabado siendo parte del nefasto sistema, diluidos en guerras
partidistas, con sus líderes bien colocados en Madrid y sus bases hartas de
tanto veleta y tanto cuento chino.
Desde el piso familiar en la avenida de Sarriá o la casa en Roda
de Bará, las tardes en el Turó Parc o subiendo por la Diagonal hasta la
Rosaleda, las cervezas en el Pippermint o las partidas de billar en la sala de
juegos de la calle Calvet, mis veraneos en Castelldefels, Cambrils, Calella de
Palafrugell o la Escala, la casa familiar de vago recuerdo en Hospitalet o la
de asueto veraniego con olor a ovejas y paseos a la fuente en Vallirana, las
excursiones dominicales a comer costillas al Montseny o pato en Viladrau, las paellas servidas en la arena de la
Barceloneta, las subidas en vespa a Vallvidrera, los paseos por el Barrio
Gótico con un suizo y unos melindros como premio, los cócteles en el Berimbau
del Borne o las mañanas, tardes y noches en el campo de fútbol de Sarriá, hasta
los años escolares en la calle Copérnico, la avenida del Doctor Andreu, ahora Tibidado,
y finalmente en Esplugas, todo ello,
toda mi infancia, nuestra infancia, juventud y hasta edad madura, han pasado a
mejor vida. Son recuerdos, bonitos todos ellos, pero por desgracia irrecuperables.
A base de envenenar, manipular, reescribir la historia e
imponer una dictadura nacionalista nacida para amparar a una burguesía racista,
explotadora y ladrona, usando para ello la contraeducación desde la tierna infancia
en guarderías y “esplais”, los grupos excursionistas y las agrupaciones
religiosas en la pubertad, las facultades universitarias en la juventud y los
medios de comunicación esclavos en la edad adulta, los malvados y dementes
separatistas nos han quitado todo. Nos han robado nuestro pasado, nuestro
presente y el futuro de nuestros hijos y nietos.
Cada vez somos más exiliados catalanes que hemos preferido acabar
nuestros días en otras provincias españolas, como antes sucedió con muchos
compatriotas de las provincias vascongadas, obligados por el hedor y la
violencia de los separatistas, la sucia y traidora cooperación necesaria de los
en teoría constitucionalistas partidos mayoritarios, la silenciosa y hereje colaboración
de la Iglesia y la omnipresente manipulación de “tot plegat” por parte de la
CCRTV, la maldita TV3 y sus bien pagados lacayos.
Ruego a Dios que la justicia terrenal, o en el caso de unas igual
ya pactadas penas simbólicas o hasta una amnistía general, pues entonces la
justicia divina, caiga sobre vosotros cual losa de granito y acabe de una vez
con el daño que habéis hecho a millones y millones de buenas personas.
A tantos catalanes que ya ni tenemos ganas de volver a lo que fue nuestra casa.
Malditos seáis los que nos robasteis nuestra tierra.
Malditos sean... por todo lo que relatas y algunas cosas más
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