jueves, 7 de noviembre de 2019

Llorar


And even though the stars are listening
And the ocean's deep, I just go to sleep
And then I create a silent movie
You become the star, is that what you are, dear?
Your whisper tells a secret
Your laughter brings me joy
And a wonder of feeling I'm Nature's own little boy
But still the tears keep falling
They're raining from the sky
Well there's a lot of me got to go under before I get high.
Even in the quietest moments.Roger Hodgson. 1977.

Me permito usar como introducción a esta reflexión un par de párrafos de un artículo que escribí hace ya diez años a raíz de la muerte de Dani Jarque. En este caso se trata de un autoplagio, algo bastante diferente a los rastreros remedos del burdo copiar y pegar de nuestro presidente por accidente, sus ministros y sus perritos falderos. Vaya banda, por cierto. ¿Dónde quedó aquello de que nos gobiernen los mejores?

Existen pues personas de lloro fácil que por cualquier banalidad dejan escapar unas lágrimas y que, en casos más serios, se derrumban sin contención posible echando por los ojos sus sentimientos de rabia, dolor, alegría o tristeza.

También existen personas más templadas, que han sufrido lo suficiente en su vida para no llorar a la primera ocasión o que simplemente guardan sus sentimientos en su interior, personas que sienten y sufren igual que los demás pero que no expresan sus conmociones de la misma forma que las anteriores. Personas curtidas en sufrimientos, personas que han perdido a familiares, que han sufrido maltratos o que han vivido tales decepciones en la vida que el recuerdo de estas les impide llorar a rienda suelta a la primera ocasión.  

Finalmente tenemos a los duros. Personas que no lloran ni llorarán jamás. Están de vuelta de todo. Han perdido la fe y la esperanza. Ya no creen en nada porque las han visto de todos los colores o porque carecen de la mínima humanidad necesaria. El dolor y la tristeza no consiguen arrancarles ni una simple lágrima, quedándose atascados los sentimientos, si los tienen, en su interior, mordiendo sus entrañas sin que nadie se percate, a veces ni ellos mismos, de lo que están sintiendo. Pueden ser de todo tipo: insensibles, pragmáticos, primitivos, consecuentes, realistas, fríos o escépticos. Pero no lloran ni a la de tres.

Yo reconozco que siempre he sido de los primeros: mis lágrimas son tan autónomas y fáciles de movilizar que parece que tenga un depósito a punto de rebosar localizado entre la laringe y la garganta, repositorio que alimenta de forma continuada las glándulas lagrimales. Sea por tristeza, por alegría, por indefinida emoción, por un recuerdo, por un gol de mi equipo, por ver una bandera de España, por una simple fotografía o por oír los acordes o la letra de una canción olvidada, el húmedo chorro se libera sin que lo pueda evitar. Y tampoco pasa nada. Peor sería que a las primeras de cambio me volviera agresivo y violento.

¿Y a qué viene toda esta introducción? De forma resumida: estos días pasados he disfrutado cual enano con la visita de mi familia, en concreto de mi hermanito, mi cuñada y uno de mis sobrinos. Y han sido tres días inolvidables, con paseos, excursiones, comidas, cervezas (más bien pocas) y, sobre todo, recuerdos, complicidad y risas, muchas risas. Como si el tiempo no hubiera pasado. Las mismas bromas de antaño, los mismos tics, reproches, manías, puntos débiles y reacciones que hace 30 o 40 años. Me imagino que es algo natural, que sucede a todos los hermanos o amigos íntimos cuando se reencuentran: vuelven las imágenes pasadas, recuerdas esas situaciones cómicas, te recreas en algún viejo chiste repetido hasta la saciedad, tarareas una canción que por alguna razón marcó vuestras vidas o te pones a hablar de aquel amigo que hizo tal gamberrada varios decenios atrás. ¡Bendita memoria! Ojalá ninguno de nosotros acabe siendo una de las pobres personas que padecen Alzheimer y nos perdamos estos momentos tan reconfortantes e importantes llamados recuerdos. Uno de los componentes básicos de nuestra vida, junto a los planes y los sueños. Sin estos tres pilares la vida carecería de sentido. Seríamos un simple vegetal. Y encima serviríamos de alimento a los veganos. Dios nos libre.

Y no estoy hablando de la exageración de los sentimientos y la exaltación de la amistad y el amor producidos por la ingesta abusiva de alcohol y demás drogas: esos casos son una simple reacción química forzada en nuestro cerebro por elementos externos. Hablo de lágrimas naturales. Parecidas, pero no iguales.

Paseos por mi cada vez más querida ciudad de Madrid, una tapa aquí y otra allá, vistas increíbles de la ciudad desde el mirador del nuevo hotel Riu de la plaza España, una bonita escapada a Toledo, y todo ello disfrutando de la compañía familiar y conociendo un poco más a mi sobrino, al que llevaba años sin ver (mea culpa, sin duda), y que ha resultado ser un cómplice más, conocedor al dedillo de nuestros tics familiares,  nuestros traumas, nuestras hazañas juveniles, nuestros defectos y nuestras virtudes. Sorprendente y emotivo: más que un sobrino parecía otro hermano más, y encima inteligente, divertido, guapo, espabilado y valiente. Porque lanzarte solo, a sus 18 añitos, a pillar 3 aviones para viajar a las antípodas, en concreto a Noosa, en Australia, es digno de admiración. O quizás lo vea yo así, marcado por la edad y la experiencia, y en el fondo sea algo normal a esa edad. No lo sé. Pero huevos le ha echado, con perdón.

Hay una escena en la película “Salvar al soldado Ryan” en la que el protagonista explica que no es capaz de recordar las caras de sus tres hermanos fallecidos. Su capitán, antiguo profesor, le recomienda intentar recordar momentos o aventuras, y a los pocos minutos al pobre James Ryan se le empieza a iluminar la cara y explica con todo detalle una anécdota vivida con sus hermanos y una vecina fea que pretendían seducir en un granero. Momentos. Escenas. Situaciones. Canciones. Imágenes. Olores. Recuerdos.

La vida pasada revivida en esos instantes. Que te hacen llorar. Que te hacen reír. Y te permiten seguir planeando y soñando. En resumen: seguir viviendo.

Muchas gracias por la vista familia. Ha estado genial.




P.D.: Mientras escribo esto voy mirando en el Flightradar por donde anda ya mi sobrino Robin. Llegando a Taiwan en estos momentos. Vaya viaje. Mucha suerte tengas sobrino, disfruta a tope y Dios (y ahorro) mediante nos veremos en marzo en Bali. Y si no es allí, pues en Mallorca. O en Panticosa. O en Madrid.



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