viernes, 8 de noviembre de 2019

La maldita España xenófoba


Ahora que hasta el faro intelectual de occidente llamado Adriana Lastra (igual “Lastre” le iría mejor como apellido) ha descubierto la palabra fascista y ha interiorizado que todos los que no comulguen con las directrices de su partido (iba a decir “con las ideas” pero, como bien es sabido, los actuales “socialistas” españoles carecen de ideas, de ideales, de honradez y del mínimo exigible de cultura) somos fascistas, pues tendremos que pasar al siguiente adjetivo: xenófobos. Palabra por cierto harto complicada de vocalizar: igual por ello la utilizan tan poco las lumbreras del PSOE, los vividores de Unidas Mamemos y los demás grupos de garrapatas que están destrozando nuestra patria a marchas forzadas.

Los xenófobos, los que odian o temen (fobia) a los extranjeros o extraños (xeno), que por desgracia pueblan partes de nuestra amada tierra, son el verdadero cáncer de nuestra sociedad. Y este hecho me entristece mucho, más aún cuando la herencia hispana que atesoramos todos conlleva todos los valores que posteriormente se convirtieron en “Derechos Humanos Universales”, lease la igualdad, la libertad, la seguridad, la propiedad, la nacionalidad et al, como ya dejó escrito Isabel la Católica en su testamento: “Y no consientan ni den lugar que los indios reciban agravio alguno en sus personas y sus bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remedien.”


¿Cómo ha podido suceder algo así? ¿Qué ha pasado en estos últimos años que ha propiciado que la nación más justa, más tolerante, más libre, más avanzada y más culta, como ha sido España con su Imperio, se haya convertido en tan poco tiempo en una pocilga llena a rebosar de violentos racistas, de odiadores profesionales, de malditos y repugnantes xenófobos?

Nada complicado es contestar a esta pregunta: por culpa de los intereses de las minorías burguesas catalanas y vascas (como en su momento la avariciosa burguesía criolla en las provincias de ultramar). Instaladas en sus reinos mitológicos sacados de la chistera por sus dementes padres fundadores (los Arana Bros., los Badia Bros., Companys, Pujol…), bien cubiertas social y económicamente por sus latrocinios, sus oscuros negocios y sus chantajes a los sucesivos gobiernos centrales, las minorías burguesas catalana y vascuence han amaestrado, manipulado y sodomizado a esa parte importante de la sociedad española, convirtiéndola en el peor ejemplo de la xenofobia europea de los últimos 30 años. Y ahí no quedará: el odio al vecino es contagioso, sus tentáculos son extremadamente largos, y ya empieza a florecer en Valencia, en Galicia, en las Baleares, en Navarra, y dentro de poco, si no lo impedimos, contaminará Asturias, Andalucía, Canarias, León y hasta Aragón. Suerte que siempre nos quedarán Murcia y Extremadura como salvaguarda del hispanismo, la sensatez, el esfuerzo, la honradez y el valor.

El odio al extraño, al diferente, al habitante de la región colindante y al vecino del quinto segunda, ha calado profundamente en nuestra sociedad. Ese “tsunami” de maldad que tan bien queda reflejado en la película “La Ola” (mira que son lerdos los lazis y van y eligen justamente este nombre para su movimiento terrorista/racista), se ha apoderado de las mentes de adultos, jóvenes y niños, sin que nadie con mando en tropa en España haya querido remediarlo. Ni el Partido Popular ni el PSOE han intentado en ningún momento atajar esta epidemia, cortar la cabeza a esta serpiente envenenada llamada nacionalismo.
No les convenía, ni les conviene: dependen de sus cuatro miserables votos para seguir gobernando, y siendo este su único fin y objetivo en la vida, cómo van a ser tan tontos de matar a la gallina de los huevos dorados. O de perseguir al malvado reptil.

Está claro que nuestra patria, España, está siendo intoxicada poco a poco. Que la xenofobia promovida por los movimientos nacionalistas ha calado fuerte en vastas partes de nuestra hermosa piel de toro.

Y que solamente hay una manera de curar esta enfermedad: la extirpación de los tumores ya existentes, la aplicación de quimio y radioterapia a los órganos que rodean a esos tumores (que no son otra cosa que las televisiones mal llamadas públicas ETB y TV3), la recuperación de las competencias de educación y seguridad (entre otras), que deben ser únicas para todos los ciudadanos españoles,  y el inmediato encarcelamiento de todos los delincuentes que promueven el odio racista en nuestro país.

Urge un cambio para acabar con la xenofobia y la violencia en España.

Y el próximo domingo día 10 de noviembre tenemos la oportunidad.

Acabemos de una santa y definitiva vez con la maligna serpiente del nazionalismo y recuperemos la grandeza y la libertad de España.


¡ESPAÑA, SIEMPRE!












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