“Lo malo que tiene dejar de creer en Dios, es que enseguida
se empieza a creer en cualquier cosa”. - G.K.Chesterton
Siendo hoy la festividad del Corpus Christi, en la que los católicos
reafirmamos nuestra fe en la presencia real de Jesucristo, hay que recordar que
la latría solamente se debe a Dios. A nadie más. Cualquier otra adoración es mala
“per se”, es una desviación, una enfermedad, un pecado.
Partiendo de esta base, nuestra sociedad, y con ella la mayoría de nuestros
dirigentes, sufren una multilatría variada y en todas las dimensiones
posibles. Adoran o fingen adorar cualquier cosa de forma temporal, impuesta, carente
de base, interesada, infantil y, por desgracia, muchas veces maligna. Lo que nos
lleva a pensar que no entienden absolutamente nada, que en el fondo no adoran
nada real y eterno, y que su única latría es la idolatría a ideas, personajes, modas, logos y
lemas temporales, vacíos, oportunistas y dirigidos.
Y el origen de esta nueva fe radica en la egolatría de los dirigentes, los
conocidos y públicos, que no son más que marionetas, y los ocultos y menos visibles
poderes fácticos que controlan la sociedad y la economía desde sus siniestras mansiones,
esos reductos satánicos que esconden infinidad de mazmorras totalitarias en las
que nos quieren encerrar a todos. Adorándoles, votándoles, haciendo lo que nos
dicen cual robots y consumiendo todo aquello que ellos, los elegidos, ponen a
nuestra disposición cuando, como y donde les interesa.
Ya sea una dudosa crisis sanitaria, una exagerada emergencia climática,
una nueva resolución de 16K de las pantallas del ojo del Gran Hermano, un novedoso
alimento transgénico, la muerte de un delincuente en los EE. UU., el racismo subyacente
de la película “Lo que el viento se llevó”, la eliminación de la limpia
energía nuclear, la imposición del coche eléctrico (mucho más contaminante en
su producción y su reciclaje que cualquier vehículo a motor tradicional), la
indecencia de la canción del Cola-Cao o la inmoralidad del envase de nuestros
adorados conguitos: cualquier nueva indicación de los poderes totalitarios hay
que convertirla en la nueva latría. Como si fuera la insufrible canción del
verano, aunque en este maldito 2020 no estemos para mucha música.
Quién sabe que nos tocará adorar mañana. Quien sabe que distracción
pondrán en marcha en las próximas horas para captar nuestra atención y poder
seguir, en su inmensa maldad totalitaria, desmontando nuestra sociedad, nuestra
cultura, nuestra fe, nuestra historia, nuestra patria, nuestro pasado y nuestro
presente.
Y con ello, nuestro futuro.
Y nosotros, bien pastueños, acudiendo de rodillas al altar de la
modernidad, del falaz progresismo, de la vieja anormalidad totalitaria que nos van a imponer
si no reaccionamos a tiempo. Hasta que toque otra cosa.
Como siempre un bisturí analizando la situación.
ResponderEliminarMuy certero. Clarividente.